Mostrando entradas con la etiqueta Predestinación. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Predestinación. Mostrar todas las entradas

viernes, 4 de mayo de 2018

,

Algunos pensamientos sobre la Predestinación

Un gran hombre de la última generación comenzó el prefacio de un espléndido pequeño libro que estaba escribiendo sobre este tema, con las palabras: "Feliz sería para la iglesia de Cristo y para el mundo, si los ministros cristianos y los cristianos pudieran estar contentos para ser discípulos-aprendices". Quería decirles que si todos estuviéramos dispuestos a sentarnos simplemente a los pies de los escritores inspirados y hacerles cumplir su palabra, no deberíamos tener dificultades con la predestinación. Las dificultades que sentimos con respecto a la Predestinación no se derivan de la Palabra. La Palabra está llena de esto, porque está llena de Dios, y cuando decimos Dios y significamos Dios-Dios en todo lo que Dios es-hemos dicho Predestinación.

Nuestras dificultades con la predestinación surgen de una, no sin duda no antinatural, falta de voluntad para reconocer que estamos totalmente a disposición de otro. Queremos estar a nuestra disposición. Deseamos "pertenecernos a nosotros mismos", y nos molesta pertenecer, especialmente pertenecer absolutamente, a cualquier otra persona, incluso si ese alguien fuera Dios. Estamos de humor para el cantante del himno que comienza, "Yo era una oveja errante", cuando él se declara a sí mismo, "No me controlarían". No seremos controlados O, mejor dicho, para hablar con más precisión, no admitiremos que estamos bajo control.

Digo que es más exacto decir que no admitiremos que estamos bajo control. Porque estamos controlados, lo admitamos o no. Imaginar que no estamos controlados es imaginar que no hay Dios. Porque cuando decimos Dios, decimos control. Si una sola criatura que Dios ha creado ha escapado de su control, en el momento en que lo ha hecho, ha abolido a Dios. Un Dios que podría o podría hacer una criatura a la que no podía o no controlaría, no es Dios. En el momento en que debería crear una criatura así, por supuesto, abdicaría de su trono. El universo que él había creado habría dejado de ser su universo; o más bien dejaría de existir, ya que el universo se mantiene unido solo por el control de Dios.

Incluso peor hubiera sucedido, de hecho, que la destrucción del universo. Dios habría dejado de ser Dios en un sentido más profundo que el de haber dejado de ser el Señor y Gobernante del mundo. Él habría dejado de ser un ser moral. Es un acto inmoral hacer algo que no podemos o no controlaremos. La única justificación para hacer algo es que ambos podemos y lo controlaremos. Si un hombre fabricara una cantidad de explosivo inestable en los corredores de un orfanato, y cuando el material explotara debería excusarse diciendo que no podía controlarlo, nadie consideraría válida su excusa. ¿Qué derecho tenía él para fabricarlo, deberíamos decir, a menos que él pudiera controlarlo? Él no se libera de la responsabilidad por los estragos causados, al declararse incapaz de controlar su creación.
Suponer que Dios ha creado un universo, o incluso un solo ser, cuyo control él renuncia, es acusarlo de inmoralidad similar. ¿Qué derecho tiene él para hacerlo, si él no puede o no lo controlará? No es un acto moral para perpetrar el caos. No solo hemos destronado a Dios; lo hemos desmoralizado.

Por supuesto, no hay nadie que piense en absoluto quién imaginará tal vanidad. Nos refugiamos en una vaga antinomia. Creemos que Dios controla el universo lo suficiente como para controlarlo, y que no lo controla lo suficiente como para no controlarlo. Por supuesto que Dios controla el universo, quizás digamos, en general; pero, por supuesto, no controla todo en el universo, en particular.

Probablemente nadie se engaña a sí mismo con palpable palidez en un doble sentido. Si este es el universo de Dios, si lo hizo y lo hizo por sí mismo, él es responsable de todo lo que tiene lugar en él. Se suponía que debía haberlo hecho como él deseaba, ¿o deberíamos decir que no podía hacer el universo que deseaba y tenía que aguantar lo mejor que podía hacer?

Y debe suponerse que lo hizo exactamente como él deseaba, no solo estático sino dinámico, es decir, en todas sus potencialidades y en todos sus desarrollos hasta el final. Es decir, debe suponerse que lo hizo precisamente a su medida, como extendido no solo en el espacio, sino en el tiempo. Si algo ocurre en él como proyectado a través del tiempo, tan exactamente como si algo se encuentra en él como extendido en el espacio que no es exactamente como él pretendía que fuera, entonces, debemos admitir que no pudo crear tal universo como le gustaría tener, y tuvo que aguantar lo mejor que pudo. Y, entonces, él no es Dios. Un ser que no puede hacer un universo a su gusto no es Dios. Un ser que puede aceptar hacer un universo que no es de su agrado, ciertamente no es Dios.

Pero aunque ese ser obviamente no es Dios, no escapa a la responsabilidad por el universo que realmente hace, ya sea que se extienda en el espacio o en el tiempo, y eso en todos sus detalles. En el momento en que este dios (no ahora Dios) consintió en aguantar el universo real, ya sea extendido en el espacio o proyectado a través del tiempo, incluyendo todos sus detalles sin excepción, porque era lo mejor que podía obtener, se convirtió en su universo. Lo adoptó como propio, y lo hizo suyo incluso en aquellos detalles que en sí mismo le hubiera gustado tener de lo contrario. Estos detalles, así como todos los demás, que en sí mismos lo complacen mejor, han sido determinados por él como no solo permisibles, sino como realmente existen en el universo que, por su acto, se realiza realmente.

Es decir, están predestinados por él, y debido a que están predestinados por él, en realidad aparecen en el universo que está hecho. Nos hemos deshecho de Dios, de hecho; pero no nos hemos librado de la Predestinación, para deshacernos de lo que hemos estado dispuestos a degradar a nuestro Dios en un Dios.

Pasamos insensiblemente de la idea de control a la idea de Predestinación. Eso es porque no hay una diferencia real entre las dos ideas en el fondo. Si Dios controla algo, por supuesto que tiene la intención de controlarlo antes de que él lo controle. Exactamente el control que ejerce, por supuesto que ha tenido la intención de ejercer todo el tiempo.

Nadie puede imaginar un Dios tan inadvertido, que siempre actúa "por el impulso del momento", por así decirlo, sin ninguna intención de determinar su acción. Providencia y Predestinación son ideas que se topan entre sí. La Providencia no es más que la Predestinación en su ejecución; La predestinación no es más que Providencia en su intención. Cuando decimos uno, decimos el otro, y la idea común que da su contenido a ambos es el control.

Es puramente esta idea de control a la que las personas se oponen cuando dicen que se oponen a la predestinación; no la idea de lo previo, sino puramente la idea de control. Objetarían tanto si se suponía que el control se ejercería sin ninguna intención previa en absoluto.

Deberían objetar mucho más. Porque un control ejercido sin intención sería un control ciego. No tendría fin a fin de justificarlo; no tendría ningún significado; sería puramente irracional, inmoral, enloquecedor. Eso es lo que llamamos destino. Decir intención, sin embargo, y decimos persona; y cuando digo una persona digo el propósito. Ahora se le da un significado al control que se ejerce; un final se lleva a cabo antes de ella.

Y si la persona que ejerce el control es un ser inteligente, el final será un final inteligente; si él es un ser moral, será un buen fin; si es infinitamente sabio y santo, justo y bueno, será un final infinitamente sabio y santo, justo y bueno, y se forjará por medios tan sabios y santos, justos y buenos como él mismo.

Decir Predestinación es decir todo esto. Es para introducir orden en el universo. Es asignarle un final y un final digno. Nos permite hablar de un evento divino lejano al que se mueve toda la creación. Nos permite ver que todo lo que ocurre, grande o pequeño, tiene un lugar para llenar esta teleología universal; y por lo tanto, le ha sido otorgado un significado y se le ha proporcionado una justificación. Decir predestinación no es solo decir Dios; también es para decir Theodicy.

No importa lo que digamos de la predestinación en momentos de perplejidad, cuando nos enfrentamos a los problemas de la vida - el problema de lo insignificante, el problema del sufrimiento, el problema del pecado - es seguro decir que en el fondo de nuestras mentes todos creemos en ello. No podemos evitar creer en él, si creemos en Dios; y que, en su máxima extensión, se aplica a todo lo que sucede con nosotros.

Tome cualquier ocurrencia que ocurra, grande o pequeña: la caída de un imperio o la caída de un gorrión, que nuestro Señor mismo nos dice que nunca sucede "sin nuestro Padre". Seguramente no se puede imaginar que Dios ignore lo que está sucediendo, más aún si es algo tan pequeño como la caída de un alfiler.

Dios seguramente está al tanto de todo lo que sucede en su universo. No hay rincones oscuros en los que su ojo que todo lo ve no pueda perforar; no hay nada que ocurra en ella que esté oculto a su mirada universal. Pero ciertamente tampoco se puede imaginar que algo que ocurra en su universo lo tome por sorpresa. Seguramente Dios ha estado esperando que suceda, y al suceder simplemente justificó sus expectativas.

Tampoco se puede imaginar que sea indiferente a lo que sucede, como si, a pesar de que lo ve venir, no le importa si sucede o no. Ese no es el tipo de Dios que es nuestro Dios; él es un Dios que se preocupa infinitamente, se preocupa incluso de las cosas más pequeñas. ¿No habló nuestro Salvador de los gorriones y de los pelos de nuestras cabezas para enseñarnos esto?

Bien, entonces, ¿puede imaginarse que, aunque infinitamente cuidadoso, Dios impotentemente se opone a los sucesos de su universo y no puede evitarlos? ¿Se supone que debe estar mirando desde toda la eternidad cosas que no desea que sucedan, viniendo, viniendo, viniendo, hasta que finalmente lleguen, y él sea incapaz de detenerlos?
Por qué, si no podía evitar que sucediera de otra manera, no necesitaba haber hecho el universo; o podría haberlo hecho de manera diferente. No había nada que le exigiera crear este universo o cualquier universo en absoluto excepto su propio placer; y no hay nada que lo obligue a permitir que algo que no desea que ocurra en el universo que ha creado para su propio placer.

Claramente, las cosas no pueden ocurrir en el universo de Dios, lo cual le desagrada. Él no se queda impotente, mientras que ocurren en contra de su deseo. Cualquier cosa que ocurra ha sido prevista por él desde toda la eternidad, y solo tiene éxito porque su ocurrencia satisface su deseo.

Puede no ser evidente para nosotros qué deseo de su encuentro, qué lugar ocupa en el esquema general de las cosas a las que tiene el placer de dar realidad, cuál es su función en su plan de todo incluido. Pero sabemos que no podría ocurrir a menos que tuviese tal función, un lugar para llenar, una parte para jugar en el plan integral de Dios.

Y sabiendo eso, estamos satisfechos... a menos que, de hecho, no podamos confiar en Dios con su propio plan, y sentir que debemos insistir en que nos lo envíe hasta el último detalle y obtener nuestra aprobación antes de que él lo haga o lo ejecuta.

Menos aún, el hombre religioso dudará de la predestinación universal de Dios. Por qué, lo que lo hace un hombre religioso es, entre otras cosas, que ve a Dios en todo.

Una ventana de vidrio se encuentra ante nosotros. Levantamos nuestros ojos y vemos el vidrio; observamos su calidad y observamos sus defectos; especulamos sobre su composición. O miramos directamente a través de la gran perspectiva de la tierra y el mar y el cielo más allá. Entonces, hay dos formas de ver el mundo. Podemos ver el mundo y absorbernos en las maravillas de la naturaleza. Esa es la manera científica. O podemos mirar a través del mundo y ver a Dios detrás de eso. Esa es la forma religiosa.

La forma científica de mirar el mundo no es más errónea que la forma en que el fabricante de vidrio mira la ventana. Esta forma de ver las cosas tiene sus usos muy importantes. Sin embargo, la ventana se colocó allí para no ser vista, sino para ser revisada; y el mundo ha fallado en su propósito a menos que también se lo mire y no se apoye en él sino en su Dios. Sí, es Dios porque es la esencia de la visión religiosa de las cosas que Dios se ve en todo lo que es y en todo lo que ocurre. El universo es suyo, y en todos sus movimientos habla de él, porque solo hace su voluntad.

Si entendieras la concepción del hombre religioso de la relación de Dios con su mundo, obsérvalo de rodillas. Porque la oración es la expresión más pura de la religión y en la oración vemos que la religión adquiere sus derechos.

¿Alguna vez un hombre oro así: "Oh Dios, sabes que puedo hacer lo que quiero y no puedes evitarme, sabes que mis semejantes están, como yo, fuera de tu control, tú sabes que la naturaleza misma sigue su propio camino ¿y tú puedes pararte sin poder hacer nada y mirar dónde tiende?

No, la actitud del alma en la oración es la de dependencia total por sí misma, y ​​de completa confianza en el gobierno omnímodo de Dios. Le pedimos amablemente que regule nuestro propio espíritu, controle los actos de nuestros semejantes y dirija el curso del mundo entero de acuerdo con su voluntad santa y benéfica. Y hacemos lo correcto. Solo que, deberíamos asegurarnos de preservar esta concepción de Dios en su relación con su mundo, cuando nos levantamos de nuestras rodillas; y convertirlo en la fuerza operativa de toda nuestra vida.

Lo sé, es verdad, un eminente teólogo que negará con la cabeza al oír esto. Dios no puede controlar los actos de los agentes libres, dice, y es una locura pedirle que lo haga. Si vamos a disparar con un amigo inhábil, él puede dispararnos torpemente; y es inútil pedirle a Dios que nos proteja; él simplemente no puede hacerlo. Si estamos trabajando en una máquina peligrosa al lado de un compañero descuidado, él puede destruirnos en cualquier momento, y es inútil pedirle a Dios que evite el percance; Dios no puede hacerlo. Si esto fuera así, ciertamente estaríamos en un caso lamentable. O más bien, el mundo se habría desmoronado hace mucho tiempo en el caos.

Todo hombre religioso sabe muy bien que no es así. Todo hombre religioso sabe que Dios puede y quiere y controla todo lo que ha hecho en todas sus acciones, y que, por lo tanto, a pesar de todas las apariencias adversas, todo está bien con el mundo.

Todo bien con el mundo, que avanza constantemente en su órbita establecida; y todo bien con nosotros que ponemos nuestra confianza en Dios. Porque, ¿no nos ha dicho él mismo que todas las cosas, todas las cosas, cuidado, están trabajando juntas para bien con aquellos que lo aman? ¿Y cómo, orar, podría ser eso, excepto que todos hacen su voluntad en todas sus acciones?
Benjamin B. Warfield (1851-1921)

Este artículo estuvo disponible en Internet a través de REFORMATION INK (www.markers.com/ink).
Este ensayo fue publicado originalmente en The Christian Workers Magazine, diciembre de 1916, pp. 265-267. La edición electrónica de este artículo fue escaneada y editada por Shane Rosenthal para Reformation Ink. Es de dominio público y puede copiarse y distribuirse libremente.
Soli Deo Gloria


miércoles, 21 de febrero de 2018

¿Existe la Doble Predestinación?

Doble predestinación. Las palabras mismas suenan ominosas. Una cosa es contemplar el benévolo plan de Dios para la salvación de los elegidos. Pero ¿qué de aquellos que no son elegidos? ¿Están también predestinados? ¿Existe un horrible decreto de reprobación? ¿Destina Dios a algunos desgraciados al infierno?

Estas cuestiones salen a colación inmediatamente tan pronto como se menciona la doble predestinación. Tales cuestiones hacen que algunos consideren el concepto de la doble predestinación terreno prohibido. Otros, si bien creen en la predestinación, declaran enfáticamente que creen en una predestinación simple. Esto es, si bien creen que algunos son predestinados para salvación, no ven la necesidad de suponer que otros sean igualmente predestinados para condenación. En resumen, la idea es que algunos son predestinados para salvación, pero todos tienen la oportunidad de ser salvos. Dios se asegura que algunos la alcancen proveyendo ayuda adicional, pero el resto de la humanidad aún tiene una oportunidad.

Aunque hay un fuerte sentimiento para hablar solamente de la predestinación simple y evitar cualquier discusión sobre la doble predestinación, aún debemos afrontarlas cuestiones sobre la mesa. A menos que concluyamos que todo ser humano está predestinado para salvación, debemos afrontarla otra cara de la elección. Si existe en absoluto tal cosa como la predestinación, y si esa predestinación no incluye a todos, entonces no debemos rehuir la necesaria inferencia de que la predestinación tiene dos lados. No es suficiente hablar acerca de Jacob; debemos también considerar a Esaú.

Igualdad final

Existen ideas diferentes acerca de la doble predestinación. Una de ellas es tan aterradora que muchos rehúyen totalmente el término, de forma que su idea de la doctrina no se confunda con la idea temible. Esta idea se llama la igualdad final.

La igualdad final se basa en un concepto de simetría. Procura un equilibrio completo entre la elección y la reprobación. La idea clave es ésta: al igual que Dios interviene en las vidas de los elegidos para crear fe en sus corazones, así también Dios interviene igualmente en las vidas de los réprobos para crear u obrar incredulidad en sus corazones. La idea de que Dios obre activamente la incredulidad en los corazones de los réprobos se deduce de afirmaciones bíblicas acerca del hecho de que Dios endurece los corazones de las personas.

La igualdad final no es la idea reformada o calvinista de la predestinación. Algunos la han llamado "hipercalvinismo". Yo prefiero llamarla "subcalvinismo" o, mejor aún, "anticalvinismo". Aunque el calvinismo ciertamente tiene una idea de la doble predestinación, la doble predestinación que sostiene no es la de la igualdad final.

Para entender la idea reformada acerca del asunto, debemos prestar estrecha atención a la crucial distinción entre los decretos positivos y negativos de Dios. Lo positivo tiene que ver con la intervención activa de Dios en los corazones de los elegidos. Lo negativo tiene que ver con el hecho de que Dios pasa por alto a los no elegidos.

La idea reformada enseña que Dios interviene positiva o activamente en las vidas de los elegidos para asegurar su salvación. A los restantes seres humanos Dios los abandona a su libre albedrío. No crea incredulidad en sus corazones. Esa incredulidad está ya allí. No los fuerza a pecar. Pecan por elección propia. Según la idea calvinista, el decreto de elección es positivo; el decreto de reprobación es negativo.

La idea del hipercalvinismo acerca de la doble predestinación puede llamarse predestinación positiva-posititiva. La idea del calvinismo ortodoxo puede llamarse predestinación positiva-negativa. Observémosla en forma de diagrama.

Calvinismo    
Hipercalvinismo
Positiva-negativa                                            
Positiva-positiva
Idea asimétrica                                               
Idea simétrica
Desigualdad final                                           
Igualdad final
Dios pasa por alto a los réprobos
Dios obra incredulidaen los corazones de los probos

El terrible error del hipercalvinismo es que implica a Dios en forzar el pecado. Esto hace una violencia radical a la integridad del carácter de Dios.

El ejemplo bíblico primario que pudiera tentarnos al hipercalvinismo es el caso de Faraón. Repetidamente leemos en el relato del Éxodo que Dios endureció el corazón de Faraón. Dios dijo a Moisés de antemano que haría esto:
“Tu dirás todas las cosas que yo te mande, y Aarón tu hermano hablará a Faraón, para que deje ir de su tierra a los hijos de Israel. Y yo endureceré el corazón de Faraón y multiplicaré en la tierra de Egipto mis señales y mis maravillas. Y Faraón no os oirá; mas yo pondré mi mano sobre Egipto, y sacaré a mis ejércitos, mi pueblo, los hijos de Israel, de la tierra de Egipto, con grandes juicios. Y sabrán los egipcios que yo soy el Señor, cuando extienda mi mano sobre Egipto, y saque a los hijos de Israel de en medio de ellos” (Ex. 7:2-5).

La Biblia enseña claramente que Dios endureció, efectivamente, el corazón de Faraón. Ahora bien, sabemos que Dios hizo esto para su propia gloria y como señal tanto a Israel como a Egipto. Sabemos que el propósito de Dios en todo esto era un propósito redentor. Pero nos queda aún un difícil problema. Dios endureció el corazón de Faraón y después juzgó a Faraón por su pecado. ¿Cómo puede hacer Dios responsable a Faraón o a cualquier otro de un pecado que fluye de un corazón que Dios mismo ha endurecido?

Nuestra respuesta a esa pregunta depende de cómo entendemos el acto de endurecimiento por parte de Dios. ¿Cómo endureció el corazón de Faraón? La Biblia no responde a esa pregunta explícitamente. Al pensar acerca de ello, nos damos cuenta que, básicamente, sólo hay dos maneras en que podía haber endurecido el corazón de Faraón: activa o pasivamente.

Un endurecimiento activo implicaría la intervención directa de Dios en el interior del corazón de Faraón. Dios se entremetería en el corazón de Faraón y crearía nueva maldad en él. Esto ciertamente garantizaría que Faraón produciría el resultado deseado por Dios. También garantizaría que Dios es el autor del pecado.

El endurecimiento pasivo es totalmente otra historia. El endurecimiento pasivo implica un juicio divino sobre el pecado que ya está presente. Lo único que Dios necesita hacer para endurecer el corazón de una persona cuyo corazón ya es perverso es "entregarle a su pecado". Encontramos este concepto del juicio divino repetidamente en la Escritura.

¿Cómo funciona esto? Para entenderlo adecuadamente debemos considerar primero brevemente otro concepto, el de la gracia común de Dios. Esto se refiere a esa gracia de Dios que todos los hombres gozan en común. La lluvia que refresca la tierra y riega nuestras cosechas cae igualmente sobre justos e injustos. Los injustos, ciertamente, no merecen tales beneficios, pero gozan de ellos igualmente. Así ocurre con el Sol y los arco iris. Nuestro mundo es un escenario de gracia común.

Uno de los elementos más importantes de la gracia común que gozamos es el refrenamiento del mal en el mundo. Ese refrenamiento fluye de muchas fuentes. El mal es refrenado por los policías, las leyes, la opinión pública, el equilibrio de poder, etc. Aunque el mundo en que vivimos está lleno de iniquidad, no es tan inicuo como podría ser. Dios utiliza los medios mencionados anteriormente, al igual que otros medios para mantener controlado el mal. Por su gracia, controla y refrena la cantidad de maldad en este mundo. Si se dejase al mal totalmente descontrolado, entonces la vida en este planeta sería imposible.

Lo único que Dios tiene que hacer para endurecer los corazones de las personas es quitarlos frenos. Les da más libertad de acción. En lugar de refrenar su libertad humana, la incrementa. Les deja seguir su propio camino. En un sentido, les da la soga con que ahorcarse. No es que Dios ponga su mano en ellos para crear nueva maldad en sus corazones; meramente, su santa mano deja de refrenarlos y les permite hacer su propia voluntad.

Si hubiéramos de determinar cuáles son los hombres más inicuos y diabólicos de la historia humana, ciertos nombres aparecerían en la lista de casi todos. Veríamos los nombres de Hitler, Nerón, Stalin y otros que han sido culpables de masacres y otras atrocidades. ¿Qué tienen esas personas en común? Fueron todos dictadores. Todos tenían, virtualmente, un poder y autoridad ilimitados dentro de la esfera de sus dominios.

¿Por qué decimos que el poder corrompe y que el poder absoluto corrompe absolutamente? (Sabemos que esto no se refiere a Dios, sino sólo al poder y la corrupción de los hombres.) El poder corrompe, precisamente, porque eleva a una persona por encima de los frenos normales que restringen al resto de nosotros. Yo soy refrenado por los conflictos de interés con personas que son tan poderosas o más poderosas que yo. Aprendemos pronto en la vida a restringir nuestra beligerancia hacia aquellos que son mayores que nosotros. Tendemos a entrar en conflictos de forma selectiva. La discreción tiende a prevalecer sobre el valor cuando nuestros oponentes son más poderosos que nosotros.

Faraón era el hombre más poderoso del mundo cuando Moisés fue a verle. Casi el único freno que había contra la iniquidad de Faraón era el santo brazo de Dios. Lo único que Dios tenía que hacer para endurecer más a Faraón era quitar su brazo. Las malvadas tendencias de Faraón hicieron el resto.

En el acto del endurecimiento pasivo, Dios toma la decisión de quitar los frenos; la parte inicua del proceso es realizada por Faraón mismo. Dios no hace violencia a la voluntad de Faraón. Como hemos dicho, simplemente le da a Faraón más libertad.

Vemos el mismo tipo de cosa en el caso de Judas y de los inicuos que Dios y Satanás utilizaron para afligir a Job. Judas no fue una pobre víctima inocente de la manipulación divina. No era un hombre justo a quien Dios forzó a traicionar a Cristo y después lo castigó por la traición. Judas traicionó a Cristo porque quería treinta monedas de plata. Como declara la Escritura, Judas era el hijo de perdición desde el principio. Sin duda, Dios utiliza las malvadas tendencias y las malvadas intenciones de los hombres caídos para llevar a cabo sus propios propósitos redentores. Sin Judas no hay cruz. Sin la cruz no hay redención. Este no es un caso en que Dios fuerza la maldad. Por el contrario, es un caso glorioso del triunfo redentor de Dios sobre la maldad. Los deseos malvados de los corazones de los hombres no pueden frustrarla la soberanía de Dios. En realidad, están sujetos a la misma.

Cuando estudiamos el modelo del castigo divino de los inicuos, vemos emerger una especie de justicia poética. En la escena del juicio final del libro de Apocalipsis leemos lo siguiente:
“El que es injusto, sea injusto todavía; y el que es inmundo, sea inmundo todavía; y el que es justo, practique la justicia todavía; y el que es santo, santifíquese todavía” (Ap. 22:11).

En su acto final de juicio, Dios entrega a los pecadores a sus pecados. En efecto, los abandona a sus propios deseos. Así ocurrió con Faraón. Mediante este acto de juicio, Dios no manchó su propia justicia creando nueva maldad en el corazón de Faraón. El estableció su propia justicia castigando la maldad que ya había en Faraón.

Así es como debemos entender la doble predestinación. Dios muestra misericordia a los elegidos obrando la fe en sus corazones. El administra justicia a los réprobos dejándolos en sus propios pecados. No hay simetría aquí. Un grupo recibe misericordia. El otro grupo recibe justicia. Nadie es víctima de injusticia. Nadie puede quejarse de que haya injusticia en Dios.

Romanos 9

El pasaje más significativo en el Nuevo Testamento que tiene que ver con la doble predestinación se encuentra en Romanos 9.

“Porque la palabra de la promesa es esta: Por este tiempo vendré, y Sara tendrá un hijo. Y no sólo esto, sino también cuando Rebeca concibió de uno, de Isaac nuestro padre (pues no habían aún nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama), se le dijo: El mayor servirá al menor Como está escrito: A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí. ¿Qué, pues, diremos? ¿Que hay injusticia en Dios? En ninguna manera. Pues a Moisés dice: Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca. 

Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia. Porque la Escritura dice a Faraón Para esto mismo te he levantado, para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado por toda la tierra. De manera que de quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece” (Ro. 9:9-18).

En este pasaje tenemos la expresión bíblica más clara que podemos encontrar para el concepto de la doble predestinación. Se expresa sin reservas y sin ambigüedad. "De manera que de quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece." Algunos reciben misericordia, otros reciben justicia. La decisión en cuanto a esto está en la mano de Dios.

Pablo ilustra el carácter doble de la predestinación mediante su referencia a Jacob y Esaú. Estos dos hombres eran hermanos gemelos. Estuvieron en el mismo vientre y al mismo tiempo. Uno recibió la bendición de Dios y el otro no. Uno recibió una porción especial del amor de Dios, el otro no. Esaú fue "aborrecido" por Dios.

El odio divino que aquí se menciona no es expresión de una actitud insidiosa de malicia. El odio divino no es malicioso. Implica una retención de favor. Dios está "por" aquellos a quienes ama. Vuelve su rostro contra aquellos inicuos que no son objeto de su favor redentor especial. Aquellos a quienes ama reciben su misericordia. Aquellos a quienes "aborrece" reciben su justicia. Una vez más, nadie es tratado injustamente.

¿Por qué escogió Dios a Jacob y no a Esaú? ¿Previo Dios en Jacob algún acto justo que justificaría este favor especial? ¿Observó Dios los corredores del tiempo y vio a Jacob haciendo la elección acertada y a Esaú haciendo la elección equivocada?

Si esto era lo que el apóstol se proponía enseñar, no hubiera sido difícil aclarar este punto. Aquí tenía Pablo una magnífica oportunidad de enseñar una idea de presciencia en cuanto a la predestinación, si hubiese querido. Parece extraño ciertamente que no aproveche tal oportunidad. Pero esto no es un argumento de silencio. Pablo no guarda silencio sobre el tema. El elabora lo contrario. Enfatiza el hecho de que la decisión de Dios se tomó antes del nacimiento de estos gemelos y sin tomar en consideración sus acciones futuras.

La frase de Pablo en el versículo 11 es crucial. "Pues no habían aún nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama". ¿Por qué dice esto el apóstol? El acento aquí se pone claramente en la obra de Dios. Niega enfáticamente que la elección sea resultado de la obra del hombre, prevista o de cualquier otra forma. Es el propósito de Dios conforme a su elección lo que aquí se considera.

Si Pablo quería decir que la elección se basa en alguna decisión humana prevista, ¿por qué no lo dijo así? Por el contrario, declara que el decreto se hizo antes que los hijos nacieran y antes que hubieran hecho algún bien o mal. Ahora bien, concedemos que una idea de la presciencia en cuanto a la predestinación es consciente de que el decreto divino se hizo anteriormente al nacimiento. Pero esa idea insiste en que la decisión de Dios se basó en su conocimiento de elecciones futuras. ¿Por qué no afirma esto Pablo aquí? Lo único que dice es que el decreto se hizo antes del nacimiento y antes que Jacob y Esaú hubieran hecho algún bien o mal.

Concedemos que en este pasaje Pablo no dice expresamente que la decisión de Dios no se basó en el futuro bien o mal de ellos. Pero no necesitaba decir eso. La implicación está clara a la luz de lo que sí dice. Pone el acento donde corresponde, en el propósito de Dios y no en la obra del hombre. La carga aquí está sobre aquellos que quieren añadir la noción modificadora crucial de elecciones previstas. La Biblia no la añade aquí ni en lugar alguno.

La cuestión es ésta: Si Pablo creía que la predestinación de Dios se basaba en elecciones humanas previstas, éste era el contexto en que podía expresarlo.

Debemos dar un paso más. Aunque Pablo guarda silencio acerca de la cuestión de elecciones futuras aquí, no continúa haciéndolo. En el versículo 16 lo deja claro. "Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia." Este es el golpe de gracia al arminianismo y a todas las demás ideas no reformadas de la predestinación. Esta es la Palabra de Dios que requiere que todos los cristianos desistan de las ideas acerca de la predestinación que hacen que la decisión final para la salvación dependa de la voluntad del hombre. El apóstol declara: "No depende del que quiere". Las ideas no reformadas deben decir que depende del que quiere. Esto es una contradicción violenta de la enseñanza de la Escritura. Este versículo solo es absolutamente fatal para el arminianismo.

Es nuestro deber honrar a Dios. Debemos confesar con el apóstol que nuestra elección no se basa en nuestras voluntades, sino en los propósitos de la voluntad de Dios.

Pablo suscita dos preguntas retóricas en este pasaje que debemos considerar. La primera es: "¿Qué, pues, diremos? ¿Qué hay injusticia en Dios?" ¿Por qué anticipa Pablo esta pregunta? Nadie suscita esa pregunta a un arminiano. Si nuestra elección se basa, en última instancia, en decisiones humanas, no hay necesidad de suscitar tal objeción.

Sin embargo, acerca de la doctrina bíblica de la predestinación sí se suscita esta pregunta. Es la predestinación basada en el propósito soberano de Dios, en su decisión sin tener en cuenta las elecciones de Jacob o Esaú, la que incita el clamor: "¡Dios no es justo!" Pero el clamor se basa en un entendimiento superficial del asunto. Es la protesta del hombre caído quejándose de que Dios no es lo suficientemente benévolo.

¿Cómo responde Pablo a la pregunta? No se da por satisfecho con decir meramente: "No, no hay injusticia en Dios." Por el contrario, su respuesta es tan enfática como le es posible hacerla. Dice: "¡En ninguna manera!"

La segunda objeción que Pablo anticipa es ésta: "Me dirás: ¿Por qué, pues, inculpa? porque ¿quién ha resistido a su voluntad?" Una vez más nos preguntamos por qué anticipa el apóstol esta objeción.

Esta es otra objeción que nunca se suscita contra el arminianismo. Las ideas no reformadas de la predestinación no tienen que preocuparse acerca de afrontar preguntas como ésta. Dios, evidentemente, inculparía a aquellos que sabía que no escogerían a Cristo. Si la base final para la salvación depende del poder de la elección humana, entonces se puede achacar la culpa fácilmente, y Pablo no tendría que enfrentarse con esta objeción anticipada. Pero se enfrenta con ella porque la doctrina bíblica de la predestinación exige que se enfrente con ella.

¿Cómo responde Pablo a esta pregunta? Examinemos su respuesta:
“Más antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así? ¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y oír o par a deshonra? ¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción, y para hacer notorias las riquezas de su gloria, las mostró para con los vasos de misericordia que él preparó de antemano para gloria, a los cuales también ha llamado, esto es, a nosotros, no sólo de los judíos, sino también de los gentiles?” (Ro. 9:20-24).

Esta es una respuesta de peso. Debo confesar que tengo un conflicto con ella. Mi conflicto, sin embargo, no es acerca de si este pasaje enseña la doble predestinación. Esta claro que lo hace. Mi conflicto tiene que ver con el hecho de que este texto suministra municiones a los defensores de la igualdad final. Suena a que Dios está haciendo pecadores a los hombres activamente. Pero el texto no requiere eso. El hace vasos de ira y vasos de honra de la misma masa de barro. Pero si observamos atentamente el texto, veremos que el barro con que trabaja el alfarero es un barro "caído". Una porción de barro recibe misericordia con objeto de llegar a ser vasos de honra. Esa misericordia presupone un barro que es ya culpable. De la misma manera, Dios debe "soportar" los vasos de ira preparados para destrucción porque son vasos culpables de ira.

Una vez más, el acento en este pasaje recae en el propósito soberano de Dios, y no sobre las elecciones libres y buenas del hombre. Aquí vienen al caso las mismas suposiciones que en la primera pregunta.

La respuesta arminiana

Algunos arminianos responderán indignadamente a mi tratamiento de este texto. Están de acuerdo en que el pasaje enseña una firme idea de la soberanía divina. Su objeción tiene que ver con otro punto. Insisten en que Pablo no está ni siquiera hablando acerca de la predestinación de individuos en Romanos 9. Romanos 9 no tiene que ver con individuos sino con la elección de naciones por parte de Dios. Pablo está hablando aquí acerca de Israel como pueblo escogido de Dios. Jacob representa meramente a la nación de Israel. Su nombre mismo fue cambiado a Israel, y sus hijos llegaron a ser los padres de las doce tribus de Israel.

El hecho de que Dios favoreciera a Israel por encima de las demás naciones no se disputa. Jesús procedía de Israel. Fue de Israel de quien recibimos los Diez Mandamientos y las promesas del pacto con Abraham. Sabemos que la salvación es de los judíos.

Todo eso es cierto de Romanos 9. Debemos considerar, sin embargo, que al elegir a una nación, Dios eligió a individuos. Las naciones están formadas por individuos. Jacob era un individuo. Esaú era un individuo. Aquí vemos claramente que Dios eligió en su soberanía a individuos al igual que a una nación. Debemos apresurarnos a añadir que Pablo amplía este tratamiento de la elección más allá de Israel en el versículo 24, cuando declara: "A los cuales también ha llamado, esto es, a nosotros, no sólo de los judíos, sino también de los gentiles."

Elección incondicional

Volvamos por un momento a nuestro famoso acróstico, TULIP. Ya hemos altercado con la T y la I y lo hemos cambiado a RULEP. Si bien prefiero el término elección soberana a elección incondicional, no dañaré más el acróstico. Si lo cambiásemos a RSLEP ni siquiera rimaría con TULIP.

La elección incondicional quiere decir que nuestra elección es decidida por Dios conforme a su propósito, conforme a su voluntad soberana. No se basa en alguna condición prevista que algunos de nosotros cumpliríamos y otros no. No se basa en nuestro querer o en nuestro correr, sino en el propósito soberano de Dios.

El término elección incondicional puede despistar y ser utilizado erróneamente. En cierta ocasión conocí a un hombre que nunca había cruzado la puerta de una iglesia y que no mostraba evidencia alguna de ser cristiano. No hacía profesión de fe ni estaba implicada en actividad cristiana alguna. Me dijo que creía en la elección incondicional. Estaba confiado en que era elegido. No tenía que confiar en Cristo, no tenía que arrepentirse, no tenía que obedecer a Cristo. Declaraba ser un elegido y que eso era suficiente. No necesitaba más condiciones de salvación. Estaba, en su opinión, salvado, santificado y satisfecho.

Debemos tener cuidado de distinguir entre las condiciones que son necesarias para la salvación y las condiciones que son necesarias para la elección. Con frecuencia hablamos de la elección y la salvación como si fueran sinónimas, pero no son exactamente lo mismo. La elección es para salvación. La salvación es, en su sentido más pleno, la obra completa de la redención que Dios realiza en nosotros.

Hay toda clase de condiciones que deben ser cumplidas por alguien para ser salvo. La principal entre ellas es que debe tener fe en Cristo. La justificación es por la fe. La fe es un requisito necesario. Sin duda, la doctrina reformada de la predestinación enseña que todos los elegidos son ciertamente llevados a la fe. Dios se encarga de que se cumplan las condiciones necesarias para la salvación.

Cuando decimos que la elección es incondicional, queremos decir que el decreto original de Dios por el cual escoge a algunos para ser salvos no depende de alguna condición futura en nosotros que Dios prevé. Nada hay en nosotros que Dios pudiera prever y que le indujera a escogernos. Lo único que prevería en las vidas de criaturas caídas abandonadas a su propia suerte sería el pecado. Dios nos escoge simplemente conforme al beneplácito de su voluntad.

¿Es Dios arbitrario?

Que Dios nos escoja no por lo que encuentre en nosotros, sino conforme a su beneplácito, suscita la acusación de que esto hace a Dios arbitrario. Sugiere que Dios hace su selección de manera antojadiza o caprichosa. Parece como si nuestra elección fuese el resultado de un sorteo ciego y frívolo. Si somos elegidos, ello se debe solamente a que tenemos suerte. Dios sacó nuestros nombres de un sombrero celestial.

Ser arbitrario es hacer algo por ninguna razón. Ahora bien, está claro que no hay en nosotros razón alguna para que Dios nos escoja. Pero eso no es lo mismo que decir que Dios no tiene alguna razón en sí mismo. Dios no hace nada sin tener alguna razón para ello. No es caprichoso o antojadizo. Dios es tan sobrio como soberano.

Un sorteo depende intencionadamente del azar. Dios no obra por azar. El sabía a quiénes seleccionaría. Conocía y amaba de antemano a sus elegidos. No fue una suerte ciega porque Dios no es ciego. Sin embargo, debemos aún insistir en que la razón decisiva para su elección no fue algo que conociera, viera o amara de antemano en nosotros.

A los calvinistas no nos gusta, en general, hablar de suerte. En lugar de desear a la gente "buena suerte", preferimos decir: "bendiciones providenciales". Sin embargo, si hubiésemos de hablar de nuestro "día de suerte", señalaríamos aquel día en la eternidad cuando Dios decidió escogernos.

Volvamos nuestra atención a la enseñanza de Pablo sobre este asunto en Efesios:
“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado” (Ef. 1:3-6).

Según el puro afecto de su voluntad. Esta es la afirmación apostólica que parece sugerir arbitrariedad divina. Pero cuando la Biblia habla del afecto de Dios, el término no se usa con frivolidad. Aquí afecto significa simplemente "lo que agrada". Dios nos predestina según lo que le agrada. La Biblia habla del puro afecto de Dios. El puro afecto de Dios nunca debe confundirse con un afecto erróneo. Lo que agrada a Dios es la bondad. Lo que nos agrada a nosotros no siempre es la bondad. Dios nunca se deleita en la iniquidad. Nada hay de inicuo acerca del puro afecto de su voluntad. Aunque la razón para escogernos no reside en nosotros sino en el afecto soberano de Dios, podemos estar seguros de que el afecto soberano de Dios es un afecto bueno.

Recordamos también cómo instruyó el apóstol a los cristianos filipenses. Les dijo: "...ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Fil. 2:12,13).

En este pasaje, Pablo no está enseñando que la elección es una empresa conjunta entre Dios y el hombre. La elección es exclusivamente la obra de Dios. Es, como hemos visto, monergista. Pablo está hablando aquí acerca de la puesta en práctica de nuestra salvación que sigue a nuestra elección. Se está refiriendo específicamente aquí al proceso de nuestra santificación. La santificación no es monergista es sinergista. Esto es, demanda la cooperación del creyente regenerado. Somos llamados a trabajar para crecer en la gracia. Hemos de trabajar duramente, combatiendo contra el pecado hasta la sangre si es necesario, golpeando nuestros cuerpos si eso es lo que se requiere para subyugarlos.

Somos llamados a esta obra seria de la santificación por exhortación divina. La obra ha de ser llevada a cabo en un espíritu de temor y temblor. Nuestra santificación no es un asunto ocasional. No lo enfocamos de forma caballeresca, diciendo simplemente: "Eso es cosa de Dios." Dios no lo hace todo por nosotros.

Tampoco, sin embargo, nos deja Dios ocuparnos en nuestra salvación por nosotros mismos, en nuestra propia fuerza. Somos consolados por su segura promesa de producir en nosotros así el querer como el hacer lo que a Él le agrada.

Recientemente oí un sermón del gran predicador escocés Eric Alexander, en el cual enfatizaba que Dios está obrando en nosotros por su buena voluntad. Pablo no dice que Dios esté obrando en nosotros por nuestra buena voluntad. No siempre estamos completamente a gusto con lo que Dios está haciendo en nuestras vidas. A veces, experimentamos un conflicto entre el propósito de Dios y nuestro propio propósito. Yo nunca escojo sufrir a propósito. Sin embargo, puede estar dentro del propósito soberano de Dios que yo sufra. Él nos promete que, por su soberanía, todas las cosas obran para el bien de los que le aman y son llamados conforme a su propósito.

Mis propósitos no siempre incluyen el bien de Dios. Yo soy pecador. Afortunadamente para nosotros, Dios no es pecador. Él es totalmente justo. Sus propósitos son siempre y en todo lugar justos. Sus propósitos obran para mi bien, aun cuando sus propósitos estén en conflicto con mis propósitos. Quizá debería decir: "Especialmente, cuando sus propósitos están en conflicto con mis propósitos". Lo que le agrada a Él es bueno para mí. Esa es una de las lecciones más difíciles que los cristianos aprendan jamás.

Nuestra elección es incondicional excepto por una cosa. Hay un requisito que debemos cumplir antes que Dios nos elija jamás. Para ser elegidos, debemos primero ser pecadores. 

Dios no elige a los justos para salvación. No necesita elegir a los justos para salvación. Los justos no necesitan ser salvados. Sólo los pecadores necesitan un salvador. Los que están sanos no tienen necesidad de médico.

Cristo vino a buscar y a salvar a los que estaban realmente perdidos. Dios le envió al mundo no sólo para hacer posible nuestra salvación, sino para hacerla segura. Cristo no ha muerto en vano. Sus ovejas son salvadas a través de su vida impecable y su muerte expiatoria. Nada hay de arbitrario en eso.

Resumen
1. No todos los hombres son predestinados para salvación.
2. Hay dos aspectos o lados de la cuestión. Hay aquellos que son elegidos y aquellos que no son elegidos.
3. La predestinación es "doble".
4. Debemos tener cuidado de no pensar en términos de igualdad final.
5. Dios no crea el pecado en los corazones de los pecadores.
6. Los elegidos reciben misericordia. Los no elegidos reciben justicia,
7. Nadie recibe injusticia por parte de Dios.
8. El "endurecimiento de los corazones" por parte de Dios es en sí mismo un justo castigo por el pecado que ya está presente.
9. La elección que Dios hace de los elegidos es soberana, pero no arbitraria.
10. Todas las decisiones de Dios fluyen de su santo carácter.
Soli Deo Gloria