¿Qué tiene que ver la
Caída con el ser humano hoy en día? Sin la Caída, nunca podremos entender
realmente por qué Jesucristo murió en la cruz o la pecaminosidad de las
premeditadas elecciones humanas. Aquí tenemos a Adán, a Eva y la única
explicación creíble de la naturaleza humana.
“Pero la serpiente […] dijo a la mujer: ¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?” (Génesis 3:1).
La Caída del hombre es la clave para entender la naturaleza
humana y el estado del mundo. Aparte de esto no existe una explicación creíble
para el estado humano, incluyendo, por ejemplo, la existencia de la conciencia
humana: el conocimiento del bien y el mal que distingue a las personas de los
animales y las pone muy por encima de ellos. Solo la Caída explica por qué, a
pesar de que tenemos esta alarma moral inherente, no podemos obedecerla ni
mantener los estándares que demanda. Aquí vemos solo uno de los misterios de la
naturaleza humana, el cual ninguna literatura en el mundo, aparte de la Biblia,
puede explicar.
Solo la Caída explica las crueles guerras y toda la
hostilidad humana, sin mencionar la avaricia en todas partes, el egoísmo y el
antagonismo hacia Dios. Enfocándonos en este último punto, ¿acaso no sería
razonable que las personas acogieran la idea de que existe un Creador bueno,
misericordioso y magnificente, que está dispuesto a conceder comunión con Él y
darles gratuitamente una vasta gama de beneficios e incluso la vida eterna?
¿Por qué entonces tantas personas luchan por probar que Dios no existe, ni
tampoco la vida después de la muerte, ni estándares, ni un bien supremo y
final? No se puede explicar la naturaleza humana sin la Caída, ni tampoco el
surgimiento del sufrimiento y la tragedia en el mundo.
Nada tiene sentido sin este concepto fundamental de una raza
humana caída por medio del “pecado original”. Si la narración bíblica de la
Caída no fuese verdadera historia revelada por Dios, aun así sería la obra de
literatura más extraordinaria desde el comienzo de la escritura, porque refleja
perfectamente lo que pasa en todo comportamiento humano a lo largo de los
siglos. Su aparente simplicidad esconde una exactitud penetrante y profundas
capas de significado, lo cual muestra tanto inspiración divina o genialidad
literaria y psicológica en su más alto nivel. Resulta ser que la Biblia lo
presenta como una historia literal y Cristo atestigua que es así.
El error más grande que uno puede cometer en la religión es
pensar que uno es capaz de agradar a Dios con sus propios logros de justicia (o
buenas obras), un error que proviene de un entendimiento inadecuado de lo que
ocurrió en la Caída de la raza humana, con la consecuente corrupción del
carácter humano. Solo la Biblia nos habla de la Caída del hombre y la necesidad
de un Salvador. El problema de otras religiones es que no aceptan la Caída y la
depravación humana, y entonces surge la idea de que las personas son capaces de
satisfacer los requerimientos de Dios por sus propios actos meritorios, pero
eso no puede hacerse.
Algunos pueden pensar que la Caída del hombre es un tema
negativo, deprimente y profundamente pesimista, pero es la puerta al realismo,
pues demuestra la necesidad de un Salvador y de que Dios obre en nuestras
vidas. A pesar de las muchas habilidades extraordinarias que Dios ha dado a la
humanidad, y a pesar de los indudables logros de las personas a lo largo de los
siglos, existe mucho sobre lo que se puede ser cínico en este mundo. Existe
tanto antagonismo a lo que es moral y tanta vileza (o corrupción) y crueldad
que no podemos más que admitir que la depravación humana es verdad.
En Génesis 3, vemos un “huerto” de dicha y
de una belleza indescriptible. Adán y Eva han sido creados, la raza humana está
en marcha, y el “aire” está lleno de pureza, felicidad, poder moral y sobre
todo comunión con Dios. La primera pareja tiene perfecta armonía y experimenta
toda sensación pura y agradable que la humanidad conoce. Su paraíso no tiene
pecado, ni heridas, ni traiciones, ni tristeza, ni aflicción, ni decepciones,
ni miedo, ni muerte o abandono, ni dolor o cansancio, solo energía sin límites
y satisfacción intelectual ilimitada, pues este es un lugar bajo el poder
protector y la misericordia inquebrantable de Dios todopoderoso. Nada se
deteriora ni se descompone en este lugar de belleza imperecedera. Y aun así
aquí tenemos la escena para el peor momento de traición inimaginable. ¿Qué es
lo que pudo ocasionar esto?
En ese paraíso una serpiente le habló a Eva. ¿Una serpiente
que habla? Sí, porque Satanás, un ángel del más alto rango que había caído del
Cielo a causa del orgullo , entró en la misma, pero Eva no se alarmó de
este fenómeno porque estaba acostumbrada a maravillas y cosas sorprendentes, y
no tenía razón de sospechar de nada. Esa serpiente, en el principio, habría
sido un animal hermoso y erguido, porque antes de la Caída no había nada
siniestro o repugnante que pudiera verse en realidad estaba poniendo
incertidumbre en la mente de Eva acerca del significado exacto de las palabras
de Dios y también plantando la duda acerca de si el mandato de Dios era
razonable.
En el centro del Huerto, en medio de numerosos árboles
frutales, habían dos que eran especialmente importantes: el árbol de la vida y
el árbol del conocimiento del bien y del mal. Satanás le dijo a Eva: “¿Conque
Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?”, en realidad estaba
poniendo incertidumbre en la mente de Eva acerca del significado exacto de las
palabras de Dios y también plantando la duda acerca de si el mandato de Dios
era razonable.
En respuesta, la mujer afirmó que podían comer de todo fruto
excepto de uno de los del huerto: “Pero del fruto del árbol que está en medio
del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le tocaréis, para que no muráis”.
Pero al relatar el mandato de Dios, Eva, consciente o inconscientemente, lo
diluyó, porque Dios había dicho: “Ciertamente morirás”. Quizás Eva solo estaba
siendo descuidada, pero volvió algo ciertísimo en algo meramente posible, y
Satanás inmediatamente tomó ventaja de su concepto debilitado y contradijo
directamente las palabras de Dios y dijo: “No moriréis”.
¿Cuál era exactamente el fruto del árbol del conocimiento
del bien y del mal? No era una manzana; una idea puesta de moda por la
mitología griega. Era el símbolo de un mundo alternativo donde se podrían
explorar los valores y experiencias contrarios a los estándares santos de Dios
y uno podría dejarse llevar por ellos. Tal mundo no existía todavía, pero en el
instante que Adán y Eva ejercieran la libertad de elección inherente a su
naturaleza, y eligieran desobedecer a Dios, este otro mundo comenzaría a
existir a su alrededor, un mundo donde lo opuesto de cada cosa valiosa y su
privación estarían disponibles. En cierto sentido, un nuevo mundo de
“antivalores” se produciría por la voluntad del hombre.
¿Cuán resbaladiza era la pendiente que llevó a la ruina? No
era resbaladiza en absoluto, porque al haberles dado Dios una naturaleza
perfecta que se deleitaba en la santidad, Dios les había dado toda facilidad a
Adán y Eva para que mantuvieran su amor y lealtad a su Creador. Dios
había comprimido los Diez Mandamientos con todos sus profundos requerimientos
en un simple deber: No elijáis conocer lo que la vida sería sin Dios. Nuestros
primeros padres tenían una libertad intelectual maravillosa, y toda felicidad,
al cumplir único requerimiento de obediencia: Obedéceme y confía me mí no
tomando jamás ese fruto.
Habiendo negado que Adán y Eva morirían al comer del fruto
prohibido, la serpiente procedió a culpar a Dios de un motivo vil y bajo y
también de envidia diciendo que Dios sabía que en el día que ellos comieren
serían abiertos sus ojos y serían como Dios, sabiendo el bien y el mal.
“Toma el fruto y seréis justo igual que Dios”, dijo Satanás,
insinuando que Dios estaba impidiendo que accedieran a algo incluso más
deseable que lo que tenían, donde incluso tendrían incluso una mayor libertad e
igualdad con el Creador. Dios les estaba escondiendo ciertas cosas.
El pecado comenzó en el Huerto del Edén cuando Eva eligió
creer la mentira, deseando algo más, otra cosa, y estando dispuesta a
desconfiar de Dios y a desafiarle con el fin de tener lo que ella quería. ¿Pero
no fue Eva simplemente una muchacha ingenua a quien Satanás embaucó y quien
momentáneamente tropezó por la tentación? ¿No era una cándida inocente que fue
subsiguientemente castigada por ser víctima de una mentira?
Sabemos que Eva no solamente era hermosa sino que también,
como Adán, era enormemente inteligente, porque Dios dijo respecto a toda su
obra creativa que “era [buena] en gran manera”. Capacidades intelectuales
nunca fueron tan maravillosamente combinadas sino hasta la venida de Jesucristo.
También podemos tener certeza de su gran inteligencia por otra razón: debido a
que fueron los primeros en ser creados a imagen y semejanza de Dios y los
antepasados de toda la raza humana, Adán y Eva poseían cualidades
extremadamente elevadas. Ellos llevaban los genes originales de donde todo el
mundo sería formado, y después de la Caída todas las variaciones serían
imperfecciones en vez de mejoras.
Teniendo en cuenta que el origen de todos los talentos
naturales se encontraban en Adán y Eva, podemos estar seguros que entendieron
los aspectos de su tentación con una inmensa claridad antes de que realizaran
su fatal elección.
El pecado comenzó, por tanto, unos instantes antes de que el
fruto fuese realmente tomado, y no solo una ofensa, sino muchas juntas unidas
en un pecado múltiple de proporciones horrorosas. “¡Qué cosa tan pequeña,”,
dicen los cínicos, “que todo el futuro de la raza humana se base en un pequeño
acto de desobediencia: el comer de un solo fruto!”. Pero también se puede
describir la horrorosa fuerza destructiva desencadenada en Hiroshima o Nagasaki
como el resultado de una mera “fisión nuclear”. No miramos solo el hecho de
tomar y el comer el fruto, sino todo lo que está inmediatamente detrás. No
miramos el dedo apretando el gatillo, sino la mente que decidió llevar a cabo
la acción.
Vemos en nuestros primeros padres una rápida oleada de
actitudes pecaminosas, todas originales y sin precedentes, y todas generadas y
permitidas por su voluntad: por su libertad de elección libre y sin coerción.
Vemos una amalgama de ingratitud, incredulidad, deslealtad y orgullo, y todavía
no hemos agotado con los pecados detrás del crimen.
El orgullo dijo: “Esto es a lo que tengo derecho y debería
tener, y Dios lo está escondiendo de mí injustificadamente”, y así la raza
humana apartó su mirada de Dios, y todos los valores opuestos, los antivalores,
nacieron. Nunca antes habían estado en el mundo del hombre antes de ese
terrible momento; pero Eva, y después Adán, los eligieron. En efecto dijeron:
“Nosotros, a partir de ahora, nos alejamos de nuestro Creador”, y lo opuesto a
la vida, el amor, la pureza y la belleza entraron en este mundo.
Si Eva eligió primero, Adán lo hizo peor, pues no necesitó
un encuentro directo con Satanás. Se ha dicho que ella fue tentada y el cayó,
pero es imposible e irrelevante atribuir grados de culpabilidad. Parece que
Adán respaldó completa e incondicionalmente la propuesta de Eva de comer
el fruto.
Todo el horror de su pecado múltiple se pone de manifiesto
en la narración bíblica, especialmente en lo que respecta a los motivos de Eva.
Leemos: “Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable
a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su
fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella”.De
la narración se hace aparente que la advertencia de Dios fue sopesada en
relación a su deseo, y fue rechazada. Para Eva todo giraba en torno a lo que
era bueno para probar, bueno en apariencia y bueno para un campo de
conocimiento completamente nuevo. Dios había declarado ese fruto malo, tan malo
que los mataría, pero Eva (y después Adán) eligió creer lo contrario, que era
muy bueno y que les otorgaría un estatus nuevo y deseable.
Vemos esto en nuestra sociedad presente, donde los valores
de Dios se rechazan flagrantemente y se favorece lo que la gente quiere hacer
para satisfacer sus diversas lujurias y codicias y también sus aspiraciones
egoístas. Si Dios declara que algo produce muerte, el hombre, en un momento
dado, lo legaliza y alardea de ello.
Los deseos de Eva son expresados en el Nuevo Testamento con
estas palabras: “Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne,
los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del
Padre, sino del mundo”. Estos deseos fueron introducidos por Satanás
en el Huerto del Edén para derribar la raza humana, y continúan siendo su
triple estrategia de tentación central.
Eva escuchó la mentira de Satanás, la consideró y la aceptó;
después tomó el fruto y comió: una serie de acciones diferentes. Del mismo
modo, Adán, con acciones distintivas, recibió el fruto de Eva y comió. Estos
pasos o etapas nos proveen de información pues nos señalan la naturaleza
premeditada y bien considerada de sus acciones. Desde el momento en que Eva
sopesó las palabras de la serpiente, contempló el fruto prohibido y quiso sus
supuestos beneficios, hasta el momento en que arrancó ese fruto, pasaron unos
cuantos segundos o tal vez un poco más, en los que un grupo de pecados se
desarrollaron como una avalancha. El tiempo que pasó entre arrancar el fruto y
comerlo también muestra la fija determinación de su desobediencia. Eva no fue
ingenuamente inducida a un acto impulsivo mediante el engaño, sino que actuó
deliberadamente de acuerdo con su libre elección. Fue un acto intencionado en
el que decidió dejar a Dios de lado y desobedecerle.
Ya hemos señalado que la respuesta tanto de Adán como de Eva
a Satanás involucraba siguientes los pecados: ingratitud hacia Dios,
incredulidad, deslealtad y orgullo. Pero ahora, el hecho de tomar y comer del
fruto añadió desobediencia, rebelión y rendición a la codicia, lo que puso a la
raza humana en una total oposición a la voluntad y gobierno de Dios.
Nuestros padres habían sido creados perfectos y santos, y se
les había dado una asociación de lo más cercana que se pueda imaginar con su
Dios. El pecado no merodeaba en sus mentes o corazones ni siquiera en forma
embrionaria ni tampoco eran inocentones incapaces de discernir las
implicaciones de la mentira de Satanás. Sin embargo, eligieron creer la
mentira, y desde ese momento el pecado nació, lo cual desembocó en comer el
fruto, y entonces “fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban
desnudos”. Conocieron toda la gran fealdad de la lujuria, porque sus
naturalezas se habían vuelto corruptas, y su pureza y santidad gloriosas habían
sido destrozadas.
En ese momento la muerte entró en sus vidas justo como se
les había advertido; una muerte doble. Por un lado, murieron espiritualmente
porque su cercana comunión con Dios había sido destruida, y en el futuro
estarían fuera de su reino, amabilidad y gobierno. Se habían convertido en
enemigos de Dios, y en breve serían fugitivos.
Por otro lado, también habían muerto físicamente, pues
aunque sus cuerpos estaban todavía vivos, el proceso de muerte física había
comenzado, y sus días se verían limitados por el proceso de envejecimiento y
muerte.
Muy pronto la alienada pareja oyó “la voz de Jehová Dios que
se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se
escondieron”. Ya no podían caminar ahí sin tener temor, porque la culpabilidad
ahora había formado una barrera aprensiva entre ellos y Dios. Sin embargo, el
pecado aún no había terminado su oba destructora porque a pesar de la
culpabilidad y el miedo rápidamente negaron lo que habían hecho mal,
embarcándose en un proceso de autojustificación. Dios se acercó, pero ellos no
lo buscaron. Dios habló, pero ellos no respondieron. Entonces la voz del
Creador sonó por todo el Huerto: “¿Dónde estás tú?”.
Dios, desde luego, sabía dónde estaban porque Él sabe todo,
por lo que sus palabras eran un reto más que una pregunta. Adán respondió: “Oí
tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí”.
“¿Quién te enseñó que estabas desnudo?”, preguntó la voz de
Dios de forma escrutadora y para darle convicción, dándole así a Adán la
oportunidad de confesarlo todo. “¿Has comido del árbol de que yo te mandé no
comieses?”. Adán aún no se arrepintió sino que culpó a Eva y, después, a Dios
mismo por haberle dado una esposa. Echarle la culpa Eva fue el primer acto de
traición y deslealtad de una persona contra otra en la historia del ser humano.
“La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí”.
Este diálogo constituye la descripción más exacta jamás
escrita del continuo autoengaño de la raza humana. Pecamos, pero no es culpa
nuestra, sino que es culpa de cómo nos han criado, nuestro ambiente o lo que otras
personas nos han hecho. En la cultura victimista de hoy en día el “juego de
echar la culpa a otro” se vuelve cada vez peor porque el orgullo es soberano e
impide que la gente acepte su responsabilidad por su maldad.
En el caso de Adán y Eva toda la gama del pecado humano
entró en el mundo a raudales porque se prefirió la mentira de Satanás en vez de
la verdad de Dios, y se prefirió la autogratificacion en vez de la obediencia.
Y, sin embargo, Adán en un principio no entendió el horror de su caída, ni sus
implicaciones, y lo mismo pasa con nosotros. Hasta que no nos damos cuenta del
gran abismo entre nosotros y Dios, y cuánto lo ofendemos, no podemos buscarlo
adecuadamente. Solo un concepto claro del alcance de la Caída y de la
pecaminosidad del corazón humano prepara a la gente para un verdadero
arrepentimiento ante Dios.
Es muy probable que Adán y Eva se arrepintieran
posteriormente, aunque la narración bíblica no dice nada al respecto.
Pero mientras estaban en el Huerto, Adán le echó la culpa a
Eva y Eva a la serpiente. A través de la Caída llegó la muerte física, toda la
biología cambió, y ahora en la naturaleza existen luchas salvajes y sin
compasión y eso marcó la pérdida del favor especial de Dios, y también
con la Caída llegó la era del trabajo duro y los problemas. La humanidad eligió
la vida lejos de la bondad de Dios, y tal ambiente entró al mundo. Pero la
sentencia de Dios no se dio sin una asombrosa promesa, pues el Señor dijo a la
serpiente: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la
simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar”.
Un glorioso descendiente de Adán y Eva un día vendría, el
cual heriría o aplastaría la cabeza de la serpiente. Dios hablaba, por
supuesto, de Cristo, la segunda Persona de la Trinidad, quien vendría encarnado
a esta Tierra e iría a la cruz del Calvario para expiar los pecados de todos
aquellos que confiarían en Él. El crimen de Satanás al derribar la raza humana
significaría que Cristo soportaría un sufrimiento indescriptible (ilustrado en
que su “talón” sería herido o aplastado), pero al tener una naturaleza divina
al igual que humana, Él resucitaría de los muertos.
Si desconocemos la gravedad del pecado de la Caída, no
podemos ver la barrera montañosa entre nosotros y Dios. Sin la Caída, nunca
podremos entender realmente la Cruz. Solo la Caída nos capacita para ver la
tragedia de la elección premeditada del ser humano y su pecaminosidad y la
infinita misericordia de Cristo el Salvador al venir a asegurar perdón y nueva
vida a billones de personas a lo largo de la historia del mundo.
Hemos visto que en la narrativa de la Caída existen
explicaciones para las actitudes humanas en todos los tiempos, porque las
estrategias del tentador nunca cambian y los seres humanos responden igual que
sus primeros padres. Al igual que Satanás sembró dudas en la mente de Eva
acerca de Dios y sus mandatos, Él hace lo mismo con las personas hoy en día. No
quiere que nadie crea en un Dios en quien se puede confiar o quien tiene una
autoridad total sobre ellos.
A Él no le importa si la gente tiene un dios menor, con tal
de que no sea el verdadero Dios. Por consiguiente pregunta: “¿De verdad Dios ha
establecido estándares que la gente tiene que cumplir? ¿De verdad que Dios los
va a castigar cuando mueran? ¡No! —dice Satanás—, la gente debería rechazar
tales ideas y creer que tienen el derecho de hacer lo que les plazca siempre y
cuando no afecten a otros.
“Dios os está escondiendo cosas y os está controlando”,
insinuó Satanás a Eva, y continúa con lo mismo hoy en día diciendo: “La
religión es poco razonable y restrictiva; aparta la moralidad; sé como Dios; sé
tu propio Dios”.
Aunque Dios le había dicho a Eva que un fruto en concreto
era mortal, ella decidió que era bueno para comer. También consideró que era
agradable a los ojos, y enormemente deseable para la obtención de un
conocimiento ilegal. En el momento en que ella desconfió de Dios, los pensamientos
rebeldes se fortalecieron, y lo mismo ocurre con nosotros. Rechace la Biblia y
los Diez Mandamientos y rápidamente se desaparece toda restricción moral,
lujurias y codicias se imponen y la nueva sociedad liberalizada se vuelve cada
vez peor. Al igual que pasó con Eva, las apariencias importan más que el
carácter, y el deseo de tener cosas materiales está por encima que cualquier
búsqueda del significado y propósito en la vida.
Decimos: “No quiero a Dios porque es injusto, restrictivo y
cruel. No le escucharé ni le obedeceré. No creo su amenaza de castigo o muerte,
y cuando muera seguro que iré al Cielo, en el caso de que exista tal lugar”.
Esta última presunción comenzó en el Huerto del Edén, lo que muestra la
arrogancia que se forma rápidamente con la aparición de la desobediencia a Dios.
El pecado es abominable para Dios, completamente irrazonable
y destructivo en todos los sentidos. Desde el Edén, la naturaleza humana ha
continuado en depravación, y aparte de la posibilidad de perdón a través de
Cristo, todo el mundo vive y muere bajo la advertencia de muerte.
La depravación humana no excluye toda bondad porque Dios ha
determinado que algunos sentimientos y características positivas queden en
cierta medida incluso en corazones corruptos y desobedientes, de forma que el
mundo no sea totalmente insoportable, y también para dar a la gente tiempo para
que se arrepienta. Sin embargo, todo lo que hacemos está profundamente
contaminado por la Caída.
Hay deseos y motivos que son orgullosos y egoístas en todo
lo que hacemos, y esta es la razón por la que el mundo es como es, y los
conflictos y las penas nos persiguen incluso en las etapas más felices de la
vida. La “montaña rusa” emocional de la vida que las telenovelas de televisión
presentan es una verdadera representación de la humanidad, excepto que estas no
se atreven a reproducir la realidad completa de la violencia, privación,
inmoralidad y miseria que predomina por todo el mundo.
La doctrina bíblica de la “depravación total” no significa
que las personas sean 100% malas, sino que están manchadas y corrompidas en
cada área de la mente, corazón y voluntad. Inevitablemente el orgullo rechaza
esto, pero la verdad es que no puede negarse. La Caída del hombre es la razón
de cada aspecto horrible de la vida en el mundo a lo largo de la historia, y
sin el amor de Cristo y la salvación que Él trae, estaríamos completamente sin
esperanza y sin Dios en el mundo.
La Caída es la razón por la que existe un mundo en el que la
enfermedad y la muerte acaban con las vidas a menudo con gran sufrimiento, y
arrebatan, incluso a bebes y niños de la felicidad, y dejan a sus padres en
gran dolor. El pecado original ocasionó la Caída y nuestra impiedad continua y
premeditada respalda el paso que dieron nuestros primeros padres.
¿Dónde está Dios en la tragedia y el dolor? Las personas que
buscan a Cristo y su amor perdonador definitivamente lo encuentran. A través de
Cristo recibimos reconciliación con Dios, una nueva vida, un nuevo propósito,
fortaleza proveniente de lo alto y seguridad eterna. Con esta nueva vida los
padres pueden rodear a sus hijos gravemente enfermos con amor por Dios,
sembrando en ellos la misma confianza en Cristo y certeza de la eternidad, de
forma que la enfermedad y muerte sean el portal al Cielo, y exista confianza en
Dios y Él sea alabado por su gran salvación.
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