jueves, 21 de junio de 2018

Charles Haddon Spurgeon (Biografía)

Charles Haddon Spurgeon (Kelvedon, 19 de junio de 1834 - Menton, Francia, 31 de enero de 1892) fue un pastor bautista reformado inglés. A lo largo de su vida evangelizó alrededor de 10 millones de personas y a menudo predicaba 10 veces a la semana en distintos lugares. Sus sermones han sido traducidos a varios idiomas y fue conocido como el «Príncipe de los Predicadores». Tanto su abuelo como su padre fueron pastores puritanos, por lo que creció en un hogar de principios cristianos. Sin embargo no fue sino hasta que tuvo 15 años en enero de 1850 cuando hizo profesión de fe en una Iglesia metodista. (FUENTE)

Nacido en una familia con un largo legado de pastores, Carlos Haddon Spurgeon  entró al mundo el 19 de junio de 1834. Se transformaría en el pastor más influyente en el ámbito internacional en los últimos 200 años.
Debido a premuras económicas, Carlos fue enviado un tiempo a la casa de sus abuelos cuando tenía 2 años.  Cuando regresó a los 6 años para comenzar la escolaridad formal. Para esa edad el niño ya sabía leer pues sus abuelos le habían enseñado con la Biblia.
Cuando regresó, su padre, quien también era pastor continuó ejerciendo una gran influencia sobre él. Pero él habla más de la influencia de su madre.
Los domingos por la tarde ella juntaba a sus hijos alrededor de la mesa familiar para leer y orar. Spurgeon decía que ella oraba más o menos así: 
Ahora, Señor, si mis hijos continúan en sus pecados, no será por ignorancia que perecerán. Mi alma testificará contra ellos en el día  del juicio si no se aferran a Cristo”.
Aunque Spurgeon tenía una estirpe santa resistió la obra del Espíritu Santo. Una vez escribió, 
Debo confesar que nunca habría sido salvo si lo hubiese podido evitar. Me rebelé y luché contra Dios. Cuando tenía que orar, no oraba; y cuando las lágrimas rodaban por mi mejilla, la limpiaba y desafiaba a Dios para que derritiera mi alma. Antes que yo comenzara con Cristo, él comenzó conmigo”. (1)
Spurgeon una vez dijo que cuando tenía 16 años el Espíritu Santo estuvo arando su alma con 10 caballos—los diez mandamientos—y sembró el evangelio.

Un domingo por la mañana la nieve caía pesadamente y Carlos no pudo llegar a su iglesia, así que enfiló hacia la pequeña capilla Metodista Primitiva. Cuando llegó, descubrió que el pastor no pudo llegar, ni había un predicador invitado. Lo único que sabemos que predicó un hombre sin ninguna clase de educación, pero no sabemos hasta hoy su nombre. Spurgeon recordaba con detalle aquel día, “Ese hombre leía con dificultad y predicó el texto, “Mirad a mi todos los términos de la tierra”. Se pegó al texto porque en realidad tenía muy poco para decir. “Mis queridos amigos”, dijo, “es un texto muy simple. Dice ‘Mirad’. El mirar no lleva mucho trabajo, ¿no? Mirar… no hace falta ir al colegio para aprender a mirar. Puedes ser el tonto más grande y aún así puede mirar. Cualquiera puede mirar; aún un niño puede mirar. Pero el texto dice ‘Mirad a mí’. Muchos de ustedes se están mirando a ustedes mismos, peo no sirve mirar así. Nunca encontrarán paz en ustedes…miren a Cristo. El texto dice, ‘Miren a mi’”.

Uno de los biógrafos de Spurgeon dice que luego de 10 minutos este hermano había dicho todo lo que había que decir. Pero luego tomó cuenta del joven Spurgeon que estaba sentado atrás, debajo del balcón; no lo reconoció, pero se dio cuenta de su expresión desconsolada, se enfocó en él y dijo, “Joven, usted se ve miserable. Y siempre lo será—miserable en la vida y miserable en la muerte—si no obedece mi texto, pero si lo obedece ahora, será salvo. ¡Joven, mire a Cristo!, ¡¡mire, mire, mire!!”. Y terminó el sermón. Esa invitación de su Palabra en forma tan simple penetró en el corazón de Spurgeon, miró a Cristo y fue salvo, su vida cambió para siempre”. (2)

El pasaje era de Isaías 45. Este versículo llegó a ser el lema de su vida.  Debemos reconocer que ese predicador y ese texto no hubieran pasado ninguna exanimación homilética, ni siquiera en la escuela para predicadores que fundara luego Charles Haddon Spurgeon. Ninguno de los que leen este artículo invitaría a ese hombre a predicar en sus conferencias pastorales. Hay una guerra silenciosa entre aquellos que se ufanan de su doctrina y de sus herramientas bíblicas para predicar y enseñar, frente a otros que no lo hacen con excelencia, sin preparación ninguna. Dios ha usado a ambos a lo largo de la historia. Luego de aquella fría mañana, pasó un año y Carlos fue invitado a predicar con 17 años a un puñado de campesinos que se reunían en un granero improvisado. Accedió. En 2 años ese grupo creció a 400 personas. Sin ninguna educación formal, aunque Spurgeon tenía una memoria fotográfica y era un lector voraz—leía un promedio de 6 libros por semana y su biblioteca incluía más de 12.000 volúmenes—así y todo amaba predicar.

A la edad de 19 años fue invitado a predicar a Londres en la bien conocida y ya en decadencia Capilla de la Calle New Park. Tenía un auditorio para más de 1200 personas y una larga historia de pastores brillantes y bíblicos. La iglesia había quedado envuelta en una ciudad que crecía. Había quedado dentro de un barrio que hoy llamaríamos pobre, pero no tenía ninguna trascendencia en la vida de ese barrio. Tampoco tenía un pastor/maestro que compartiera la Palabra de Dios.
Spurgeon pensó que la invitación había sido un error e intentó rehusarse. ¿Por qué un joven campesino sin educación tendría que ir a la ciudad? Pero esta iglesia que había sido alguna vez vibrante escuchó sobre este joven que hablaba con pasión y color e insistieron en la invitación. Al fin Carlos aceptó y fue a predicar. Cuando habló aquel domingo, dicen que había menos de 200 personas.

La historia llegó hasta nosotros diciendo que su aspecto eran un tanto desgarbado, su cabello un tanto desobediente al peine, simplemente no calzaba en aquel ambiente citadino. Su padre le había dicho que era un error ir a esa iglesia—quizá tuviera razón.

Una joven de la congregación recuerda cómo aquel joven se presentó un aspecto un tanto distraído—si no cómico. Ella escribió en su diario—y la cito—“su cabello mal recortado, su saco un poco grande de satin, y un pañuelo azul que no iba para ese saco, pañuelo con pecas blancas, que describían gráficamente su sermón, llamando más la atención. Despertó en mí algo cómico”. (3) Despertó más que eso, porque en 2 años se casaría con él.  Su nombre era Susannah y de ahí en más Carlos no volvió a usar pañuelos.

Cuando cumplió 20 años, Carlos aceptó el pastorado de esa iglesia y la iglesia explotó con crecimiento. En un año ya no pudieron reunirse allí, y decidieron construir otro edificio. Durante la construcción la congregación alquiló un lugar público, lo cual fue un escándalo, porque las iglesias no se reunían en edificio públicos. ¡Qué le importaba eso a Carlos si ya se había reunido 3 años en un granero! Un año después ya estaban en el nuevo edificio, pero volvió a llenarse, y se alquiló otro edificio mientras terminaban la segunda edificación. Para esta época Carlos Haddon Spurgeon era conocido en toda la ciudad de Londres. Su dramático estilo de predicación, con gestos ampulosos de las manos era muy inusual en aquella época—sus tonos e inflexiones de voz estaban salpicados con metáforas, historias  y humor, lo cual creaba alboroto en toda Londres. Especialmente su humor…el humor en el púlpito era impropio y extremadamente fuera de toda línea por aquellos días de moral victoriana. De hecho, en una ocasión una mujer adinerada le increpó por usar demasiado humor en el púlpito a lo que él respondió, “Madame, usted no tiene idea de las cosas que me guardo”.
Luego escribía, “No hay nada espiritual en la tristeza y la desesperanza. Jesús no dijo, ‘benditos los cristianos tristes’; y a mí me parece que muchos predicadores parecen tener atadas sus corbatas apretando sus almas”. (4)

Los pastores de todo Londres se dividían en su opinión sobre el joven Spurgeon. Unos lo llamaban un buscador de gloria, otros lo llamaban El Niño Actor. No importaba…en tanto todos quisieran escucharlo predicar.

Su teología era bíblica. Desagradó a su familia que se convirtiera en bautista, rehusando bautizar infantes, lo que habían hecho su abuelo y su padre por décadas. Luego escribiría, “Aunque los amo y reverencio (a su padre y abuelo), no hay razón por la que deba imitarlos”. (5) Predicaba y tenía por alto la soberanía de Dios, la elección y el juicio final. Cuando una vez le preguntaron, dijo que prefería pensar de sí mismo como un cristiano común, 
“Nunca me avergüenza ser conocido como calvinista; no dudo en llevar el nombre de bautista, pero si me preguntan cuál es mi credo, contesto, simplemente Jesucristo”.
En marzo de 1861 la iglesia se mudó al, hasta hoy conocido, Tabernáculo Metropolitano, con capacidad para 5.600 personas sentadas, no tenía órgano ni ningún instrumento, porque Carlos creía que todo lo que no fuera la voz humana, era una distracción.

Cuando aún eran de novios, Susannah sabía que Spurgeon pertenecía a Dios. Unos días antes de su boda Carlos estaba corrigiendo unos sermones, Susannah se sentó, y luego recordaría, “aprendiendo a estarme quieta”. (6) Una vez estando comprometidos, Spurgeon se olvidó de ella completamente y la dejó en la iglesia, ella corrió a casa de la madre bañada en lágrimas. (7) Así y todo, tuvieron un maravilloso matrimonio—aunque muy ocupado y lleno de interrupciones. Tuvieron dos varones mellizos. Tomás, con el tiempo, fue pastor en la misma iglesia, y Carlos Junior se hizo cargo del orfanato que su padre había fundado. A la edad de 33 años, Susannah sufrió problemas físicos. Parece ser que tuvo una rara intervención quirúrgica en las vertebras cervicales hecha por Santiago Simpson, el padre moderno de la ginecología. Esa operación no surtió efecto. Quedó virtualmente inválida por los siguientes 27 años. A partir de allí en muy raras ocasiones escuchó predicar a su esposo ante miles de personas en la iglesia.

La iglesia creció tanto que en ocasiones Spurgeon le pedía a la congregación no venir el próximo domingo para que así otras personas nuevas pudieran encontrar lugar. En cierta ocasión le pidió a la congregación que se retirara para que los que estaban fuera pudieran entrar. Así lo hicieron, y el recinto volvió a colmarse de gente. Al fin de su ministerio pudo ver 14.500 bautismos y una membresía activa de 5.300 personas. (8) En medio de todo esto, Spurgeon tuvo sus vaivenes de salud. Sufría de gota, sus articulaciones se inflamaban, reumatismo e inflamación de riñones, lo que le provocaba agudos dolores. 

Desde los 35 años, hasta su muerte a la edad de 57 años pasó una tercera parte del tiempo fuera del púlpito para recuperarse en el cálido clima del sur de Francia, la ciudad de Mentone. Así y todo trabajaba 18 horas al día, y escribió  140 libros de su autoría.  Para nombrar uno, mi favorito, “El Tesoro de David”, 7 volúmenes de un comentario de los Salmos. Creo que todavía no ha sido superado. Lleno de citas, bosquejos propios y ajenos de decenas de predicadores puritanos, con ilustraciones de homilética. Un lujo. Ese comentario devocional le llevó la mitad de su ministerio. Puede conseguirlo en castellano, aún para ebook.

Cuando su amigo, el misionero David Livingstone, le preguntó, “Carlos ¿Cómo manejas el trabajo de dos personas en un solo día?” Spurgeon replicó, “te has olvidado que dentro mío somos dos”. Amaba el verso que escribiera Pablo a los colosenses, para lo cual también trabajo, luchando según la potencia de él, la cual actúa poderosamente en mi (Col 1.29). Carlos escribió una vez, 
“Si por labor excesiva, morimos antes  de la edad media de un hombre, agotados al servicio del Maestro, gloria sea a Dios, tendremos menos de este mundo, y más del cielo. Es nuestro deber y privilegio extinguir nuestras vidas para Jesús. No tenemos que ser especímenes vivos de hombre preservados finamente, sino vivir vidas sacrificadas, cuyo destino es ser consumidas”.
Temprano en su ministerio, Carlos fundó una escuela de pastores. El quería que los muchachos recibieran la educación que él nunca recibió. En esta empresa, su forma directa de abordar el tema del ministerio, junto con su implacable humor, fueron una leyenda. Por ejemplo, un comité de púlpito de una iglesia pedía un estudiante para que fuera su pastor. Presentaron lo que buscaban, las tareas a realizar y lo que estaban dispuestos a pagar al pastor, Spurgeon les escribió diciéndoles que el salario le parecía bajo. Cito la carta, el único individuo que conozco que puede ocupar esa vacante con tal salario es el ángel Gabriel. El no necesitaría efectivo ni dinero para ropa; puede descender del cielo el domingo y volver por la noche; les aconsejo invitar a Gabriel como su pastor (9) En otra ocasión, llegó una carta de un comité pastoral—le escribieron para que les recomendara un pastor que pudiera llenar su auditorio. Spurgeon contestó que no tenía un estudiante tan grande, pero que les podía recomendar uno que fuera capaz de llenar el púlpito. Spurgeon personalmente entrevistaba a cada estudiante en prospectiva—buscaba lo que él llamaba una clara evidencia del llamado de Dios a sus vidas. Muchas veces tenía que desalentar a  los estudiantes, al punto que le llamaban Asesino de Pastores. Simplemente le preocupaba proteger a las iglesias de personas poco dotadas, poco calificados o poco santos. Spurgeon escribe de un joven, y cito, “Su cara pudo haber servido como portada para un libro sobre el orgullo y la arrogancia. Me envío nota que quería verme inmediatamente—sin ninguna cita. Su audacia me intrigó; y cuando estuvo delante mío dijo, “Señor, quiero entrar a su Colegio y quisiera hacerlo ya”.

“Me puso al tanto de sus dotes como predicador, y que podría darme muchos testimonios que certificaran su don, pero le pareció innecesario, porque una simple entrevista conmigo me convencería de su habilidad. Su sorpresa fue grande cuando le dije, “Señor, me veo obligado a decirle que no puedo aceptar su aplicación”. “¿Por qué no? “Bien, se lo voy a decir claramente; usted es tan terriblemente inteligente que yo no puedo insultarlo al recibirle como estudiante, ya que  solamente tenemos estudiantes tan ordinarios que usted tendría que rebajarse para tratar con ellos”. “Bueno”, dijo, “al menos déjeme mostrarle mis habilidades como predicador—escoja cualquier texto o tema, y en este mismo lugar predicaré”. Spurgeon respondió, “Oh, no puedo, me considero indigno de tal privilegio”.

Usted se podrá imaginar lo demandado que era al tener 60 ministerios diferentes bajo su supervisión. Al tener una memoria fotográfica podía acordarse de todo lo que había leído en libros y comentarios. Los sábados por la tarde comenzaba a preparar sus sermones del domingo por la mañana. No es una buena idea si usted no tiene una memoria fotográfica y no ha estado leyendo vorazmente durante toda la semana. Spurgeon era un predicador textual—exponía uno o dos versículos y los estrujaba hasta sacar todo el jugo. El próximo domingo estaría en otro libro, otro texto.  A veces sucedía que no encontraba un texto para predicar y convocaba a Susannah con desesperación llamándola “Susi” o “esposita”. Susannah acudía con gran gozo y traía su Biblia leyéndole varios pasajes que habían sido de bendición para ella. Entonces él repentinamente decía “¡Ese!”, y en pocas horas tenía su sermón.

El lunes siguiente editaba el manuscrito y lo presentaba a los periódicos para que sea leído por millones en todo el mundo de habla inglesa. Un sábado a la noche en particular, estando Spurgeon en cama, literalmente predicó en sueños; con toda claridad. Susannah tomó papel y pluma e hizo las notas; cuando Spurgeon despertó, ella le pasó las notas. Carlos descartó lo que había preparado y ese domingo predicó lo que había dicho en sueños. ¿Puede imaginarlo?

Otro sábado por la noche tuvo la interrupción de un prominente y orgullos líder religioso. El ama de llaves le hizo saber a Spurgeon de tremenda visita—a lo que este le hizo saber que no podría atenderlo porque estaba estudiando su sermón. El caballero un tanto ofendido pidió ser anunciado como que un siervo del Maestro quería hablar con él. La respuesta de Spurgeon fue que en ese momento estaba ocupado con el Maestro y no podía ser interrumpido por ningún siervo.

El ministerio de Spurgeon también tuvo nubarrones. Controversias doctrinales. En una ocasión predicó sobre el bautismo infantil y causó una batahola en todo Londres. Los periódicos de Estados Unidos editaban sus sermones sacando toda mención que Spurgeon hiciera atacando la esclavitud. A él no le interesaba lo que la mayoría de la gente opinara.

Algunas controversias las inició él mismo. De hecho, los dos pastores más famosos en la Inglaterra victoriana fueron Carlos Haddon Spurgeon y José Parker. Spurgeon predicaba a 10.000 personas cada domingo; la congregación de Parker era la segunda en tamaño. Al principio fueron amigos al punto de intercambiar púlpitos. Pero, desafortunadamente, hubo desacuerdos. Spurgeon acusó a Parker de ser un pastor poco espiritual porque iba al teatro y la ópera. Parker contestaba la agresión criticando el mal ejemplo de Spurgeon al fumar esos cigarros, en público y privado. Sus intercambios de palabras fueron virulentos. Esas acusaciones se aireaban en los periódicos. Dos grandes siervos que rompieron su comunión y su amistad nunca fue la misma. (10)

En una ocasión, una conversación inocente llegó a los periódicos. El evangelista norteamericano D. L. Moody visitaba a Spurgeon. Parece ser que Moody le preguntó a Spurgeon cuándo iba a dejar esos horribles cigarros. Spurgeon apuntó con el dedo a la barriga de Moody y dijo, “Cuando te liberes de esto”. Uso esos ejemplos para recordarnos que todos los hombres de fe pueden discutir y argumentar, y aún dividirse, por cosas mucho menos significativas que el evangelio que defienden. Si usted puede leer sus obras—le recomiendo sus devocionales “Mañana y Tarde”, usted se dará cuenta que por sobre todo, Spurgeon era un pastor. Amaba a la gente. Amaba a Cristo. Amaba el pastorear. Sus escritos tienen la habilidad—aún después de 20 años—de traer consuelo a los corazones desalentados.

Por ejemplo, escribió, Amigo mío, cuando el dolor te apriete estando en el polvo, adora ahí. Si tal lugar se convierte en tu Getsemaní, presenta ahí tus lágrimas a Dios. Recuerda las palabras de David, ‘hermanos, derramen sus corazones—no termina ahí la cita—ante El’. Den vuelta el recipiente; es bueno que esté vacío, porque esta pena puede fermentar en algo más amargo; den vuelta el recipiente y dejen que corra cada gota; que corra ante el Señor. (11)

Spurgeon también escribió sobre sus propios sufrimientos y cito, 
“Lo bueno que he recibido de mis tristezas, y dolores, y penas es incalculable…la aflicción es el mejor mueble de mi casa. Es el mejor libro de mi biblioteca.”
Los últimos años de su ministerio estuvieron signados por la controversia llamada “Down Grade”. Spurgeon acusó a los pastores de la Unión Bautista a la cual pertenecía él también, de negar el evangelio y aguar la doctrina; atacó su creciente acomodo a las teorías de Carlos Darwin (la teoría de la evolución). Esos pastores estaban negando una creación de 6 días literales. Cientos de pastores estaban enfurecidos con sus acusaciones al punto que votaron echarle de la Unión Bautista. Su renuncia fue el 26 de octubre de 1887. Quizá su cita más famosa fue, 
“Querer predicar a Cristo sin su cruz, es entregarle con un beso.”
Solía decirle sus estudiantes, 
“Hermanos, si no sois teólogos, no sois buenos para nada como pastores.”
Carlos Haddon Spurgeon falleció seis meses antes de cumplir 58 años. (Enero de 1892)

Fuentes
wholesomewords.com – Recursos bibliográficos cristianos – Spurgeon p.1
Ibid, p.2
Carlos Haddon Spurgeon, Autobiografía: Volumen 1 (Banner of Truth Reprint, 2005), p.180
Kent Hughes, El Sermón del Monte (Crossway, 2001= p.26
Susannah Spurgeon & Joseph Harrald, Autobiografía de Carlos Haddon Spurgeon Volumen 1 (Banner of Truth Reprint, 2006)
Richard Ellsworth Day, The Shadow of the Broad Brim (Judson Press, 1934), p.110
Susannah Spurgeon & Joseph Harrald, p.289
Ibid, p.3
Susannah Spurgeon & Joseph Harrald, Autobiografía de Carlos Haddon Spurgeon, Volumen 2 (Banner of Truth Reprint, 2006), p.162
Adaptado de R. Kent Hughes, Romanos (Crossway Books, 1991), p.263
Carlos Spurgeon, El Sufrimiento del Hombre & La Soberanía de Dios (Fox Rivers Press, 2001), p.18
Soli Deo Gloria