miércoles, 21 de junio de 2017

,

¿Se debe predicar el evangelio a todo el mundo?

La siguiente pregunta que se debe considerar es: ¿Por qué predicar el evangelio a toda criatura? Si Dios Padre solo ha predestinado a un número limitado para que sean salvos, si Dios Hijo solo murió para llevar a cabo la salvación de los que el Padre le dio, y si Dios Espíritu no está buscando dar vida a nadie salvo a los elegidos de Dios, entonces, ¿cuál es el propósito de dar el evangelio al mundo en general y dónde está la conveniencia de decir a los pecadores: «Para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna»?

En primer lugar es muy importante tener claro la naturaleza del evangelio mismo. El evangelio es la buena noticia de Dios acerca de Cristo y no acerca de los pecadores: «Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, apartado para el evangelio de Dios… acerca de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo” (Ro 1:1, 3). Dios quiso que se proclamara a lo largo y ancho el hecho increíble de que su propio Hijo bendito «se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz». Se tiene que transmitir un testimonio universal del valor inigualable de la persona y obra de Cristo. Fíjate en la palabra ‘testimonio’ en Mateo 24:14. El evangelio es el ‘testimonio’ de Dios de las perfecciones de su hijo. Fíjate en las palabras del apóstol: «Porque para Dios somos grato olor de Cristo en los que se salvan, y en los que se pierden» (2 Co 2:15).

Una gran confusión prevalece hoy acerca del carácter y el contenido del evangelio. El evangelio no es una ‘oferta’ para que la circulen los vendedores ambulantes del evangelio. El evangelio no es una mera invitación, sino una proclamación acerca de Cristo; es verdadera, ya sea que los hombres la crean o no. A ningún hombre se le pide que crea que Cristo murió por él en particular. El evangelio, en resumen, es esto: Cristo murió por pecadores, tú eres un pecador, cree en Cristo y serás salvo. En el evangelio, Dios simplemente anunció los términos mediante los cuales los hombres pueden ser salvos (a saber, arrepentimiento y fe) y, de un modo indiscriminado, a todos se les ordena cumplirlos.

En segundo lugar, el arrepentimiento y la remisión de pecados deben ser predicados en el nombre del Señor Jesús «a todas las naciones» (Lc 24:47), porque los elegidos de Dios están ‘dispersos’ (Jn 11:52) entre todas las naciones, y es cuando el evangelio es predicado y escuchado que son llamados a salir del mundo. El evangelio es el medio que Dios usa para salvar a sus propios elegidos. Por naturaleza los elegidos de Dios son hijos de ira «así como los demás»; son pecadores perdidos que necesitan un Salvador, y separados de Cristo no hay solución para ellos. Por tanto, deben creer el evangelio antes de poder gozarse en el conocimiento de que sus pecados han sido perdonados. El evangelio es el aventador de Dios; separa la cizaña del trigo y junta a estos últimos en su granero.

En tercer lugar, se debe notar que Dios tiene otros propósitos con la predicación del evangelio aparte de la salvación de sus propios elegidos. El mundo existe para el bien de los elegidos; sin embargo otros se benefician de él. Así que la palabra se predica por el bien de los elegidos, sin embargo otros tienen el beneficio de un llamado externo. El sol brilla aunque los ciegos no lo vean. La lluvia cae en las montañas rocosas, en los desiertos, lo mismo que en los fructíferos valles; así también Dios permite que el evangelio caiga en los oídos de los no elegidos. El poder del evangelio es uno de los agentes que Dios usa para mantener a raya la maldad del mundo. Muchos de los que el evangelio nunca salva son reformados, sus lujurias son refrenadas y se evita que se tornen peores. Además, la predicación del evangelio a los no elegidos se convierte en una prueba admirable del carácter de ellos. Exhibe la prolongada continuidad de su pecado; demuestra que sus corazones están en enemistad contra Dios; justifica la declaración de Cristo de que «los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas» (Jn 3:19).

Por último, para nosotros es suficiente saber que se nos ordena predicar el evangelio a toda criatura. No nos toca a nosotros razonar en cuanto a la concordancia entre esto y el hecho de que «son pocos los escogidos». A nosotros nos toca obedecer. Hacer preguntas acerca de los caminos de Dios que ninguna mente finita puede sondear completamente es un asunto sencillo. Nosotros también podemos volvernos y recordar al objetor lo que nuestro Señor declaró: «De cierto os digo que todos los pecados serán perdonados a los hijos de los hombres, y las blasfemias cualesquiera que sean; pero cualquiera que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tiene jamás perdón» (Mr 3:28, 29) y no puede haber ninguna duda en cuanto a que ciertos judíos fueron culpables de este mismo pecado (ver Mt 12:24, etc.), por lo cual su destrucción era inevitable. Sin embargo, a pesar de eso, apenas dos meses después, ordenó a sus discípulos predicar el evangelio a toda criatura. Cuando el objetor nos pueda mostrar la concordancia entre estas dos cosas: el hecho de que ciertos judíos habían cometido el pecado para el cual no hay perdón y el hecho de que a ellos se les tenía que predicar el evangelio, nos comprometemos a proporcionar una solución más satisfactoria que la que ofrecimos antes para que exista una armonía entre una proclamación universal del evangelio y una limitación de su poder salvador solo a aquellos que Dios ha predestinado a ser conformados a la imagen de su Hijo.

Afirmamos una vez más que no nos toca a nosotros razonar en cuanto al evangelio; nuestro deber es predicarlo. Cuando Dios ordenó a Abraham ofrecer a su hijo en una ofrenda quemada, pudo haber objetado que su orden no era consistente con su promesa: «En Isaac te será llamada descendencia». Pero en lugar de discutir, obedeció, y dejó que Dios armonizara su promesa con su precepto. Jeremías pudo haber argumentado que Dios le había pedido que hiciera algo totalmente irracional cuando le dijo: «Tú, pues, les dirás todas estas palabras, pero no te oirán; los llamarás, y no te responderán» (Jer 7:27), pero en lugar de eso el profeta obedeció. Ezequiel también se pudo haber quejado de que el Señor le estuviera pidiendo algo difícil cuando le dijo: «Hijo de hombre, come lo que hallas; como este rollo, y ve y habla a la casa de Israel. Y abrí mi boca, y me hizo comer aquel rollo. Y me dijo: Hijo de hombre, alimenta tu vientre, y llena tus entrañas de este rollo que yo te doy. Y lo comí, y fue en mi boca dulce como miel. Luego me dijo: Hijo de hombre, ve y entra a la casa de Israel, y habla a ellos con mis palabras. Porque no eres enviado a pueblo de habla profunda ni de lengua difícil, sino a la casa de Israel. No a muchos pueblos de habla profunda ni de lengua difícil, cuyas palabras no entiendas; y si a ellos te enviara, ellos te oirán. Mas la casa de Israel no te querrá oír porque no me quiere oír a mí; porque toda la casa de Israel es dura de frente y obstinada de corazón» (Ez 3:4–7).

«Pero, oh mi alma, si la verdad tan brillante
Deslumbrara y confundiera tu vista,
Con todo, de todas formas obedece su Palabra escrita,
Y espera el gran día
de la decisión.» —Watts

Bien se ha dicho: «El evangelio no ha perdido ninguno de sus poderes antiguos. Es hoy exactamente lo mismo como cuando fue predicado por primera vez, ‘el poder de Dios para salvación’. No necesita ninguna lástima, ninguna ayuda, ninguna criada. Puede vencer todos los obstáculos y romper todas las barreras. No se tiene que probar ningún recurso humano para preparar al pecador para que lo reciba, porque si Dios lo ha enviado, ningún poder lo puede estorbar; y si Él no lo ha enviado, ningún poder puede hacer que sea eficaz».—(Dr. Bullinger)

Pink, A. W.  La soberanía de Dios: Respuestas a objeciones comunes.
Soli Deo Gloria