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sábado, 2 de julio de 2016

Razones para la adoración familiar


Pero yo y mi casa, serviremos al SEÑOR — Josué 24:15
Muera yo la muerte de los rectos, y sea mi fin como el suyo — Números 23:10

Hemos dicho, hermanos míos, en una ocasión anterior, que si queremos morir Su muerte, debemos vivir Su vida. Es cierto que hay casos en los que el Señor muestra Su misericordia y Su gloria a los hombres que ya se encuentran en el lecho de muerte, y les dice como al ladrón en la cruz: “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23:43). El Señor sigue dándole a la iglesia ejemplos similares de vez en cuando. Y lo hace con el propósito de exhibir su poder soberano por el cual, cuando le agrada hacerlo así, puede quebrantar el más duro de los corazones y convertir a las almas más apartadas de Dios para mostrar que todo depende de Su gracia y que tiene misericordia de quien tiene misericordia. Con todo, estas no son sino raras excepciones de las que no pueden depender en absoluto; y, mis queridos oyentes, si desean morir la muerte del cristiano, deben vivir la vida del cristiano. Sus corazones deben estar verdaderamente convertidos al Señor; verdaderamente preparados para el reino; y confiar solo en la misericordia de Cristo deseando ir a morar con Él. Ahora, amigos míos, existen varios medios por los cuales pueden prepararse en vida para obtener, un día futuro, un bendito final. Y es en uno de estos medios más eficaces en el que queremos reflexionar ahora. Este medio es la Adoración Familiar; es decir, la edificación diaria que los miembros de una familia cristiana pueden disfrutar mutuamente. “Pero yo y mi casa —le dijo Josué a Israel— serviremos al Señor” (Jos. 24:15). Deseamos, hermanos, darles los motivos que deberían inducirnos a resolver lo mismo que Josué y las directrices necesarias para cumplirlo.

¿POR QUÉ LA ADORACIÓN FAMILIAR?

1. Para darle gloria a Dios

Sin embargo, hermanos míos, si el amor de Dios está en sus corazones y si sienten que por haber sido comprados por precio, deberían de glorificar a Dios en sus cuerpos y sus espíritus, que son de Él, ¿hay otro lugar aparte de la familia y el hogar en el que prefieren glorificarle? A ustedes les gusta unirse con los hermanos para adorarle públicamente en la iglesia; les agrada derramar su alma delante de Él en el lugar privado de oración. ¿Será que en la presencia de ese ser con el que hay una unión para toda la vida, hecha por Dios, y delante de los hijos es el único lugar donde no se puede pensar en Dios? ¿Será tan solo que no tienen bendiciones que atribuirle? ¿Será tan solo que no tienen que implorar por misericordia y protección? Se sienten libres para hablar de todo cuando están con la familia; sus conversaciones tocan mil asuntos diferentes; ¡pero no cabe lugar en sus lenguas y en sus corazones para una sola palabra sobre Dios! ¿No alzarán la mirada a Él como familia, a Él que es el verdadero Padre de sus familias? ¿No conversará cada uno de ustedes con su esposa y sus hijos sobre ese Ser que un día tal vez sea el único Esposo de su mujer, el único Padre de sus hijos? El evangelio es el que ha formado la sociedad doméstica. No existía antes de él; no existe sin él. Por tanto, parecería que el deber de esa sociedad, llena de gratitud hacia el Dios del evangelio, fuera estar particularmente consagrada a él. A pesar de ello, hermanos míos, ¡cuántas parejas, cuántas familias hay que son cristianas nominales y que incluso sienten algún respeto por la religión, y no nombran nunca a Dios! ¡Cuántos ejemplos hay en los que las almas inmortales que han sido unidas nunca se han preguntado quién las unió y cuáles serán su destino futuro y sus objetivos! ¡Con cuánta frecuencia ocurre que, aunque se esfuerzan por ayudarse el uno al otro en todo lo demás, ni siquiera piensan en echarse una mano en la búsqueda de lo único que es necesario, en conversar, en leer, en orar con respecto a sus intereses eternos! ¡Esposos cristianos! ¿Acaso solo deben estar unidos en la carne y por algún tiempo? ¿No es también en el espíritu y para la eternidad? ¿Son ustedes seres que se han encontrado por accidente, y a quienes otro accidente, la muerte, pronto separará? ¿No desean ser unidos por Dios, en Dios y para Dios? ¡La religión uniría sus almas mediante lazos inmortales! Pero no los rechacen; más bien al contrario, estréchenlos cada día más, adorando juntos bajo el techo doméstico. Los viajantes en el mismo vehículo conversan sobre el lugar al que se dirigen. ¿Y no conversarán ustedes, compañeros de viaje al mundo eterno, sobre ese mundo, del camino que conduce a él, de sus temores y de sus esperanzas? Porque muchos andan —dice San Pablo— como os he dicho muchas veces, y ahora os lo digo aun llorando, que son enemigos de la cruz de Cristo (Fil. 3:18); porque nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también ansiosamente esperamos a un Salvador, el Señor Jesucristo (Fil. 3:20).

2. Para proteger a los hijos del pecado

Si tienen el deber de estar comprometidos con respecto a Dios en sus hogares, y esto para su propio bien, ¿no deberían también estar comprometidos por amor a los que forman su familia, cuyas almas han sido encomendadas a su cuidado, y en especial por sus hijos? Les preocupa en gran extremo la prosperidad de ellos, su felicidad temporal; ¿pero no hace esta preocupación que el descuido de ustedes por su prosperidad eterna y su felicidad sea aún más palpable? Sus hijos son jóvenes árboles que les han sido confiados; el hogar es el vivero donde deberían de crecer y ustedes son los jardineros. ¡Pero oh! ¿Plantarán esos jóvenes árboles tiernos y preciosos en una tierra estéril y arenosa? Y sin embargo es lo que están haciendo, si no hay nada en el hogar que los haga crecer en el conocimiento y el amor de su Dios y Salvador. ¿No están ustedes preparando para ellos una tierra favorable de la que puedan derivar savia y vida? ¿Qué será de sus hijos en medio de todas las tentaciones que los rodearán y los arrastrarán al pecado? ¿Qué les ocurrirá en esos momentos turbulentos en los que es tan necesario fortalecer el alma del joven con el temor de Dios, y, así, proporcionarle a esa frágil barca el lastre necesario para botarla sobre el inmenso océano?

¡Padres! Si sus hijos no se encuentran con un espíritu de piedad en el hogar, si por el contrario el orgullo de ustedes consiste en rodearlos de regalos externos, introduciéndolos en la sociedad mundana, permitiendo todos sus caprichos, dejándoles seguir su propio curso, ¡los verán crecer como personas superficiales, orgullosas, ociosas, desobedientes, insolentes y extravagantes! Ellos los tratarán con desprecio; y cuanto más se preocupen ustedes por ellos, menos pensarán ellos en ustedes. Este caso se ve con mucha frecuencia; pero pregúntense a ustedes mismos si no son responsables de sus malos hábitos y prácticas. Y sus conciencias responderán que sí, que están comiendo ahora el pan de amargura que ustedes mismos han preparado. ¡Ojalá que la conciencia les haga entender lo grande que ha sido su pecado contra Dios al descuidar los medios que estaban en su poder para influir en los corazones de sus hijos; y ojalá que otros queden advertidos por la desgracia de ustedes! No hay nada más eficaz que el ejemplo de la piedad doméstica. La adoración pública es a menudo demasiado vaga y general para los niños, y no les interesa suficientemente. En cuanto a la adoración en secreto, todavía no la entienden. Si una lección que se aprende de memoria no va acompañada por nada más, puede llevarlos a considerar la religión como un estudio, como los de lenguas extranjeras o historia. Aquí como en cualquier otra parte, e incluso más que en otro lugar, el ejemplo es más eficaz que el precepto. No se les debe enseñar que deben de amar a Dios a partir de un mero libro elemental, sino que deben demostrarle amor por Dios. Si observan que no se brinda adoración alguna a ese Dios de quien ellos oyen hablar, la mejor instrucción resultará ser inútil. Sin embargo, por medio de la Adoración Familiar, estas jóvenes plantas crecerán como árbol firmemente plantado junto a corrientes de agua, que da su fruto a su tiempo y su hoja no se marchita (Sal 1:3). Los hijos pueden abandonar el techo parental, pero recordarán en tierras extrañas las oraciones que se elevaban en el hogar, y esas plegarias los protegerán. Si alguna… tiene hijos o nietos, que aprendan éstos primero a mostrar piedad para con su propia familia (1 Ti. 5:4).

3. Para producir verdadero gozo en el hogar

¡Y qué delicia, qué paz, qué felicidad verdadera hallará una familia cristiana al erigir un altar familiar en medio de ellos, y al unirse para ofrecer sacrificio al Señor! Tal es la ocupación de los ángeles en el cielo; ¡y benditos los que anticipan estos gozos puros e inmortales! Mirad cuán bueno y cuán agradable es que los hermanos habiten juntos en armonía. Es como el óleo precioso sobre la cabeza, el cual desciende sobre la barba, la barba de Aarón, que desciende hasta el borde de sus vestiduras. Es como el rocío de Hermón, porque allí mandó el Señor la bendición, la vida para siempre (Sal. 133). ¡Oh qué nueva gracia y vida le proporciona la piedad a una familia! En una casa donde se olvida a Dios, hay falta de educación, mal humor, e irritación de espíritu. Sin el conocimiento y el amor de Dios, una familia no es más que una colección de individuos que pueden sentir más o menos afecto natural unos por otros; pero falta el verdadero vínculo, el amor de Dios nuestro Padre en Jesucristo nuestro Señor. Los poetas están llenos de hermosas descripciones de la vida doméstica; ¡pero, desafortunadamente, qué distintas suelen ser las imágenes de la realidad! A veces existe falta de confianza en la providencia de Dios; otras veces hay amor a la riqueza; otras, una diferencia de carácter; otras, una oposición de principios. ¡Cuántas aflicciones, cuantas preocupaciones hay en el seno de las familias!

La piedad doméstica impedirá todos estos males; proporcionará una confianza perfecta en ese Dios que da alimento a las aves del cielo; proveerá amor verdadero hacia aquellos con quienes tenemos que vivir: no será un amor exigente y susceptible, sino un amor misericordioso que excusa y perdona, como el de Dios mismo; no un amor orgulloso, sino humilde, acompañado por un sentido de las propias faltas y debilidades; no un amor ficticio, sino un amor inmutable tan eterno como la caridad. Voz de júbilo y de salvación hay en las tiendas de los justos (Sal. 118:15).

4. Para consolar durante momentos de prueba

Cuando llegue la hora de la prueba, esa hora que tarde o temprano debe llegar y que, en ocasiones, visita el hogar de los hombres más de una vez, ¡qué consuelo proporcionará la piedad! ¿Dónde tienen lugar las pruebas si no en el seno de las familias? ¿Dónde debería administrarse, pues, el remedio para las pruebas si no en el seno de las familias? ¡Cuánta lástima debe dar una familia donde hay lamento, si no hay esa consolación! Los diversos miembros de los que se compone incrementan los unos la tristeza de los otros. Sin embargo, cuando ocurre lo contrario y la familia ama a Dios, si tiene la costumbre de reunirse para invocar el santo nombre de Dios de quien viene toda prueba y también toda buena dádiva, ¡cómo se levantarán las almas desanimadas! Los miembros de la familia que siguen quedando alrededor de la mesa sobre la que está el Libro de Dios, ese libro donde encuentran las palabras de resurrección, vida e inmortalidad, donde hallan promesas seguras de la felicidad del ser que ya no está en medio de ellos, así como la justificación de sus propias esperanzas.

Al Señor le complace enviarle al Consolador; el Espíritu de gloria y de Dios viene sobre ellos; se derrama un bálsamo inefable sobre sus heridas y se les da mucho consuelo; se transmite la paz de un corazón a otro. Disfrutan momentos de felicidad celestial: Aunque pase por el valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estás conmigo; tu vara y tu cayado me infunden aliento (Sal. 23:4). Oh Señor, has sacado mi alma del Seol…Porque su ira es sólo por un momento, pero su favor es por toda una vida; el llanto puede durar toda la noche, pero a la mañana vendrá el grito de alegría (Sal. 30:3, 5).

5. Para influir en la sociedad

¿Y quién puede decir, hermanos míos, la influencia que la piedad doméstica podría ejercer sobre la sociedad misma? ¡Qué estímulos tendrían todos los hombres al cumplir con su deber, desde el hombre de estado hasta el más pobre de los mecánicos! ¡Cómo se acostumbrarían todos a actuar con respeto, no solo a las opiniones de los hombres, sino también al juicio de Dios! ¡Cómo aprendería cada uno de ellos a estar satisfecho con la posición en la que ha sido colocado! Se adoptarían buenos hábitos; la voz poderosa de la conciencia se reforzaría: la prudencia, el decoro, el talento, las virtudes sociales se desarrollarían con renovado vigor. Esto es lo que podríamos esperar tanto para nosotros mismos como para la sociedad. La piedad tiene promesa de la vida que transcurre ahora y la que está por venir.

1.    H. Merle D’Aubigne (1794–1872): pastor, catedrático de historia de la iglesia, presidente y catedrático de teología histórica en la Escuela de teología de Ginebra; autor de varias obras sobre la historia de la Reforma, incluido su famosoHistory of the Reformation of the Sixteenth Century y The Reformation in England.
Tomado de Family Worship, disponible como un pequeño folleto de Chapel Library

Soli Deo Gloria



sábado, 25 de junio de 2016

Culto Familiar

DIRECTORIO PARA EL CULTO FAMILIAR
APROBADO POR LA ASAMBLEA GENERAL DE LA IGLESIA DE ESCOCIA, PARA LA PIEDAD Y LA UNIFORMIDAD DEL CULTO PERSONAL Y FAMILIAR, Y LA EDIFICACIÓN MUTUA, CON UNA ACTA DE LA ASAMBLEA GENERAL DE 1647, PARA LA OBSERVANCIA DE LA MISMA

La Asamblea General, tras madura deliberación, aprueba las siguientes Reglas e Instrucciones para perfeccionar la piedad, y prevenir la división y cisma; e insta a los ministros y los ancianos gobernantes de cada congregación a que duden especialmente de que estas Directivas sean observadas y seguidas; asimismo, a que los presbiterios y los sínodos provinciales se informen y juzguen si, dentro de sus límites, las citadas Instrucciones son debidamente observadas; y reprueben o censuren (según el grado de la ofensa), a los que sean hallados reprobables o censurables por ellas. Y, con el fin de que estas instrucciones no sean hechas ineficaces e infructuosas entre algunos, por el usual descuido de la misma esencia del deber del culto familiar, la Asamblea aún requiere de los ministros y ancianos gobernantes, y les insta a que hagan una diligente investigación en las congregaciones que tengan a su cargo, por si existe entre ellos alguna familia o familias que tengan por costumbre desatender este necesario deber; y si es hallada alguna familia, el cabeza de familia será, en privado, primeramente amonestado para corregir su falta; y, en caso de continuar en ella, ha de ser grave y tristemente reprobado por la sesión (de ancianos y ministros); después de la tal reprobación, si todavía es hallado descuidando el culto familiar, que sea, por su obstinación en tal ofensa, suspendido y privado de la Cena del Señor, por haber sido estimado indigno para tener comunión de ella, hasta que se corrija.

INSTRUCCIONES DE LA ASAMBLEA GENERAL, CON RESPECTO AL CULTO PRIVADO Y PERSONAL Y LA MUTUA EDIFICACIÓN, PARA PERFECCIONAR LA SANTIDAD, MANTENER LA UNIDAD Y EVITAR LA DIVISIÓN Y CISMA

Además del culto público en las congregaciones, misericordiosamente establecidas en esta tierra en gran pureza, es conveniente y necesario que se exija y establezca el culto secreto de cada persona individualmente, y el culto privado de las familias; para que, mediante una reforma nacional, la profesión y eficacia de esta piedad, tanto individual como familiar, se extienda.

I. Y primero, para el culto personal, lo más necesario es que cada uno se aparte, y por sí solo se entregue a la oración y meditación, cuyos inefables beneficios lo conocen mejor aquellos que más se ejercitan en ello; siendo éste el medio por el cual, en una manera especial, se nutre la comunión con Dios, y por el que se obtiene la preparación adecuada para otros deberes; por consiguiente, conviene no sólo a pastores, en su diferentes cargos, insistir a personas de toda clase a que cumplan con este deber mañana y noche, y en otras ocasiones, sino también incumbe a la cabeza de cada familia cuidar que, tanto ellos mismos como cada uno bajo su cuidado, sean a diario diligentes en ello.

II. Los deberes ordinarios comprendidos bajo el ejercicio de la piedad los cuales deben estar presentes en las familias, cuando se reúnen con este fin, son estos: Primero, la oración y alabanzas hechas con especial referencia, tanto a la condición pública de la iglesia de Dios y de este reino, como a la situación presente de la familia, y de cada miembro de ella. Después, la lecturas de las Escrituras, con un sencillo catecismo, para que el entendimiento de los más simples sea más capacitado para entender las Escrituras cuando sean leídas; junto con conversaciones piadosas que tiendan a la edificación de todos los miembros en la santísima fe: así como exhortaciones y censuras, bajo razones justas, por parte de aquellos que tengan la autoridad en la familia.

III. Así como el cargo y oficio de interpretar las Sagradas Escrituras es parte de llamamiento ministerial, el cual nadie, por más que esté cualificado, debe tomar para sí en ningún lugar, sino aquel que ha sido debidamente llamado por Dios y su iglesia, así también en cada familia donde hay alguien que pueda leer, las Sagradas Escrituras deben ser leídas regularmente a la familia; y es recomendable que, después de esto, ellos conversen, y por medio de la conversación hagan un buen uso de lo que ha sido leído y oído. Así, por ejemplo, si se condena algún pecado en la palabra leída, se puede hacer uso de la misma para que la familia sea cuidadosa y vigilante en contra del mismo; o si algún juicio es impuesto o amenazado en esta porción leída, se puede hacer uso de la palabra para que toda la familia tema, no sea que un juicio igual o peor caiga sobre ellos; a menos que se guarden del pecado que lo causó. Y finalmente, si se requiere algún deber, o se ofrece algún consuelo en una promesa, se puede hacer uso para estimularlos a que acudan a Cristo para obtener fuerzas para hacer el deber mandado, y aplicarse el consuelo ofrecido. En todo lo cual el jefe de familia ha de tener la responsabilidad principal; y cualquier miembro de la familia puede hacer preguntas o exponer dudas, para que sean resueltas.

IV. El cabeza de la familia debe cuidar de que nadie de la familia se retraiga de alguna parte del culto familiar; y puesto que el desarrollo normal de todas las partes del culto familiar corresponde propiamente al cabeza de la familia, el ministro ha de estimular a los (padres) perezosos, y capacitar a los que son débiles, para que puedan llevar a cabo estos ejercicios; estando siempre libres las personas de rango para invitar a alguien aprobado por el presbiterio para el cumplimiento de los ejercicios familiares. Y en las demás familias, donde el cabeza de familia no sea apto, que otro que resida habitualmente con la familia, aprobado por el ministro y la sesión, sea empleado en este servicio, de lo cual el ministro y la sesión han de ser responsables ante el presbiterio. Y si un ministro, por la Divina Providencia, es traído a una familia, es obligatorio que en ningún momento él convoque a una parte de la familia para el culto, excluyendo al resto, excepto en casos particulares que conciernen especialmente a estas partes, casos que, en cristiana prudencia, (el ministro) no necesita, o no debe, divulgar a los demás.

V. Que a ningún holgazán, que no tiene un llamamiento particular, o una persona errática bajo pretexto de haber sido llamada, se le permita cumplir el culto en las familias, y para las mismas; ya que hay personas que, contaminadas con errores, o que procuran hacer divisiones, están preparadas (de esta manera) para meterse en las casas, y llevar cautivas a almas necias e inestables.

VI. En el culto familiar, se ha de tener especial cuidado de que cada familia se mantenga en sus propios límites; sin andar demandando, invitando, ni admitiendo a personas de otras familias, a no ser que se alojen con ellas, o coman juntas, o que estén con ellos por alguna razón legítima.

VII. Cualesquiera que hayan sido los efectos y frutos de las reuniones entre personas de diferentes familias en los tiempos de corrupción o tribulación (en los que son admisibles muchas cosas que, en otras circunstancias, no lo serían), sin embargo, cuando Dios nos ha bendecido con paz y pureza del evangelio, tales encuentros de personas de distintas familias (excepto en los casos mencionados en estas Instrucciones) tienen que ser desautorizados, porque tienden a obstaculizar el ejercicio religioso de cada familia por sí misma, al perjuicio del ministerio público, al desgarro de las congregaciones y, con el paso del tiempo, de toda la iglesia. Además, muchas ofensas pueden venir por ello, para el endurecimiento de los corazones de los hombres carnales y el dolor de los piadosos.

VIII. En el día del Señor, después de que cada miembro de la familia a solas, y toda la familia junta, haya buscado al Señor (un cuyas manos está la preparación del corazón de los hombres) a fin de que Él los haga aptos para el culto público, y para que Él los bendiga con las ordenanzas públicas, el jefe de la familia debe cuidar de que todos los que estén a su cargo vayan al culto, a fin de que él y ellos puedan unirse con el resto de la congregación. Y cuando el culto público haya acabado, después de hacer oración, él ha de hacer preguntas acerca de lo que han oído; y, después de ello, emplear el resto del tiempo que dispongan catequizando, y con conversaciones espirituales sobre la Palabra de Dios; o también (recogiéndose aparte) ellos deberían aplicarse en la lectura, meditación, y oración privada, con el fin de confirmar y aumentar su comunión con Dios; para que así el provecho que ellos encuentren en las ordenanzas públicas sea alimentado y avivado, y que sean más edificados para vida eterna.

IX. Todos aquellos que puedan hacer oración deben hacer uso de este don de Dios; sin embargo, aquellos que son más simples y débiles, pueden comenzar con una forma prescrita de oración, pero de manera tal que no se vuelvan perezosos para avivar en ellos mismos (de acuerdo con sus necesidades diarias) un espíritu de oración, que es dado, en alguna medida, a todos los hijos de Dios. Para este fin, ellos deben ser más fervientes en oración privada a Dios, y frecuentarla más, para que Él capacite sus corazones para concebir, y sus lenguas para expresar, los deseos convenientes a Dios a favor de sus familias. Y entre tanto, para su mayor ánimo, que estos temas de oración sean meditados, y utilizados, de la siguiente manera.
“Que confiesen a Dios cuán indignos son para venir a su presencia, y cuán incapaces para adorar su Majestad; y por consiguiente, que rueguen fervientemente a Dios el espíritu de oración.”
“Han de confesar sus pecados, y los pecados de la familia; acusándose, juzgándose y condenándose a sí mismos por tales pecados, hasta que lleven a sus almas a cierta medida de verdadera humillación.”
“Han de derramar sus almas a Dios, en el nombre de Cristo, mediante el Espíritu, para el perdón de pecados; por la gracia para arrepentirse, creer, y vivir sobria, justa y piadosamente; y que puedan servir a Dios con gozo y deleite, caminando delante de Él.”
“Han de dar gracias a Dios por sus muchas misericordias para con su pueblo, y para con ellos mismos, y especialmente por su amor en Cristo, y por la luz del evangelio.”
“Han de orar por tales beneficios particulares, espirituales y temporales, conforme a la necesidad que tengan en tal ocasión (ya sea en la mañana o a la noche) como de salud o de enfermedad, prosperidad o adversidad.”
“Han de orar por la iglesia de Cristo en general, por todas las iglesias reformadas, y por esta iglesia en particular, y por todos los que sufren por el nombre de Cristo; por todos nuestros superiores, por su Majestad el rey, la reina y sus hijos; por los magistrados, ministros, y todo el cuerpo de la congregación de la cual son miembros, así como por sus vecinos ausentes en sus negocios lícitos, así como por todos los que están en casa.”
“La oración puede terminar con un ferviente deseo de que Dios sea glorificado en la venida de su Hijo, en el cumplimiento de su voluntad, y con la seguridad de que ellos mismos son aceptos, y que lo que han pedido conforme a su voluntad será concedido.”

X. Estos ejercicios deben ser cumplidos con gran sinceridad, sin demora alguna, dejando de lado todas las actividades o estorbos del mundo, a pesar de las burlas de los hombres ateos y profanos; considerando las grandes misericordias de Dios para con esta tierra, y los severos correctivos que ha ejercido sobre nosotros últimamente. Y, con este fin, las personas de eminencia (y todos los ancianos de la iglesia) no sólo deberían animarse a ellos y sus familias con diligencia en esto mismo, sino también contribuir de manera eficaz, para que en todas las demás familias, sobre las que tienen autoridad y están a su cargo, los citados ejercicios se cumplan de manera cabal.

XI. Viendo que la Palabra de Dios requiere que nos consideremos unos a otros, para incitarnos al amor y las buenas obras; por consiguiente, en todas las épocas, y especialmente en ésta, en la que la profanidad abunda, y los burladores, andando tras sus propias concupiscencias, les parece extraño que los demás no corran con ellos hacia el mismo exceso de libertinaje; cada miembro de esta iglesia debe incitarse a sí mismo, y a los demás, para los deberes de edificación mutua, por instrucción, exhortación, censura; exhortándose unos a otros a manifestar la gracia de Dios negando la impiedad y deseos mundanos, y viviendo de manera piadosa, sobria y justa en el mundo presente; consolando a los de débiles, y orando unos por otros. Estos deberes han de ser cumplidos bajo ocasiones especiales ofrecidas por la Divina Providencia; como, a saber, cuando en alguna calamidad, cruz o gran dificultad, se busca consejo o consuelo, o cuando se llama la atención a un ofensor por exhortación privada, y si no da resultado, añadiendo uno o dos en la exhortación, conforme a la regla de Cristo, que en la boca de dos o tres testigos conste toda palabra.

XII. Y, porque no le es dado a cada uno hablar las palabras oportunas a una conciencia fatigada o angustiada, es conveniente que una persona (en tal caso) que no encuentre alivio, tras el uso de todos los medios ordinarios, privados y públicos, se dirija a su propio pastor, o a algún cristiano con experiencia. Pero si la persona inquieta en su conciencia es de tal condición, o sexo, que la discreción, modestia, o temor de escándalo, requiera la presencia durante su encuentro de un amigo piadoso, serio e íntimo, es conveniente que este amigo esté presente.

XIII. Cuando personas de diversas familias sean reunidas por la Divina Providencia, estando fuera de casa debido a sus empleos particulares, o cualquier otra ocasión necesaria; puesto que han de tener al Señor su Dios con ellos dondequiera que vayan, deben andar con Dios, y no descuidar los deberes de oración y acción de gracias, sino cuidar de que los mismos son cumplidos por los que la compañía considere más adecuados. Y que ellos igualmente cuiden de que ninguna conversación corrompida salga de sus bocas, sino aquello que es bueno, para edificar, para que ministre gracia a los oyentes. El sentido y alcance de estas Instrucciones no es sino éste. Por una parte, que la eficacia de la piedad, entre todos los ministros y miembros de esta iglesia, conforme a sus distintos lugares y vocaciones, pueda ser perfeccionado y avanzado, y toda impiedad y burla de los ejercicios religiosos suprimidos; y, por otra parte, que, bajo el mismo nombre y pretexto de ejercicios religiosos, no se permita ninguna reunión o actividad religiosa que tienda a engendrar errores, escándalos, cismas, descrédito, o menosprecio de las ordenanzas públicas y los ministros, o el descuido de los trabajos particulares, o males semejantes, que son las obras, no del Espíritu, sino las contrarias a la verdad y la paz.

Soli Deo Gloria




jueves, 23 de junio de 2016

Adoración Familiar

El “cuartito de oración” era una habitación pequeña entre las otras dos, que solo tenía cabida para una cama, una mesita y una silla, con una ventana diminuta que arrojaba luz sobre la escena. Era el Santuario de aquel hogar de campo. Allí, a diario, y con frecuencia varias veces al día, por lo general después de cada comida, veíamos a mi padre retirarse y encerrarse; nosotros, los niños, llegamos a comprender a través de un instinto espiritual (porque aquello era demasiado sagrado para hablar de ello) que las oraciones se derramaban allí por nosotros, como lo hacía en la antigüedad el Sumo Sacerdote detrás del velo en el Lugar Santísimo. De vez en cuando oíamos los ecos patéticos de una voz temblorosa que suplicaba, como si fuera por su propia vida, y aprendimos a deslizarnos y a pasar por delante de aquella puerta de puntillas para no interrumpir el santo coloquio1.

El mundo exterior podía ignorarlo, pero nosotros sabíamos, de dónde venía esa alegre luz de la sonrisa que siempre aparecía en el rostro de mi padre: era el reflejo de la Divina Presencia, en cuya concienciación vivía. Jamás, en templo o catedral, sobre una montaña o en una cañada, podría esperar yo sentir al Señor Dios más cerca, caminando y hablando con los hombres de forma más visible, que bajo el techo de paja, zarzo2y roble de aquella humilde casa de campo. Aunque todo lo demás en la religión se barriera de mi memoria por alguna catástrofe impensable, o quedara borrado de mi entendimiento, mi alma volvería a esas escenas tempranas y se encerraría una vez más en aquel cuartito Santuario y, oyendo aún los ecos de aquellos clamores a Dios, rechazaría toda duda con el victorioso llamado: “Él caminó con Dios, ¿por qué no lo haría yo?”…

Al margen de su elección independiente de una iglesia para sí mismo, había otra marca y fruto de su temprana decisión religiosa que, a lo largo de todos estos años, parece aún más hermosa. Hasta ese momento, la adoración familiar se había celebrado en el Día de Reposo, en la casa de su padre; pero el joven cristiano conversó con su simpatizante madre y consiguió persuadir a la familia que debía haber una oración por la mañana y otra por la noche, cada día, así como una lectura de la Biblia y cánticos sagrados. Y esto, de buena gana, ya que él mismo accedió a tomar parte con regularidad en ello y aliviar así al viejo guerrero de las que podrían haber llegado a ser unas tareas espirituales demasiado arduas para él. Y así comenzó, a sus diecisiete años, esa bendita costumbre de la Oración Familiar, mañana y tarde, que mi padre practicó probablemente sin una sola omisión hasta que se vio en su lecho de muerte, a los setenta y siete años de edad; cuando, hasta el último día de su vida, se leía una porción de las Escrituras y se oía cómo su voz se unía bajito en el Salmo, y sus labios pronunciaban en el soplo de su aliento la oración de la mañana y la tarde, cayendo en dulce bendición sobre la cabeza de todos sus hijos, muchos de ellos en la distancia por toda la tierra, pero todos ellos reunidos allí ante el Trono de la Gracia. Ninguno de ellos puede recordar que uno solo de aquellos días pasara sin haber sido santificado de ese modo; no había prisa para ir al mercado, ni precipitación para correr a los negocios, ni llegada de amigos o invitados, ni problema o tristeza, ni gozo o entusiasmo que impidiera que, al menos, nos arrodilláramos en torno al altar familiar, mientras que el Sumo Sacerdote dirigiera nuestras oraciones a Dios y se ofreciera allí él mismo y sus hijos. ¡Bendita fue para otros como también para nosotros mismos la luz de semejante ejemplo! He oído decir que muchos años después, la peor mujer del pueblo de Torthorwald, que entonces llevaba una vida inmoral, fue cambiada por la gracia de Dios y se dice que declaró que lo único que había impedido que cayera en la desesperación y en el Infierno del suicidio fue que en las oscuras noches de invierno ella se acercaba con cautela, se colocaba debajo de la ventana de mi padre y lo escuchaba suplicar en la adoración familiar que Dios convirtiera “al pecador del error de los días impíos y lo puliera como una joya para la corona del Redentor”. “Yo sentía —contaba ella— que era una carga en el corazón de aquel buen hombre y sabía que Dios no lo decepcionaría. Ese pensamiento me mantuvo fuera del Infierno, y, al final, me condujo al único Salvador”.

Mi padre tenía el gran deseo de ser un ministro del evangelio; pero cuando finalmente vio que la voluntad de Dios le había asignado otro lote, se reconcilió consigo mismo haciendo con su propia alma este solemne voto: que si Dios le daba hijos, los consagraría sin reservas al ministerio de Cristo, si al Señor le parecía oportuno aceptar el ofrecimiento, y despejarles el camino. Podría bastar aquí con decir que vivió para ver cómo tres de nosotros entrábamos en el Santo Oficio y no sin bendiciones: yo, que soy el mayor, mi hermano Walter, varios años menor que yo y mi hermano James, el más joven de los once, el Benjamín de la manada…

Cada uno de nosotros, desde nuestra más temprana edad, no considerábamos un castigo ir con nuestro padre a la iglesia; por el contrario, era un gran gozo. Los seis kilómetros y medio (4 millas) eran un placer para nuestros jóvenes espíritus, la compañía por el camino era una nueva incitación y, de vez en cuando, algunas de las maravillas de la vida de la ciudad recompensaban nuestros ávidos ojos. Otros cuantos hombres y mujeres piadosos del mejor tipo evangélico iban desde la misma parroquia a uno u otro de los clérigos favoritos en Dumfries; durante todos aquellos años, el servicio de la iglesia parroquial era bastante desastroso. Y, cuando aquellos campesinos temerosos de Dios se “juntaban” en el camino a la Casa de Dios, o al regresar de ella, nosotros los más jóvenes captábamos inusuales vislumbres de lo que puede y debería ser la conversación cristiana. Iban a la iglesia llenos de hermosas ansias de espíritu: sus almas estaban en la expectativa de Dios. Volvían de la iglesia preparados e incluso ansiosos por intercambiar ideas sobre lo que habían oído y recibido sobre las cosas de la vida. Tengo que dar mi testimonio en cuanto a que la religión se nos presentaba con gran cantidad de frescura intelectual y que, lejos de repelernos, encendía nuestro interés espiritual. Las charlas que escuchábamos eran, sin embargo, genuinas; no era el tipo de conversación religiosa fingida, sino el sincero resultado de sus propias personalidades. Esto, quizás, marca toda la diferencia entre un discurso que atrae y uno que repele.

Teníamos, asimismo, lecturas especiales de la Biblia cada noche del Día del Señor: madre e hijos junto con los visitantes leían por turnos, con nuevas e interesantes preguntas, respuestas y exposición, todo ello con el objeto de grabar en nosotros la infinita gracia de un Dios de amor y misericordia en el gran don de Su amado Hijo Jesús, nuestro Salvador. El Catecismo menor se repasaba con regularidad, cada uno de nosotros contestábamos a la pregunta formulada, hasta que la totalidad quedaba explicada y su fundamento en las Escrituras demostrado por los textos de apoyo aducidos. Ha sido sorprendente para mí, encontrarme de vez en cuando con hombres que culpaban a esta “catequización” de haberles producido aversión por la religión; todos los que forman parte de nuestro círculo piensan y sienten exactamente lo contrario. Ha establecido los fundamentos sólidos como rocas de nuestra vida religiosa. Los años posteriores le han dado a estas preguntas y a sus respuestas un significado más profundo o las han modificado, pero ninguno de nosotros ha soñado desear siquiera que hubiéramos sido entrenados de otro modo. Por supuesto, si los padres no son devotos, sinceros y afectivos, —si todo el asunto por ambos lados no es más que trabajo a destajo, o, peor aún, hipócrita y falso—, ¡los resultados deben ser de verdad muy distintos!

¡Oh, cómo recuerdo aquellas felices tardes del día de reposo; no cerrábamos las persianas ni las contraventanas para que no entrara ni el sol, como afirman algunos escandalosamente! Era un día santo, feliz, totalmente humano que pasaban un padre, una madre y sus hijos. ¡Cómo paseaba mi padre de un lado a otro del suelo de losas3, hablando de la sustancia de los sermones del día a nuestra querida madre quien, a causa de la gran distancia y de sus muchos impedimentos, iba rara vez a la iglesia, pero aceptaba con alegría cualquier oportunidad, cuando surgía la posibilidad, o la promesa, de que algunos amigos la llevaran en su carruaje4! ¡Cómo nos convencía él para que le ayudáramos a recordar una idea u otra, recompensándonos cuando se nos ocurría tomar notas y leyéndolas cuando regresábamos! ¡Cómo se las apañaba para convertir la conversación de una forma tan natural hasta alguna historia bíblica, al recuerdo de algún mártir o cierta alusión feliz al “Progreso del peregrino”! Luego, sucedía algo parecido a una competición. Cada uno de nosotros leía en voz alta, mientras el resto escuchaba y mi padre añadía aquí y allí algún pensamiento alegre, una ilustración o una anécdota. Otros deben escribir y decir lo que quieran como quieran; pero yo también. Éramos once, criados en un hogar como este; y nunca se oyó decir a ninguno de los once, chico o chica, hombre o mujer, ni se nos oirá, que el día de reposo era aburrido o pesado para nosotros, o sugerir que hubiéramos oído hablar o visto una forma mejor de hacer brillar el Día del Señor y que fuera igual de bendito para los padres como para los hijos. ¡Pero que Dios ayude a los hogares donde estas cosas se hacen a la fuerza y no por amor!

John G. Paton (1824—1907): Misionero presbiteriano escocés en las Nuevas Hébridas; empezó su obra en la isla de Tanna, que estaba habitada por caníbales salvajes; posteriormente evangelizó Aniwa; nació en Braehead, Kirkmaho, Dumfriesshire, Escocia.

Notas:
1 Coloquio: conversación, sobre todo una de carácter formal.
2 Zarzo: construcción de vigas entrelazadas con ramas y cañas usadas para hacer muros, vallas y tejados.
3 Suelo de losas: suelo de piedra.
4 Carruaje: medio de transporte ligero con un juego de ruedas y tirado por un caballo.
Tomado de Missionary Patriarch: La historia verídica de John G. Paton, evangelista para Jesucristo entre los caníbales de los Mares del Sur, reeditado por Vision Forum.
De John G. Paton, Missionary to the New Hebrides: an Autobiography, de John G. Paton y James Paton.

Referencias - Publicado originalmente en http:http://www.ibrnj.org/


Soli Deo Gloria