sábado, 30 de septiembre de 2017

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Por qué debemos leer a los Puritanos?

El libro de La Espiritualidad Puritana y Reformada,  tras una lectura  el Dr. Joel R. Beeke muestra en la vida de los puritanos en sus vidas personales una teología en llamas de los cuales hoy podemos aprender lecciones espirituales. Estos hombres aún hoy son citados y mencionados en las confesiones de fe y en pulpitos dejándonos un legado. Un texto de historia, teología sistemática y práctica, biografía y apologética todo en uno: un ejemplo de las vidas de los puritanos en el contexto de la historia, doctrina y práctica de la Iglesia.

Cuando comencé a leer literatura reformada, en varios libros se decía que existe la necesidad de ir a las fuentes, de escudriñar y descubrir nuestra historia como creyentes en Cristo Jesús. Bueno, fui uno de los que por la providencia de Dios llegué a descubrir una teología cubierta de piedad y fuego, ese fuego que no se encuentra en la ortodoxia muerta o, mejor dicho, en el academicismo que profesa ser la cúspide de la razón pero que no mueve un solo musculo del corazón por vivir en piedad.

En mi búsqueda llegué a los Puritanos de los cuales: John Owen, Thomas Watson, William Ames y otros, me dieron una perspectiva más clara y contundente de lo que es vivir para la gloria de Dios. Hoy más que nunca es necesario mirar al pasado y escarbar en una teología que se ha olvidado. Por esto deseo escribir y mostrar el pensamiento de algunos siervos de Dios, los llamados “Puritanos”.

Los puritanos, según Dr. Martyn Lloyd Jones, “empezaron a pensar que la Reforma en Inglaterra había sido incompleta, y que no bastaba con cambiar la doctrina y librarse de la falsa enseñanza católica romana. Había que reformar hasta sus últimas consecuencias: también en el terreno de la práctica. Surgió la opinión de que la Reforma se había quedado corta. Estas es, indudablemente, la nota más esencial y característica del puritanismo: el sentimiento de que no se había llegado lo suficientemente lejos reformando”.

Puritanismo una pequeña introducción

Originalmente, el termino Puritano fue peyorativo. Como Leonard Trinterud dice: “A lo largo del siglo dieciséis fue usado más a menudo como un adjetivo menospreciador que como un nombre sustantivo, y fue rechazado como difamatoria en cualquier lugar que fuese aplicado”.

Los primeros puritanos eran hombres que no podían aceptar que la obra estuviera ya completa ni descansar satisfechos con ella en su imperfección. Deseaban hacer a la Iglesia un instrumento tan perfecto como fuera posible para la promoción de la verdadera religión y por tanto rechazaban completamente todo lo que tolerara el error y la superstición católica. No ponían objeciones a la relación de la Iglesia con el Estado o a algún control por las autoridades civiles. Se sometieron a las regulaciones que tales autoridades aprobaban, pero, ya sea consistente o inconsistentemente, resistieron aquellas que les parecía inapropiadas o contrarias a los intereses de la verdad protestante. No actuaron solo o principalmente, como a veces se les ha acusado, por hostilidad al gobierno eclesiástico de los obispos, sino por la intensa convicción de que la jerarquía, tal como era y parecía que iba a quedar siendo, era destructiva para la pureza de la verdadera religión.

Las Escrituras fueron la pieza central del pensamiento y vida de los puritanos. El puritanismo fue, por sobre todas las cosas, un movimiento bíblico. Para los puritanos la Biblia era en verdad la posesión más preciosa que el mundo podría permitirse. Su convicción más profunda era que la reverencia a Dios significaba reverencia por las Escrituras, servir a Dios significa obediencia a las Escrituras. Por lo tanto, para su mente no podría darse un insulto mayor al Creador que rechazar su palabra escrita y, por el contrario, no podría haber un acto de reverencia más elevado que apreciarla, estudiarla con detenimiento y luego vivirla y enseñarla a otros. La intensa veneración por las Escrituras como la palabra viva del Dios viviente y un devoto interés por conocer y hacer todo lo que prescriben, fue el distintivo sobresaliente del puritanismo.

La Meditación

La mayoría de nosotros no estamos acostumbrados a temas como estos, no se nos enseñó sobre la “Meditación” en la Palabra de Dios, algo que debería ser una práctica normal dentro de la cristiandad: “Alzaré asimismo mis manos a tus mandamientos que amé, y meditaré en tus estatutos” (Sal. 119:48). Y debido a esto, existe un obstáculo para el crecimiento de los cristianos de hoy, y es la falta de cultivación del conocimiento espiritual. Somos faltos en dar el tiempo suficiente a la oración y la lectura de la Biblia, y hemos abandonado la práctica de la meditación.

Los puritanos jamás se cansaron de decir que la meditación bíblica implica pensar en el Dios trino y su Palabra. Anclando la meditación en la Palabra viva, Jesucristo, y en la Palabra escrita, la Biblia, los puritanos se distanciaron del tipo de espiritualidad falaz o misticismo que acentúa la contemplación a expensas de la acción, y acude a la imaginación a expensas del contenido bíblico. No se debe evitar este tema, aunque parezca innecesario a primera vista, somos llamados a meditar en Su Palabra de día y de noche, pero no solo elevar la razón a tan altos preceptos sin que éstos produzcan transformación en la totalidad de nuestra vida. Thomas Watson definió la meditación como “un santo ejercicio de la mente por el que traemos a la memoria las verdades de Dios y, con seriedad, reflexionamos sobre ellas y nos las aplicamos.

La Biblia habla a menudo de la meditación: “Sean avergonzados los soberbios, porque sin causa me han calumniado; pero yo meditaré en tus mandamientos” (Sal. 119:78); “Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado; sino que en la ley de Jehová está su delicia, y en su ley medita de día y de noche” (Sal. 1:1-2). La meditación era un deber diario que potenciaba todos los demás deberes de la vida cristiana del puritano. Así como el aceite lubrica un motor, la meditación facilita el diligente uso de los medios de gracia (la lectura de la Escritura, la audición de sermones, la oración y todas las demás ordenanzas de Cristo), acentúa las marcas de la gracia (arrepentimiento, fe, humildad) y fortalece las relaciones con los demás (amor a Dios, a los otros cristianos, al prójimo en general).

Edmund Calamy escribió: “La verdadera meditación es cuando un hombre medita en Cristo de tal manera que logra que su corazón se inflame del amor de Cristo; medita en las verdades de Dios de tal manera que se transforma en ellas; y medita en el pecado de tal manera que logra que su corazón aborrezca el pecado”.

Lamentablemente muchos se equivocan al pensar que el estudiar teología sólo trata de afirmaciones acerca de Dios, y debido a esto, el academicismo los ha llevado a tener vidas frías y alejadas de lo que ellos mismos profesan. La meditación sobre estas verdades teológicas debería llevarlos a que la totalidad de su corazón se dirija al único y santo Dios digno de gloria y alabanza, pero ellos, lamentablemente, desconocen que la teología es más bien el conocimiento de cómo vivir para Dios. Por esto es necesario el estudio y compresión de estas prácticas. La meditación puritana era más que un particular medio de gracia. Era un método comprensivo de devoción puritana –un arte bíblico, doctrinal, experimental y práctico-. William Bridge dijo: “La meditación es la aplicación vehemente o intensa del alma a alguna cosa, sobre la que la mente del hombre reflexiona, se detiene y se aferra, para su propio provecho y beneficio” que, a su vez, conduce a la gloria de Dios.

La Santificación

“La santificación no es una forma muerta, sino que está inflamada de celo. Decimos que el agua está caliente cuando lo está en tercer o cuarto grado; así aquel cuya religión ha alcanzado cierto punto de calor, y cuyo corazón hierve de amor hacia Dios, es santo” (Thomas Watson).

La santidad es un sustantivo que guarda relación con el adjetivo santo y el verbo santificar, lo cual quiere decir para “hacer santo”. En ambos lenguajes bíblicos, el hebreo y el griego, santo significa separado y apartado para Dios. Para el cristiano, apartarse significa, negativamente separado del pecado, y positivamente, consagrado o dedicado para Dios y conformado para Cristo.

Para el puritano la santificación es hermosa; hace que Dios y los ángeles se enamoren de nosotros: “La hermosura de la santidad” (Sal. 110:3). La santificación es para el alma lo que el sol es para el mundo: la embellece y la adorna a los ojos de Dios. La importancia de la santificación en el creyente para un puritano tenía que ver directamente con la justificación, ya que de ella se manifiestan consecuencias, por así decirlo, que son vistas en un creyente verdadero. Para ellos es un cambio real en el hombre de la miseria del pecado a la pureza de la imagen de Dios.

“Más ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna” (Romanos 6:22). Para los puritanos, puesto que ha habido tales intervenciones divinas en nuestras vidas estamos obligados a vivir de una manera que refleje ese milagro interno. Martyn Lloyd Jones escribe: “Habiéndosenos liberado del pecado y hechos esclavos de Dios, vivimos una vida de santidad y experimentamos cada vez más la semejanza con Cristo, dando fruto que confirme nuestra fe a medida que maduramos y avanzamos en la vida cristiana. Más y más fruto para Dios y una santidad creciente, en vez de ¡pecado desenfrenado porque no estamos bajo la ley sino bajo la gracia que siempre sobreabunda!”.

Como vemos la búsqueda de la santidad es bíblica, y los puritanos en un sano deseo de agradar a Dios hacían el llamado a la santificación como algo necesario a partir del fruto de una verdadera conversión, lo cual llevaba a la auto examinación que es vital en la vida del creyente. Juan Calvino escribió: “Si no somos demasiado necios estas cosas deben producir en nosotros odio y horror al pecado, y amor y deseo de justicia”.

El pensamiento puritano creía que la verdadera fe se manifiesta en obediencia y santificación con respecto a la verdad revelada de Dios en su santa Palabra, como algo natural que fluye de una nueva criatura. John Owen escribe: “La manera por la cual la verdadera fe se manifiesta en las almas y en las conciencias de los creyentes, en su apoyo y consuelo en todos sus conflictos con el pecado, en todas sus pruebas y tentaciones, es una constante aprobación de la revelación de la voluntad de Dios en La Escritura concerniente a nuestra santidad, y la obediencia a ella que él requiere de nosotros. La fe nunca renunciará a esto, cualesquiera que sean las pruebas que pueda sufrir, cualquiera que sea la oscuridad en que pueda caer la mente. Se ajustará a esto en todas las extremidades”.

La santificación solo es aprobada y deseada por aquel que ha sido realmente traído de las tinieblas a la Luz, porque él se deleita en la ley de su Señor y busca agradar a su amado Salvador, por el contrario, el impío no se sujetará a las demandas de Dios, ni puede hacerlo. John Owen escribe: “Ningún hombre, sin la luz de la fe salvadora, puede aprobar constantemente y universalmente la revelación de la voluntad de Dios, en cuanto a nuestra santidad y obediencia”.

La santificación, como vemos, fluye de un verdadero hijo de Dios. Somos llamados a vivir para la gloria de Dios, y cuando nos referimos a este tema, la santificación toca cada área de nuestras vidas llevándonos a ser imagen de nuestro amado Salvador Jesucristo. Por esto, es urgente examinarnos y ver cuál sea nuestro andar en esta vida, con esto no estoy negando nuestra libertad en Cristo, pero es terrible, y debería serlo, cuando esa libertad se vuelve en libertinaje.

Para terminar, John Owen escribe: “Como la santidad reside en los creyentes, es un principio permanente de vida espiritual, de luz, de amor y de poder, que actúa en toda el alma y en todas las facultades de la mente, permitiéndoles aferrarse a Dios con propósito de corazón y vivir para él en todos los actos y deberes de la vida espiritual. Esto es lo que el Espíritu Santo es “en ellos un pozo de agua, que salte para vida eterna” (Juan 4:14).

Confesionalidad

Para la mayoría el Puritanismo es un término “nuevo” y extraño, y cuando digo mayoría, hablo de la línea “reformada” en el presente, que desconoce nuestras raíces. Existe una crítica apresurada y despiadada con respecto a estos hombres piadosos, y muchas veces somos guiados por caricaturas fuertemente marcadas por el liberalismo teológico que se ve en peligro ante una Ortodoxia que va de la mano con la Ortopatía.

Los Puritanos eran confesionales, es más, dentro de aquellos 121 teólogos que se reunieron para confeccionar la Confesión de fe de Westminster habían Puritanos: 
“El 1º de julio de 1643 la Asamblea se reunió en la capilla del Rey Enrique VIII. Sin embargo, según comenta Warfield, debido a la llegada de un otoño muy frío, el 12 de octubre de 1643 el lugar de reuniones fue transferido a una sala más cómoda, llamada «sala Jerusalén». Aquí se llevó a cabo todo el trabajo de la Asamblea de teólogos (Warfield 1991, 3). Para seleccionar los miembros de la Asamblea se procedió de la siguiente manera: dos de cada condado inglés, uno de cada condado de Gales, dos de las Islas del Canal de la Mancha, uno de cada universidad, y cuatro de Londres. En total se reunieron 121 teólogos (Warfield 1991, 11-12). La Iglesia de Escocia envió 8 delegados: Robert Douglas, Alexander Henderson, Robert Baillie, el conde de Cassilis y el Lord de Matiland (del partido puritano), y Samuel Rutherford, George Gillespie y Archibald Johnston of Wariston (del partido del viejo orden eclesial) (Warfield 1991, 30, nota 58; Hetherington 1991, 126)”.

Según Martyn Lloyd Jones, Knox es el fundador del Puritanismo porque exhibe con enorme claridad los principios que seguían a los Puritanos y entre los cuales se encuentra, primeramente y ante todo, la suprema autoridad de las Escrituras como Palabra de Dios. Este mismo hombre del cual se habla, debido a su constante predicación de la Palabra de Dios nacieron grandes grupos de cristianos cuya fe estaba fundada en la Palabra de Dios, quienes a su vez constituyeron la base para dar nacimiento a la Iglesia Presbiteriana de Escocia en 1560. Dicha iglesia elaboró su propia confesión de fe denominada La confesión de fe de los escoceses, la cual fue reconocida por el Parlamento escocés en el año 1657.
Como vemos, la estructura confesional estaba arraigada en el pensamiento Puritano, es más, nuestra confesión está confeccionada por hombres piadosos que buscaban aplicar la Palabra de Dios a sus propias vidas y, por supuesto, en todas las esferas de la vida cristiana, no por nada naciones completas fueron impactadas por una predicación coherente con la doctrina, pero mucho más abundante en la piedad y la llenura del Espíritu Santo.

Thomas Watson, un teólogo Puritano, publicó una serie de libros acerca de temas prácticos, y de una naturaleza provechosa, pero su obra principal fue un tratado de Teología, en 176 sermones, acerca del Catecismo de la Asamblea de Westminster, que no apareció hasta después de su muerte. Se publicó en un libro en folio en 1692… Durante muchos años este libro se siguió utilizando para instruir a la gente corriente en cuestiones de teología, y aún es muy común encontrarlo en cabañas de los campesinos escoceses. Al igual que los reformadores, los puritanos eran catequistas. Creían que los mensajes del púlpito debían ser reforzados por el ministerio personalizado mediante la catequesis – la instrucción en las doctrinas de la Escritura usando los catecismos-. La catequesis puritana fue evangelizadora en varios sentidos. Varios de los ministros puritanos crearon catecismos con la mentalidad de ayudar a los niños, jóvenes y adultos en comprender las doctrinas de la Escritura. En su mayoría la catequesis era la continuación de los sermones, y una manera de alcanzar al prójimo. Joseph Alleine, según dicen, continuaba su obra del domingo, cinco días a la semana, catequizando a miembros de la Iglesia y alcanzando con el evangelio a gente que se encontraba en las calles. Como vemos la catequesis era evangelizadora, y con razón de examinar el corazón de las personas. Tanto Reformados como puritanos usaron estos métodos bíblicos de enseñanza y evangelización, un sistema que con el tiempo fue perdiéndose y quedando en el olvido. En los siglos en que el avivamiento protestante estuvo en su más alto nivel, estos métodos eran las bases en las comunidades de creyentes. La base doctrinal es una falencia dentro de las iglesias confesionales en este siglo, y al echar una mirada al pasado, es necesario reconocer que el vino viejo es mejor que el nuevo.

Debo decir que he leído ya varias veces el libro de Thomas Watson, y en su totalidad ha sido de mucha ayuda y bendición para mi vida personal. Cada tratado que aborda tiene aplicaciones para la vida cotidiana, como también de exhortación que muchas veces me llevaron a corregir mi comportamiento en arrepentimiento. No es mi deseo discutir de cosas vanas sobre estos temas, solo expresar de forma sincera la riqueza que puede encontrarse en literatura como esta. Hoy más que nunca la Iglesia debe detenerse y examinarse con respecto a lo que profesa, y supuestamente vivimos. Hoy tenemos a muchos teólogos encantados con la literatura y vidas de hombres que fueron usados grandemente por Dios, pero lamentablemente lo doctrinal solo ha quedado en las paredes que rodean la razón y no han producido un corazón nuevo que viva para la gloria de Dios. Sé que algunos se alborotan ante el Puritanismo y lo entiendo, debido a que ellos también cayeron en errores, pero queridos hermanos, no levantemos “hombres de Paja” al ver a hermanos sinceros en la búsqueda y práctica de la piedad. Por otro lado, sabemos que existen extremos (como en todos lados), pero no tengamos la vista tan corta, examinemos y probemos, ya que a su tiempo se verán los frutos.

Te animo a que leas y examines la vida y teología de estos hombres, la cual, por la gracia y providencia de Dios me ha ayudado y fortalecido en los momentos más secos de mi vida espiritual, y donde muchas veces mi corazón a ardido por la gloria de Dios.

“Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia; vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. Pero el que no tiene estas cosas tiene la vista muy corta; es ciego, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados. Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás. Porque de esta manera os será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Por esto, yo no dejaré de recordaros siempre estas cosas, aunque vosotros las sepáis, y estéis confirmados en la verdad presente. Pues tengo por justo, en tanto que estoy en este cuerpo, el despertaros con amonestación; sabiendo que en breve debo abandonar el cuerpo, como nuestro Señor Jesucristo me ha declarado. También yo procuraré con diligencia que después de mi partida vosotros podáis en todo momento tener memoria de estas cosas” (2 Pedro 1:3-15).

Así podéis descubrir por vosotros mismos el gran gozo que acompaña la lectura de la literatura puritana.
Joel Beeke, La Espiritualidad Puritana y Reformada.
Soli Deo Gloria