En la actualidad, gracias al Señor,
estamos asistiendo a una renovación en el mundo evangélico que se manifiesta en
un gran interés por las doctrinas de la Reforma, en particular las referentes a
la salvación. Sin embargo, no se puede decir que haya una visión igualmente
clara de lo que, teológica e históricamente hablando, significa ser reformado y
ser una iglesia reformada. A riesgo de que otros muchos avancen las suyas
propias, ofrecemos aquí lo que consideramos las marcas más sobresalientes de lo
que verdaderamente es ser una iglesia reformada.
1) Las iglesias reformadas se reclaman
de la Reforma protestante del siglo XVI.
Esto le podrá parecer a muchos una
puerilidad, pero tiene su importancia. Las iglesias reformadas tienen, o bien
una continuidad orgánica e histórica que la remontan ininterrumpidamente hasta
los días de la Reforma, o bien son iglesias que, por haber asumido lo que ella
fue y significa aun hoy, han sido “injertadas” y están unidas espiritualmente a
al cuerpo reformado que, aunque originariamente ajeno, ha llegado así a ser el
propio.
Dicho de otra manera, las iglesias
reformadas no son “modernas”, como actualmente se entiende esta palabra, ni
a-históricas. Ellas no se mantienen en el presente como flotando en el aire,
sin conexión con el pasado. Ellas contemplan la Reforma de la misma manera que
esta hacía con el periodo patrístico, la cual retuvo asimismo del periodo
medieval lo que consideraba bíblico y bueno. Del mismo modo, las iglesias
reformadas hoy asumen todo lo bíblico y bueno de la larga tradición de dos mil
años de la iglesia cristiana. La iglesia reformada está animada por un
verdadero espíritu de catolicidad, en el sentido más genuino del término, y no
conoce ni “paréntesis” ni “grandes apostasías” por la que la Iglesia de Cristo
se volviera como oculta por un periodo indeterminado de siglos.
2) Las iglesias reformadas están
sometidas a la autoridad soberana de las Escrituras (Sola Scriptura).
Ellas creen y confiesan lo que la
Biblia dice de sí misma, a saber, que es la Palabra inspirada por el Espíritu
Santo (2 Tim. 3:16; 2 Pe. 1:21) y que, por lo tanto, tiene a
Dios por Autor. De esta manera, la autoridad de las Escrituras está por encima
de la iglesia y de los creyentes. Ella está por encima de los ministerios de la
iglesia, por lo tanto, del “Magisterio”. Ella también está por encima de toda
opinión y enseñanza habida en la iglesia en el pasado (tradición) o en la
actualidad. No son las declaraciones oficiales de la iglesia lo que dan validez
y autoridad a lo enseñado por la Escritura. Lo contrario es la verdad: la
Escritura es la que confirma, o invalida, lo que los creyentes y las iglesias
han afirmado acerca de la doctrina cristiana, incluso en sus reuniones
oficiales (sínodos o concilios).
Casi todos los evangélicos actualmente
adherirán, al menos formalmente, con estas palabras. Pero la autoridad soberana
de las Escrituras, a la que los reformados estamos adheridos, también está por
encima del consenso actual de entre los cristianos, puesto que la verdad de la Palabra
no es lo que todos, o más bien la gran mayoría de los cristianos actualmente
crean y practiquen en la actualidad, sino lo que realmente enseña la Escritura.
Se puede así dar el caso de que hoy día estemos casi universalmente en el error
en determinadas cuestiones, y no por ello se afectaría para nada a la verdad de
la Escritura. “Sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso” (Rom. 3:4).
Asimismo, la autoridad soberana de las Escritura está en contra de la división
de la iglesia en toda opinión y doctrina particular (principio de las
denominaciones) como si todas fueran igualmente válidas.
3) Las iglesias reformadas mantienen la
importancia de la Confesión de Fe.
Las iglesias del tiempo de la Reforma
casi inmediatamente se dotaron de confesiones que expresaran con claridad y
precisión su fe. De ahí precisamente que nos llamemos protestantes. Las
confesiones de fe no se consideraban como “rivales” a la autoridad de la
Escritura, sino que se formulaban precisamente a causa de la autoridad de la
misma: la autoridad y la verdad de la Escritura reclama que su enseñanza sea
expresada sin ambigüedades y de manera valiente. Que el creyente confiese su fe
es una idea perfectamente bíblica (2 Cor. 4:13).
En las iglesias de la Reforma, las
confesiones de fe siguen manteniendo un valor normativo. Este no está
considerado como igual al de las Escrituras, sino es derivado y subordinado de
ellas. Pero la autoridad de las Escrituras realmente no admite una situación de
facto, revestida con el tiempo de jure, a saber, el pluralismo doctrinal entre
sus ministros y miembros. La iglesia, a lo largo de la Historia, ha confesado
de manera clara su fe. Cierto que estas confesiones pueden estar equivocadas,
pero mientras esto no se demuestre y no se declare de manera igualmente oficial,
las confesiones de fe mantienen un valor y una autoridad, aunque subordinada y
dependiente de las Escrituras. El mal del liberalismo protestante procede,
principalmente, es la pérdida de este principio confesional original de la
Reforma.
4) Las iglesias reformadas están
firmemente adheridas a la soberanía de Dios.
En todos los aspectos de la realidad,
ya sea en cuanto a la providencia o en cuanto a la salvación, Dios es realmente
soberano por encima de todas sus criaturas. Dios es conocido, creído y adorado
por los creyentes reformados como un Dios absolutamente soberano, puesto que Él
se nos revela así en las Escrituras. La relación de Dios con el universo creado
se establece a partir del plan eterno o Decreto de Dios, por el cual Él decidió
inmutablemente todo lo que acontece en la realidad. El mundo no tiene un
funcionamiento independiente ni autónomo a la voluntad de Dios. Dios ha creado,
mantiene y dirige todas las cosas para Su gloria, y la salvación y la
condenación de los pecadores serán en función del propósito eterno de Dios.
La fe en la soberanía de Dios, y de
manera especial en el terreno de la salvación, es lo que ha conducido a la
iglesia y a los creyentes reformados a creer y confesar a lo largo de los
siglos las doctrinas de la gracia de Dios. Estos fueron resumidos de manera
sintética en el Sínodo de Dordt, y es lo que actualmente se conoce como los
“cinco puntos del calvinismo” (expresión que, personalmente, me desagrada
profundamente, puesto que estas doctrinas no fueron ni son la “propiedad” de
Calvino, sino que es el legado de la Iglesia Reformada, quien, al menos
originalmente, rechazó ponerse bajo la denominación de personas particulares,
manteniendo siempre su carácter eclesial… pero bueno,
al menos, así son
conocidas actualmente). Una iglesia reformada que contradiga estas doctrinas de
la gracia y de la soberanía de Dios en la salvación es una contradicción en los
términos.
5. Las iglesias reformadas creen y
viven plenamente en el Pacto de Gracia.
Las iglesias y creyentes reformados
creen que la gracia por la que son salvos es recibida gracias al Pacto de
Gracia con Dios y a través del mismo. Este pacto tiene sus raíces en la
eternidad, en el Pacto de salvación entre las personas de la Trinidad, particularmente
entre el Padre y el Hijo, para la salvación de los escogidos de Dios (Pacto de
la Redención). En la Historia, este pacto es el que une a los creyentes y a sus
hijos con Dios y Sus promesas de salvación. Este Pacto de Gracia en la Biblia
es el que Dios estableció con Abraham y del que los creyentes somos los
herederos. Este Pacto fue cumplido plenamente por Cristo. De esta manera,
Antiguo y Nuevo Testamentos están unidos por el mismo y único Pacto.
6. La iglesia reformada tiene una muy
alta estima de la Ley de Dios.
La Reforma del siglo XVI se centró en
la gracia y en la justificación por la fe, pero ella también ofreció
importantes enseñanzas en cuanto a la Ley de Dios. Ella describió claramente su
función de mostrar a los hombres sus pecados, para que vayan a Cristo y confíen
en Él para salvación (Gál. 3:19,22-24). También ella reconoció
que la Ley contenía grandes enseñanzas en sus ceremonias y observancias en
cuanto a la salvación que el Cristo tenía que realizar; si bien, una vez que Él
cumplió la salvación, muriendo el sacrificio por los pecados en la cruz y
resucitando de los muertos, estas ceremonias no tienen que ser más observadas,
puesto que han sido ya cumplidas totalmente por Cristo. También la Reforma
reconoció que las leyes civiles del Antiguo Testamento, aunque no han de ser
observadas formal y literalmente, sí que contienen la equidad que es normativa
para todas las naciones y pueblos de la tierra. La ley moral de Dios, de la que
los Diez Mandamientos es un compendio, es la expresión permanente e invariable
para todos los hombres, de todas las naciones, sean o no creyentes, la
infracción de los cuales es siempre pecado.
La alta estima de la Reforma por la Ley
de Dios es lo que hizo que se realzara el valor normativo de esta para la vida
de los creyentes (compárese el detalladísimo estudio de la Ley de Dios en
el Catecismo Mayor de Westminster). La Reforma produjo que los
creyentes vivieran vidas bíblicas, conforme a las normas de la Palabra de Dios.
Una de las piedras de toque de esto siempre ha sido la observancia seria del
Domingo como Día de reposo y Día del Señor. Realmente, que haya creyentes e
iglesias que se consideren reformados y que vivan vidas sin la ley de Dios
(Antinomianismo), vidas según los estándares presentes en el mundo (secularismo
ateo o papismo), y que, es más, se escandalicen cuando se les presenta la
exigencia de conformar nuestras vidas con las normas de la Palabra, es una
tremenda contradicción y un sin sentido.
7. Las iglesias reformadas valorizan
las vocaciones seculares del creyente.
La Reforma acabó con el monasticismo
como ideal de vida y santidad cristiana. En su lugar, estableció que el
cristiano ha de buscar glorificar a Dios en sus vocaciones seculares. Los
creyentes se aplicaban a los trabajos no como a una maldición, no como a un
fastidio o tedio (tal como normalmente se ha hecho en los países de tradición
papista), sino como a algo ilusionante en lo que uno ha de intentar dar lo
mejor de sí, hasta en los empleos más humildes. El resultado del trabajo no se
dilapidaba en fiestas, en excesos y pompas del mundo, sino que primeramente se
ofrendaban a Dios (diezmos y ofrendas) y luego se empleaban en el mantenimiento
de la familia. Esta, en la Reforma, tiene un lugar central, no en un sentido
extenso, tribal, sino nuclear, siguiendo la norma de Dios original en Génesis
(2:24). En ella se mantienen los roles bíblicos del padre como cabeza
de familia, y la sumisión de los hijos a los padres. El resultado de todo ello
fue un estilo de vida característico y la creación, en los lugares donde llegó
a triunfar la Reforma, de una cultura característicamente protestante, marcada
por el respeto a la ley, la laboriosidad, la austeridad, pero también la
ilusión de vivir y finalmente la prosperidad de unas familias tremendamente
sólidas, familias en el Pacto de la Gracia y que guardan las normas de la
Palabra de Dios. La insistencia de la Reforma en la vocación secular de los
cristianos llevó a cuestionar las reuniones o cultos diarios, característicos
de la tradición papista. Salvo excepciones, el funcionamiento normal en las
iglesias de la Reforma es encontrar sólo un momento para reunirse entre semana
(ya sea para reuniones de oración o de estudio bíblico). Pero la falta de
reuniones diarias no creó en la Reforma un vacío espiritual. En su lugar, la
Reforma concibió que los cultos diarios sean familiares. Al principio, esta
práctica fue consistente, pero con el tiempo se ha llegado a olvidar casi por
completo, con el resultado, por ejemplo, de que los hijos de los creyentes, en
el mejor de los casos, apenas reciban una hora de instrucción bíblica a la
semana (en la iglesia) mientras que son atiborrados de horas de estudio y de
formación en la escuela. No es de extrañar, pues, que el mundo nos haya ido
arrebatando las mentes y corazones de nuestros hijos y que haya ido laminando,
así, nuestras iglesias. Recuperar el enfoque bíblico y reformado para los
asuntos de esta vida, y en particular para nuestras familias, es sin duda una
de las mayores necesidades del día de hoy.
8. La iglesia reformada está
constituida en torno a los ministerios de la iglesia.
Si bien hay tradiciones evangélicas que
dependen fundamentalmente de su rechazo a la idea del ministerio del pastor en
la iglesia (particularmente, hablamos del darbismo), la iglesia verdaderamente
reformada siempre ha reconocido como esencial para la iglesia la existencia de
un ministerio de predicación y enseñanza legítimamente constituido. Es la
consecuencia lógica de su insistencia en la autoridad suprema de la Escritura y
aun del papel concedido a la confesión de fe. El ministerio de predicación y
enseñanza deja de ser visto (como a menudo lo es) como algo secundario (y esto,
en el caso de haberlo), sino que se pone al frente mismo de la vida de la
iglesia. Por su importancia, no ha de ser repartido de manera igualitaria y
democrática entre todos los miembros de la iglesia, mujeres incluido, sino que
la figura del pastor tiene un lugar específico, por el hecho de ser él quien
imparte lo que es la savia y el corazón mismo de la vida espiritual de la
iglesia.
Pero la Reforma no concibió nunca el
ministerio de enseñanza como una primacía en solitario en la cúspide de la
iglesia. Ella puso igualmente en relieve la enseñanza bíblica acerca de los
ministerios de la iglesia, subrayando los que en ella son permanentes por
mandato apostólico: los ancianos gobernantes y los diáconos. Las iglesias
verdaderamente reformadas nunca se han considerado “completas” hasta contar con
el órgano de gobierno en el que los tres ministerios (el de pastor o anciano
docente, el de anciano gobernante y el de diácono) estén presentes y
funcionando conjuntamente en el gobierno de la iglesia (en nuestra terminología
en español, el Consejo de la iglesia). Uno de los mayores empeños de los misioneros,
o de los pastores en iglesias pequeñas, ha de ser la de llegar a establecer el
debido Consejo de iglesia, formando debidamente a los ancianos y diáconos para
que la congregación pueda permanecer por generaciones (tal como es la voluntad
de Dios en el Pacto de Gracia).
9. La iglesia verdaderamente reformada
tiene una adoración regulada por la Palabra de Dios.
En la Reforma, la adoración a Dios es
concebida como uno de los asuntos de mayor importancia en la iglesia. Como
hemos dicho, Dios es conocido y adorado como un Dios soberano; las expresiones
de amor a Dios nunca dan pie para la falta de reverencia o de respeto ante Su
presencia o en las formas en las que se le da culto. La adoración a Dios es el
terreno propio y particular de Dios y Él ha revelado en Su Palabra la manera
cómo quiere ser adorado. El segundo mandamiento del Decálogo prohíbe toda
invención humana que Dios no haya ordenado en Su Palabra. El culto reformado es
sencillo y sobrio, reverente y bíblico, y en él la Palabra de Dios, leída y
predicada, tiene un lugar central e insustituible. De hecho, todo el culto
reformado transcurre como la respuesta de los hombres a la Palabra que Dios les
dirige a cada momento del culto.
Históricamente, el canto de Salmos es
una marca del culto público reformado. Dejando de lado la cuestión de la
salmodia exclusiva, se puede decir que el canto de Salmos siempre ha tenido un
lugar central, un lugar por excelencia en el culto reformado. Por tanto, es
bastante sorprendente que el mundo reformado hoy haya dejado de lado casi
completamente el canto de Salmos, de manera que actualmente se tiene que ir
reintroduciendo como una novedad. Asimismo, es bastante llamativo ver iglesias
reformadas que tienen una forma de dar culto público más bien de tipo
carismático, de manera que uno se pregunte que qué fue del carácter
eminentemente bíblico y reverente del culto reformado. No se trata, como a
veces se dice, que el “fondo” siga siendo reformado aunque las formas sean
“carismáticas”. Lo contrario es cierto, y por lo tanto es cuestión de tiempo
que la iglesia se manifieste plenamente como tal.
10. Por último, la iglesia reformada se
caracteriza por promover la unidad de la iglesia visible.
Las iglesias locales que abrazaron la
Reforma en el s. XVI estuvieron animadas desde el inicio mismo por el ánimo de
buscar y promover la unidad visible de la iglesia. Todo lo que hemos estado
viendo hasta el momento (las nueve marcas anteriores) no fueron las
características de iglesias aisladas, aquí y allá, sino que fueron las marcas
características de todo el movimiento reformado en todo lugar. Las iglesias
estuvieron unidas por estructuras estables de comunión, y no sólo de comunión,
sino de gobierno en común. Algunas iglesias nacionales mantuvieron el sistema
de gobierno episcopal. Pero la mayoría de las iglesias reformadas adoptaron el
sistema presbítero-sinodal, que no era más que la continuación del sistema
conciliar de la iglesia durante el periodo patrístico. Y que, en realidad, es
el sistema bíblico.
Realmente, el congregacionalismo y el
independentismo a ultranza no fueron marcas características de la Reforma, y no
se introdujeron en ella hasta bien entrado el siglo XVII. La Reforma del siglo
XVI miraría extrañada a una iglesia que, celosa de guardar su independencia, no
buscara integrarse en un cuerpo eclesiástico que guarde la misma doctrina,
gobierno y adoración que ella misma.
Hasta aquí, pues, las marcas que
personalmente me parecen más sobresalientes de lo que es ser una iglesia
verdaderamente reformada. Tal vez haya más. Pero con estas marcas tenemos
materia suficiente, si queremos aplicarnos a la gran tarea de trabajar para ver
una nueva Reforma en nuestros días.
Por Jorge Ruiz
P.D.
¡Ecclesia reformata semper reformanda est secundum verbum Dei!
La famosa frase latina ‘Ecclesia
reformata semper reformanda est’ goza de cierta popularidad entre el pueblo
protestante. ¡Y con razón! Alude al gran principio eclesiológico que se dio a conocer
a través de Lutero en Wittenberg, Zuinglio en Zúrich y Calvino en Ginebra. ¿Qué
quiere decir? A grandes rasgos significa que la Iglesia reformada siempre está
en un proceso de reforma, es decir, la Iglesia reformada siempre se está
reformando. No obstante, si vamos a ser estrictos, no fue una frase inventada
por ninguno de los reformadores magistrales sino más bien expresó la idea
principal que motivaba a los primeros evangélicos en su obra de reforma. En
ningún lugar de los escritos de nuestros padres protestantes encontramos
semejante dicho.
¿Qué quieren decir estas tres palabras? Podríamos traducir ‘secundum
verbum Dei’ como ‘de acuerdo con la Palabra de Dios’ o ‘según de la Palabra de Dios’
o ‘en conformidad con la Palabra de Dios’. La noción es que la Iglesia
reformada siempre se está reformando conforme a la Palabra del Dios.
¿Por qué es este dato tan importante? Porque los primeros protestantes no querían reformar la Iglesia
por el mero hecho de hacerlo. Querían que la Iglesia estuviera en sintonía con
las Sagradas Escrituras. Para que una reforma doctrinal o eclesial sea
protestante, necesariamente tiene que ser pro-bíblica. Una reforma anti-bíblica
no es una reformación sino una deformación.
La Iglesia reformada siempre se está reformando. ¡Aleluya!
Soli Deo Gloria