viernes, 30 de septiembre de 2016

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La experiencia interior del Creyente

“Porque según el hombre Interior, me deleito en la ley de Dios, mas veo otra ley en mis miembros que se rebela contra la ley de mi espíritu, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable hombre de mí! ¿quién me librará del cuerpo de esta muerte? Gracias doy a Dios por Jesucristo Señor nuestro. Así que yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, pero con la carne a la ley del pecado.” (Romanos, 7:22-25).

Un creyente ha de ser conocido no sólo por su paz y por su gozo, sino también por su lucha y por su congoja. Su paz es muy peculiar; la recibe de Cristo. Es una paz celestial, una paz santa. Su combate, su lucha es también muy especial; porque la tiene muy arraigada en lo más íntimo de su ser, le produce verdadera agonía y sólo cesará cuando muera. Si el Señor lo permite, la mayoría de nosotros esperamos participar el próximo domingo de la cena del Señor. La gran pregunta que ha de ser contestada antes de participar de la comunión es: “¿Me he refugiado en Cristo Jesús, o sigo expuesto a la condenación?”

Quisiera conocer sólo este punto, que a menudo me turba el pensamiento, ¿Amo yo o no amo a mi Señor? ¿Soy realmente de Él o no lo soy?

Para ayudaros a hacer más clara la pregunta me ha parecido bueno escoger el sujeto de las luchas del cristiano para que podáis saber por ello si sois un soldado de Cristo, si realmente estáis peleando la buena batalla de la fe.

I. EL CREYENTE SE DELEITA EN LA LEY DE DIOS

“Según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios’’ (v. 22).

1. Antes de que el hombre acuda a Cristo, aborrece y le desagrada la ley de Dios. Su alma se alza contra ella: “La intención de la carne es enemistad contra Dios”.

Primero: el hombre no convertido odia la ley de Dios por ser tan pura. “Tu palabra es muy pura, por esto la ama tu siervo.” Y por la misma razón la odia el hombre no regenerado. La ley fue dada como expresión de la mente pura y santa de Dios. Es infinitamente opuesta a toda impureza y pecado. Cada palabra y línea de la ley se opone al pecado. Pero el hombre natural ama el pecado y por esto se opone a la ley, porque ella condena todo cuando el hombre ama. Del mismo modo que el murciélago no ama la luz y huye de ella, también el no convertido odia la pura luz de la ley de Dios y se desentiende de ella.

Segundo: la odia también por su amplitud, por su alcance. “Ancho en gran manera es tu mandamiento.” Alcanza en sus preceptos todos a sus actos internos, vistos o no vistos, llega a condenar toda palabra ociosa que los hombres pronuncian, se extiende hasta redargüir las miradas de los ojos lascivos, profundiza hasta las más secretas intenciones de pecado y de lujuria que anidan en el corazón. El inconverso desprecia la ley a causa de su rectitud y estricta acción. Si su acción se limitase a solamente los hechos exteriores, entonces quizá podría tolerarla, pero condena también mis pensamientos y deseos más secretos, lo cual me resulta imposible impedir. Por todo ello el hombre natural se levanta contra la ley.

Tercero: La odia a causa de su inmutabilidad. El cielo y la tierra pasarán, pero ni una jota ni una tilde de la ley quedarán en modo alguno eliminados. Si la ley cambiase, o hiciese algunas concesiones, o tolerase algunas cosas en según qué casos, e incluso quedase eliminada su acción en ciertas circunstancias, quizás entonces sí complacería a los impíos. Pero es tan inmutable como Dios mismo: la ha dictado el corazón de Dios, en quien no hay variación ni sombra de cambio alguno. No puede cambiar, a menos que Dios cambie; no puede morir, a menos que Dios muera. Aún en el mismo infierno, en los tormentos eternos, sus requerimientos y sus maldiciones seguirán siendo los mismos. Es una ley inmutable porque ha sido promulgada por un Dios inmutable. Éstas son las razones por las que los impíos odian, con un desprecio también inmutable, a la ley santa y buena y perfecta

2. Cuando un hombre viene a Cristo, todo le ha sido cambiado. Puede decir: “Según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios”. Con David puede repetir: ¡Cuánto amo yo tu ley! es ella mi meditación día y noche.” Con Jesús puede decir en el Salmo 40: “El hacer tu voluntad, Dios mío, hazme agradado, y tu ley está en medio de mis entrañas”.

El convertido ama la ley por dos razones:

La ley ya no le es más un enemigo. – Si alguno de vosotros siente la opresión del temor por causa de sus infinitos pecados y las maldiciones de la ley que culpablemente ha quebrantado, acuda a Cristo, en quien hallará descanso. Entonces podrá decir como Pablo: “Cristo me redimió de la maldición de la ley, siendo hecho maldición por mí, como está escrito. Maldito cualquiera que es colgado en madero”. Por tanto, nunca más tendrá temor de aquella temible y santa ley: “Ya no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia”. Nunca más tendréis temor de la ley con que habíais de ser juzgados en el día del juicio. Imaginaos cuál será la experiencia del alma salvada una vez terminado el juicio; cuando el terrible cuadro haya concluido, cuando los muertos, pequeños y grandes estarán en pie delante del Trono blanco, cuando, la sentencia de eterno castigo se haya dictado sobre los no convertidos y se leí; sumerja en el lago de fuego que nunca puede ser apagado, ¿no dirán los redimidos: “yo no he de temer nada más de aquella ley santa, ya he visto cómo sus vasos de ira han sido derramados, pero no me ha alcanzado ni una gota de su contenido?”

Creyente en Cristo Jesús, ya puedes hablar así. Cuando tu alma contemple el alma de Cristo con las cicatrices que le produjeron los rayos de la justicia de aquella santa ley quebrantada por ti; cuando contemple su cuerpo traspasado por el pecado, exclamarás: “Fue hecho maldición por mí, ¿por qué he de temer que me sobrevengan las maldiciones de la ley?” El Espíritu de Dios graba la ley en el corazón. – Ésa es la promesa. “Después de aquellos días, dice el Señor, daré mi ley en sus entrañas y escribiréla en sus corazones: y seré yo a ellos por Dios y ellos me serán por pueblo.” (Jeremías 31:33). Acudiendo a Cristo desaparecerá vuestro temor a la ley, y por otro lado, viniendo el Espíritu Santo a morar en vuestros corazones, hará que améis la ley íntimamente. El Espíritu Santo nunca más abandonará tales corazones. Vendrá al corazón y lo ablandará. Quitará el corazón de piedra y lo cambiará por uno de carne y allí escribirá la tres veces -santa ley de Dios. Entonces la ley resultará dulce al alma y se deleitará íntimamente en ella. “La ley es santa, y el mandamiento santo, y justo y bueno”. Ahora el creyente desea sincera y fervientemente que todo pensamiento, palabra y obra se ajuste aquella ley santa. “¡Oh, que mis caminos fuesen dirigidos guardar tus estatutos! gran paz tienen los que aman tu ley y no hay para ellos tropiezo”. El Salmo 119 se convierte en el aliento del nuevo corazón. Ahora el creyente se afana en lograr que todo el mundo se sujete a aquella ley pura y santa. “Ríos de agua descendieron de mis ojos porque no guardan tu ley” (Salmo 119-136).
¡Oh, si todo el mundo comprendiese que la santidad y la felicidad son una misma cosa! ¡Oh, si todo el mundo se hiciese una familia santa, con su acudir gozosamente todos a someterse a las puras reglas del Evangelio! Conócete a ti mismo por esta prueba. ¿Puedes decir “me deleito en la ley de Dios?” ¿Recuerdas cuándo la odiabas? Porque ha tenido que haber un tiempo cuando la rechazabas, si ahora realmente eres suyo. ¿La amas ahora? ¿Te enardece el pensamiento de que llegará el tiempo cuando vivirás en la eternidad bajo sus direcciones de forma total, siendo tú mismo santo como Dios es santo, puro como Cristo es puro?

¡Oh, venid, pecadores y ofreced vuestros corazones a Cristo para que escriba por su Espíritu Santo su santa ley en ellos! Demasiado tiempo ha estado esculpida en vuestros corazones la ley del diablo: venid, pues, a Jesús, y Él no sólo os guardará de las maldiciones de la ley, sino que también os dará el Espíritu para que la grabe en vuestros corazones; entonces notaréis que la amáis en lo más íntimo de vuestra alma. Pedid que juntamente con Él os sea concedido el cumplimiento de sus promesas. Con toda seguridad que habéis gustado los placeres del pecado por demasiado tiempo. Venid ahora y probad los goces de la santidad, fruto del nuevo corazón.

Si murieseis tal como ahora estáis, para toda la eternidad os quedaría estampado vuestro corazón malo y perverso. “El que es injusto, séalo todavía, y el que es sucio, ensúciese todavía” (Apoc. 22:11). ¡Oh, venid a Cristo y permitid que cambie vuestro corazón antes de que muráis! A menos que nazcáis de nuevo, no veréis el reino de Dios.

II. UN VERDADERO CREYENTE SIENTE UNA LEY OPUESTA EN SUS MIEMBROS.

“Veo otra ley” (v. 23). Cuando un pecador viene a Cristo, generalmente piensa que dará un adiós para siempre al pecado: “Ahora -piensa- nunca más pecaré”. Se siente ya en la misma puerta del cielo. Pero pronto nota en su corazón una leve sombra de tentación y es forzado a exclamar: “Veo otra ley”.

1. Observamos cómo la llama Pablo: “Otra ley”. Una ley completamente diferente a la ley de Dios. Una ley evidentemente contraria a ella. La llama “ley del pecado” (v. 25), una ley que le impulsará a cometer el pecado, una ley que le urge a pecar a veces con premios, a veces con amenazas, una “ley del pecado y de la muerte” (8:2); una ley que, no sólo impulsa al pecado, sino que conduce a la muerte, y muerte eterna: “La paga del pecado es muerte”. Es la misma ley que en Gálatas se llama “la carne”: “La carne lucha contra el espíritu” (Gál. 5:17). Es la misma que en Efesios 4:22 recibe el nombre de “el viejo hombre” que es guiado por pasiones pecaminosas; la misma ley que en Colosenses 3 es llamada “vuestros miembros”. La misma que se llama en Romanos, 7:24 “el cuerpo de esta muerte”. La verdad es, por tanto, que en el corazón del creyente anidan todos los miembros y cuerpo del viejo hombre, de su vieja naturaleza. En su vieja naturaleza existe la fuente de todo pecado, la cual ha contaminado todo el mundo.

2. Observad otra vez lo que la ley está haciendo, “Se rebela”. Esta ley que se halla en mis miembros no está quieta, no está inmóvil, sino que se rebela, siempre está en una acción de rebelión. Así es que nunca puede haber paz en el seno del creyente. Hay, sí, paz con Dios, pero guerra constante con el pecado. Esta ley que está en los miembros, cuenta con un ejército de pasiones que radica en lo íntimo del convertido y guerrea constantemente contra la ley de Dios. Algunas veces, ciertamente, algún arma es dejada guardada y quieta y permanece inmóvil hasta que se presenta un momento favorable. Del mismo modo en el corazón las pasiones a menudo están quietas, pero se hallan en estado de alerta hasta que llega la ocasión propicia y entonces pelean contra el alma. El corazón es como un volcán, algunas veces dormita y humea sólo de cuando en cuando, pero en tanto, el fuego está completamente encendido en el fondo y no tarda en propagarse de forma violenta al exterior. Hay dos grandes combatientes dentro del alma del creyente. Por un lado está Satanás, con la carne y todas sus concuspiscencias a sus órdenes; por otra parte, el Espíritu Santo con la nueva criatura a sus mandatos. Y así “la carne pelea contra el Espíritu y el Espíritu contra la carne; y la una es contraria a la otra, para que no hagáis lo que quisiereis”.

¿Triunfa siempre Satanás? En la sabiduría insondable de Dios la ley en los miembros triunfa en numerosas ocasiones sobre el alma. Noé fue perfecto y anduvo con Dios y, sin embargo, también fue vencido.

“Y bebió del vino y se embriagó” (Génesis, 9:21). Abraham fue el “amigo de Dios” y, con todo, mintió diciendo de Sara, su esposa, “es mi hermana”. Job también fue varón perfecto, varón que temía a Dios y se apartaba del mal y, a pesar de todo, fue provocado a maldecir el día en que nació. Y lo mismo pasó con Moisés, con David, y con Salomón y Ezequías y los apóstoles.

3. ¿Habéis experimentado esta batalla? Es una señal inequívoca que se da en los hijos de Dios. Me temo que la mayoría de vosotros jamás la habéis experimentado. No penséis que me engañáis. Casi todos vosotros habéis sentido la batalla cuando algunas veces ha luchado vuestra conciencia con la ley de Dios. Es una contienda entre la conciencia y la ley de Dios. Pero no es esa la contienda que se libra en el seno del creyente. Es una lucha entre el Espíritu de Dios en el corazón y el viejo hombre con sus obras, la lucha del creyente.

4. Si alguno de vosotros gime en medio de esa guerra, aprenda a ser humilde, pero no se desaliente. Sed humildes por causa de ella. – Dios está intentando que muerdas el polvo con las derrotas para que sientas que no eres sino gusano. ¡Oh, qué miserable debes de ser, que aun después de haber sido perdonado y de haber recibido el Espíritu Santo, tu corazón todavía tiene una fuente de maldades sin número! ¡Cuán vil, que aún en tus más solemnes contactos con Dios, en la misma casa de Dios, en situaciones terriblemente llenas de responsabilidad -tales como hallándote arrodillado ante algún lecho de muerte- sientes bullir en tu seno todos los miembros de tu vieja naturaleza!

Permite que tal situación te enseñe tu necesidad de Jehová. – Ahora te es tan vitalmente necesaria la sangre de Cristo como lo fue cuando tuvo lugar tu conversión. Nunca podría permanecer delante de Dios por ti mismo. Una y otra y otra vez debes ser lavado; aun en el momento de tu muerte habrás de refugiarte en Jehová – Jehová nuestra justicia. Debes apoyarte en Jesús, sólo Él te puede sobrellevar. Mantente más y más cerca cada día de Él.

No te desalientes. – Jesús desea ser un Salvador para ti tal cual eres, quiere ser tu adecuado Salvador. Puede salvarte hasta lo máximo. ¿Piensas que tu caso ha de ser difícil o desesperado para Cristo? Todo aquel a quien Jesús ha salvado tiene exactamente un corazón igual que el tuyo. Pelea, por tanto, la buena batalla de la fe; echa mano de la vida eterna. Aplícate la resolución de Jonathan Edwards:

“Por muchos que aun mis fracasos, nunca abandonaré mi lucha, me permitirá en lo más mínimo que mis corrupciones la aminoren”. “Al que venciere, yo le haré columna en el templo de mi Dios” (Apocalipsis 3:12).

III. LOS SENTIMIENTOS DEL CREYENTE DURANTE SU PELEA.

1. Se siente miserable. – “Miserable hombre de mí” (v. 24). No hay nadie tan feliz en este mundo como el creyente. Ha acudido a Cristo y ha hallado descanso. Ha hallado en Cristo el perdón de todos sus pecados. Ha sido hecho cercano a Dios. Tiene el Espíritu Santo morando en su corazón. Tiene la esperanza de la gloria. En los tiempos peores y más peligrosos puede mantenerse feliz, porque siente que Dios está con él. Y, a pesar de todo, hay momentos en que clama: ¡Miserable hombre de mí! Cuando nota y descubre la terrible plaga que hay en su propio corazón, cuando siente el aguijón de la carne, cuando su corazón malvado le es puesto de manifiesto en toda su terrible malignidad… ¡ah, entonces se postra humillado clamando: “¡Miserable hombre de mí!” ‘ Una razón que pone de manifiesto su miseria, consiste en que el pecado, descubierto ya en su corazón en su terrible malignidad, le quita la esperanza de que podrá ser perdonado. Un sentimiento de culpabilidad pesa sobre la conciencia y una densa nube cubre su alma. “¿Cómo puedo ahora, al, ahora, acudir a Cristo? “Es su clamor.” ¡Ay de mí, que he pecado contra mi Salvador!” Otra razón radica en lo asqueroso y detestable que es el pecado. Causa en el corazón la misma sensación que la mordedura de una víbora. El hombre natural cae a menudo en un estado de miseria moral que le convierte en una piltrafa por causa del pecado, pero él nunca es consciente cuán detestable y asqueroso es. Sin embargo, la nueva criatura en Cristo conoce cuán vil y miserable es el Pecado. ¡Ah hermanos!, ¿habéis conocido algo de lo que significa la miseria del creyente? Si no lo habéis conocido’ os estará vedado el camino que conduce al gozo de la gracia en favor del pecador, gracia y gozo que constituyen el más preciado don. Si os resultan desconocidas las lágrimas y gemidos del creyente, también desconocéis su cántico de victoria.

2. El creyente busca liberación. – ¿Quién me librará? Antiguamente algunos tiranos acostumbraban a encadenar a sus prisioneros junto con un cadáver, de tal manera que por doquiera fuese el prisionero arrastras él el Putrefacto cadáver. Parece ser que Pablo hace alusión aquí a práctica tan inhumana. Sentía Pablo que su viejo hombre era un repugnante cadáver corrompido, cadáver que continuamente llevaba tras sí. Su deseo intenso era verse libre de él. “¿Quién me librará?”. Vosotros recordáis bien que cuando Dios permitió que un aguijón en la carne atormentase cruelmente a su siervo, un mensajero de Satanás que le abofetease, Pablo se sintió impulsado a caer postrado ante Dios. “Tres veces he rogado al Señor que se quite de mí” ¡Oh, ésta es, la verdadera señal de todo hijo de Dios! El mundo tiene una vieja naturaleza; todos a una son cada uno “un viejo hombre.” Pero tal hecho no les hace caer de rodillas porque no tienen la nueva naturaleza. ¿Cuál es vuestra actitud, almas queridas? ¿La corrupción que sientes en ‘ti mismo’ te conduce al trono de la gracia? ¿Te mueve ella a invocar el nombre del Señor? ¿Te hace hacer como la viuda inoportuna que pedía “hazme justicia de mi adversario?”‘ ¿Hace como aquel hombre que llamaba en casa de su amigo a la media noche para que le diese tres panes? ¿Es también tu clamor como el de la mujer cananea que no dejaba a Jesús, invocando de Él una curación? ¡Ah!, recuerda y sabe que si la concupiscencia obra en tu corazón y tú continúas tan tranquilo con ella sin clamar por tu liberación, tú no eres de Cristo.

3. El creyente da gracias por la victoria. – Ciertamente somos más que vencedores en aquel que nos amé; podemos dar gracias porque la victoria ya ha sido conseguida. Si aun en lo más tremendo de la batalla podemos mirar a Jesús y clamar: “¡Gracias a Dios!” En el momento en que un alma que se lamenta bajo la opresión de su corrupción fija su alma en Jesús, en ese mismo instante su gemido es trocado en un cántico de alabanza. En Jesús descubriréis una fuente en que lavar toda vuestra culpabilidad del pecado. En Jesús hallaréis gracia suficiente para vosotros, gracia para sosteneros hasta el fin y la segura y firme promesa de que el pecado pronto será totalmente esarraigado de vuestro corazón. “No temas que yo te redimí; te he llamado por nombre y mío eres tú”. ¡Ah, esta verdad cambia los gemidos en himnos de alabanza! Esta es la experiencia diaria de todo el pueblo de Dios. ¿Es la tuya amigo? Examínate a ti mismo por medio de ella.

¡Oh, si no conoces la canción de alabanza del creyente, nunca rendirás tu corona con todos los salvos en el cielo a los pies de Jesús! Queridos creyentes, alegráos en gloriáros en vuestras enfermedades para que toda la potencia de Cristo os baste. ¡Gloria, gloria sea dada al Cordero!
Soli Deo Gloria



jueves, 29 de septiembre de 2016

La impiedad de atribuir una forma visible a Dios

“No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra” (Éx. 20:4)
Dios se opone a los ídolos para que todos sepan que él es el único apto para dar testimonio de sí mismo. A fin de acomodarse al intelecto rudo y burdo del hombre, las Escrituras usan, usualmente, términos populares para lograr su objetivo de marcar una clara diferencia entre el Dios verdadero y los dioses ajenos. De manera específica se opone a los ídolos. No que apruebe lo que los filósofos enseñan con más elegancia y sutileza, sino para poder exponer mejor la insensatez y la locura del mundo en sus interrogantes relacionados con Dios, cuando cada uno se aferra a sus propias especulaciones. Esta definición exclusiva, que uniformemente encontramos en las Escrituras, anula toda deidad que los hombres conciben para sí mismos de motu propio; siendo que el propio Dios es el único apto para dar testimonio de sí mismo. Dado que esta brutal estupidez se ha extendido por todo el globo, que los hombres ansían contar con formas visibles de Dios y, por ende, fabrican deidades de madera, piedra, plata y oro, o de cualquier otra materia muerta y corruptible, nosotros debemos mantener como un principio primordial que toda vez que alguna forma es vista como Dios, su gloria se corrompe por una mentira impía. En consecuencia, en la Ley, Dios se adjudicó la gloria de la divinidad a él mismo solamente; cuando pasa a mostrar qué clase de adoración aprueba y rechaza, agrega inmediatamente: “No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra” (Éx. 20:4). Con estas palabras frena cualquier intento licencioso que podemos hacer para representarlo por medio de una forma visible y enumera brevemente todas las formas por medio de las cuales la superstición había comenzado, aun mucho antes, de convertir su verdad en una mentira. Porque sabemos que el sol era adorado por los persas. Cada estrella que veían en el firmamento, representaba un dios para ellos. Para los egipcios, cada animal era una figura de Dios. También los griegos se vanagloriaban de su sabiduría superior de adorar a Dios bajo una forma humana. Pero Dios no hace nunca ninguna comparación entre imágenes como si una u otra fuera apropiada en mayor o menor grado; rechaza sin excepción toda forma e imagen y cualquier otro símbolo por el cual los supersticiosos imaginan que lo pueden acercar a ellos.

2. Razones de esta prohibición expresada por Moisés, Isaías y Pablo. Lo siguiente puede inferirse de las razones que el Señor anexa a su prohibición. Primero, en los libros de Moisés dice: “Guardad, pues, mucho vuestras almas; pues ninguna figura visteis el día que Jehová habló con vosotros de en medio del fuego; para que no os corrompáis y hagáis para vosotros escultura, imagen de figura alguna” (Dt. 4:15-16), etc. Veamos con cuánta claridad Dios se pronuncia contra toda figura, para hacernos conscientes de que todo anhelo por tales formas visibles es rebelión contra él. Segundo, en cuanto a los profetas, basta con mencionar a Isaías, quien es el que más escribe sobre este tema (Is. 40:18; 41:7, 29; 45:9; 46:5), a fin de mostrar cómo la majestad de Dios es profanada por una ficción absurda e inapropiada, cuando él, quien es incorpóreo, es asimilado a la materia corporal, él, quien es invisible, a una imagen visible, él, que es espíritu, a un objeto inanimado y él, que llena todo espacio, a un pedazo miserable de madera, de piedra o de oro.

En tercer lugar, también Pablo razona de la misma manera: “Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos pensar que la Divinidad sea semejante a oro, o plata, o piedra, escultura de arte y de imaginación de hombres” (Hch. 17:29). Por lo tanto, es evidente que cualquier estatua esculpida o cuadro pintado para representar a Dios le es totalmente desagradable, un insulto a su majestad. ¿Y es de extrañar que el Espíritu Santo brame tales respuestas del cielo, cuando compele a idólatras ciegos y miserables que hagan una confesión similar sobre la tierra? La queja de Séneca4, que Agustín5 recoge, dice: “Dedican imágenes hechas de materia sin valor y sin movimiento a inmortales sagrados e inviolables. Les dan la apariencia humana, de bestias y peces, algunos les asignan los dos sexos en un mismo cuerpo o con partes del cuerpo mezcladas o heterogéneas. Los llaman dioses cuando, si tuvieran aliento y de pronto se los encontraran, los considerarían monstruos”.

Por lo cual, decimos nuevamente, que es obvio que los defensores de las imágenes se justifican con excusas vanas diciendo que se las prohibieron a los judíos por ser estos propensos a la superstición, como si la prohibición que el Señor fundamenta en sus propias esencias eternas y el curso uniforme de la naturaleza, pudiera limitarse a una sola nación. Además, cuando Pablo refutó el error de representar corporalmente a Dios, se estaba dirigiendo a los atenienses, no a los judíos.

4. Lucio Anneo Séneca (c. 4 a. de JC-65 d. de JC) – Filósofo y estadista estoico romano.
5. Aurelio Agustín, obispo de Hipona (354-430) – Tomado de City of God (La ciudad de Dios).
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Juan Calvino (1509-1564): Padre de la teología reformada. Durante su ministerio en Génova, que duró casi veinticinco años, Calvino dictaba conferencias a estudiantes de teología y predicaba un promedio de cinco sermones por semana. Escribió comentarios sobre casi todos los libros de la Biblia y numerosos tratados. Su correspondencia llena once tomos. Nació en Noyon, Picardia, Francia.

Tomado de Institutes of the Christian Religion (Instituciones de la religión cristiana), Tomo I, xi. Traducción de Beveridge [al inglés] (1800).
Publicado con permiso de Chapel Library.

Soli Deo Gloria



miércoles, 28 de septiembre de 2016

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¿Para quién es el Culto? CBL 1689

1. La luz de la naturaleza muestra que hay un Dios, que tiene señorío y soberanía sobre todo; es justo, bueno y hace bien a todos; y que, por lo tanto, debe ser temido, amado, alabado, invocado, creído y servido con toda el alma, con todo el corazón y con todas las fuerzas.1 Pero el modo aceptable de adorar al verdadero Dios fue instituido por él mismo, y está de tal manera limitado por su propia voluntad revelada que no se debe adorar a Dios conforme a las imaginaciones e invenciones de los hombres o a las sugerencias de Satanás, ni bajo ninguna representación visible ni en ningún otro modo no prescrito en las Sagradas Escrituras.2  
1. Jer. 10:7; Mr. 12:33.
2. Gn. 4:1-5; Ex. 20:4-6; Mt. 15:3,8-9; 2 R. 16:10-18; Lv. 10:1-3; Dt. 17:3; 4:2; 12:29-32; Jos. 1:7; 23:6-8; Mt. 15:13; Col. 2:20-23; 2 Ti. 3:15-17.

Confesión Bautista de 1689, Cap. 22 Párr. 1

¿Para quién es el culto? "Para Dios, es claro", viene la respuesta. "El culto es nuestra respuesta a la gracia de Dios. En el culto damos a Dios la alabanza y la honra que El merece. Es verdad que nosotros podemos recibir algo en el culto, podemos ser edificados, pero ese es un elemento menor y secundario del culto. El culto es teocéntrico".

¿Culto "Verdaderamente Reformado"?

Eslogan como este han buscado definir el culto "Verdaderamente Reformado" en nuestros días. El énfasis es comprensible, visto que el culto moderno infundido con el carácter de la cultura pop se ha vuelto profundamente narcisista. Y  en relación a ese culto sensorial que busca que lo sensitivo, centrado en las necesidades del adorador, escritores reformados insisten en que el culto se relaciona con nuestro dar, no con nuestro recibir. Aunque suena como reformada, esa perspectiva es en la mejor de las hipótesis, una media verdad; falsa, en la peor de las hipótesis, y definitivamente mas arminiana que reformada.

Pero después de todo ¿qué esta incorrecto en decir que el culto es para Dios? Para comenzar, eso significa que el culto es puramente nuestra respuesta a Dios. Eso da a entender el siguiente cuadro: en algún lugar, fuera de la ocasión del culto, Dios me salvo. He sido salvo, tengo el deber de reunirme con el pueblo de Dios para agradecerle por Su misericordia y alabarlo por Su grandeza. Fuera de las puertas de la Iglesia, yo busque y encontré la gracia de Dios. Una vez dentro de ella, no soy mas alguien que busca la gracia , sino alguien que da gracias. No obstante es imposible que cualquier acción humana sea una respuesta pura y simple. Admitir esa posibilidad es asumir que podemos ser autónomos e independientes de Dios: una vez que El hizo una obra en nosotros, podemos responder a El sin necesitar contar con su continua operación en nuestras vidas. Eso es claro, es exactamente lo que la teología reformada niega.

La Escritura no dice meramente que Dios obra primero, y después nosotros respondemos. Ella dice que incluso cuando damos, estamos simultáneamente y principalmente recibiendo. Consecuentemente, no es que somos recipientes de la gracia de Dios hasta que crucemos la puerta. Pero confiamos en la obra de Dios en nosotros en el culto tanto como en cualquier otro lugar, y es solamente porque actuamos por el poder del Espíritu que nuestras acciones en el culto traen honra a Dios.

El culto, como todo lo demás en la vida cristiana, es por la gracia a través de la fe. Entrar por las puertas de una iglesia no transforma de modo mágico arminianos en calvinistas.

Los Medios de Gracia

El segundo problema con esa perspectiva es que ella niega implícitamente el entendimiento reformado concerniente a los medios de gracia. De acuerdo con todas las Confesiones Reformadas, la Palabra y los Sacramentos son medios de gracia auténticos y efectivos, por medio de los cuales el Espíritu otorga la presencia y el poder de Cristo resucitado a los fieles de Dios.

"¿Cuáles son los medios externos a través de los cuales Cristo comunica los beneficios de la redención?,  "la palabra, los sacramentos y la oración... a todos los cuales  hace él eficaces para la salvación de los elegidos". La Palabra y los sacramentos son los principales focos del culto y ambos son medios de Dios para "comunicarnos beneficios". El culto, así no se refiere principalmente a lo que nosotros hacemos ante el rostro de Dios, pero se refiere principalmente a lo que Dios esta haciendo en nosotros.

El culto del día del Señor es una acción divina: Él nos llama a Su presencia; El declara nuestros pecados perdonados; Él nos habla palabras de consuelo, reprensión y aliento; Él nos alimenta en su mesa; y nos invita a entrar, nosotros entramos; cuando Él nos absuelve de nuestros pecados, nosotros alabamos Su gracia en Su Hijo; nosotros nos estremecemos ante sus amenazas y creemos en sus promesas: nosotros comemos y bebemos de su banquete; y cuando él nos manda de vuelta , nos vamos. Pero esas son respuestas y dependen de la obra del Espíritu.

¿Suposiciones/ Premisas Humanistas?

Nosotros nos congregamos, en primer lugar, porque creemos que Dios prometió hacer ciertas cosas por nosotros. Ese parece ser el fundamento de lo que se puede llamar "culto en busca de lo sensitivo" pero nada puede estar más lejos de la verdad. En realidad, los errores del culto contemporáneo tienen raíces en las propias suposiciones que estoy atacando aquí. El culto contemporáneo no está firme en la convicción de que la Palabra y los Sacramentos son medios de gracia genuinos. Es por eso que todo se ha convertido sustituto para la predicación de la Palabra y para la administración de los Sacramentos- historias y anécdotas, teatros de títeres, obras, sea como fuere. Los cultos contemporáneos no se basan en la premisa de que es Dios que está actuando en las reuniones de culto; lo que importa es lo que el grupo responsable por el culto está haciendo para obtener la atención de los incrédulos en la audiencia.

Las iglesias reformadas que propagan la idea de que el culto del Día del Señor es para Dios, están simultáneamente adoptando muchas prácticas del culto moderno, y esto no ocurre por accidente. Ambas se originan sobre la misma teología litúrgica básica porque ambas niegan, al menos implícitamente, que el culto es ministerio de Dios para nosotros. De modo más profundo, el problema es que esa perspectiva produce una forma de culto que no es verdaderamente teocéntrico porque no es centrado en el verdadero Dios. Esta forma de culto concibe al Dios que adoramos como alguna especie de potestad oriental, que se sienta en su trono pasivamente, mientras que su pueblo, reunido abajo, busca desesperadamente su agrado. Dios es de hecho un Rey exaltado, pero Su realeza no es de este mundo. Él fue levantado en una cruz, adornado con una corona de espinas. Él Se revela como Rey no al recibir nuestras dádivas sino al ofrecerse a Sí mismo.

Entrar en Su presencia en busca de misericordia, recibir sus dádivas, escuchar humildemente Su Palabra y alimentarse con gratitud en su mesa- esto es genuino teocentrismo cristiano.

8. El día de reposo se guarda santo para el Señor cuando los hombres, después de la debida preparación de su corazón y de haber ordenado de antemano todos sus asuntos cotidianos, no solamente observan un santo descanso durante todo el día de sus propias labores, palabras y pensamientos1 acerca de sus ocupaciones y diversiones seculares, sino que también se dedican todo el tiempo al ejercicio público y privado de la adoración de Dios, y a los deberes que son por necesidad y por misericordia.2
1. Ex. 20:8-11; Neh. 13:15-22; Is. 58:13,14; Ap. 1:10.
2. Mt. 12:1-13; Mr. 2:27,28.
Confesión Bautista de 1689, Cap. 22 Párr. 8
Soli Deo Gloria



domingo, 25 de septiembre de 2016

La Ley y el Evangelio

Importancia
¿Por qué este asunto de “la Ley y el Evangelio” es importante? Permítame exponer seis razones:
1.    Porque no hay ningún punto de la Verdad Divina sobre el cual los ministros y los cristianos cometen grandes errores que sobre la relación propia que existe entre la Ley y el Evangelio.
2.    Porque no puede haber una verdadera santidad evangélica, ya sea en el corazón o en la vida, si no procede de la fe que obra por el amor, y ninguna fe verdadera, bien de la Ley o del Evangelio, a menos que la distinción principal entre la una y la otra sea espiritualmente discernida. La Ley y el Evangelio son puestos delante de nosotros en la Biblia como un sistema indivisible de la Verdad, sin embargo hay una línea inmutable de distinción entre ellos. También hay una conexión y relación inseparable entre ellos. Desafortunadamente, algunos ven la diferencia pero no ven la relación; sin embargo, el hombre que conoce la posición relativa de la Ley y el Evangelio tiene las llaves de la situación en un entendimiento de la Biblia y su doctrina.
3.    Porque un entendimiento apropiado entre la Ley y el Evangelio es la marca de un ministro que divide bien la Palabra de Verdad.Charles Bridges resumió bien esta marca del verdadero ministro: “la marca de un ministro ‘aprobado por Dios, un obrero que no tiene de qué avergonzarse’, es aquel que, ‘usa bien la Palabra de Verdad’ Esto implica una aplicación completa y directa del evangelio a la masa de sus oyentes no convertidos, combinado con un cuerpo de instrucción espiritual a las diferentes clases de cristianos. Su sistema será marcado por la simetría y la amplitud de la Escritura. Abarcará toda la Revelación de Dios, en sus instrucciones doctrinales, privilegios experimentales y resultados prácticos. Esta Revelación se divide en dos partes – la Ley y el Evangelio – esencialmente distintas la una de la otra; aunque tan íntimamente conectadas, que ningún conocimiento exacto de cualquiera de ellos puede ser obtenido sin el otro…”  (The Christian Ministry, [London: Banner of Truth Trust, 1967], p. 222)
La Ley, como Cristo, siempre ha sido crucificada entre dos ladrones  - el antinomianismo, por un lado; y el legalismo en el otro. El antinomiano no ve ninguna relación entre la Ley y el Evangelio excepto el de ser libre. El legalista falla en entender la vital distinción entre los dos.

Algunos predican la Ley en lugar del Evangelio. Algunos los modifican y no predican ni la Ley ni el Evangelio. Algunos piensan que la Ley es el Evangelio, y otros creen que el Evangelio es la Ley; aquellos que sostienen estos puntos de vista no tienen claridad en ninguno de ellos.

Pero otros preguntan: ¿No ha sido la Ley totalmente abrogada mediante la venida de Cristo a este mundo?; ¿Nos traería usted bajo este pesado yugo de esclavitud el cual nadie ha sido capaz de soportar?; ¿No declara expresamente el Nuevo Testamento que no estamos bajo la Ley sino bajo la Gracia?; ¿No dice que Cristo nació bajo la Ley para liberar a Su pueblo de ella?; ¿No es un intento de sobre-atemorizar la conciencia de los hombres por medio de imponer de forma legalista la autoridad del Decálogo, en total desacuerdo con la libertad cristiana que el Salvador ha traído por medio de Su obediencia hasta la muerte? Nosotros respondemos: Está tan lejos que la Ley haya sido abolida por la venida de Cristo a este mundo, Él mismo declaró enfáticamente.-  “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido” (Mt 5:17-18)  Es cierto que el cristiano no está bajo la Ley como un pacto de obras, ni como un ministerio de condenación; pero él está bajo ella como una regla de vida y un objetivo estándar de justicia para todas las personas de todos los tiempos. Esto hace que ella sea importante.
4.    Porque el poder de una vida santa necesita estar acompañada por la instrucción en el modelo de la misma. ¿En qué consiste una conducta santificada? Respuesta.- Consiste en agradar a Dios. ¿Qué es lo que agrada a Dios? Respuesta.- Que se haga Su voluntad. ¿Dónde está Su voluntad para ser discernida? Respuesta.- en Su Santa Ley. La Ley, entonces, es la regla cristiana de vida, y el creyente encuentra que él se deleita en la Ley de Dios según el hombre interior (Ro 7:22) El cristiano no está sin ley sino “bajo la Ley de Cristo” una frase de Pablo que se vuelve más exacta cuando se interpreta: “en la ley de Cristo” (1Co 9:21) Pecado es iniquidad, y la salvación es la presentación de la iniquidad en su verdadera relación con Dios, dentro de la bienaventuranza de Su Santa Ley. La Ley de Moisés no es otra que la Ley de Cristo, es el estándar objetivo así como Cristo es nuestro modelo.
5.    Porque únicamente los Diez Mandamientos fueron honrados por Dios, fundados en amor, y son obedecido por los afectos sentidos hacia Aquel que proveyó la redención. A.W. Pink, escribiendo acerca de la singularidad de los Diez Mandamientos, dijo: “Su singularidad aparece primero en que esta revelación de Dios en el monte Sinaí – la cual iba a servir para todos los siglos venideros como la gran expresión de Su santidad y la suma del deber de todo hombre – contó con tales fenómenos que inspiraron temor, que la misma manera en que fueron publicados mostró claramente que Dios mismo asignó al Decálogo una peculiar importancia. Los Diez Mandamientos fueron pronunciados por Dios en una Voz audible con los temores unidos de nubes y oscuridad, truenos y relámpagos y el sonido de una trompeta, y ellos fueron las únicas partes de la Divina Revelación tan habladas – ninguno de los preceptos ceremoniales o civiles fueron así distinguidos. Aquellas Diez Palabras, y ellas solas, fueron escritas por el Dedo de Dios sobre tablas de piedra, y ellas solamente fueron depositadas en el Arca Santa para su resguardo. Así, en el único honor conferido sobre el Decálogo mismo, nosotros percibimos su suprema importancia en el Gobierno Divino” (The Ten Commandments, ([Swengel Pennsylvania: Reiner Publications 1961], p.5)
6.    Porque hay una necesidad de una norma moral fija y objetiva. La Ley Moral lleva validez permanente ya que es una norma objetiva aprobada únicamente por Dios y va directamente a la raíz de nuestros problemas morales. Pone su dedo en la necesidad más profunda de la iglesia en el evangelismo, así como en la vida cristiana: santificación. Los Diez Mandamientos se necesitan desesperadamente no solamente en la iglesia, sino también en la sociedad. Vivimos en una era-sin-ley al final del siglo XX. El desgobierno reina en los hogares, en las iglesias, en las escuelas y en la tierra. Las Escrituras nos dicen que “La justicia engrandece a la nación; mas el pecado es afrenta de las naciones” (Pro 14:34) Los Diez Mandamientos son la única norma verdadera de justicia.

La Medida Moral

Trágicamente, los cristianos han contribuido al declive moral de nuestra sociedad por medio de quitar los Diez Mandamientos de su propia instrucción. La Ley restringe el pecado. Sin la Ley Moral, este mundo sería un campo de sangre, como es evidente en los lugares donde no hay respeto por los Mandamientos de Dios. El puritano Samuel Bolton, en “Los Verdaderos Límites de la Libertad Cristiana” ([London: Banner of Truth Trust, 1964], p. 79) dice:

Bendito sea Dios que hay este temor sobre los espíritus de los hombres malvados, de otra manera no podríamos vivir bien en este mundo. Un hombre sería un demonio para otro. Cada hombre sería un Caín a su hermano, un Amnón a su hermana, un Absalón a su padre, un Saúl a sí mismo, un Judas a su maestro; porque lo que uno hace, todos los hombres lo harían, sino fuera por una restricción a sus espíritus.

No solamente los impíos, sino también los seguidores de Jesús necesitan un objetivo, fijo, sí, una norma absoluta del bien y del mal. Una vida devocional no puede existir sin considerar la moralidad. No podemos separar la devoción de la obligación. Después de todo, ¿Qué constituye a una persona como devota? Respuesta.- Alguien que está buscando hacer la voluntad de Dios, alguien quien es instruido en un carácter santo. Y, ¿En qué consiste un carácter santo? Respuesta.- En hacer la Voluntad de Dios. Y, ¿En dónde encontramos la Voluntad de Dios con respecto a la moralidad? Repuesta.- En las únicas normas verdaderas que resumen la Ley Moral – los Diez Mandamientos.

Este tema, la Ley y el Evangelio, está en el grado más alto, es importante y edificante, tanto para los santos como para los pecadores. Conocerlo experimentalmente, es ser “sabio para salvación”, y vivir habitualmente bajo su influencia, es ser al mismo tiempo santo y feliz. Tener puntos de vista espirituales distintos del mismo, es la manera de ser guardados de acercarnos, por un lado, hacia la auto-justicia, y por un lado, del libertinaje; y ser capaces de afirmar la absoluta libertad de la gracia soberana, y al mismo tiempo, el sagrado interés por la verdadera santidad. Sin un conocimiento experimental, y una fe sincera, de la Ley y el Evangelio, un hombre no puede ni venerar la autoridad de uno, ni estimar la gracia del otro.

La Ley y el Evangelio son las partes principales de la Revelación Divina; o más bien, ellos son el centro, la suma y la sustancia de todo. Cada pasaje de la Sagrada Escritura es Ley o es Evangelio, o es competente de estar mencionando a uno o al otro. Aun en las historias del Antiguo y Nuevo Testamento el accionar del hombre es introducido como narrativa de hechos,  realizados en conformidad o en oposición a la Ley Moral de Dios; y realizados en la fe o incredulidad del Evangelio. Las ordenanzas de la ley ceremonial, dada a los antiguos israelitas, fueron, en su mayor parte, injertados en el Segundo y Cuarto Mandamiento de la Ley Moral; y en su referencia tipológica, fueron una oscura revelación del Evangelio. Los preceptos de la Ley Judicial, son todos mandamientos resumidos en la Ley Moral, y especialmente, a aquellos contenidos en la Segunda Tabla. Todas las amenazas, ya sea en el Antiguo o Nuevo Testamento, son amenazas de la Ley o amenazas del Evangelio; y cada promesa, es una promesa ya sea de uno o sea del otro. Cada profecía de la Escritura, es una declaración de cosas oscuras o futuras, conectadas ya sea con la Ley o con el Evangelio, o con ambos. Y no hay, en el Sagrado Libro, una amonestación o una reprensión, o una exhortación, que no se refiera a la Ley, al Evangelio o a ambos. Entonces, si un hombre no puede distinguir correctamente, entre la Ley y el Evangelio, él no puede comprender correctamente, tanto como ningún artículo de la Verdad Divina. Si él no tiene comprensiones justas y santas de la Santa Ley, tampoco puede tener las acciones espirituales transformadoras del glorioso evangelio; y, por un lado, sus puntos de vista del evangelio serán erróneos o equivocados, sus nociones de la Ley no pueden ser correctas.

Además, si el conocimiento especulativo, de la Ley y el Evangelio, son superficiales e indistintos, ellos por lo general estarán en peligro de mezclar el uno con el otro y, en un mayor grado que pueda ser concebido, ellos retardarán su progreso en santidad; así como en paz y confortamiento. Pero por el contrario, si ellos pueden distinguir bien entre la Ley y el Evangelio; por lo tanto, bajo las influencias iluminadoras del Espíritu Santo, serán capaces de discernir la gloria de todo el plan de redención, al reconciliar todos los pasajes de la Escritura los cuales parecen contradecirse uno del otro; al probar si las doctrinas son de Dios, para calmar sus propias conciencias en tiempos de problemas intelectuales, y avanzar resueltamente en la santidad evangélica y en la consolación espiritual.

Es importante considerar la diferencia entre la Ley y el Evangelio así como la concordancia entre ellos. El establecimiento de la Ley por el Evangelio, o la dependencia del Evangelio a la autoridad y honor de la Ley debe ser tratado. El privilegio del creyente de estar muerto a la Ley como un pacto de obras, con una consecuencia necesaria de ello, es muy importante. Para enfatizar esta importancia de la Ley (los Diez Mandamientos) voy a llamar a tres testigos fidedignos.

El Testimonio de Tres Testigos

Considere las actitudes expresadas por tres de los voceros escogidos de Dios con respecto a Su Ley:
1.    David, un hombre conforme al Corazón de Dios – el dulce cantor de Israel.“ Guíame por la senda de tus mandamientos, porque en ella tengo mi voluntad” (Sal 119:35) “Horror se apoderó de mí a causa de los inicuos que dejan tu ley” (Sal 119:53) “¡Oh, cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi meditación” (Sal 119:97) “Aborrezco a los hombres hipócritas; mas amo tu ley” (Sal 119:113) “Tiempo es de actuar, oh Jehová, porque han invalidado tu ley” (Sal 119:126)
2.    El principal apóstol de nuestro Señor – Pablo.“¿Luego por la fe invalidamos la ley? En ninguna manera, sino que confirmamos la ley” (Ro 3:31) “De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno” (Ro 7:12) “Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios” (Ro 7:22) “De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe” (Ga 3:24)
3.    Nuestro Señor mismo.“No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido” (Mt 5:17-18)
Por lo regular oímos esta expresión: “Sé como Jesús” ¿Cómo era Él? Él era Perfecto. ¿Cómo lo sabemos? Nosotros podemos tener una norma perfecta por la cual juzgar, y aquella norma perfecta es la Perfecta Ley de Dios (Sal 19:7)

El Testimonio de toda la Biblia

La importancia de este tema se ve en que en toda la Biblia se refiere, ya sea a la Ley o al Evangelio. Por ejemplo:

* La historia del Antiguo y Nuevo Testamento, en lo que respecta al hombre, es nada más que las narraciones de las vidas vividas en conformidad con, o en oposición a la Ley Moral de Dios; o vividas en fe o incredulidad del Evangelio.

* Todas las amenazas del Antiguo y Nuevo Testamento son amenazas ya sea de la Ley o del Evangelio. “El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios” (Jn 3:18)… Cuando el Señor Jesús sea revelado desde el cielo con sus poderosos ángeles, en llama de fuego tomará venganza de aquellos quienes no conocieron a Dios, y sobre aquellos quienes no obedecieron al evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Estos serán castigados con destrucción eterna de la Presencia de Dios y de la gloria de Su poder (2Ts 1:7-9)

* Cada profecía de la Escritura es una declaración de cosas oscuras y futuras y están conectadas ya sea con la Ley o con el Evangelio.

* Cada promesa, es una promesa relacionada ya sea con la Ley o con el Evangelio.

* Cada buena amonestación, reprensión o exhortación, es con referencia con la Ley, el Evangelio, o ambos.

Así, la Ley y el Evangelio son el centro, la suma y la sustancia de toda la Biblia. ¿Cuán importante es entonces relacionar y distinguir propiamente a los dos?; Cuanto más nos acerquemos a una visión clara de la diferencia entre la Ley y el Evangelio, y la conexión entre ellos, ya que uno sirve para establecer al otro; más entenderemos las Sagradas Escrituras, y así la voluntad y la mente de Dios y más útiles seremos en Su servicio.

Dos Clases de Conocimiento

Otra indicación de la importancia de la Ley, es que ella revela las dos clases de conocimiento que son necesarios para la salvación:
1.    La Ley revela el carácter de Dios. La Ley de Dios viene de Su naturaleza. La naturaleza de Dios determina lo que es correcto, y la voluntad de Dios impone tal norma sobre todas Sus criaturas como una obligación moral. Siendo que Su voluntad fluye de Su naturaleza, y la Ley es perfecta (Sal 19:7), la Ley refleja la perfección de Su naturaleza.
El hombre no es responsable ante una ley abstracta, sino ante Dios. Detrás de la Ley está el Dador de la Ley. En consecuencia, encontrar defectos en la Ley es encontrar defectos en el Dador de la Ley. La Ley no son edictos arbitrarios de un déspota caprichoso; sino son los sabios, santos y amorosos preceptos de Uno quien es celoso por Su gloria y por el bien de Su pueblo.

Cristo fue Perfecto. ¿Cómo lo sabemos? Él guardó la Ley perfectamente. El era la Ley personificada. Cristo manifestó al Padre perfectamente: “Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Col 2:9)
2.    La Ley revela la condición del hombre. Acercarse a alguien y decirle: “Todos hemos pecado” no trae convicción a menos que la persona sepa lo que es el pecado. “Pecado es la transgresión de la Ley” (1Jn 3:4) “porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado” (Ro 3:20) El conocimiento del pecado como violación de la Ley de Dios trae convicción.

La Ley y el Evangelismo

De igual manera, la importancia de la Ley es vista en un tema que es estimado en el corazón de todo verdadero predicador y todo evangelismo cristiano verdadero.

En los días pasados, los niños aprendían los mandamientos antes de aprender Juan 3:16, porque solamente entonces Juan 3:16 llegaba a tener sentido. Igualmente, la primera obra de traducción de John Elliot entre los indígenas no fue Juan 3:16, sino los Diez Mandamientos, y su primer sermón fue acerca de los mandamientos. ¿Pensaba John Elliot que los indígenas serian salvos por medio de los Diez Mandamientos? Por supuesto que no, pero los mandamientos les mostraría a ellos el porqué de la necesidad de ser salvados, que ellos eran quebrantadores de la Ley; y que ellos necesitaban un sustituto que haya guardado la Ley.

John Patton, un gran misionero presbiteriano para las Nuevas Hébridas, primero enseñó los Mandamientos. ¿Por qué? Las personas nunca se interesarán debidamente en una relación con el Redentor hasta que ellos vean la terrible brecha en sus relaciones con el Creador. Los mandamientos son el mandato moral del Creador para las criaturas. La aguja fina de la Ley abre el camino para el hilo de grana del evangelio. La Ley es indispensable en un evangelismo bíblico, centrado en Dios.

Resumen
1.    Toda la Biblia es Ley y Evangelio, y los dos están vitalmente vinculados entre sí que un conocimiento exacto del uno no se puede conseguir sin el otro.
2.    La Ley revela el carácter de Dios y la condición del hombre. Estas dos clases de conocimiento son absolutamente necesarios para la salvación. (Vea por ejemplo el primer capítulo de la Institución de la Religión Cristiana de Juan Calvino)
3.    La Ley es esencial para la verdadera evangelización bíblica porque por la Ley es el conocimiento del pecado. Fue la Ley la que fue efectiva en la conversión del apóstol Pablo “Yo no conocí el pecado, sino por la Ley” (Ro 7:7)
4.    La Ley es la única regla y orientación bíblica para la obediencia – esto es, una vida santificada. ¿En qué consiste una conducta santificada? En hacer la voluntad de Dios. ¿Cuál es la voluntad de Dios con respecto a la moralidad? La Ley Moral resumida en los Diez Mandamientos.
5.    La Ley es una de las tres verdades de la Biblia que se mantiene o caen juntas: 1) La Ley de Dios, 2) la Cruz de Cristo; y, 3) El justo juicio de Dios Todopoderoso.
En primer lugar, si no hay Ley no hay pecado porque el pecado es la transgresión de la Ley (Los Diez Mandamientos).

En segundo lugar, si no hay Cruz entonces no hay esperanza para los pobres pecadores – no hay perdón de los pecados.

En tercer lugar, si no hay un juicio justo del Todopoderoso Dios nadie se preocuparía por el pecado o por un Salvador. Estas tres verdades permanecen o caen juntas.

Las siguientes palabras de J. Gresham Machen, el fundador principal del Seminario Teológico Westminster enfatizará la importancia del lugar de la Ley:
Una nueva y más poderosa proclamación de la Ley es quizás la necesidad más apremiante de esta hora, los hombres tendrían poca dificultad con el evangelio si ellos hubieran aprendido la lección de la Ley. Así que siempre: un punto de vista bajo de la Ley siempre conduce al legalismo en la religión; un punto de vista alto de la Ley hace a un hombre buscar la gracia. Ore a Dios para que un punto de vista alto pueda prevalecer nuevamente (What is Faith?, [Edinburgh: Banner of Truth Trust], pp. 141-142)

Predicador, predique la Ley Moral de Dios; y padres, enseñen a sus hijos los Diez Mandamientos. Por Ernest Reisinger
Soli Deo Gloria




miércoles, 21 de septiembre de 2016

Remedios Preciosos: Contra las artimañas del diablo

Un Método Usado Por El Diablo Para Hacer Que Los Creyentes Caigan En El Pecado Thomas Brooks 

[…] Satanás les dice que es fácil arrepentirse, tan sencillo como confesarlo al sacerdote. Todo lo que tienes que decir es, “Señor ten misericordia de mí” y Él te perdonará. Susurrará a tu oído que el arrepentimiento es fácil.

Esta mentira del diablo es muy peligrosa. Es una mentira que ha sido usada para engañar a muchos y ponerlos bajo el control y dominio del pecado. El arrepentimiento no es fácil; está más allá de las fuerzas humanas. Para arrepentirse uno necesita el mismo poder que levantó a Cristo de los muertos, es decir, se necesita el poder de Dios.

El apóstol Pablo escribió a Timoteo que los siervos de Dios debían enseñar la verdad, con la esperanza que Dios concediera a los oyentes el arrepentimiento. (2 Tim. 2:25) El arrepentimiento no es fácil; el arrepentimiento es el don de Dios. El profeta Jeremías preguntó: “¿Mudará el etíope su piel, y el leopardo sus manchas? Así también, ¿Podréis vosotros hacer bien, estando habituados a hacer el mal?” (Jer. 13:23) Las personas no pueden cambiarse a sí mismos; hace falta el poder de Dios para que puedan cambiar. El hecho simple de decir, “Señor ten misericordia de mí,” no es el arrepentimiento verdadero. Los que usan este lenguaje sin un cambio genuino en sus vidas, se están engañando. Muchos están ahora en el infierno porque se equivocaron en cuanto a la naturaleza del arrepentimiento.

Hay tres elementos esenciales en el arrepentimiento. El primer elemento es un cambio sustancial; es dar la espalda al pecado y volverse hacia Dios. El arrepentimiento es dejar las tinieblas y volver a la luz. Isaías dijo: “Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Dios.” (Is. 55:7) El arrepentimiento significa dar la espalda a todo pecado, aún el pecado que uno amaba más. Significa también un cambio de actitud hacia Dios y hacia todo lo que Él manda. Cuando una persona se arrepiente verdaderamente, sabe que no existe nada en ella misma que agrade a Dios, y todo lo que tiene es su pecado. Esto le hace volverse a Dios suplicándole ayuda y perdón. El arrepentimiento no es fácil. Siempre es difícil y ocasiona dolor y vergüenza.1

El segundo elemento en el arrepentimiento verdadero es un cambio completo de vida. El arrepentimiento significa un cambio en la vida interior, en lo que uno piensa y en lo que uno desea. El arrepentimiento significa un cambio tan fuerte en la vida que otros pueden verlo, un cambio en su manera de vivir, en sus hábitos, en su perspectiva. Isaías 1:16 dice, “Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras delante de mis ojos; dejad de haced lo malo; aprended a haced el bien.” Esto significa un cambio exterior e interior, un cambio completo de vida.2

El tercer elemento del arrepentimiento es su continuidad a lo largo de toda la vida del creyente. Arrepentirse significa siempre esforzarse para guardar la ley de Dios en forma más completa. Significa acercarse cada vez más a Dios aunque al mismo tiempo, sabemos que no podemos dejar de considerarnos pecadores. La vida cristiana consiste de un proceso continuo de mortificación del pecado. El apóstol Pablo, quien fue usado grandemente por Dios, dijo, “¡Miserable hombre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Ro. 7:24)

El arrepentimiento no es propio de la naturaleza humana; se necesita tanto del poder de Dios para arrepentirse, como para no pecar. “Venid y volvamos a Jehová porque Él nos arrebató y nos curará; hirió y nos vendará. Nos dará vida después de dos días; en el tercer día nos resucitará y viviremos delante de El.” (Os. 6:1–2) Fíjense que Dios es el que hace todas estas cosas a favor de su pueblo. Él les sana. Él venda sus heridas. Les vivifica y restaura. El poder de Dios y el amor de Dios están actuando en el arrepentimiento. Sin la misericordia y el amor de Dios actuando en uno, no puede haber arrepentimiento verdadero.

Es común que satanás le dice a uno que el arrepentimiento es fácil. Pero después de que se ha caído en el pecado su mensaje cambiará; ahora dirá que el arrepentimiento es imposible. Una vez que la persona se ha acostumbrado al pecado, el diablo dirá que el arrepentimiento es la cosa más difícil que uno puede hacer. Le dirá que resulta difícil dar la espalda a los pecados que ya forman parte de su vida misma. Dirá que no puede haber posibilidad del arrepentimiento, porque ha abusado de la misericordia de Dios y no ha hecho caso de las advertencias divinas. Satanás le hablará de cuantas veces ha caído y que tan malos han sido sus pecados. Le dirá, “Ahora es imposible arrepentirse.”

Los creyentes verdaderos buscarán el arrepentimiento mientras haya tiempo, ¡hoy! El arrepentimiento nunca es fácil pero con la ayuda y con la misericordia de Dios, uno puede dar la espalda al pecado y volverse hacia Dios.

BROOKS, T. (2001). REMEDIOS PRECIOSOS: CONTRA LAS ARTIMAÑAS DEL DIABLO. (O. I. NEGRETE; T. R. MONTGOMERY, TRADS.) (PP. 17–19). GRAHAM, NC: PUBLICACIONES FARO DE GRACIA.

Soli Deo Gloria