La brecha cada vez más amplia entre el ministro y su Nuevo
Testamento Griego puede rastrearse hasta dos causas principales. El ministro
moderno protesta contra su Nuevo Testamento Griego o es indiferente hacia él
porque se está volviendo menos interesado en su Griego, y segundo, porque se
está volviendo menos interesado en su Nuevo Testamento.
La primera objeción es nada más una manifestación de la bien
conocida tendencia en la educación moderna a rechazar el estudio de las ramas
de “humanidades” (la literatura, la filosofía y las artes en distinción de las
ciencias naturales) a favor de estudios que sean obviamente más útiles, una
tendencia que es totalmente tan pronunciada en las universidades como lo es en
los seminarios teológicos. En muchas universidades el estudio del Griego está
casi abandonado; por lo tanto, no sorprende tanto que los graduados no estén
preparados para usar su Nuevo Testamento Griego. Platón y Homero están siendo
descuidados tanto como Pablo. Una refutación de los argumentos por los cuales
esta tendencia se justifica excedería los límites del presente artículo. Sin
embargo, baste decir esto – la refutación debe reconocer los principios
opuestos que están involucrados. El partidario del estudio del Griego y del
Latín nunca debiera intentar defender su causa nada más ante el obstáculo de la
“eficiencia.” Algo, sin duda, podría decirse incluso allí; posiblemente podría
afirmarse que alguien que esté familiarizado con el Griego y el Latín es
realmente necesario para tener conocimiento de la lengua materna, lo cual es
obviamente tan importante para salir adelante en el mundo. Pero, ¿por qué no ir
directo a la raíz del asunto? El verdadero problema con la exaltación moderna
de los estudios “prácticos” a expensas de las ramas de humanidades es que se
basa sobre una concepción viciada de todo el propósito de la educación. La
concepción moderna del propósito de la educación es que la educación nada más
tiene la intención de capacitar al hombre para vivir, pero no para darle
aquellas cosas en la vida que hacen que la vida sea digna de ser vivida.
En segundo lugar el ministro moderno está descuidando su
Nuevo Testamento Griego porque se está volviendo menos interesado en su Nuevo
Testamento en general – menos interesado en su Biblia. La Biblia solía ser
considerada como la que proveía la misma suma y sustancia de la predicación; un
predicador era fiel a su llamado solamente si tenía éxito en reproducir y
aplicar el mensaje de la Palabra de Dios. La actitud moderna es muy diferente.
La Biblia no es descartada, claro está, pero es tratada solamente como uno de
los recursos, aún cuando todavía es la fuente principal de la inspiración del
predicador. Además, una multitud de obligaciones además de predicar y de
interpretar la Palabra de Dios son requeridas del pastor moderno. Debe
organizar clubes y actividades sociales de una docena de tipos diferentes; debe
asumir una parte prominente en los movimientos a favor de la reforma cívica. En
resumen, el ministro ha dejado de ser un especialista. El cambio aparece, por
ejemplo, en la actitud de los estudiantes de teología, aún en los del tipo
devoto y reverente. Una dificultad excepcional en la educación teológica hoy es
que los estudiantes persisten en considerarse a sí mismos, no como
especialistas, sino como legos. Las cuestiones críticas acerca de la Biblia las
consideran como propias para los hombres que se están entrenando para el
profesorado teológico o algo similar, mientras que el ministro ordinario, a su
juicio, puede contentarse con los asuntos más superficiales a nivel del
conocimiento del lego y los problemas que involucran. De esta manera el
ministro ya no es un especialista en la Biblia, sino que se ha convertido nada
más en una especie de administrador general de los asuntos de una congregación.
La relación de esta actitud moderna hacia el estudio de la
Biblia para con el estudio del Nuevo Testamento Griego es suficientemente
obvia. Si el tiempo dedicado a los estudios estrictamente Bíblicos debe ser
aminorado, obviamente la parte más laboriosa de esos estudios, la parte menos
productiva de resultados inmediatos, será la primera en irse. Y esa parte, para
los estudiantes insuficientemente preparados, es el estudio del Griego y el
Hebreo. Si por un lado el ministro es un especialista – si aquello que le debe
a su congregación sobre todas las otras cosas es un conocimiento amplio,
científico tanto experimental, de la Biblia – entonces la importancia del
Griego no requiere un argumento elaborado. En primer lugar, casi todos los
libros más importantes sobre el Nuevo Testamento presuponen un conocimiento del
Griego: el estudiante que se halla sin un conocimiento al menos superficial del
Griego está obligado a usar, en su mayoría, obras que están escritas,
figurativamente hablando, en palabras de una sílaba. En segundo lugar tal
estudiante no puede tratar con todos los problemas con un conocimiento de
primera mano, sino que en un millar de cuestiones importantes está a merced de
los juicios de otros. En tercer lugar, nuestro estudiante sin Griego no puede
conocer por sí mismo la forma, lo mismo que el contenido, de los libros del
Nuevo Testamento. El Nuevo Testamento, lo mismo que toda otra literatura,
pierde algo en la traducción. Pero, ¿por qué argumentar la cuestión? Todo
estudiante científico del Nuevo Testamento sin excepción sabe que el Griego es
realmente necesario para su trabajo: la pregunta real es si nuestro ministerio
debiese ser realizado solo por estudiantes científicos.
Esa pregunta es solamente una fase de la cuestión más
importante que ahora está enfrentando la Iglesia – la cuestión del Cristianismo
y la cultura. El mundo moderno está dominado por un tipo de pensamiento que es
o contradictorio para el Cristianismo o sino se encuentra fuera de una relación
vital con el Cristianismo. Este tipo de pensamiento aplicado directamente a la
Biblia ha resultado en la visión naturalista de la historia bíblica – la visión
que rechaza lo sobrenatural no solamente en las narraciones del Antiguo
Testamento, sino en los registros Evangélicos de la vida de Jesús. Según tal
visión la Biblia es valiosa porque enseña ciertas ideas con respecto a Dios y
Sus relaciones para con el mundo, porque enseña por símbolos y por el ejemplo,
lo mismo que por la presentación formal de ciertos grandes principios que
siempre han sido ciertos. Por el otro lado, según la visión sobrenatural la
Biblia contiene no nada más una presentación de algo que siempre fue cierto,
sino también un registro de algo que ocurrió – a saber, la obra redentora de
Jesucristo. Si esta última visión es correcta entonces la Biblia es única; no
es nada más una de las fuentes de inspiración del predicador, sino la misma
suma y sustancia de lo que tiene que decir. Pero, si es así, entonces, además
de cualquier otra cosa que el predicador necesite conocer, debe conocer la
Biblia; la debe conocer de primera mano, y ser capaz de interpretarla y
defenderla. Especialmente mientras la duda permanece en el mundo en cuanto a la
gran cuestión central, ¿quiénes más apropiados que los ministros para que se
involucren en la obra de resolver tal duda – sea por instrucción intelectual
aún más que por argumentos? La obra no puede ser entregada a unos pocos
profesores cuyo trabajo es solamente de interés para ellos mismos, sino que
debe ser emprendido enérgicamente por hombres de mente espiritual a lo largo de
toda la Iglesia. Pero obviamente, esta labor puede ser asumida con mayor
provecho solamente por aquellos que tengan un importante prerrequisito para el
estudio de un conocimiento de los idiomas originales sobre los cuales se basa
una gran parte de la discusión.
No obstante, si es importante para el ministro usar su Nuevo
Testamento Griego, ¿qué se ha de hacer al respecto? Supóngase que algunas primeras
oportunidades fueron descuidadas, o que lo que una vez se requirió se ha
perdido en el ocupado apuro de la vida ministerial. Aquí podemos salir al
frente con audacia con un mensaje de esperanza. El Griego del Nuevo Testamento
de ninguna manera es un idioma difícil; un conocimiento suficiente de él puede
ser adquirido por cualquier ministro de inteligencia promedio. Y para tal fin
se pueden dar dos direcciones sencillas. En primer lugar, el Griego debiera
leerse en voz alta. Un idioma no puede aprenderse fácilmente solamente por el
ojo. El sonido, lo mismo que el sentido, de pasajes familiares debiese ser
impreso sobre la mente, hasta que el sonido y el sentido estén conectados sin
el medio de la traducción. Que este resultado no sea apresurado; vendrá por sí
mismo si se sigue esta simple directriz. En segundo lugar, el Nuevo Testamento
Griego debe ser leído cada día sin falta, incluyendo los Sabbaths. Diez minutos
al día es de mucho más valor que setenta minutos una vez a la semana. Si el
estudiante mantiene una “vigilia matutina,” se le debe dar un lugar en él al
Nuevo Testamento Griego; en todo caso el Nuevo Testamento Griego debe ser leído
devocionalmente. El Nuevo Testamento Griego es un libro sagrado, y debe ser
tratado como tal. Si se le trata de esa manera, su lectura pronto se convertirá
en una fuente de gozo y de poder.
Recursos adicionales:
Griego Nuevo TestamentoTestamento Por J. Gresham Machen (1881 – 1937
Recursos adicionales:
Griego Nuevo TestamentoTestamento Por J. Gresham Machen (1881 – 1937
Soli Deo Gloria