sábado, 2 de julio de 2016

Razones para la adoración familiar


Pero yo y mi casa, serviremos al SEÑOR — Josué 24:15
Muera yo la muerte de los rectos, y sea mi fin como el suyo — Números 23:10

Hemos dicho, hermanos míos, en una ocasión anterior, que si queremos morir Su muerte, debemos vivir Su vida. Es cierto que hay casos en los que el Señor muestra Su misericordia y Su gloria a los hombres que ya se encuentran en el lecho de muerte, y les dice como al ladrón en la cruz: “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23:43). El Señor sigue dándole a la iglesia ejemplos similares de vez en cuando. Y lo hace con el propósito de exhibir su poder soberano por el cual, cuando le agrada hacerlo así, puede quebrantar el más duro de los corazones y convertir a las almas más apartadas de Dios para mostrar que todo depende de Su gracia y que tiene misericordia de quien tiene misericordia. Con todo, estas no son sino raras excepciones de las que no pueden depender en absoluto; y, mis queridos oyentes, si desean morir la muerte del cristiano, deben vivir la vida del cristiano. Sus corazones deben estar verdaderamente convertidos al Señor; verdaderamente preparados para el reino; y confiar solo en la misericordia de Cristo deseando ir a morar con Él. Ahora, amigos míos, existen varios medios por los cuales pueden prepararse en vida para obtener, un día futuro, un bendito final. Y es en uno de estos medios más eficaces en el que queremos reflexionar ahora. Este medio es la Adoración Familiar; es decir, la edificación diaria que los miembros de una familia cristiana pueden disfrutar mutuamente. “Pero yo y mi casa —le dijo Josué a Israel— serviremos al Señor” (Jos. 24:15). Deseamos, hermanos, darles los motivos que deberían inducirnos a resolver lo mismo que Josué y las directrices necesarias para cumplirlo.

¿POR QUÉ LA ADORACIÓN FAMILIAR?

1. Para darle gloria a Dios

Sin embargo, hermanos míos, si el amor de Dios está en sus corazones y si sienten que por haber sido comprados por precio, deberían de glorificar a Dios en sus cuerpos y sus espíritus, que son de Él, ¿hay otro lugar aparte de la familia y el hogar en el que prefieren glorificarle? A ustedes les gusta unirse con los hermanos para adorarle públicamente en la iglesia; les agrada derramar su alma delante de Él en el lugar privado de oración. ¿Será que en la presencia de ese ser con el que hay una unión para toda la vida, hecha por Dios, y delante de los hijos es el único lugar donde no se puede pensar en Dios? ¿Será tan solo que no tienen bendiciones que atribuirle? ¿Será tan solo que no tienen que implorar por misericordia y protección? Se sienten libres para hablar de todo cuando están con la familia; sus conversaciones tocan mil asuntos diferentes; ¡pero no cabe lugar en sus lenguas y en sus corazones para una sola palabra sobre Dios! ¿No alzarán la mirada a Él como familia, a Él que es el verdadero Padre de sus familias? ¿No conversará cada uno de ustedes con su esposa y sus hijos sobre ese Ser que un día tal vez sea el único Esposo de su mujer, el único Padre de sus hijos? El evangelio es el que ha formado la sociedad doméstica. No existía antes de él; no existe sin él. Por tanto, parecería que el deber de esa sociedad, llena de gratitud hacia el Dios del evangelio, fuera estar particularmente consagrada a él. A pesar de ello, hermanos míos, ¡cuántas parejas, cuántas familias hay que son cristianas nominales y que incluso sienten algún respeto por la religión, y no nombran nunca a Dios! ¡Cuántos ejemplos hay en los que las almas inmortales que han sido unidas nunca se han preguntado quién las unió y cuáles serán su destino futuro y sus objetivos! ¡Con cuánta frecuencia ocurre que, aunque se esfuerzan por ayudarse el uno al otro en todo lo demás, ni siquiera piensan en echarse una mano en la búsqueda de lo único que es necesario, en conversar, en leer, en orar con respecto a sus intereses eternos! ¡Esposos cristianos! ¿Acaso solo deben estar unidos en la carne y por algún tiempo? ¿No es también en el espíritu y para la eternidad? ¿Son ustedes seres que se han encontrado por accidente, y a quienes otro accidente, la muerte, pronto separará? ¿No desean ser unidos por Dios, en Dios y para Dios? ¡La religión uniría sus almas mediante lazos inmortales! Pero no los rechacen; más bien al contrario, estréchenlos cada día más, adorando juntos bajo el techo doméstico. Los viajantes en el mismo vehículo conversan sobre el lugar al que se dirigen. ¿Y no conversarán ustedes, compañeros de viaje al mundo eterno, sobre ese mundo, del camino que conduce a él, de sus temores y de sus esperanzas? Porque muchos andan —dice San Pablo— como os he dicho muchas veces, y ahora os lo digo aun llorando, que son enemigos de la cruz de Cristo (Fil. 3:18); porque nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también ansiosamente esperamos a un Salvador, el Señor Jesucristo (Fil. 3:20).

2. Para proteger a los hijos del pecado

Si tienen el deber de estar comprometidos con respecto a Dios en sus hogares, y esto para su propio bien, ¿no deberían también estar comprometidos por amor a los que forman su familia, cuyas almas han sido encomendadas a su cuidado, y en especial por sus hijos? Les preocupa en gran extremo la prosperidad de ellos, su felicidad temporal; ¿pero no hace esta preocupación que el descuido de ustedes por su prosperidad eterna y su felicidad sea aún más palpable? Sus hijos son jóvenes árboles que les han sido confiados; el hogar es el vivero donde deberían de crecer y ustedes son los jardineros. ¡Pero oh! ¿Plantarán esos jóvenes árboles tiernos y preciosos en una tierra estéril y arenosa? Y sin embargo es lo que están haciendo, si no hay nada en el hogar que los haga crecer en el conocimiento y el amor de su Dios y Salvador. ¿No están ustedes preparando para ellos una tierra favorable de la que puedan derivar savia y vida? ¿Qué será de sus hijos en medio de todas las tentaciones que los rodearán y los arrastrarán al pecado? ¿Qué les ocurrirá en esos momentos turbulentos en los que es tan necesario fortalecer el alma del joven con el temor de Dios, y, así, proporcionarle a esa frágil barca el lastre necesario para botarla sobre el inmenso océano?

¡Padres! Si sus hijos no se encuentran con un espíritu de piedad en el hogar, si por el contrario el orgullo de ustedes consiste en rodearlos de regalos externos, introduciéndolos en la sociedad mundana, permitiendo todos sus caprichos, dejándoles seguir su propio curso, ¡los verán crecer como personas superficiales, orgullosas, ociosas, desobedientes, insolentes y extravagantes! Ellos los tratarán con desprecio; y cuanto más se preocupen ustedes por ellos, menos pensarán ellos en ustedes. Este caso se ve con mucha frecuencia; pero pregúntense a ustedes mismos si no son responsables de sus malos hábitos y prácticas. Y sus conciencias responderán que sí, que están comiendo ahora el pan de amargura que ustedes mismos han preparado. ¡Ojalá que la conciencia les haga entender lo grande que ha sido su pecado contra Dios al descuidar los medios que estaban en su poder para influir en los corazones de sus hijos; y ojalá que otros queden advertidos por la desgracia de ustedes! No hay nada más eficaz que el ejemplo de la piedad doméstica. La adoración pública es a menudo demasiado vaga y general para los niños, y no les interesa suficientemente. En cuanto a la adoración en secreto, todavía no la entienden. Si una lección que se aprende de memoria no va acompañada por nada más, puede llevarlos a considerar la religión como un estudio, como los de lenguas extranjeras o historia. Aquí como en cualquier otra parte, e incluso más que en otro lugar, el ejemplo es más eficaz que el precepto. No se les debe enseñar que deben de amar a Dios a partir de un mero libro elemental, sino que deben demostrarle amor por Dios. Si observan que no se brinda adoración alguna a ese Dios de quien ellos oyen hablar, la mejor instrucción resultará ser inútil. Sin embargo, por medio de la Adoración Familiar, estas jóvenes plantas crecerán como árbol firmemente plantado junto a corrientes de agua, que da su fruto a su tiempo y su hoja no se marchita (Sal 1:3). Los hijos pueden abandonar el techo parental, pero recordarán en tierras extrañas las oraciones que se elevaban en el hogar, y esas plegarias los protegerán. Si alguna… tiene hijos o nietos, que aprendan éstos primero a mostrar piedad para con su propia familia (1 Ti. 5:4).

3. Para producir verdadero gozo en el hogar

¡Y qué delicia, qué paz, qué felicidad verdadera hallará una familia cristiana al erigir un altar familiar en medio de ellos, y al unirse para ofrecer sacrificio al Señor! Tal es la ocupación de los ángeles en el cielo; ¡y benditos los que anticipan estos gozos puros e inmortales! Mirad cuán bueno y cuán agradable es que los hermanos habiten juntos en armonía. Es como el óleo precioso sobre la cabeza, el cual desciende sobre la barba, la barba de Aarón, que desciende hasta el borde de sus vestiduras. Es como el rocío de Hermón, porque allí mandó el Señor la bendición, la vida para siempre (Sal. 133). ¡Oh qué nueva gracia y vida le proporciona la piedad a una familia! En una casa donde se olvida a Dios, hay falta de educación, mal humor, e irritación de espíritu. Sin el conocimiento y el amor de Dios, una familia no es más que una colección de individuos que pueden sentir más o menos afecto natural unos por otros; pero falta el verdadero vínculo, el amor de Dios nuestro Padre en Jesucristo nuestro Señor. Los poetas están llenos de hermosas descripciones de la vida doméstica; ¡pero, desafortunadamente, qué distintas suelen ser las imágenes de la realidad! A veces existe falta de confianza en la providencia de Dios; otras veces hay amor a la riqueza; otras, una diferencia de carácter; otras, una oposición de principios. ¡Cuántas aflicciones, cuantas preocupaciones hay en el seno de las familias!

La piedad doméstica impedirá todos estos males; proporcionará una confianza perfecta en ese Dios que da alimento a las aves del cielo; proveerá amor verdadero hacia aquellos con quienes tenemos que vivir: no será un amor exigente y susceptible, sino un amor misericordioso que excusa y perdona, como el de Dios mismo; no un amor orgulloso, sino humilde, acompañado por un sentido de las propias faltas y debilidades; no un amor ficticio, sino un amor inmutable tan eterno como la caridad. Voz de júbilo y de salvación hay en las tiendas de los justos (Sal. 118:15).

4. Para consolar durante momentos de prueba

Cuando llegue la hora de la prueba, esa hora que tarde o temprano debe llegar y que, en ocasiones, visita el hogar de los hombres más de una vez, ¡qué consuelo proporcionará la piedad! ¿Dónde tienen lugar las pruebas si no en el seno de las familias? ¿Dónde debería administrarse, pues, el remedio para las pruebas si no en el seno de las familias? ¡Cuánta lástima debe dar una familia donde hay lamento, si no hay esa consolación! Los diversos miembros de los que se compone incrementan los unos la tristeza de los otros. Sin embargo, cuando ocurre lo contrario y la familia ama a Dios, si tiene la costumbre de reunirse para invocar el santo nombre de Dios de quien viene toda prueba y también toda buena dádiva, ¡cómo se levantarán las almas desanimadas! Los miembros de la familia que siguen quedando alrededor de la mesa sobre la que está el Libro de Dios, ese libro donde encuentran las palabras de resurrección, vida e inmortalidad, donde hallan promesas seguras de la felicidad del ser que ya no está en medio de ellos, así como la justificación de sus propias esperanzas.

Al Señor le complace enviarle al Consolador; el Espíritu de gloria y de Dios viene sobre ellos; se derrama un bálsamo inefable sobre sus heridas y se les da mucho consuelo; se transmite la paz de un corazón a otro. Disfrutan momentos de felicidad celestial: Aunque pase por el valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estás conmigo; tu vara y tu cayado me infunden aliento (Sal. 23:4). Oh Señor, has sacado mi alma del Seol…Porque su ira es sólo por un momento, pero su favor es por toda una vida; el llanto puede durar toda la noche, pero a la mañana vendrá el grito de alegría (Sal. 30:3, 5).

5. Para influir en la sociedad

¿Y quién puede decir, hermanos míos, la influencia que la piedad doméstica podría ejercer sobre la sociedad misma? ¡Qué estímulos tendrían todos los hombres al cumplir con su deber, desde el hombre de estado hasta el más pobre de los mecánicos! ¡Cómo se acostumbrarían todos a actuar con respeto, no solo a las opiniones de los hombres, sino también al juicio de Dios! ¡Cómo aprendería cada uno de ellos a estar satisfecho con la posición en la que ha sido colocado! Se adoptarían buenos hábitos; la voz poderosa de la conciencia se reforzaría: la prudencia, el decoro, el talento, las virtudes sociales se desarrollarían con renovado vigor. Esto es lo que podríamos esperar tanto para nosotros mismos como para la sociedad. La piedad tiene promesa de la vida que transcurre ahora y la que está por venir.

1.    H. Merle D’Aubigne (1794–1872): pastor, catedrático de historia de la iglesia, presidente y catedrático de teología histórica en la Escuela de teología de Ginebra; autor de varias obras sobre la historia de la Reforma, incluido su famosoHistory of the Reformation of the Sixteenth Century y The Reformation in England.
Tomado de Family Worship, disponible como un pequeño folleto de Chapel Library

Soli Deo Gloria