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miércoles, 21 de junio de 2017

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¿Se debe predicar el evangelio a todo el mundo?

La siguiente pregunta que se debe considerar es: ¿Por qué predicar el evangelio a toda criatura? Si Dios Padre solo ha predestinado a un número limitado para que sean salvos, si Dios Hijo solo murió para llevar a cabo la salvación de los que el Padre le dio, y si Dios Espíritu no está buscando dar vida a nadie salvo a los elegidos de Dios, entonces, ¿cuál es el propósito de dar el evangelio al mundo en general y dónde está la conveniencia de decir a los pecadores: «Para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna»?

En primer lugar es muy importante tener claro la naturaleza del evangelio mismo. El evangelio es la buena noticia de Dios acerca de Cristo y no acerca de los pecadores: «Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, apartado para el evangelio de Dios… acerca de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo” (Ro 1:1, 3). Dios quiso que se proclamara a lo largo y ancho el hecho increíble de que su propio Hijo bendito «se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz». Se tiene que transmitir un testimonio universal del valor inigualable de la persona y obra de Cristo. Fíjate en la palabra ‘testimonio’ en Mateo 24:14. El evangelio es el ‘testimonio’ de Dios de las perfecciones de su hijo. Fíjate en las palabras del apóstol: «Porque para Dios somos grato olor de Cristo en los que se salvan, y en los que se pierden» (2 Co 2:15).

Una gran confusión prevalece hoy acerca del carácter y el contenido del evangelio. El evangelio no es una ‘oferta’ para que la circulen los vendedores ambulantes del evangelio. El evangelio no es una mera invitación, sino una proclamación acerca de Cristo; es verdadera, ya sea que los hombres la crean o no. A ningún hombre se le pide que crea que Cristo murió por él en particular. El evangelio, en resumen, es esto: Cristo murió por pecadores, tú eres un pecador, cree en Cristo y serás salvo. En el evangelio, Dios simplemente anunció los términos mediante los cuales los hombres pueden ser salvos (a saber, arrepentimiento y fe) y, de un modo indiscriminado, a todos se les ordena cumplirlos.

En segundo lugar, el arrepentimiento y la remisión de pecados deben ser predicados en el nombre del Señor Jesús «a todas las naciones» (Lc 24:47), porque los elegidos de Dios están ‘dispersos’ (Jn 11:52) entre todas las naciones, y es cuando el evangelio es predicado y escuchado que son llamados a salir del mundo. El evangelio es el medio que Dios usa para salvar a sus propios elegidos. Por naturaleza los elegidos de Dios son hijos de ira «así como los demás»; son pecadores perdidos que necesitan un Salvador, y separados de Cristo no hay solución para ellos. Por tanto, deben creer el evangelio antes de poder gozarse en el conocimiento de que sus pecados han sido perdonados. El evangelio es el aventador de Dios; separa la cizaña del trigo y junta a estos últimos en su granero.

En tercer lugar, se debe notar que Dios tiene otros propósitos con la predicación del evangelio aparte de la salvación de sus propios elegidos. El mundo existe para el bien de los elegidos; sin embargo otros se benefician de él. Así que la palabra se predica por el bien de los elegidos, sin embargo otros tienen el beneficio de un llamado externo. El sol brilla aunque los ciegos no lo vean. La lluvia cae en las montañas rocosas, en los desiertos, lo mismo que en los fructíferos valles; así también Dios permite que el evangelio caiga en los oídos de los no elegidos. El poder del evangelio es uno de los agentes que Dios usa para mantener a raya la maldad del mundo. Muchos de los que el evangelio nunca salva son reformados, sus lujurias son refrenadas y se evita que se tornen peores. Además, la predicación del evangelio a los no elegidos se convierte en una prueba admirable del carácter de ellos. Exhibe la prolongada continuidad de su pecado; demuestra que sus corazones están en enemistad contra Dios; justifica la declaración de Cristo de que «los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas» (Jn 3:19).

Por último, para nosotros es suficiente saber que se nos ordena predicar el evangelio a toda criatura. No nos toca a nosotros razonar en cuanto a la concordancia entre esto y el hecho de que «son pocos los escogidos». A nosotros nos toca obedecer. Hacer preguntas acerca de los caminos de Dios que ninguna mente finita puede sondear completamente es un asunto sencillo. Nosotros también podemos volvernos y recordar al objetor lo que nuestro Señor declaró: «De cierto os digo que todos los pecados serán perdonados a los hijos de los hombres, y las blasfemias cualesquiera que sean; pero cualquiera que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tiene jamás perdón» (Mr 3:28, 29) y no puede haber ninguna duda en cuanto a que ciertos judíos fueron culpables de este mismo pecado (ver Mt 12:24, etc.), por lo cual su destrucción era inevitable. Sin embargo, a pesar de eso, apenas dos meses después, ordenó a sus discípulos predicar el evangelio a toda criatura. Cuando el objetor nos pueda mostrar la concordancia entre estas dos cosas: el hecho de que ciertos judíos habían cometido el pecado para el cual no hay perdón y el hecho de que a ellos se les tenía que predicar el evangelio, nos comprometemos a proporcionar una solución más satisfactoria que la que ofrecimos antes para que exista una armonía entre una proclamación universal del evangelio y una limitación de su poder salvador solo a aquellos que Dios ha predestinado a ser conformados a la imagen de su Hijo.

Afirmamos una vez más que no nos toca a nosotros razonar en cuanto al evangelio; nuestro deber es predicarlo. Cuando Dios ordenó a Abraham ofrecer a su hijo en una ofrenda quemada, pudo haber objetado que su orden no era consistente con su promesa: «En Isaac te será llamada descendencia». Pero en lugar de discutir, obedeció, y dejó que Dios armonizara su promesa con su precepto. Jeremías pudo haber argumentado que Dios le había pedido que hiciera algo totalmente irracional cuando le dijo: «Tú, pues, les dirás todas estas palabras, pero no te oirán; los llamarás, y no te responderán» (Jer 7:27), pero en lugar de eso el profeta obedeció. Ezequiel también se pudo haber quejado de que el Señor le estuviera pidiendo algo difícil cuando le dijo: «Hijo de hombre, come lo que hallas; como este rollo, y ve y habla a la casa de Israel. Y abrí mi boca, y me hizo comer aquel rollo. Y me dijo: Hijo de hombre, alimenta tu vientre, y llena tus entrañas de este rollo que yo te doy. Y lo comí, y fue en mi boca dulce como miel. Luego me dijo: Hijo de hombre, ve y entra a la casa de Israel, y habla a ellos con mis palabras. Porque no eres enviado a pueblo de habla profunda ni de lengua difícil, sino a la casa de Israel. No a muchos pueblos de habla profunda ni de lengua difícil, cuyas palabras no entiendas; y si a ellos te enviara, ellos te oirán. Mas la casa de Israel no te querrá oír porque no me quiere oír a mí; porque toda la casa de Israel es dura de frente y obstinada de corazón» (Ez 3:4–7).

«Pero, oh mi alma, si la verdad tan brillante
Deslumbrara y confundiera tu vista,
Con todo, de todas formas obedece su Palabra escrita,
Y espera el gran día
de la decisión.» —Watts

Bien se ha dicho: «El evangelio no ha perdido ninguno de sus poderes antiguos. Es hoy exactamente lo mismo como cuando fue predicado por primera vez, ‘el poder de Dios para salvación’. No necesita ninguna lástima, ninguna ayuda, ninguna criada. Puede vencer todos los obstáculos y romper todas las barreras. No se tiene que probar ningún recurso humano para preparar al pecador para que lo reciba, porque si Dios lo ha enviado, ningún poder lo puede estorbar; y si Él no lo ha enviado, ningún poder puede hacer que sea eficaz».—(Dr. Bullinger)

Pink, A. W.  La soberanía de Dios: Respuestas a objeciones comunes.
Soli Deo Gloria



martes, 20 de junio de 2017

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¿Se puede resistir al Espíritu Santo?

Al exponer la soberanía de Dios Espíritu en la salvación hemos mostrado que su poder es irresistible, que por sus operaciones de gracia sobre y dentro de ellos, ‘compele a los elegidos de Dios a venir a Cristo. La soberanía del Espíritu Santo se establece no solo en Juan 3:8 donde se nos dice que «el viento sopla de donde quiere… así es todo aquel que es nacido del espíritu», pero también se afirma en otros pasajes. En 1 Corintios 12:11 leemos: «Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere». Y una vez más leemos en Hechos 16:6, 7: «Y atravesando Frigia y la provincia de Galacia, les fue prohibido por el Espíritu Santo hablar la palabra en Asia; y cuando llegaron a Misia, intentaron ir a Bitinia, pero el espíritu no se lo permitió». De esta manera vemos cómo el Espíritu Santo interpone su voluntad imperial en oposición a la determinación de los apóstoles.

Pero se objeta en contra de la afirmación de que la voluntad y el poder del Espíritu Santo son irresistibles diciendo que hay dos pasajes, uno en el Antiguo Testamento y otro en el Nuevo, que parecen militar en contra de tal conclusión. Dios dijo en la antigüedad: «No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre» (Gn 6:3) y Esteban declaró a los judíos: «¡Duros de cerviz e incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo; como vuestros padres, así también vosotros. ¿A cuál de los profetas no persiguieron vuestros padres?» (Hch 7:51, 52). Si en ese entonces los judíos ‘resistieron’ al Espíritu Santo, ¿cómo podemos decir que su poder es irresistible? La respuesta se encuentra en Nehemías 9:30: «Les soportaste por muchos años, y les testificaste con tu espíritu por medio de tus profetas, pero no escucharon». Lo que Israel ‘resistió’ fueron las operaciones externas del Espíritu. Era el Espíritu hablando por y a través de los profetas a los que ellos ‘no escucharon’. Ellos no resistieron algo que el Espíritu Santo obró en el interior de ellos, sino los motivos que les presentaron los mensajes inspirados de los profetas. Tal vez ayudará al lector a captar mejor nuestro pensamiento si comparamos Mateo 11:20–24: «Entonces comenzó a reconvenir a las ciudades en las cuales había hecho muchos de sus milagros, porque no se habían arrepentido, diciendo: ¡Ay de ti, Corazín!», etc. ¡Nuestro Señor pronuncia aquí ayes sobre estas ciudades por no haberse arrepentido ante las ‘poderosas obras’ (milagros) que había hecho a su vista y no por ninguna operación interna de su gracia! Lo mismo es cierto de Génesis 6:3. Al comparar 1 Pedro 3:18–20 se verá que fue por y a través de Noé que el Espíritu de Dios ‘luchó’ con los antediluvianos. La diferencia que se indicó anteriormente fue resumida muy hábilmente por Andrew Fuller (otro escritor fallecido hace ya mucho tiempo de quien nuestros contemporáneos podrían aprender mucho) quien lo expresó del siguiente modo: «Existen dos clases de influencias por medio de las cuales Dios obra en las mentes de los hombres. La primera, que es común y que se lleva a cabo por el uso ordinario de los motivos que se presentan a la mente para su consideración; la segunda, que es especial y sobrenatural. Una no contiene nada misterioso más que la influencia de nuestras palabras y acciones sobre los demás; la otra es un misterio del que no sabemos nada sino solo por sus efectos. La primera puede ser eficaz; la segunda lo es». Los hombres siempre ‘resisten’ la obra del Espíritu Santo sobre o hacia ellos; su obra dentro de ellos siempre tiene éxito. ¿Qué dicen las Escrituras? Esto: «El que comenzó EN vosotros la buena obra, la perfeccionará». (Fil 1:6).

Pink, A. W. La soberanía de Dios: Respuestas a objeciones comunes.
Soli Deo Gloria



sábado, 17 de junio de 2017

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¿Es la salvación para todos?

El pasaje que tal vez ha representado la mayor dificultad para los que han visto que, pasaje tras pasaje, la Santa Escritura enseña claramente la elección de un número limitado para la salvación, es 2 Pedro 3:9: «No queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento».

Lo primero que hay que decir sobre este pasaje es que, como cualquier otro texto de la Escritura, se debe entender e interpretar a la luz de su contexto. ¡Lo que hemos citado en el párrafo anterior es solo parte del versículo y la última parte del mismo! Ciertamente todos deben estar de acuerdo en que la primera parte del versículo tiene que ser tomada en consideración. Con el fin de establecer lo que muchos suponen que estas palabras significan, o sea, que las palabras ‘ninguno’ y ‘todos’ se deben recibir sin ninguna reserva, ¡hay que mostrar que el contexto se está refiriendo a toda la raza humana! Si esto no se puede mostrar, si no hay una premisa para justificar esto, entonces la conclusión también debe ser injustificada. Reflexionemos entonces sobre la primera parte del versículo.

«El Señor no retarda su promesa». Fíjate que ‘promesa’ está en singular, no dice ‘promesas’. ¿Qué promesa está a la vista? ¿La promesa de salvación? ¿Dónde ha prometido Dios salvar a toda la raza humana en algún lugar de la Escritura? ¿Dónde? No, la ‘promesa’ a la que aquí se hace referencia no se trata de la salvación. Entonces, ¿cuál es? El contexto nos lo dice.

«Sabiendo primero esto, que en los postreros días vendrán burladores, andando según sus propias concupiscencias, y diciendo: ¿Dónde está la promesa de su advenimiento?» (vv. 3, 4) El contexto entonces se refiere a la promesa de Dios de enviar a su amado Hijo. Pero muchos siglos han pasado y esta promesa todavía no se ha cumplido. Cierto, pero por larga que la demora pueda parecernos, el intervalo es corto en el cómputo de Dios. Como prueba de ello se nos recuerda: «Mas, oh amados, no ignoréis esto: que para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día» (v. 8). En el cómputo del tiempo de Dios, han pasado menos de dos días desde que prometió enviar de regreso a Cristo.

Pero hay más, la tardanza en que el Padre envíe de regreso a su amado Hijo no solo no se debe a una ‘negligencia’ de su parte, sino que la ocasiona su ‘paciencia’. ¿Su paciencia hacia quién? El versículo que estamos considerando nos dice: «es paciente para con nosotros». ¿Y quiénes son esos ‘con nosotros’? ¿la raza humana o el pueblo de Dios? A la luz del contexto, esta no es una pregunta abierta sobre la cual cada uno de nosotros tiene la libertad de formarse una opinión. El Espíritu Santo lo ha definido. El versículo inicial del capítulo dice: «Amados, ésta es la segunda carta que os escribo». De nuevo, el versículo inmediatamente anterior declara: «Mas, oh amados, no ignoréis esto», etc. (v. 8). El ‘con nosotros’ entonces son los ‘amados’ de Dios. Aquellos a quienes la Epístola fue dirigida son a los que se les «concedió (no los que ‘alcanzaron’ sino a los que se les ‘concedió’ como el don soberano de Dios) una fe como la nuestra, mediante la justicia de nuestro Dios y Salvador, Jesucristo» (2 Pe 1:1). Por lo tanto decimos que no hay cabida para la duda, una discusión por nimiedades o una polémica; el ‘con nosotros’ son los elegidos de Dios.

Citemos ahora el versículo completo: «El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento». ¿Puede haber algo más claro? El ‘ninguno’ que Dios no quiere que perezca es los ‘con nosotros’ con quienes Dios es ‘paciente’, los ‘amados’ de los versículos anteriores. Lo que 2 Pedro 3:9 quiere decir, entonces, es que Dios no enviará de vuelta a su Hijo sino hasta «que haya entrado la plenitud de los gentiles» (Ro 11:25). Dios no enviará de vuelta a Cristo hasta que ese ‘pueblo’ que él ahora está ‘tomando’ de los gentiles (Hch 15:14) sea reunido por completo. Dios no enviará de vuelta a su Hijo sino hasta que el cuerpo de Cristo esté completo, y eso no será sino hasta que los que él ha escogido para que sean salvados en esta dispensación hayan sido traídos a él. Gracias a Dios por su «paciencia para con nosotros». Si Cristo hubiera regresado hace veinte años, este escritor hubiera sido dejado atrás para perecer en sus pecados. Pero eso no podía ser, así que Dios de un modo misericordioso retardó la segunda venida. Por la misma razón todavía está retardando su advenimiento. Su propósito decretado es que todos sus elegidos vengan al arrepentimiento, y se arrepentirán. El presente intervalo de gracia no va a terminar sino hasta que la última de las ‘otras ovejas’ de Juan 10:16 esté segura en el redil; entonces Cristo regresará.

Pink, A. W. (2016). La soberanía de Dios: Respuestas a objeciones comunes. (Extracto)
Soli Deo Gloria



viernes, 16 de junio de 2017

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¿Ama Dios a todo ser humano?

Una de las creencias más populares en la actualidad es que Dios ama a todos, y el hecho de que sea tan popular entre todas las clases debería ser suficiente para levantar las sospechas de aquellos que están sujetos a la Palabra de Verdad. El amor de Dios para todas sus criaturas es el postulado fundamental y favorito de los universalistas, unitarios, teósofos, científicos cristianos, espiritualistas, ruselitas, etc. No importa cómo viva un hombre, aun sea en abierto desafío al cielo, sin interesarse en lo absoluto en los intereses eternos de su alma, y mucho menos aún en la gloria de Dios, muriendo tal vez con una maldición en sus labios, a pesar de todo, se nos dice que Dios lo ama. Este dogma se ha proclamado tan ampliamente, y es tan consolador para el corazón que está en enemistad con Dios, que tenemos poca esperanza de convencer a muchos de su error. Podemos afirmar que la creencia de que Dios ama a todos es bastante moderna. Creemos que buscaríamos en vano en los escritos de los padres de la iglesia, de los reformadores o de los puritanos para encontrar ese concepto. Quizá el finado D. L. Moody, cautivado por «La cosa más grande del mundo» de Drummond, hizo más que cualquier otro en el siglo pasado para popularizar este concepto.

Se ha convertido en costumbre afirmar que Dios ama al pecador pero que odia su pecado. Pero tal distinción no tiene sentido. ¿Qué hay en un pecador sino pecado? ¿No es cierto que «toda cabeza está enferma» y «todo corazón doliente» y que «desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana»? (Is 1:5, 6). ¿Es cierto que Dios ama a aquel que desprecia y rechaza a su bendito Hijo? Dios es luz y amor a la vez, por lo tanto, su amor debe ser un amor santo. Decir al que rechaza a Cristo que Dios lo ama es cauterizar su conciencia y proporcionarle un sentido de seguridad en sus pecados. El hecho es que el amor de Dios es una verdad solo para los santos y presentarlo a los enemigos de Dios es tomar el pan de los hijos y echárselo a los perros. Con la excepción de Juan 3:16, ¡ni una sola vez en los cuatro Evangelios leemos que el Señor Jesús, el Maestro perfecto, dijera a los pecadores que Dios los ama! ¡El libro de Hechos, que registra los esfuerzos y mensajes evangelísticos de los apóstoles, ni siquiera hace referencia al amor de Dios! Pero cuando llegamos a las Epístolas, que están dirigidas a los santos, tenemos una presentación completa de esta preciosa verdad: el amor de Dios por los suyos. Busquemos trazar correctamente la Palabra de Dios para que después no nos encontremos tomando verdades que están dirigidas a los creyentes y las apliquemos mal a los incrédulos. Lo que los pecadores tienen que poner ante ellos es la santidad inefable de Dios, la ira exigente de Dios. Digamos, arriesgándonos al peligro de ser malentendidos (y desearíamos poder decirlo a todos los evangelistas y predicadores del país) que a los pecadores hoy se les presenta demasiado a Cristo (por aquellos que son sanos en la fe) y se les muestra muy poco a los pecadores su necesidad de Cristo, es decir, su condición absolutamente arruinada y perdida, su peligro inminente y terrible de sufrir la ira venidera, la culpa espantosa que reposa sobre ellos ante los ojos de Dios. Presentar a Cristo a quienes nunca se les ha mostrado su necesidad de Él, nos parece que es ser culpables de echarles las perlas a los cerdos.

Si fuera verdad que Dios ama a cada miembro de la familia humana, ¿entonces por qué el Señor dijo a sus discípulos: «El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre… El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará» (Jn 14:21, 23)? ¿Por qué decir: «El que me ama, mi Padre le amará», si el Padre ama a todos? La misma limitación se encuentra en Proverbios 8:17: «Yo amo a los que me aman». Otra vez leemos: «Aborreces a todos los que hacen iniquidad», no únicamente las obras de iniquidad. He aquí pues un repudio rotundo a la enseñanza actual de que Dios odia el pecado pero ama al pecador. La Escritura dice: ¡«Aborreces a todos los que hacen iniquidad» (Sal 5:5)! «Dios está airado contra el impío todos los días» (Sal 7:11). «El que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él»; no dice «estará», sino que incluso ahora «está sobre él» (Jn 3:36). ¿Puede Dios ‘amar’ a aquel sobre quien está su ‘ira’? Una vez más, ¿no es evidente que las palabras, el «amor de Dios, que es en Cristo Jesús» (Ro 8:39) marca una limitación tanto en la esfera como en los objetos de su amor? Una vez más, ¿no queda claro que Dios no ama a todos en las palabras «A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí» (Ro 9:13)? También está escrito: «Porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo» (Heb 12:6). ¿No enseña este versículo que el amor de Dios está restringido a los miembros de su propia familia? Si ama a todos los hombres sin excepción, entonces la distinción y limitación aquí mencionada no tiene mucho sentido. Por último, preguntamos: ¿es concebible que Dios ame a aquellos que serán condenados al lago de fuego? Porque si los ama ahora, también lo hará después, ya que sabemos que su amor no cambia. ¡En Él «no hay mudanza, ni sombra de variación»!

Volviendo ahora a Juan 3:16, debe ser evidente por los pasajes que se acaban de citar, que este versículo no resistirá el sentido que le suelen dar, «Porque de tal manera amó Dios al mundo». Muchos suponen que esto quiere decir toda la raza humana. Pero ‘toda la raza humana’ incluye a toda la humanidad desde Adán hasta el fin de la historia de la tierra; ¡tiene un alcance anterior y posterior! Considera, entonces, la historia de la humanidad antes del nacimiento de Cristo. Innumerables millones vivieron y murieron antes de que el Salvador viniera a la tierra, vivieron aquí «sin esperanza y sin Dios en el mundo» y, por lo tanto, pasaron a una eternidad de dolor. Si Dios los ‘amó’, ¿dónde se encuentra la menor prueba de ello? La Escritura declara que «en las edades pasadas (desde la torre de Babel hasta después de Pentecostés), Él (Dios) ha dejado a todas las gentes andar en sus propios caminos» (Hch 14:16). La Escritura declara que «como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen» (Ro 1:28). Dios dijo a Israel: «A vosotros solamente he conocido de todas las familias de la tierra» (Am 3:2). A la luz de estos sencillos pasajes, ¿quién sería tan necio como para insistir que Dios en el pasado amó a toda la humanidad? Lo mismo aplica con igual fuerza al futuro. Lee el libro de Apocalipsis, poniendo especial interés en los capítulos 8 al 19, donde se describen los juicios que se derramarán desde el cielo sobre esta tierra. Lee los terribles males, las espantosas plagas, las copas de la ira de Dios que serán derramadas completas sobre los malvados. Por último, lee el capítulo veinte de Apocalipsis, el juicio del gran trono blanco, y observa si puedes descubrir allí el más mínimo rastro de amor.

Pero el opositor regresa a Juan 3:16 y dice, ‘mundo significa mundo’. Cierto, pero hemos demostrado que ‘el mundo’ no quiere decir toda la familia humana. El hecho es que ‘el mundo’ se usa de una forma general. Cuando los hermanos de Cristo dijeron: «Muéstrate al mundo» (Jn 7:4), ¿lo que quisieron decir fue «Muéstrate a toda la humanidad»? Cuando los fariseos dijeron: «Mirad, el mundo se va tras él» (Jn 12:19), ¿lo que quisieron decir fue que ‘toda la familia humana’ acudía en masa a él? Cuando el apóstol escribió: «Vuestra fe se divulga por todo el mundo» (Ro 1:8), ¿lo que quiso decir fue que la fe de los santos de Roma era el tema de conversación de todo hombre, mujer y niño en la tierra? Cuando Apocalipsis 13:3 nos dice: «se maravilló toda la tierra en pos de la bestia», ¿debemos entender que no va a haber excepciones? Estos y otros pasajes que se podrían citar muestran que el término ‘el mundo’ muchas veces tiene una fuerza relativa más que una absoluta.

Ahora, lo primero que debemos tener en cuenta en relación a Juan 3:16 es que nuestro Señor estaba hablando a Nicodemo, un hombre que creía que las misericordias de Dios estaban confinadas a su propia nación. Cristo estaba anunciando que el amor de Dios, al dar a su Hijo, tenía a la vista un objetivo más grande y que fluía más allá de la frontera de Palestina y llegaba a ‘regiones más allá’. En otras palabras, este fue el anuncio de Cristo de que Dios tenía un propósito de gracia tanto para judíos como para gentiles. «De tal manera amó Dios al mundo», entonces, significa que el amor de Dios es internacional en su alcance. Pero, ¿quiere esto decir que Dios ama a todos los individuos entre los gentiles? No necesariamente, porque, como hemos visto, el término ‘mundo’ es general más que específico, relativo más que absoluto. El término ‘mundo’ en sí mismo no es concluyente. Para determinar quiénes son los objetos del amor de Dios debemos consultar otros pasajes en los que se menciona su amor.

En 2 Pedro 2:5 leemos del ‘mundo de los impíos’. Entonces, si hay un mundo de los impíos, debe haber también un mundo de los piadosos. Son estos últimos los que están a la vista en los pasajes que ahora vamos a considerar brevemente. «Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo» (Jn 6:33). Ahora fíjate bien, Cristo no dijo, «ofrece vida al mundo», sino ‘da’. ¿Cuál es la diferencia entre estos dos términos? Esta: algo que se ‘ofrece’ se puede rechazar, pero algo que se ‘da’ necesariamente implica su aceptación. Si no se acepta, no se ‘da’ y simplemente se ofreció. Aquí, entonces, hay un texto bíblico que de una forma positiva declara que Cristo da vida (espiritual, vida eterna) ‘al mundo’. Ahora, Él no da vida eterna al ‘mundo de los impíos’ porque no la tendrán, porque no la quieren. Por lo tanto, estamos obligados a entender la referencia que se hace en Juan 6:33 como el ‘mundo de los piadosos’, es decir, el pueblo de Dios.
Uno más. En 2 Corintios 5:19 leemos: «Que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo». Lo que se quiere decir con esto claramente lo definen las palabras que siguen inmediatamente después: «no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados». Aquí otra vez ‘el mundo’ no puede significar el ‘mundo de los impíos’ porque sus ‘pecados’ les serán ‘imputados’ como lo mostrará el juicio del Gran Trono Blanco. Pero 2 Corintios 5:19 claramente enseña que hay un ‘mundo’ que ha sido ‘reconciliado’, reconciliado con Dios porque sus pecados no les han sido tomados en cuenta porque los sobrellevó su Sustituto. ¿Quiénes son ellos? Solo hay una respuesta posible: ¡el mundo del pueblo de Dios!

De manera similar, el ‘mundo’ en Juan 3:16 debe, en su análisis final, referirse al mundo del pueblo de Dios. Decimos ‘debe’ porque suponemos que no existe otra solución alternativa. No puede significar toda la raza humana, porque la mitad de la raza ya estaba en el infierno cuando Cristo vino a la tierra. Es injusto insistir en que quiere decir todos los seres humanos que ahora viven porque cualquier otro pasaje del Nuevo Testamento donde se menciona el amor de Dios, lo limita a su propio pueblo. ¡Busca y ve! Los objetos del amor de Dios en Juan 3:16 son precisamente los mismos objetos del amor de Cristo en Juan 13:1: «Antes de la fiesta de la pascua, sabiendo Jesús que su hora había llegado para que pasase de este mundo al Padre, como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin». Podemos admitir que nuestra interpretación de Juan 3:16 no es novedosa e inventada por nosotros, sino que es una que los reformadores y puritanos y muchos otros desde entonces dieron de un modo casi uniforme.

Es extraño, y sin embargo es verdad, que muchos que reconocen el gobierno soberano de Dios sobre las cosas materiales, pongan peros y discutan por nimiedades cuando insistimos en que Dios también es soberano en el ámbito espiritual. Pero su pelea es con Dios y no con nosotros. Hemos proporcionado la evidencia bíblica para apoyar todo lo presentado en estas páginas, y si eso no satisface a nuestros lectores, es inútil para nosotros tratar de convencerlos. Lo que nosotros escribimos está diseñado para los que sí se inclinan hacia la autoridad de la Santa Escritura, y es para su beneficio que nos proponemos examinar otros pasajes bíblicos que han sido reservados a propósito para este capítulo.

Pink, A. W.  La soberanía de Dios: Respuestas a objeciones comunes. (Extracto)
Soli Deo Gloria