domingo, 18 de septiembre de 2016

Una apreciación sobre Juan Calvino

El quinto centenario del nacimiento de Calvino, que se celebra este año, despertó considerablemente mi interés. Un colega pastor dijo que no conocía una única biografía definitiva sobre Calvino y esto me hizo comenzar a investigar las distintas opciones. Por lo que pude descubrir, desde 1975 existe un texto satisfactorio por T.H. Parker, titulado John Calvin [Juan Calvino] (Lion Paperback) que ahora puedo recomendar sin reservas. Otro libro más corto de Parker, Portrait of Calvin [Retrato de Calvino] (1954) tiene su propio encanto y está disponible para descargarlo gratuitamente en un archivo Pdf1. Michael Haykin, erudito e historiador bautista reformado, expresó su opinión y comentó que este libro se disfrutaba mucho más que la obra posterior, más extensa, de Parker. A mi juicio depende de si el lector busca una información más detallada o una visión general.

Otro firme competidor que busca ser calificado como obra definitiva es un libro nuevo, escrito por F. Bruce Gordon, titulado Calvin [Calvino] (2009, Yale University Press), que me está cautivando aunque solo llevo leídos siete capítulos de un total de dieciocho. Parece un retrato realista, defectos incluidos, aunque con un talante esencialmente comprensivo. Exhibe la habilidosa forma de escribir y la cuidadosa erudición de otro grande biógrafo de YUP, Jonathan Edwards: A Life [Jonathan Edwards: Una vida] de George Marsden, que recomiendo firmemente.

Aparte de estos, he trabajado con bastantes libros escritos por o sobre Calvino, especialmente en el último año, de los que me he traído un muestrario para enseñároslo. Adjunto una rápida anotación de la bibliografía.

Como cristianos y pastores conservadores, evangélicos y reformados debemos apreciar muchas cosas importantes en Juan Calvino. El filósofo e historiador laico Will Durant denominó a la obra de Calvino Institutes [Institución de la religión cristiana] “uno de los diez libros que sacudió al mundo”. El Pastor Walter Chantry me dijo personalmente que los Comentarios de Calvino le dejaron a menudo sin palabras y me aconsejó que, si debía elegir entre ambos libros, comprara este antes de la Institución de la religión cristiana. En su último módulo de teología pastoral (Agosto del 2009), el Pastor Albert N. Martin de 75 años de edad expresó su convicción de que un joven pastor debería decidir, nada más comenzar su ministerio, leer todos los comentarios de Calvino directamente.

Nuestros contemporáneos laicos, tan orgullosos de la modernidad, quedarían estupefactos al ver que gran parte de su querida cosmovisión en cuanto a la sociedad en general es una consecuencia natural y el desarrollo de las ideas que Calvino planteó y que, en su tiempo, fueron consideradas radicales y progresistas. Si queréis dejar atónitos a algunos profesores liberales de universidad que conozcáis, poned en sus manos una copia del delgado volumen de David W. Hall titulado The Legacy of John Calvin [El legado de Juan Calvino] (2008, P&R Publishers). El autor demuestra, de forma convincente, la “iluminación” que Calvino tenía sobre la educación (inició una escuela pública para la gente corriente). Ideó un tipo de programa de bienestar para los que estaban verdaderamente necesitados (organizó la “Bourse” [Bolsa], una agencia de cuidado diaconal). Pronto inició movimientos hacia la libertad religiosa (procuraba una forma de gobierno de iglesia para la compañía de pastores independientes de los magistrados de la ciudad). Proponía un gobierno civil colegiado en lugar de la monarquía; una política descentralizada en forma de república; igualdad entre todas las profesiones (no solo el “clero” tenía una llamamiento divino o una vocación para su trabajo); principios de capitalismo de libre mercado que incluían la posesión privada de la propiedad y la legitimidad del beneficio (un profesor liberal no apreciará esto, aunque es progreso que procede de la Edad Media); música en el lenguaje corriente (el Salterio en palabras que las personas pudieran entender era algo igualitario en espíritu, una adoración democratizada) y la legalidad de publicar ideas en libros que se vendieran a “todos los hombres” para que pudieran considerarlas. Estos sorprendentes avances, poco conocidos y raramente reconocidos, pueden desarmar perfectamente cualquier prejuicio del profesor e impulsarle a analizar mejor las ideas de Calvino. Con un poco de suerte esto le llevará a una consideración seria del evangelio de Calvino.

En lo que a mí respecta, estoy descubriendo que estoy mucho más en deuda con Calvino de lo que antes pudo captar mi conocimiento o mi inteligencia. Cuanto más aprendo de su doctrina, con más frecuencia me quedo mudo de asombro y me humillo. Muchas de las más firmes convicciones que tengo, aun en los puntos más relativamente sutiles y menores de la doctrina, se encuentran fácilmente en las percepciones de Calvino. Estas han sido conservadas por sus publicaciones y por su influencia, directa e indirecta, sobre la Iglesia en el periodo que va desde su tiempo al nuestro. Entiendo que esto es verdad aunque, al mismo tiempo, reconozco que las verdades más importantes que enseñó ya estaban presentes de forma insinuada, o de algún otro modo, en las Escrituras y que él mismo fue beneficiario de una rica herencia del pensamiento cristiano. Con todo, Calvino fue quien desenterró todo ese oro espiritual. Él fue quien descubrió los filones repletos de tesoros en la mina de la Palabra de Dios que otros muchos apenas habían notado, que no supieron apreciar y mucho menos exhibirlo para su gloriosa exposición. Con cinco aspectos del pensamiento y el ejemplo de Calvino tendremos bastante para esta conferencia.

La soberanía de Dios

Se suele asociar a Calvino con la soberanía de Dios, así como se relaciona a Miguel Ángel con el arte. Está claro que esta doctrina es tan antigua como la propia fe, ya que no hay nada tan fundamental para la verdadera religión como que Dios existe y que es el Señor de señores, el Todopoderoso. Los santos de las Escrituras creyeron esto y también todos aquellos que les siguieron en la historia posterior de la Iglesia. Gigantes teológicos como San Agustín y Santo Tomás de Aquino y otros muchos hicieron hincapié en la soberanía de Dios.

La diferencia con Calvino radica, quizás, en que él exhibe de forma más coherente de lo que nadie lo hizo antes que él, que la soberanía de Dios está relacionada con todas las doctrinas de la Biblia: la creación, la providencia, la caída y la redención. La soberanía eterna, absoluta, efectiva e irresistible de Dios impregna concienzudamente y satura toda la olla del Calvinismo.

Además, para Calvino, la soberanía de Dios no era una especulación filosófica a debatir, sino un pináculo con las proporciones de una montaña, desde el cual contemplar claramente todos los aspectos de la vida. Su famosa apertura, con la que da comienzo a su Institución de la religión cristiana, ilustra este punto.

Casi toda la suma de nuestra sabiduría, que de veras se deba tener por verdadera y sólida sabiduría, consiste en dos puntos: a saber, en el conocimiento que el hombre debe tener de Dios, y en el conocimiento que debe tener de sí mismo. Mas como estos dos conocimientos están muy unidos y enlazados entre sí, no es cosa fácil distinguir cuál precede y origina al otro, pues en primer lugar, nadie se puede contemplar a sí mismo sin que al momento se sienta impulsado a la consideración de Dios, en el cual vive y se mueve; (Hechos 17:28) Porque no hay quien dude que los dones, en los que toda nuestra dignidad consiste, no sean en manera alguna nuestros. Y aún más el mismo, ser que tenemos y lo que somos no consiste en otra cosa sino en subsistir y estar apoyados en Dios. Además, estos bienes, que como gota a gota descienden sobre nosotros del cielo, nos encaminan como de arroyuelos a la fuente […]. Por lo cual, ciertamente, nos vemos impulsados por nuestra miseria al considerar los tesoros que hay en Dios. No podemos de veras tender a Él, antes de comenzar a sentir descontento de nosotros. Porque ¿qué hombre hay que no, sienta contento descansando en sí mismo? ¿Y quién no descansa en sí mientras no se conoce a sí mismo, es decir, cuando está contento con los dones que ve en sí, ignorando su miseria y olvidándola? Por lo cual el conocimiento de nosotros mismos, no solamente nos aguijonea para que busquemos a Dios, sino que nos lleva como de la mano para que lo hallemos (1.1.1, Battles).

Está claro que Calvino forcejeó con el denominado problema del mal. Dado que Dios tiene el absoluto control de todas las criaturas y sucesos, y que Dios es infinitamente bueno y sabio ¿cómo puede el diablo existir y seguir en el mundo que es, indudablemente, el gran reino sobre el cual él ejerce su irresistible dominio? No he hallado en los escritos de Calvino ningún lugar que haya sido más útil y de una simplicidad más capaz de desarmar a cualquiera sobre este tema que en las Instituciones de la religión cristiana 1.18, “Dios se sirve de los impíos y doblega su voluntad para que ejecuten sus designios quedando sin embargo Él limpio de toda mancha”. Este es un análisis tan bueno de un asunto tan difícil que he vuelto una y otra vez al mismo, sobre todo para ayudar a otros a pensar bíblicamente en este aspecto.

Calvino echa abajo el bien intencionado cambio de algunos teólogos que defienden a Dios de la acusación de que Él sea el “Autor del pecado”. Insiste en una distinción entre lo que Dios hace y lo que simplemente permite que otros hagan. Según esta evasiva, el pecado solo existe por medio del decreto permisivo de Dios. En lugar de esto, Calvino enseña que Dios “doblega, fuerza y atrae a donde quiere al mismo Satanás y a todos los réprobos”. Ellos hacen esto “.solo bajo la instigación secreta de Dios”, en cumplimiento de su decreto eterno, sin discutir o deliberar los temas con nadie más. Calvino dice que “se podría excusar la modestia de los que se escandalizan [discuten por un escueto permiso] ante la apariencia del absurdo, si no fuese porque intentan vanamente mantener la justicia de Dios con falsas excusas y so color de mentira”. Luego procede a demostrar que la Biblia, sin apuro, revela la causalidad activa de Dios en los actos más atroces de los hombres, llegando aun a la crucifixión de Cristo, para sus propios propósitos nobles. Dios es la causa final de todas las cosas, pero no es la causa reprobable de nada, incluido el pecado del hombre2. En realidad, nuestra Confesión Bautista de Fe de Londres en 1689, siguiendo a la Confesión de Westminster de 1646, parece estar en deuda con el análisis de Calvino en este punto preciso.

El poder todopoderoso, la sabiduría inescrutable y la bondad infinita de Dios se manifiestan en su providencia de tal manera que su propósito soberano se extiende aun hasta la primera caída y a todos los otros pecados de los ángeles y de los hombres, y esto no solo por un mero permiso, sino que sabia y poderosamente limita, ordena y gobierna, en varias formas, las acciones pecaminosas de tal manera que estas llevan a cabo sus designios santos, pero de tal modo, que lo pecaminoso procede solo de la criatura, y no de Dios, quien es justísimo y santísimo, y por eso, no es, ni puede ser el autor o aprobador del pecado (CFBL 1689 5-4 el énfasis es mío).

Esta cuestión de la relación de Dios con el pecado es algo así como una prueba de fuego para una perspectiva desinhibida y exaltada de su absoluta soberanía. El concepto que Calvino tenía del gobierno de Dios era lo bastante amplio como para aseverar que incluso el propio Satanás, por no mencionar al resto de los enemigos de Dios, es finalmente su siervo involuntario y un elemento importante en los medios que Dios emplea para llevar a cabo su decreto eterno y global.

Un alto criterio de las Escrituras

En compañía de una hueste de los mejores maestros de la Iglesia, Calvino estaba firmemente comprometido con la identificación de las Santas Escrituras con la Palabra de Dios. Para Calvino, lo que dice la Biblia es lo que Dios dice. No hay nada relevante que sea una novedad especial sobre la bibliología de Calvino en general y su doctrina de la inspiración divina en particular.

Lo que capta mi atención y se gana mi gran aprecio es su respuesta en el ministerio a un alto criterio de las Escrituras. Calvino tuvo la inteligencia y la integridad espiritual, por la gracia de Dios, de ver y seguir las implicaciones lógicas y espirituales por sí mismo hasta tal punto que eso le apartó bastante de las demás tradiciones establecidas y distintivas dentro del cristianismo. Deberíamos estarle muy agradecidos por ello.

En primer lugar, Calvino hace gala de un profundo compromiso con la absoluta autoridad y suficiencia de las Escrituras. Respetó todos los demás documentos cristianos, como los escritos de los Padres de la Iglesia y el consenso de pronunciamientos en forma de credos y confesiones, pero su pensamiento comenzaba con la Biblia, se filtraba con la Biblia y terminaba con la Biblia. Defendió la doctrina protestante de la sola Scriptura; solo las Escrituras tienen la autoridad final, es la prueba de fuego por la que todas las personas, iglesia, enseñanzas y niveles subordinados de doctrina deben ser juzgados.

¿Entonces, cuales son las ideas fundamentales que Calvino desarrolló? La más importante es la afirmación esencial de que un sistema teológico consistente y coherente se puede derivar y defender sobre la base de la Biblia. Es indiscutible que el mayor legado de Calvino al Protestantismo no han sido doctrinas, sino más bien su demostración de cómo la Biblia puede servir como fundamento de una comprensión estable de las creencias y las estructuras cristianas3.

Calvino también hizo el planteamiento más estricto de la adoración bíblica, abogando por lo que llegó a conocerse como el “principio regulativo” que busca y requiere la justificación bíblica para todo lo que se refiere a la sustancia de la adoración y rechazando cualquier innovación del hombre por considerarla falsa aunque la Palabra de Dios no la prohibiese de forma explícita. Las iglesias que están en deuda con la influencia de Calvino en este particular, mantienen una forma simple y bíblica de adoración sin la “pompa y el boato” del romanismo. Lamentablemente, estos elementos siguen viéndose en la religión luterana y la anglicana; ambos han sido detractores históricos del principio regulativo.

En segundo lugar, el alto criterio que Calvino tenía de las Escrituras le llevó a hacer hincapié en la importancia de la predicación bíblica para el ministerio pastoral y en el ejercicio del mismo con gran cuidado y sobriedad. Su conducta habitual en el púlpito era sistemática: exponía los libros de la Biblia completos, versículo a versículo. Evitaba las interpretaciones rocambolescas y alegóricas. Procuraba transmitir el verdadero sentido de cada texto, dentro de su contexto, basándose en una hermenéutica gramático-histórica. Cuando trataba un tema en particular hacía gala de una gran sensibilidad hacia la doctrina sintética de todas las Escrituras. Como exégeta responsable, ejemplificó de forma magistral “la analogía de la fe” en acción. Su amplio conocimiento del latín, la ley, la lógica, el griego y el hebreo, junto con su profunda integridad espiritual, le catapultaron a altos logros como predicador.

He leído recientemente el libro de Steven J. Lawson “The Expository Genius of John Calvin” [El genio expositivo de Juan Calvino] (2007, Reformation Trust Pubishing) y esto ha mejorado mi apreciación sobre la predicación de Calvino. Me ha ayudado a darme cuenta de que, en muchos aspectos, Calvino es un ejemplo fidedigno que los predicadores modernos deberían imitar. Lawson señala treinta y dos rasgos del genio expositivo de Calvino en sus sermones: la autoridad bíblica, la presencia divina, la prioridad del púlpito, una exposición secuencial, una mente diligente, un corazón dedicado, una voluntad implacable, un comienzo directo, una entrega extemporánea, un contexto escriturario, un tema establecido, un texto específico, una precisión exegética, una interpretación literal, referencias cruzadas, un razonamiento persuasivo, deducciones razonables, palabras familiares, expresiones gráficas, preguntas provocativas, simples repeticiones, citas limitadas, bosquejos tácitos, transiciones perfectas, una intensidad bien enfocada, la exhortación pastoral, el examen personal, la reprensión con amor, la confrontación polémica, una recapitulación concisa, un llamamiento insistente y la oración decisiva. Lawson explica e ilustra, de forma práctica, cada uno de esos sermones de Calvino que son totalmente distintos de sus comentarios y, generalmente, son menos conocidos. El libro de Lawson es un tomo delgado que destaca las virtudes de este predicador de Ginebra en el púlpito. Sin embargo, va más allá de una simple familiarización con la predicación de Calvino. Es tan útil como un libro de texto para las homilías en general.

Calvino llenó cuidadosamente el vacío que existía entre el mundo bíblico, con su contexto y sus lectores originales, y aquellos que se sentaban en los bancos de la iglesia, ante él, en la Europa del siglo dieciséis. Hizo que estas personas entendiesen la Palabra y grabó sus aplicaciones prácticas sobre la conciencia. En Calvin’s Preaching [La predicación de Calvino], T.H.L. Parker cita extensamente a Calvino en el tema de “The Pastoral Impulsion” [“La influencia Pastoral”] (capítulo 2), ya sea bajo la forma de una cita directa o por medio de la paráfrasis. Me gustaría reproducir un extracto tan práctico. Fue con motivo de un sermón sobre 2 Ti. 3:16-17 en el que Calvino explicó, en un lenguaje simple, el propósito de la predicación pastoral. El párrafo siguiente transmite algo de su espíritu y su filosofía de la aplicación en la predicación, tema muy debatido entre algunos predicadores reformados de hoy día.

“Cuando expongo las Santas Escrituras mi regla debe ser siempre la siguiente: que aquellos que me oigan reciban provecho de la enseñanza que presento y sean edificados para salvación. Si no tengo esa buena voluntad, si no procuro la edificación de mis oyentes, soy un sacrílego y estoy profanando la Palabra de Dios” […]. La enseñanza por sí misma no es suficiente porque somos fríos e indiferentes a la verdad de Dios. Es necesario que esta penetre en nosotros. El predicador debe hacer uso de la vehemencia, para que podamos saber que esto no es un juego […]. Debemos hacer uso de la Palabra de Dios en nuestra vida para que podamos sentirnos despiertos y no profundamente dormidos […]. La consecuencia de esto en el predicador es que no basta con que diga: “Esta es la voluntad de Dios”. Debe despertarnos, hacernos pensar muy en serio y mirarnos más de cerca a nosotros mismos para acercarnos a Dios “como si nos hubiese invitado a estar ante su trono de justicia.” Entonces, todo se aclarará y nos sentiremos avergonzados cuando veamos nuestra pobreza y nuestra podredumbre anterior […]. Si nos hemos visto profundamente hundidos en vicios, el predicador debe usar fuerza y violencia si estos no han sido arrancados y echados fuera. “Cuando un padre ve que sus hijos van por muy mal camino no se limita a decirles: ‘¿qué os traéis entre manos hijos míos?’ Esto no sería ni correcto ni bueno. Dirá: “¡Infelices criaturas! No os he criado ni me he ocupado por vosotros hasta ahora para que me lo paguéis así. […] ¡Alejaos desgraciados! Merecéis caer en manos del verdugo […] ¿Debo mantener una escoria semejante en mi casa?”. […] El pastor fiel debe utilizar la vehemencia y la vivacidad [animación] “para dar vigor y poder a la Palabra de Dios”. Desde luego esto tiene que hacerse con dulzura y suavidad, pero hay que llevarlo a cabo. La gente no debe decir: “¡Pero cómo, esto es demasiado difícil de llevar! ¡No deberías seguir por esa línea!”. Los que no soportan ser reprobados deberían buscarse otro maestro que no fuese Dios. Muchos no podrán aguantarlo: “¿Pero, cómo es posible que esta sea la forma de enseñar? ¡No puedo creerlo! Queremos ser ganados por medio de la dulzura”. Si es así, ¡ve y enséñale a Dios cómo debe impartir sus lecciones! Esta es nuestra gente sensible que no puede soportar ni un solo reproche. ¿Por qué? “Bueno, queremos que se nos enseñe de otro modo”. “¡Entonces marchaos a la escuela del demonio! Él os adulará hasta la saciedad… y os destruirá4”.

Al igual que Lutero antes que él, la conciencia de Calvino era cautiva de las Escrituras y, evidentemente, él deseaba conducir a tantas personas como pudiera para que fuesen con él al cielo.

Un ministerio centrado en Cristo

Los ojos espirituales de Juan Calvino estaban llenos de la figura de Jesucristo. Buscaba acentuar la gloria de este en cada oportunidad que se le presentaba. La teología de Calvino era esencialmente redentora, una teología de evangelización. Sin descuidar al Padre y al Espíritu, Calvino veía a Cristo como el tema de toda la Biblia y como punto central de la reconciliación del hombre con Dios. Sobre Lucas 24:46, Calvino escribió lo siguiente:

Estas palabras nos enseñan asimismo lo que deberíamos aprender principalmente de la Ley y de los Profetas, es decir: que siendo Cristo el fin y el alma de la ley, todo lo que aprendamos sin Él y al margen de Él no tiene valor ni provecho. Por tanto, quien quiera tener un dominio de las Escrituras debería tener esto siempre en mente.

Cuanto más me he familiarizado don el pensamiento de Calvino, más claramente he captado su cristocentrismo. Como gran experto sobre Calvino, T.H.L. Parker observó:

El evangelio de Calvino, como el de las Escrituras, tiene que ver con Jesucristo. Se interesa en Él como Hijo de Dios y Varón de dolores; como Aquel que murió por nuestros pecados y que resucitó de nuevo para justificarnos; como Señor eterno. Hace hincapié sobre el lugar que se le da a Cristo y lo deja bien claro al llevarlo a cabo con respecto a toda la teología (aunque, como hemos visto, con algunas incoherencias5) a la vida de la Iglesia y a la de los cristianos individuales6.

Del mismo modo, Sinclair Ferguson hizo su estudio sobre la centralidad de Cristo en la teología de Calvino: “Todo aquello de lo que carecemos nos lo proporciona Cristo; todo lo que es pecado en nosotros, se le imputa a Cristo; y Él lleva sobre sí todo juicio que nosotros merecemos7”.

John Piper tiene una perspectiva particular de lo que fue el problema fundamental que Calvino tuvo con el romanismo: era básicamente apóstata porque había llegado a robar la gloria que se le debía a Dios en Cristo.

Para Calvino, la Reforma era necesaria fundamentalmente por esto: Roma había “destruido la gloria de Cristo de muchas formas. Invocaban a los santos para que intercedieran, cuando Jesucristo es el único mediador entre Dios y los hombres. Adoraban a la bendita Virgen, cuando solo Cristo debe recibir adoración. Ofrecían un sacrificio continuo en la misa, cuando el de Cristo en la Cruz es completo y suficiente” [citando a Parker]. Elevaron la tradición al nivel de las Escrituras y llegaron a hacer que la palabra de Cristo dependiera de la palabra del hombre para tener autoridad [citando las Instituciones para la religión cristiana]. Calvino pregunta en su Comentario sobre Colosenses: “¿Cómo es posible que nos dejemos llevar de doctrinas diversas y extrañas” (He. 13:9)? Su respuesta es: “porque no se percibe la excelencia de Cristo en nosotros”. En otras palabras, el gran guardián del institucionalismo bíblico a lo largo de los siglos es la pasión por la gloria y la excelencia de Dios en Cristo. Cuando Dios ya no es el centro, todo comienza a desviarse hacia otro lugar. Esto no presagia nada bueno en cuanto a la fidelidad doctrinal de nuestro propio tiempo que no está centrado en Dios8.

El romanismo no es el único culpable de haber perdido el objetivo deliberado de glorificar a Dios en Cristo en toda adoración y ministerio. Este problema destaca en gran parte de lo que se llama evangelización, aun en iglesias que se identifican a sí mismas como “reformadas”. Una erosión en la pasión por la gloria de Dios en Cristo es un indicador inmediato de la apostasía del Evangelio.

Una actitud valiente frente a la Verdad

De las biografías se pueden sacar innumerables ilustraciones sobre la valentía que Dios proporcionó a Calvino. Una de sus acciones más valerosa fue, sin duda, su regreso a Ginebra. Era muy consciente de que el martirio era una posibilidad muy real ya que él escribía frecuentes cartas para fortalecer el alma de los predicadores que se enfrentaban a la ejecución por su fidelidad a Cristo y a su Palabra. En una carta que escribió a Farel sobre sus sentimientos en cuanto a regresar a Ginebra, Calvino dijo: “me sometería a la muerte cien veces en vez de esa cruz en la que tuve que sufrir mil muertes a diario9”. Pero no volvió allí en busca de ganancia personal sino por la misma razón por la que ministró allí por primera vez. Consideraba que se trataba de un llamamiento de Dios que no podía rechazar. Calvino temía a Dios más que a los hombres.

A mi juicio, el incidente más impresionante que demuestra el valor extraordinario de Calvino sucedió durante el segundo periodo de su ministerio en Ginebra. La forma en que Lawson lo cuenta es excelente y concisa:

Para Calvino, esos años productivos no fueron más que una experiencia de “torre de marfil”, de soledad y aislamiento. Subía a su púlpito a diario y se encontraba con muchas dificultades por todas partes. Era de estatura endeble y sufrió muchos achaques. Soportó también amenazas físicas contra su vida. Con todo, Calvino nunca dejó su exposición.

Por otra parte, varios grupos de ciudadanos de Ginebra le causaron mucho dolor; unos de ellos fueron los libertinos que se jactaban de su pecaminosa permisividad. Reivindicaban la inmoralidad sexual como algo lícito argumentando que la “comunión de los santos” significaba que sus cuerpos debían unirse a las esposas de los demás. Los libertinos practicaban el adulterio abiertamente y a pesar de ello pretendían acercarse a la Mesa del Señor. Calvino no permitió nada de eso.

En un encuentro épico, Philibert Berthelier, un destacado libertino fue excomulgado a causa de su conocida promiscuidad sexual. Por consiguiente, se le prohibió tomar parte en la Santa Cena. Por medio de la turbia influencia de los libertinos, el Consejo de la Ciudad pasó por alto la decisión de la iglesia y Berthelier y sus colegas vinieron a la iglesia a tomar la Santa Cena con sus espadas desenfundadas y dispuestos a pelear. Con una atrevida audacia Calvino bajó del púlpito, se puso delante de la mesa de la Comunión y dijo: “Podéis machacar estas manos, podéis arrancar estos brazos, podéis quitarme la vida. Mi sangre os pertenece, podéis derramarla, pero no me obligaréis jamás a entregar las cosas santas a aquellos que profanan y deshonran la mesa de mi Dios10”. Berthelier y los libertinos se retiraron; no había nada que hacer ante convicciones tan firmes11.

La gracia del Evangelio

“Predestinación” puede ser la palabra que más se pueda asociar a Calvino. Creo que insistió en ella, no solo por ser una doctrina bíblica, sino también por ser clave para la conservación de un evangelio de salvación que era solo por gracia, totalmente aparte de cualquier consideración de la fe o las obras que un hombre pueda hacer en esta vida.

Por supuesto que los “cinco puntos del calvinismo” no fueron jamás establecidos como tales por el propio Calvino. La posterior formulación fue producto del Sínodo de Dort y de los consistentes “cánones” que se redactaron en este y que no eran más que una respuesta a los cinco puntos suscitados por los protestantes de los Países Bajos12. No obstante, la refinada teología de gracia en el Evangelio que hoy se representa como calvinismo histórico se halla en su totalidad en la propia enseñanza de Calvino.

No hay necesidad de repetir las formulas clásicas a mis colegas, los pastores reformados. Hace muchos años escribí un folleto titulado “God’s Astounding Grace” [La asombrosa gracia de Dios], con el propósito expreso de conseguir el consentimiento para los cinco puntos de algunos cristianos bienintencionados, aunque relativamente ignorantes, predispuestos en contra del calvinismo13. En ese tratado, intento apelar únicamente a las Escrituras y evito palabras técnicas teológicas fuera de la Biblia que pudieran provocar una mala reacción en contra de la verdad. Lo que me importa es que mis lectores crean la verdad y no si tienen claro que están abrazando el calvinismo.

Al escribir ese folleto me di cuenta que las “doctrinas de gracia” se podían identificar con respecto a su relación con la gracia: nuestra necesidad de ella (depravación total/incapacidad), la elección de la gracia (incondicional), el precio de la gracia (una expiación limitada o una redención particular), la atracción de la gracia (gracia irresistible o llamamiento eficaz) y el triunfo de la gracia (la perseverancia de los santos). La gracia impregna por completo el Evangelio bíblico, de principio a fin.

Se podría escribir mucho más sobre estos cinco aspectos encomiables del pensamiento y el ejemplo de Calvino; esto no representa más que unos cuantos de la larga lista que se puede recopilar. Si esta conferencia es de edificación para usted, por medio del legado de Calvino y, de ese modo fomenta la gloria de Dios en Cristo, habrá logrado su objetivo.
IBRNJ - D. Scott Meadows

Notas:
1. http://www.desiringgod.org/media/pdf/books_mpc/mpc.pdf
2. Estoy en deuda con la obra de Robert Reymond A New Systematic Theology of the Christian Faith [Una nueva teología sistemática de la fe cristiana] en este idioma.
3. Christianity’s Dangerous Idea: The Protestant Revolution—A History from the Sixteenth Century to the Twenty-First. [La peligrosa idea del cristianismo: La Revolución Protestante—Una Historia desde el siglo XVI hasta el XXI] Alister McGrath, p. 94 (2007, HarperOne).
4. Calvin’s Preaching [La Predicación de Calvino] (1992, Westminster/John Knox Press) pp. 11-14.
5. Parker se refiere a las doctrinas de Calvino en cuanto a Dios el Creador y la predestinación, cuando supuestamente no se relacionan correctamente estos temas con Cristo. Retiro aquí mi juicio sobre la cuestión de la incoherencia de Calvino.
6. Portrait of Calvin [Retrato de Calvino] (1954, SCM Press Ltd.), p. 61
7. Citado por Eric Alexander en su capítulo de la obra John Calvin: A Heart for Devotion, Doctrine and Doxology [Juan Calvino: un corazón para la devoción, la doctrina la doxología] (2008, Reformation Trust Publiching), “Capítulo 9: La supremacía de Jesucristo” p. 110.
8. John Calvin and His Passion for the Majesty of God [Juan Calvino y su pasión por la majestad de Dios] (2009, Crossway Books) p. 18.
9. Portrait [Retrato] p. 64.
10. Citando a William Wileman, John Calvin: His Life, His Teaching and His Influence [Juan Calvino: su vida, su enseñanza y su influencia] (Coteau, MT: Old Paths Gospel Press), p. 96. Esta frase también ha sido traducida como: “Antes morir que dejar que esta mano extienda las cosas sagradas del Señor a aquellos que las desprecian” (Beza, The Life of John Calvin [La vida de Juan Calvino], p. 71).
11. Expository Genius [Genio expositor] pp. 15-16.
12. http://www.spurgeon.org/-phil/creeds/dort.htm
13. Dios mediante, las personas que estén interesadas podrán recibir, previa petición via e-mail, el texto en un anexo en PDF.
Soli Deo Gloria