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martes, 24 de abril de 2018

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¿Qué es la revelación general y la revelación especial? (CBL 1689)

La Confesión Bautista de Fe de Londres 1689expone la doctrina de la providencia divina de una manera sucinta, pero que capta todos los elementos de esta doctrina:

Las Sagradas Escrituras constituyen la única regla suficiente, segura e infalible de todo conocimiento, fe y obediencia salvadores, Aunque la luz de la naturaleza y las obras de la creación y de la providencia manifiestan de tal manera la bondad, sabiduría y poder de Dios que dejan a los hombres sin excusa, no obstante, no son suficientes para dar el conocimiento de Dios y de su voluntad que es necesario para la salvación. Por lo tanto, agradó al Señor, en distintas épocas y de diversas maneras, revelarse a sí mismo y declarar su voluntad a su iglesia; y posteriormente, para preservar y propagar mejor la verdad y para un establecimiento y consuelo más seguros de la iglesia contra la corrupción de la carne y la malicia de Satanás y del mundo, le agradó poner por escrito esa revelación en su totalidad, lo cual hace a las Santas Escrituras muy necesarias, habiendo cesado ya las maneras anteriores por las cuales Dios revelaba su voluntad a su pueblo. (CBL 1689, 1:1)

Dios, desde toda la eternidad, por el sapientísimo y santísimo consejo de su propia voluntad, ha decretado en sí mismo, libre e inalterablemente, todas las cosas, todo lo que sucede; sin embargo, de tal manera que por ello Dios ni es autor del pecado ni tiene comunión con nadie en el mismo; ni se hace violencia a la voluntad de la criatura, ni se quita la libertad o contingencia de las causas secundarias, sino que más bien las establece; en lo cual se manifiesta su sabiduría en disponer todas las cosas, y su poder y fidelidad en llevar a cabo sus decretos.  (CBL 1689, 3:1)

El medio principal por el cual Dios cumple su voluntad es a través de causas secundarias (las leyes naturales, la elección del hombre). En otras palabras, Dios obra indirectamente a través de estas causas secundarias para cumplir su voluntad.

Otra vez volviendo a la Confesión Bautista de Fe de Londres 1689.
Aunque en relación con la presciencia y el decreto de Dios, la causa primera, todas las cosas suceden inmutable e infaliblemente, de modo que nada ocurre a nadie por azar o sin su providencia; sin embargo, por la misma providencia, las ordena de manera que ocurran según la naturaleza de las causas secundarias, ya sea necesaria, libre o contingentemente. (CBL 1689, 5:2)

A veces también Dios obra directamente para cumplir su voluntad. Esto es lo que llamaríamos nosotros un milagro (es decir, algo sobrenatural en vez de natural). Un milagro es Dios obrando, por un período breve de tiempo, fuera del orden natural de las cosas para realizar su voluntad y sus propósitos. Dos ejemplos del libro de Hechos deberían servir para destacar la obra de Dios obrando directa e indirectamente para realizar su voluntad.

En Hechos 9 vemos la conversión de Saulo de Tarso. A través de una luz brillante y con una voz que sólo Saulo/Pablo pudo escuchar, Dios cambió su vida para siempre. Era la voluntad de Dios usar a Pablo para realizar Su voluntad, y Dios usó un medio directo para convertir a Pablo. Hable a cualquier persona que usted conozca que se haya convertido al Cristianismo, y usted con mucha probabilidad escuchará una historia parecida a ésta. La mayoría de nosotros llegamos a Cristo a través de un sermón predicado o por leer un libro o por el testimonio persistente de un amigo o un familiar. Además de esto, por lo general hay circunstancias de la vida que preparan el camino – la pérdida de un empleo, el fallecimiento de un familiar, un matrimonio fracasado, una adicción química. La conversión de Pablo era directa y sobrenatural.

En Hechos 16:6-10, vemos a Dios cumpliendo su voluntad indirectamente. Esto sucede durante el segundo viaje misionero de Pablo. Dios quiso que Pablo y su compañía fuesen a Troas, pero cuando Pablo salió de Antioquia en Pisidia, él quiso ir hacia el este a Asia. La Biblia dice que el Espíritu Santo les prohibió predicar la Palabra en Asia. Luego, ellos quisieron ir al oeste a Bitinia, pero el Espíritu de Cristo les impidió, por tanto ellos fueron a Troas. Ahora esto fue escrito en retrospectiva, pero en el momento hubo probablemente algunas explicaciones lógicas por las cuales ellos no pudiesen ir a aquellas dos regiones. Sin embargo, después del hecho, ellos se dieron cuenta que esto fue Dios dirigiéndoles donde Él quería que fuesen – esta es la providencia. Mi texto bíblico favorito que habla de esto es Proverbios 16:9  El corazón del hombre piensa su camino; Mas Jehová endereza sus pasos.

Al otro lado hay los que dirán que el concepto que Dios esté orquestando directa o indirectamente todas las cosas destruye toda posibilidad del libre albedrío. Si Dios está en control absoluto, ¿cómo podemos estar verdaderamente libres en las decisiones que tomemos? En otras palabras, para que el concepto de la libertad sea significativo, tiene que haber algunas cosas fuera del control soberano de Dios – por ejemplo, la contingencia de la elección humana. Supongamos por caso del argumento que esto sea cierto. ¿Qué entonces? Si Dios no está en control absoluto de todas las contingencias, entonces, ¿cómo podría Él asegurar nuestra salvación? Pablo dice en Filipenses 1:6estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo. Si Dios no está en control de todas las cosas, entonces esta promesa es inválida (y otras promesas bíblicas también). No podemos tener la seguridad plena de que la buena obra de la salvación que haya sido iniciada en nosotros llegará a su finalización.

Además, si Dios no está en control de todas las cosas, entonces Él no es soberano, y si no es soberano, entonces, no es Dios. Por tanto el precio de mantener contingencias fuera del control de Dios resulta en un Dios que no es Dios en nada. Y si nuestra libre voluntad sobrepasa la providencia de Dios, entonces ¿quién es Dios al final de todo? Somos nosotros. Esto es, obviamente, inaceptable a cualquier persona con una cosmovisión que sea cristiana y bíblica. La providencia divina no destruye nuestra libertad. Más bien, la providencia divina es lo que nos permite hacer uso de esta libertad correctamente.
Soli Deo Gloria


miércoles, 28 de febrero de 2018

¿Qué es la Teología Sistemática?

La palabra “Teología” viene de dos palabras griegas que significan “Dios” y “palabras”. Combinadas, la palabra “teología” significa “estudio de Dios”. Sistemática se refiere a algo que es puesto bajo un sistema. Teología sistemática es por lo tanto, la división de la teología bajo sistemas que explican sus diversas áreas. Por ejemplo, muchos libros de la Biblia dan información acerca de los ángeles. La teología sistemática toma toda la información sobre los ángeles de todos los libros de la Biblia, y la organiza dentro de un sistema – angelología. Eso es de lo que trata la teología sistemática – organizar las enseñanzas de la Biblia en sistemas de categorías.

La Teología Propia es el estudio de Dios el Padre. Cristología es el estudio de Dios el Hijo, el Señor Jesucristo. Pneumatología es el estudio de Dios el Espíritu Santo. Bibliología es el estudio de la Biblia. Soteriología es el estudio de la salvación. Eclesiología es el estudio de la iglesia. Escatología es el estudio del fin de los tiempos. Angelología es el estudio de los ángeles. Demonología cristiana es el estudio de los demonios desde una perspectiva cristiana. Antropología cristiana es el estudio de la humanidad. Hamarteología es el estudio del pecado.

La teología bíblica es el estudio de cierto libro (o libros) de la Biblia, enfatizando los diferentes aspectos de la teología en la que se enfoca. Por ejemplo, el Evangelio de Juan es muy Cristológico puesto que se enfoca mucho en la deidad de Cristo (Juan 1:1,14; 8:58; 10:30; 20:28). La teología histórica es el estudio de doctrinas y cómo éstas se han desarrollado a través de los siglos de la iglesia cristiana. La teología dogmática es un estudio de las doctrinas de ciertos grupos cristianos que tienen doctrina sistematizada, por ejemplo la teología Calvinista y la teología Dispensacional. La teología contemporánea es el estudio de doctrinas que se han desarrollado o que han captado la atención en tiempos recientes. La teología sistemática es una importante herramienta para ayudarnos a comprender y estudiar la Biblia de manera organizada. 

Soli Deo Gloria


viernes, 9 de febrero de 2018

Unidos a Cristo

Con Cristo he sido crucificado, y ya no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí; y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. (Gálatas 2:20)

El diablo adora dividir. Lo vemos justo en el Edén, donde él separó al hombre de su Creador, su esposo de su esposa, el hombre del mismo suelo bajo sus pies. Fue solo el comienzo de una larga carrera causando conflictos y divisiones en la raza humana, ya que la rebelión se agitó en la hueste celestial. Y así ha continuado. Dondequiera que el diablo está trabajando hay división: política, social, familiar, psicológica, religiosa. En la raíz es porque él mismo es un rebelde, separándose de su Creador y Señor, estableciendo su propio dominio desafiando al Rey de toda la creación. En todo lo que hace, su objetivo es alejar a hombres y mujeres de su lealtad a Dios y comprometerse con su malvado imperio.

Dios, sin embargo, es un Dios de unidad: unidad en la diversidad, pero unidad de todos modos. Como Trinidad, Dios mismo es una unidad en la diversidad. La gran proclamación en el corazón de la religión de Israel fue: "Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es". La singularidad y la unidad de Dios fue fundamental para la revelación del Antiguo Testamento. Incluso en el Antiguo Testamento, sin embargo, había indicios de una pluralidad dentro de Dios que no comprometía su unidad. La Palabra creadora de Dios en Génesis 1 y la figura del Ángel del SEÑOR que habla como Dios son solo dos ejemplos.

En el Nuevo Testamento, el testimonio de la unidad de Dios es igualmente claro, mientras que las indicaciones de su naturaleza trinidad se vuelven mucho más claras. De hecho, el hijo de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad toma carne humana y camina entre los hombres. Aquí, en forma visible, está la Palabra que estaba con Dios y que era Dios según Juan 1: 1. En el Dios Triuno, la unidad y la pluralidad se unen en perfecta armonía.

La salvación provista por este Hijo encarnado también debe entenderse fundamentalmente en términos de unir a los divididos por la gracia y el poder de Dios. La forma más completa de describir la salvación está en el lenguaje de la unión con Cristo. Hubo una unión impía con Adán en su pecado, trayendo una maldición sobre toda la humanidad, pero también hay una unión santa y salvadora con Cristo que trae vida en comunión con Dios y restauración de la imagen de Dios que fue desfigurada en la Caída. Como lo resume Pablo, "Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados". (1 Corintios 15:22).

Cristo como el representante de aquellos a quienes el Padre le dio en la eternidad (Juan 17: 2) vivió una vida de perfecta obediencia, murió como el portador de todas las consecuencias del pecado y resucitó en triunfo, todo en el lugar de aquellos que merecía la condenación divina y el castigo eterno. Cristo se ha convertido para aquellos que están en él “nuestra justicia, santidad y redención” (1 Corintios 1:30). Todo lo que necesitamos para ser salvos y convertirnos en hijos de Dios ya está provisto en él. Ahí tenemos la justificación, la adopción y la santificación que Dios, por obra del Espíritu Santo, otorgará a aquellos que él trae a la vida nueva y la fe salvadora.

Aquellos que son salvos se unen a Cristo en su muerte y resurrección, como si hubieran vivido la vida de la obediencia perfecta, murieron la muerte expiatoria y resucitaron en victoria. Es una verdad impresionante. Es por esta razón que Pablo, por ejemplo, puede decir en Gálatas 2:20: 'He sido crucificado con Cristo y ya no vivo, sino que Cristo vive en mí'. Toda la vida cristiana se vive "en Cristo".

Hay una preciosa unión espiritual entre el Señor y su pueblo y como resultado, están unidos el uno al otro. Esto se expresa, por ejemplo, en el lenguaje de un cuerpo con muchas partes que Pablo usa en 1 Corintios 12. La diversidad del pueblo de Dios, que refleja la gloriosa riqueza del Creador a cuya semejanza se rehacen, no se borra. Por gracia. De hecho, es en su unión con Cristo que se vuelven más plenamente, por el trabajo del Espíritu, todo lo que pueden ser como individuos únicos. Fundamentalmente, sin embargo, son uno en Cristo. Esa unión es un hecho de gracia, no el resultado del esfuerzo humano. Debería expresarse visiblemente donde sea posible, como lo indica el Salvador en Juan 17, pero de todos modos es un hecho.

El Dios Triuno produce unidad entre su pueblo, reflejando la unidad en la diversidad de Dios mismo. Fracturar la expresión visible de esa unidad en la Iglesia por algo menos que la preservación de la verdad del Evangelio es un pecado grave que deshonra profundamente al Señor.

ReflexiónSi usted está en Cristo, empiece a crecer en su entendimiento de esta unión con El, y será más estable como cristiano. 
Soli Deo Gloria



sábado, 12 de agosto de 2017

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Los Ángeles

Tanto es lo que se dice en las Escrituras de ángeles buenos y maIos, y se les adscriben unas funciones de tanta importancia a ambas clases en la providencia de Dios sobre el mundo, y especialmente en la experiencia de su pueblo y de su Iglesia, que la doctrina de la Biblia acerca de ellos no debiera ser pasada por alto. Ha sido general la creencia de que hay criaturas inteligentes más elevadas que el hombre. Ello es tan consonante con la analogía de la naturaleza como para ser sumamente probable incluso en ausencia de cualquier revelación directa acerca del tema. En todos los departamentos de la naturaleza hay una gradación regular desde las formas inferiores a las superiores de vida; desde los hongos vegetales casi invisibles, en las planas, hasta el cedro del Líbano; desde el microbio más diminuto hasta el gigantesco mamut. En el hombre nos encontramos con la primera, y con toda apariencia con la más inferior, de las criaturas racionales. Que él sea la única criatura de su orden es, a priori, tan improbable como que los Insectos sean la única clase de animales irracionales. Hay multitud de razones para la presunción de que la escala de ser entre las criaturas racionales es tan extensa como la del mundo animal. La moderna filosofía que deifica al hombre no deja lugar para ningún orden de seres por encima de él. Pero si la distancia entre Dios y el hombre es infinita, toda la analogía demostraría que los órdenes de criaturas racionales entre nosotros y Dios deben ser inconcebiblemente numerosos. Así como esto es probable por sí mismo, también está claramente revelado en la Biblia como cierto.

1. Su naturaleza
En cuanto a la naturaleza de los ángeles, son descritos: (1) Como espíritus puros, esto es, seres inmateriales e incorpóreos. Las Escrituras no les atribuyen ninguna clase de cuerpo. Suponiendo que el espíritu no conectado con materia no puede actuar por sí mismo, que tampoco puede comunicarse con otros espíritus ni operar en el mundo externo, fue mantenido por muchos, y así decidido en el concilio celebrado en Niza el 784 d.C., que los ángeles tenían que estar formados por éter o luz, opinión ésta que se consideraba apoyada por pasajes como Mt 28:3; Lc 2:9 y otros pasajes en los que se habla de su apariencia luminosa y de La gloria que les acompaña. El Concilio Laterano del 1215 d.C. decidió que eran incorpóreos, y ésta ha sido la opinión común en la Iglesia. ... Por ello, como tales, son invisibles, incorruptibles e inmortales. Su relación con el espacio es descrita como una illocalitas; no ubicuidad u omnipresencia, por cuanto están siempre en algún lugar, y no en todas partes en ningún momento determinado, pero no están confirmados al espacio de una manera limitativa como lo están los cuerpos, y pueden pasar de una porción de espacio a otra. Como espíritus, poseen inteligencia, voluntad y poder. Con respecto a su conocimiento, sea con respecto a sus modos u objetos, no se revela nada en especial. Todo lo que está claro es que en sus facultades intelectivas y en la extensión de su conocimiento son muy superiores a los hombres. También su poder es muy grande, y se extiende sobre la mente y la materia. Tienen poder para comunicarse entre sí y con otras mentes, y para producir efectos en el mundo natural. La grandeza de su poder se manifiesta, (a) Por los hombres y títulos que se les da, como principados, potestades, dominios y gobernadores del mundo. (b) Por la aserción directa de la Escritura, por cuando se dice que son «poderosos en fortaleza»; y (c) Por los efectos atribuidos a su acción. Por grande que pueda ser su poder, está sin embargo sujeto a todas las limitaciones que pertenecen a las criaturas. Los ángeles, por tanto, no pueden crear, no pueden cambiar sustancias, no pueden alterar las leyes de la naturaleza, no pueden ejecutar milagros, no pueden actuar sin medios, y no pueden escudriñar el corazón, por cuanto estas prerrogativas, según la Escritura, son peculiares de Dios. Por ello, el poder de los ángeles es (1) Dependiente y derivado. (2) Tiene que ser ejercitado en conformidad a las leyes del mundo material y espiritual. (3) Su intervención no es optativa, sino permitida u ordenada por Dios, y según su voluntad, y, por lo que al mundo externo concierne, parece que es sólo ocasional y excepcional. Estas limitaciones son de la mayor importancia práctica. No debemos considerar a los ángeles como interpuestos entre nosotros y Dios, ni atribuirles a ellos los efectos que la Biblia en todo lugar atribuye a la acción providencial de Dios.

Errores acerca de esta cuestión

Esta doctrina Escritural, universalmente recibida en la Iglesia, se opone (1) A la teoría de que eran emanaciones efímeras de la Deidad. (2) A la teoría gnóstica de que eran emanaciones permanentes o eones; y (3) A la postura racionalista, que les niega ninguna existencia real, y que atribuye las declaraciones Escriturales bien a supersticiones populares adoptadas por los escritores sagrados en su acomodación a las opiniones de la época, o a personificaciones poéticas de los poderes de la naturaleza. Las bases sobre las que la moderna filosofía niega la existencia de los ángeles no tiene fuerza alguna en oposición a las explícitas declaraciones de la Biblia, que no se pueden rechazar sin rechazar del todo la autoridad de las Escrituras, o sin adoptar unos principios de interpretación destructores de su valor como norma de fe.

2. Su Estado
En cuanto al estado de los ángeles, se enseña claramente que todos eran originalmente santos. También se debe inferir llanamente en base de las declaraciones de la Biblia que fueron sometidos a un período de probación, y que algunos guardaron su primer estado, y que otros no. Los que mantuvieron su integridad son descritos como confirmados en un estado de santidad y gloria. Esta condición, aunque de una seguridad completa, es de perfecta libertad; porque la más absoluta libertad de acción es, según la biblia, coherente con una absoluta certidumbre en cuanto al carácter de tal acción. Estos santos ángeles, evidentemente, no son todos del mismo rango. Esto se evidencia por los términos con que son designados; términos que implican diversidad de orden y autoridad. Unos son príncipes, otros son potentados, otros gobernadores del mundo. Más allá de esto, las Escrituras nada revelan, y las especulaciones de los escolásticos y teólogos acerca de la jerarquía de las huestes angélicas no tienen ni autoridad ni valor.

3. Sus misiones
Las Escrituras enseñan que los santos ángeles son empleados, (1) En el culto de Dios. (2) En la ejecución de la voluntad de Dios. (3) Y especialmente en la ministración a los herederos de salvación. Están descritos como rodeando a Cristo, y como siempre dispuestos a desempeñar cualquier servicio que se les pueda asignar en el avance de su reino. Bajo el Antiguo Testamento aparecieron en repetidas ocasiones a los siervos de Dios, para revelarles Su voluntad. Ellos hirieron a los egipcios; fueron empleados en la promulgación de la ley en el Monte Sinaí; ayudaron a los israelitas durante su peregrinación; destruyeron a sus enemigos; y acamparon alrededor del pueblo de Dios como defensa en horas de peligro. Predijeron y celebraron el nacimiento de Cristo (Mt 1:20; Lc 1:11); le sirvieron a Él en su tentación y padecimientos (Mt 4:11; Lc 22:43); ellos anunciaron Su resurrección y ascensión (Mt 28:2; Jn 20:12). Siguen siendo espíritus ministradores para los creyentes (He 1:14); ellos sacaron a Pedro de la cárcel; ellos velan sobre los niños (Mt 18:10); ellos conducen las almas de los que mueren al seno de Abraham (Lc 16:22); ellos acompañarán a Cristo en su segunda venida, y recogerán a su pueblo en su reino (Mt 13:39; 16:27; 24:31). Tales son las declaraciones generales de las Escrituras acerca de esta cuestión, y con ellas deberíamos contentamos. Sabemos que son los mensajeros de Dios; que ellos son ahora, como siempre lo han sido, empleados en la ejecución de Sus mandatos, pero más que esto no se revela positivamente. Que cada creyente individual tenga un ángel guardián no es algo que se declare con ninguna claridad en la Biblia. La expresión empleada en Mt 18:10, con referencia a los niños pequeños, «cuyos ángeles» se dice que ven el rostro de Dios en el cielo, es entendida por muchos como favorecedora de esta suposición. Lo mismo sucede con el pasaje en Hch 12:7, donde se menciona el ángel de Pedro (v. 15). Pero este último pasaje no demuestra que Pedro tuviera un ángel guardián como tampoco si la criada hubiera dicho que era el fantasma de Pedro demostraría la superstición popular acerca de esta cuestión. El lenguaje registrado no es el de una persona inspirada, sino el de una sierva no instruida, y no puede ser tomado como de autoridad didáctica. Sólo demuestra que los judíos de aquellos tiempos creian en apariciones espirituales. El pasaje en Mateo tiene más relevancia, enseñando que los niños tienen ángeles guardianes; esto es, que hay ángeles encomendados a cuidar de su bienestar. Pero no demuestra que cada niño, ni que cada creyente, tenga su propio ángel de la guarda. En Daniel 10 se hace mención del Príncipe de Persia, del Príncipe de Grecia, y, hablando a los hebreos, de Miguel vuestro Príncipe, en tal sentido que ha llevado a la gran mayoría de los comentaristas y teólogos de todas las eras de la Iglesia a adoptar la opinión de que se ha encomendado a ciertos ángeles la especial supervisión de unos reinos en particular. Por cuanto Miguel, que es llamado Príncipe de los Hebreos, no era el increado Angel del Pacto, ni un príncipe humano, sino un arcángel, parece natural la inferencia de que el Príncipe de Persia y el Príncipe de Grecia eran también ángeles. Pero esta opinión ha sido controvertida por varias razones. (1) Por el silencio de la Escritura acerca de esta cuestión en otros pasajes. Ni en el Antiguo ni en el Nuevo Testamento encontramos indicación alguna de que las naciones paganas tengan o tuvieran un ángel guardián o un mal espíritu puesto sobre ellas. (2) En el v. 13 del décimo capítulo de Daniel los poderes enfrentados contra el ángel Miguel que se apareció al profeta son llamados «los reyes de Persia», al menos según una interpretación de aquel pasaje. (3) En el capítulo siguiente se introducen soberanos terrenales de tal manera que se hace patente que son ellos, y no los ángeles, buenos o malos, los poderes contendientes indicados por el profeta. Es desde luego desaconsejable adoptar en base de la autoridad de un pasaje dudoso en un solo libro de la Escritura una doctrina no sustentada por otras partes de la Palabra de Dios. En tanto que todo esto debe ser admitido, es sin embargo cierto que la interpretación ordinaria del lenguaje del profeta es la más natural, y que nada hay en la doctrina asi enseñada que quede fuera de analogía con las claras enseñanzas de las Escrituras. Está claro, por lo que se enseña en otros lugares, que existen unos seres espirituales más excelsos que el hombre, buenos como malos; que son sumamente numerosos; que son muy poderosos; que tienen acceso a nuestro mundo y que están ocupados en sus asuntos; que tienen diferentes rangos y órdenes; y que sus nombres y títulos indican que ejercen dominio y que actúan como gobernantes. Esto es cierto de los ángeles malos asi como de los buenos; y, siendo cierto, nada hay en la opinión de que un ángel en particular tenga el control especial sobre una nación, y otro sobre otra nación, que entre en conflicto con la analogía de la escritura.

Pero por lo que respecta a los ángeles buenos, está claro:

1. Que pueden producir y producen efectos en el mundo natural o externo. Las Escrituras presuponen en todo lugar que la materia y la mente son dos sustancias distintas, y que la una puede actuar sobre la otra. Sabemos que nuestras mentes actúan sobre nuestros cuerpos, y que nuestras mentes reciben la acción de causas materiales. Por ello, nada hay en contra, incluso más allá de la enseñanza de la experiencia, en la doctrina de que los espíritus puedan actuar sobre el mundo material. La extensión de su acción queda limitada por los principios anteriormente enunciados; y sin embargo, en base de su naturaleza exaltada los efectos que pueden producir pueden exceder con mucho nuestra comprensión. Un ángel dio muerte a todos los primogénitos de los egipcios en una sola noche; los truenos y rayos que acompañaron a la promulgación de la ley en el Monte Sinaí fueron producidos por acción angélica. Los antiguos teólogos, en numerosas ocasiones, llegaron, por el hecho admitido de que los ángeles actúan de esta forma en el mundo externo, a la conclusión de que todos los efectos naturales son producidos por acción de ellos, y que las estrellas eran llevadas en sus órbitas por el poder de los ángeles. Pero esto viola dos evidentes e importantes principios: Primero, que no se debería asumir una causa por un efecto sin una evidencia; y segundo, que no se deberían suponer más causas que las necesarias para dar explicación a los efectos. Por ello, no estamos autorizados para atribuir ningún acontecimiento a la interferencia angélica excepto sobre la autoridad de las Escrituras, ni cuando otras causas sean adecuadas para explicarlo.

2. Los ángeles no sólo ejecutan la voluntad de Dios en el mundo natural, sino que también actúan sobre las mentes de los hombres. Tienen acceso a nuestras mentes, y pueden influenciarlas para bien en conformidad a las leyes de nuestra naturaleza y en el empleo de medios apropiados. No actúan mediante aquella operación directa que es la peculiar prerrogativa de Dios y su Espíritu, sino por la sugestión de la verdad y la conducción del pensamiento y del sentimiento, de una manera muy similar a como un hombre puede actuar sobre otro. Si los ángeles se pueden comunicar entre sí, no hay razón alguna por la que no puedan, de manera similar, comunicarse con nuestros espíritus. Así, en las Escrituras se presentan los ángeles no sólo como proveyendo una conducción y protección generales, sino también como dando fuerza y consolación interiores. Si un ángel fortaleció a nuestro mismo Señor tras Su agonía en el huerto, su pueblo puede también experimentar el apoyo de ángeles; y si ángeles malos tientan al pecado, buenos ángeles pueden atraer hacia la santidad. Es cosa cierta que se les atribuye en las Escrituras una amplia influencia y operación en promover el bienestar de los hijos de Dios, y en la protección de los mismos del mal y en la defensa de ellos de sus enemigos. El uso que nuestro Señor hace de la promesa: «A sus ángeles dará orden acerca de ti, de que te guarden en todos tus caminos. En las manos te llevarán, para que tu pie no tropiece en piedra» (Sal 91: 11,12), muestra que no se debe tomar como una mera forma poética de promisión de protección divina. Ellos velan sobre los pequeños (Mt 18:10); ayudan a los de edad madura (Sal 34:7), y están presentes junto a los moribundos (Lc. 16:22).

3. También se les atribuye una acción especial como siervos de Cristo en el avance de su Iglesia. Como la ley fue dada por medio del ministerio de ellos, como estuvieron encargados del pueblo bajo la antigua economía, también son tratados como presentes en la asamblea de los santos (1 Co 11:10), Y como constantemente guerreando contra el dragón y sus ángeles.

Esta doctrina Escritural del ministerio de los ángeles está llena de consolación para el pueblo de Dios. Los miembros de este pueblo pueden regocijarse en la certidumbre de que estos santos seres acampan junto a ellos; defendiéndoles día y noche de enemigos invisibles y de peligros inopinados. Al mismo tiempo no deben interponerse entre nosotros y Dios. No debemos esperar en ellos ni invocar la ayuda de ellos. Ellos están en manos de Dios y cumplen Su voluntad. Ellos usa como usa los vientos y los rayos (He 1:7), y no debemos mirar a los instrumentos en el primer caso más que en el otro.

4. Los ángeles malos
La Escritura nos informa de que ciertos de los ángeles no guardaron su primer estado. Son designados como los ángeles que pecaron. Son llamados espíritus malos, o inmundos; principados, potestades; gobernadores de este mundo; y maldades espirituales (esto es, espíritus malvados) en lugares celestiales. La designación más común que se les da es daimones, o más comunmente daimonia. ... En el mundo espiritual hay sólo un diabolos (diablo), pero hay muchos daimonia (demonios). Estos malos espíritus son descritos como pertenecientes al mismo orden de ser que los ángeles buenos. Todos los nombres y títulos descriptivos de su naturaleza y poder que se dan los unos se dan también a los otros. La condición original de los mismos era de santidad. Cuando cayeron o cuál fuera la naturaleza de su pecado no se revela. La opinión general es que fue por soberbia, en base de 1 Ti 3:6. Un obispo, dice el Apóstol, no debe ser «un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo», lo que es generalmente entendido como significando la condenación en que incurrió el diablo por el mismo pecado. Algunos han conjeturado que Satanás fue llevado a rebelarse contra Dios y a seducir a nuestra raza a negarle el acatamiento debido, por el deseo de regir sobre nuestro globo y sobre la raza de los hombres. Pero de esto no hay indicaciones en la Escritura. Su primera aparición en la historia sagrada es en el carácter de un ángel apóstata. El hecho de que haya un ángel caído exaltado en rango y poder sobre todos sus asociados es algo que se enseña claramente en la Biblia. Es llamado Satanás (el adversario), diabolos, el acusador, ho poneros, el maligno; el príncipe de la potestad del aire; el príncipe de las tinieblas; el dios de este mundo; Beelzebub; Belial; el tentador; la serpiente antigua, y el Dragón. Estos y otros títulos similares lo designan como el gran enemigo de Dios y del hombre, el opositor de todo lo bueno, y el propulsor de todo lo malo. Es tan constantemente presentado como un ser personal que el concepto racionalista de que se trata sólo de una personificación del mal es irreconciliable con la autoridad de las Escrituras e inconsistente con la fe de la Iglesia. La opinión de que la doctrina de Satanás fuente introducida entre los hebreos después del Exilio, y procedente de una fuente pagana, no es menos contraria a las claras enseñanzas de la Biblia. Es designado como el tentador de nuestros primeros padres, y es claramente mencionado en el libro de Job, escrito mucho antes del cautiverio babilónico. Además de esta descripción en términos generales de Satanás como enemigo de Dios, es especialmente descrito en las Escrituras como la cabeza del reino de las tinieblas, que abarca a todos los seres malvados. El hombre, por su apostasía, cayó bajo el dominio de Satanás, y su salvación consiste en ser trasladado del reino de Satanás al reino del amado Hijo de Dios. Está claro el hecho de que los daimonia, presentados como sujetos a Satanás, no son los espíritus de los que han dejado esta vida, a pesar de lo que algunos han sostenido: (1) Porque son distinguidos de los ángeles elegidos. (2) Porque se dice que no guardaron su primer estado (Jud 6). (3) Por el lenguaje de 2 P 2:4, donde se dice que Dios no perdonó a los ángeles que pecaron. (4) Por la aplicación a ellos de los títulos «principados» y «potestades», que son apropiados sólo a seres que pertenecen al orden de los ángeles.

El poder y la actividad de los malos espíritus
En cuanto al poder y a la actividad de estos malos espíritus, son descritos como muy numerosos, como en todas partes eficientes, como teniendo acceso a nuestro mundo, y como operando en la naturaleza y en las mentes de los hombres. Naturalmente, les pertenecen las mismas limitaciones en cuanto a su actividad que a la de los santos ángeles. (1) Dependen de Dios, y sólo pueden actuar bajo su control y permiso. (2) Sus operaciones tienen que tener lugar en base de las leyes de la naturaleza, y (3) No pueden interferir con la libertad y responsabilidad de los hombres. ... No obstante, el poder de los mismos es muy grande. Se dice de los hombres que son llevados cautivos por él, y de los malos espíritus se dice que obran en los corazones de los desobedientes. Los cristianos son advertidos en contra de sus, maquinaciones, y son llamados a resistirlos, no con la propia fuerza de ellos, sino en el poder del Señor, y armados con toda la armadura de Dios. ...
Debemos estar agradecidos a Dios por el invisible y desconocido ministerio de los ángeles de luz, y estar en guardia y buscar la protección divina frente a las maquinaciones de los espíritus del mal. Pero de ninguna de ambas clases estamos conscientes de manera directa, y no podemos atribuir a Ia acción de ninguno de ambos con certidumbre, si su acaecimiento admite cualquier otra explicación.

Posesiones demoníacas
La exhibición más marcada del poder de los malos espíritus sobre los cuerpos y mentes de los hombres la dan los endemoniados tan frecuentemente mencionados en la narración evangélica. Estas posesiones demoníacas eran de dos clases. primero, aquellas en las que sólo el alma era objeto de la influencia diabólica, como en el caso de la «muchacha poseída de un espíritu de adivinación», que se menciona en Hch 16:16. Quizá en algunos casos los falsos profetas y magos fueron ejemplo del mismo tipo de posesión. En segundo lugar, aquellas en las que sólo el cuerpo, o, más frecuentemente tanto el cuerpo como la mente, estaban sometidos a esta influencia espiritual. Por posesión se significa la residencia de un espíritu malo en tal relación con el cuerpo y el alma como para ejercer una influencia controladora, produciendo violentas agitaciones e intensos sufrimientos, tanto mentales como físicos. Está claro que los endemoniados mencionados en el Nuevo Testamento no eran meros lunáticos o epilépticos u otras dolencias análogas, sino casos de verdadera posesión: Primero, porque ésta era la creencia prevalente de los judíos en aquel tiempo; y segundo, porque Cristo y sus Apóstoles evidentemente adoptaron y sancionamn esta creencia. No sólo llamaron endemoniados a los así afectados, sino que se dirigían a los espíritus como personas, dándoles órdenes, echándolos, y hablaron y actuaron en todo momento como hubieran hecho si la creencia popular hubiera estado bien fundamentada. Es cosa cierta que todos los que oyeron hablar a Cristo de esta manera llegarían a la conclusión de que Él consideraba a los endemoniados como realmente poseídos por malos espíritus. Esta conclusión no la contradice Él en ningún lugar, sino que al contrario, en sus conversaciones más privadas con los discípulos la confirmó abundantemente. Él prometió darles poder para echar fuera demonios; y se refirió a la posesión que Él tenía de este poder, y a su capacidad para delegar su ejercicio a sus discípulos, como una de las más convincentes pruebas de su mesianismo y divinidad. Él vino para destruir las obras del diablo; y el hecho de que Él triunfó así sobre él y sus ángeles demostraba que Él era quien afirmaba ser, el prometido omnipotente rey y vencedor, que debía fundar aqueI reino de Dios que no tendrá fin. Explicar todo esto en base del principio de la acomodación destruiría la autoridad de las Escrituras. En base de este mismo principio se han desvirtuado las doctrinas de la expiación, de la inspiración, de la influencia divina, y todas las otras doctrinas distintivas de la Escritura. Tenemos que tomar las Escrituras en su sentido histórico llano - en aquel sentido en que estaba dispuesto que fueran entendidas por aquellos a los que se dirigían -, o en caso contrario las rechazamos como forma de fe.

No hay ninguna improbabilidad especial en la doctrina de las posesiones demoníacas. Los espíritus malos existen. Tienen acceso a las mentes y a los cuerpos de los hombres. ¿Por qué deberiamos rehusar creer, en base de la autoridad de Cristo, que se les permitía tener un poder especial sobre algunos hombres? El mundo, desde la apostasía, pertenece al reino de Satanás; y el objeto especial de la misión deI Hijo de Dios fue redimirlo de su dominio. Por ello, no es sorprendente que el tiempo de su venida fue la hora de Satanás, el tiempo en que, en un mayor grado que nunca antes o después, manifestó su poder, haciendo con ello más patente y glorioso el hecho de su derrota.

Las objeciones a la doctrina común acerca de este tema son:

1. Que llamar a ciertas personas endemoniadas no demuestra que estuvieran poseídas por espíritus malos más que el hecho de llamarlas lunáticas demuestra que estuvieran bajo la influencia de la luna. Esto es verdad; y si el argumento reposara solamente sobre el uso de la palabra endemoniado, sería totalmente insuficiente para establecer la doctrina. Pero este es sólo un argumento colateral y subordinado, sin fuerza por sí mismo, pero derivando su fuerza de otras fuentes. Si los escritores sagrados, además de designar a los locos como lunáticos, hubieran hablado de la luna como la fuente de su locura, y se hubieran referido a sus diferentes fases como aumentando o disminuyendo la fuerza de su desorden mental, habría alguna analogía entre ambos casos. Se admite abiertamente que el uso de una palabra es a menudo muy diferente de su sentido primario, y por ello que su significado no siempre puede ser determinado por su etimología. Pero cuando su significado es el mismo que el uso que se le da; cuando se dice de los llamados endemoniados que están poseidos por malos espíritus; cuando estos espíritus son interpelados como personas, y se les manda que salgan; y cuando este poder sobre ellos es presentado como prueba del poder de Cristo sobre Satanás, el príncipe de estos ángeles caídos, entonces es irrazonable negar que la palabra se tiene que entender en su sentido literal y propio.

2. Una segunda objeción es que los fenómenos exhibidos por estos llamados endemoniados son los de dolencias corporales o mentales conocidas, y por eIlo que no se puede asumir racionalmente ninguna otra causa para dar cuenta de ellas. Sin embargo, no es verdad que todos los fenómenos en cuestión puedan ser explicados así. Algunos de los síntomas son los de insania lunática y de epilepsia, pero otros son de carácter diferente. Estos endemoniados exhibían a menudo un poder o conocimiento sobrenaturales. Además de esto, la Escritura enseña que los malos espíritus tienen poder para producir enfermedades corporales. Y por ello la presencia de tales dolencias no es prueba de que no estuviera en acción la actividad de malos espíritus en su producción y en sus consecuencias.

3. Se objeta también que tales casos no tienen lugar hoy en día. Esto no es en absoluto cierto. Los espíritus malignos obran hoy en día en los hijos de desobediencia, y por lo que sabemos pueden ahora obrar en algunas personas con tanta eficacia como en los antiguos endemoniados. Pero admitiendo que el hecho sea como se supone, no demuestran nada con respecto a este punto. Puede que hayan existido unas razones especiales para permitir aquella exhibición de poder satánico cuando Cristo estaba en la tierra que ya no exista. El hecho de que no se den milagros en la Iglesia en la actualidad no es prueba de que no tuvieran lugar durante la era apostólica.

No debemos negar lo que se registra llanamente en las Escrituras como hechos en esta cuestión; no tenemos derecho a afirmar que Satanás y sus ángeles no producen ahora en ningún caso unos efectos similares; pero deberíamos abstenemos de afirmar el hecho de influencia o posesión satánica en cualquier caso en que los fenómenos puedan recibir otra explicación. La diferencia entre creer todo lo posible y creer sólo lo que es cierto queda notablemente ilustrada en el caso de Lutero y Calvino. El primero estaba dispuesto a atribuir todo mal a los espíritus de las tinieblas; el segundo no atribuía nada a la acción de los mismos que no pudiera demostrarse que fuera realmente obra de ellos. Lutero dice:2 «Los paganos no saben de dónde viene el mal tan repentinamente. Pero nosotros lo sabemos. Es la pura obra del diablo; que tiene dardos encendidos, balas, antorchas, lanzas y espadas, con las que dispara, arroja o traspasa, cuando Dios lo permite. Por ello, que nadie dude, cuando se desencadena un fuego que consume un pueblo o una casa, que hay un diablejo allí sentado soplando el fuego para hacerlo más grande». Y también: «Que el cristiano sepa que se sienta entre demonios; que el diablo está más cerca de él que su capa o camisa, o incluso que su piel; que él está totalmente a nuestro alrededor, y que nosotros siempre tenemos que enfrentarnos y contender contra él». La postura de Calvino acerca de esta cuestión es:3 «Todo cuanto la Escritura nos enseña de los diablos [esto es, demonios] viene a parar a esto: que tengamos cuidado para guardamos de sus astucias y maquinaciones, y para que nos armemos con armas tales que basten para hacer huir enemigos tan poderosísimos». Y pregunta:4 «Y ¿de qué nos serviría saber más sobre los diablos [esto es, demonios]?»
Soli Deo Gloria



viernes, 11 de agosto de 2017

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El valor de los milagros como prueba de la Revelación Divina

«No deben admitirse señales ni maravillas, por grandes y numerosas que sean, en contra de doctrinas autenticadas; porque tenemos el mandamiento de Dios, que dijo desde el cielo: "A él oíd", que oigamos sólo a Cristo» Martín Lutero

Acerca de esta cuestión se han sustentado opiniones extremas. Por una parte, se ha mantenido que los milagros son la única evidencia satisfactoria de una revelación divina; por otra, que no son ni necesarios ni posibles. Algunos argumentan que por cuanto la fe debe estar basada en la aprehensión de la verdad como verdad, es imposible que ninguna cantidad de evidencia externa pueda producir fe, ni capacitamos para ver la veracidad de aquello que no pudiéramos aprehenderlo sin ella. ¿Cómo puede un milagro capacitarnos para ver la veracidad de una proposición de Euclides, o que un paisaje sea hermoso? Este tipo de razonamiento es falaz. Pasa por alto la naturaleza de la fe como la convicción de cosas que no se ven, en base de un testimonio adecuado. Lo que la Biblia enseña acerca de esta cuestión es:

(1) Que la evidencia de los milagros es importante y decisiva; (2) Que, sin embargo, está subordinada y es inferior a la de la verdad misma. Ambos puntos son abundantemente evidentes en base del lenguaje de la Biblia y en base de los hechos en ella contenidos: (a) Que Dios ha confirmado sus revelaciones, bien hechas por profetas o apóstoles, mediante estas manifestaciones de su poder, es en sí mismo una prueba suficiente de su validez e importancia como sellos de una misión divina. (b) Los escritores sagrados, bajo ambas dispensaciones, apelaron a estas maravillas como pruebas de que ellos eran los mensajeros de Dios. En el Nuevo Testamento se dice que Dios confirmó el testimonio de sus Apóstoles mediante señales, prodigios y diversos milagros y dones del Espíritu Santo. Incluso nuestro mismo Señor, en quien moraba corporalmente la plenitud de la Deidad, fue aprobado mediante milagros, señales y maravillas que Dios efectuó por medio de Él (Hch 2:22). (c) Cristo apeló constantemente a sus milagros como una prueba decisiva de su misión divina. «Las obras que el Padre me dio para que las llevase a cabo,» dice el Señor, «las mismas obras que yo hago, dan testimonio de mí, de que el Padre me ha enviado» (Jn 5:20,36). Y en Jn 10:25, «Las obras que yo hago en el nombre de mi Padre, ellas dan testimonio de mí»; y en el versículo 38: «Aunque no me creáis a mí, creed a las obras». Jn 7:17: «El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta». Indudablemente, la más alta evidencia de la verdad es la misma verdad; como la más alta evidencia del bien es el mismo bien. Cristo es su propio testigo. Su gloria le revela como el Hijo de Dios, a todos aquellos cuyos ojos no han sido cegados por el dios de este mundo. El punto que los milagros están destinados a demostrar no es tanto la verdad de las doctrinas enseñadas como la misión divina del maestro. Esto último, desde luego, a fin de lo primero. Lo que un hombre enseña puede ser cierto, aunque no sea divino en su origen. Pero cuando un hombre se presenta como mensajero de Dios, que sea recibido como tal o no depende en primer lugar de las doctrinas que enseña, y en segundo, de las obras que lleva a cabo. Si no sólo enseña doctrinas conformadas a la naturaleza de Dios y consistente con las leyes de nuestra propia constitución, sino que también ejecuta obras que dan evidencia de poder divino, entonces sabemos no sólo que sus doctrinas son verdaderas, sino también que el maestro ha sido enviado por Dios.

Soli Deo Gloria



jueves, 3 de agosto de 2017

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Cristo como el Objeto de nuestros afectos religiosos

En el Nuevo Testamento Cristo es reconocido como el objeto apropiado de todos los afectos religiosos. Como Él es nuestro Señor, en el sentido de ser nuestro propietario absoluto, nuestro hacedor, preservador y redentor, y nuestro soberano, poseyendo el derecho de hacer con nosotros lo que le parezca bien, somos llamados a hacer de Él el supremo objeto de nuestro amor, de su voluntad la más elevada norma del deber, y de su gloria el gran fin de nuestro ser. Debemos ejercitar la misma fe y confianza en Él que en Dios; darle a Ella misma obediencia, devoción y homenaje. Y así vemos que éste es el caso de comienzo a fin en los escritos del Nuevo Testamento. Cristo es el Dios de los Apóstoles y de los cristianos primitivos, en el sentido de que Él es el objeto de todos sus afectos religiosos. Ellos le consideraban a Él como aquella persona a la que pertenecían de una manera especial; ante la que eran responsables por su conducta moral; ante quien tenían que dar cuenta de sus pecados; ante quien responder por el uso de su tiempo y talentos; que siempre estaba presente con ellos, morando en ellos, controlando su vida interior, así como la exterior; cuyo amor era el principio animador de su ser; en quien ellos se gozaban como su gozo presente y suerte eterna. Este reconocimiento de su relación con Cristo como su Dios es constante y siempre presente, de manera que la evidencia de lo mismo no puede ser recogida y enunciada de una manera polémica o didáctica.

Pero cada lector del Nuevo Testamento para el que Cristo sea una mera criatura, por exaltada que sea, tiene que sentirse fuera de comunión con los Apóstoles y cristianos apostólicos, que se reconocían a sí mismos y que eran universalmente reconocidos por los demás hombres como adoradores de Cristo. Ellos sabían que deberían comparecer ante su tribunal; que cada acción, pensamiento y palabra de ellos, y de cada hombre que viva jamás, quedaría abierto todo ello ante su omnisciente mirada; y que el destino de cada alma humana debía depender de su decisión. Por ello, conociendo el terror del Señor, persuadían a los hombres. Prescribían cada uno de los deberes morales no meramente sobre la base de la obligación moral, sino por consideraciones sacadas de la relación del alma con Cristo. Los hijos deben obedecer a sus padres, las mujeres a sus maridos, los siervos a sus amos, no como complaciendo a los hombres, sino como haciendo la voluntad de Cristo.

La verdadera religión, según ellos la exponen, no consiste en el amor o reverencia a Dios meramente como el Espíritu infinito, el creador y preservador de todas las cosas, sino en el conocimiento y amor ele Cristo. Todo el que crea que Jesús es el Hijo de Dios, esto es, todo el que crea que Jesús de Nazaret es Dios manifestado en carne, y que le ama y obedece como tal, es declarado nacido de Dios. Cualquiera que niega esta verdad es declarado anticristo, negando a la vez al Padre y al Hijo, porque Ia negación del uno es la negación del otro. La misma verdad es expresada por otro Apóstol, que dice; «Pero si nuestro evangelio está aún encubierto, entre los que se pierden está encubierto; en los cuales el dios de este mundo cegó los pensamientos de los incrédulos, para que no les resplandezca la iluminación del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios». Los que están perdido, según este Apóstol, son los que no ven, ni creen, que Jesús sea Dios morando en la carne. Y de ahí que se adscriben tales efectos al conocimiento de Cristo y a la fe en Él, y se mantienen tales expectativas de la gloria y bienaventuranza de estar con Él, que serían imposibles o irracionales si Cristo no fuera el verdadero Dios. Él es nuestra vida. El que tiene al Hijo tiene la vida. El que cree en Él vivirá eternamente. No somos nosotros que vivimos, sino Cristo que vive en nosotros. Nuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Estamos completos en Él, y nada nos falta. Aunque no le hemos visto, creyendo en Él nos regocijamos con un gozo inefable. Es por cuanto Cristo es Dios, por cuanto Él posee todas las perfecciones divinas, y por cuanto Él nos, amó y se entregó a si mismo por nosotros, y nos ha redimido y nos ha hecho reyes y sacerdotes para Dios, que el Espíritu de Dios dice: «Si alguno no ama al Señor Jesucristo, sea anatema. El Señor viene». La negación de la divinidad del Hijo de Dios, el rechazo a recibir, amar, confiar, adorar y servirle como tal, es la base de la perdición irremediable de todos los que oyen y rechazan el evangelio. Y todas las criaturas racionales, santas e impías, justificadas y condenadas, darán su amén a la justicia de esta condenación.

La divinidad de Cristo es un hecho demasiado patente, una verdad demasiado trascendente, para ser rechazada inocentemente. Son salvos los que verdaderamente la creen, y ya están perdidos los que no tienen ojos para verla. El que no cree ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. El que cree en el Hijo tiene vida eterna; y el que no cree en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios permanece sobre él. Ésta es, por tanto, la doctrina del Nuevo Testamento, que la aprehensión espiritual y el sincero reconocimiento de la Deidad del Redentor constituye la vida del alma. Es en su propia naturaleza vida eterna; y la ausencia o carencia de esta fe y conocimiento es muerte espiritual y eterna. Cristo es nuestra vida; por tanto, quien no tiene al Hijo no tiene la vida.
Soli Deo Gloria



miércoles, 14 de junio de 2017

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Monergismo o Sinergismo

MONERGISMO

Palabra que proviene del griego monos, uno y ergon, obra, acción, logro. Teológicamente se refiere a la doctrina de que es Dios solo el que salva. En este sentido se opone al sinergismo (del griego syn, con y ergon) que enseña que Dios y el hombre deben obrar conjuntamente para la salvación. La mayoría de las sectas son sinergistas; el cristianismo es monergista

“LA CAUTIVIDAD PELAGIANA DE LA IGLESIA” Inmediatamente después que inició la Reforma, en los primeros años después de que Martín Lutero clavará sus Noventa y Cinco Tesis sobre la puerta de la iglesia en Wittenburg, publicó algunos cortos panfletos sobre una variedad de temas. Uno de los más provocativos fue el titulado La Cautividad Babilónica de la Iglesia. En este libro Lutero miró en retrospectiva al período de la historia del Antiguo Testamento cuando Jerusalén fue destruida por los ejércitos invasores de Babilonia y la elite del pueblo fue llevada a la cautividad. Lutero en el siglo dieciséis tomó la imagen de la histórica cautividad babilónica y la reaplicó a esa era y habló acerca de la nueva cautividad babilónica de la iglesia. Habló de Roma como la nueva Babilonia que aprisionó el Evangelio cautivándolo con su rechazó del entendimiento bíblico de la justificación. Puede entender cuan fiera era la controversia, cuan polémico sería este título en este período, al decir que la Iglesia no simplemente había errado o extraviado, sino había caído – que ésta es en realidad ahora Babilonia; que está en un cautiverio pagano.

A menudo he pensado que si Lutero viviera hoy y viniera a nuestra cultura y echara una mirada, no en la comunidad de la iglesia liberal, sino en las iglesias evangélicas, ¿qué podría decir? ¡Oh claro!, no puedo responder esta pregunta con ningún tipo de autoridad definitiva, pero pienso que sería esto: Si Martín Lutero viviera hoy y tomara su pluma para escribir, el libro que podría escribir en nuestro tiempo sería titulado La Cautividad Pelagiana de la Iglesia Evangélica.

Lutero vio la doctrina de la justificación como el combustible de un profundo problema teológico. Él escribió extensamente acerca de éste en La Esclavitud de la Voluntad. Cuando miramos a la Reforma y vemos las solas de la Reforma – Sola Scriptura, Sola Fide, Solus Christus, Soli Deo Gloria, Sola Gratia – Lutero estaba convencido que el verdadero punto de la Reforma era el tema de la gracia; y que el subrayar la doctrina de Solo Fide, justificación sólo por fe, estaba precedida por un compromiso con Sola Gratia, el concepto de la justificación sólo por gracia.

En la edición de Fleming Revell de La Esclavitud de la Voluntad, los traductores J. I. Packer y O. R. Johnston, incluyeron una introducción teológica e histórica extensa y confrontante para este libro. El siguiente párrafo es parte del fin de esta introducción: Estas cosas necesitan ser consideradas por los Protestantes de hoy. ¿Con qué derecho podemos llamarnos a nosotros mismos hijos de la Reforma? Mucho del Protestantismo moderno ni podría llamarse Reformado o aún ser reconocido por los Reformadores pioneros. La Esclavitud de la voluntad coloca ante nosotros lo que ellos creían acerca de la salvación de la humanidad perdida. A la luz de esto, estamos obligados a preguntar si la cristiandad protestante no ha vendido su legado entre los días de Lutero y los nuestros. ¿No tiene el Protestantismo de hoy más de Erasmianismo que de Luterano? ¿A menudo no hemos tratado de minimizar y opacar las diferencias doctrinales en nombre de la paz entre grupos? ¿Somos inocentes de la indiferencia doctrinal, la cual Lutero atribuyó a Erasmo? ¿Permanecemos creyendo que la doctrina importa?

Históricamente, apegándose a los hechos es claro que Lutero, Calvino, Zwinglio y todos los principales teólogos protestantes de la primera época de la Reforma sostuvieron en esto exactamente el mismo punto de vista. Sobre otros puntos tuvieron diferencias. Pero en la afirmación de la incapacidad del hombre en el pecado y la soberanía de Dios en la gracia, fueron enteramente uno. Para todos ellos éstas doctrinas fueron la pura esencia de la fe cristiana. Un editor moderno de las obras de Lutero dice esto: Quienquiera que cierre este libro sin haber reconocido que la teología Evangélica se sostiene o cae con la doctrina de la esclavitud de la voluntad lo ha leído en vano. La doctrina de la justificación gratuita por la fe sola, la cual llegó a estar en el centro de la tormenta de mucha de la controversia durante el período de la Reforma, es a menudo considerada como el corazón de la teología de los Reformadores, pero esto no es preciso. La verdad es que su pensamiento estaba realmente centrado sobre el argumento de Pablo, que fue hecho eco por Agustín y otros, que la salvación de los pecadores es totalmente sólo por la gracia libre y soberana, y que la doctrina de la justificación por fe fue importante para ellos porque salvaguardaba el principio de la gracia soberana. La soberanía de la gracia encontraba expresión en un nivel más profundo de su pensamiento al descansar en la doctrina de la regeneración monergista.

Esto quiere decir, que la fe que recibe a Cristo para justificación es en sí misma el libre don del Dios soberano. El principio de sola fide no es correctamente entendido hasta que es visto como afianzado al principio más amplio de sola gratia. ¿Cuál es el origen de la fe? ¿Es la fe el don de Dios, indicando por tanto que la justificación es recibida por la dádiva de Dios, o es ésta una condición de la justificación la cual es dejada para que el hombre la cumpla? ¿Puede percibir la diferencia? Déjame ponerla en términos simples. Escuché recientemente a un evangelista decir, “Aunque Dios llevó a cabo miles de pasos para alcanzarte y redimirte, sin embargo el punto culminante es que debes llevar a cabo el paso decisivo para ser salvo”. Considera la declaración que ha sido hecha por el más amado líder evangélico de América del siglo veinte, Billy Graham, quien dice con gran pasión, “Dios hace el noventa y nueve por ciento de ello, pero todavía debes hacer el último uno por ciento.” (Arminianismo Disfrazado)

Ahora, regresemos brevemente a mi título, “La cautividad pelagiana de la iglesia”. ¿De qué estamos hablando? Pelagio fue un monje quien vivió en Bretaña en el siglo quinto. Él fue contemporáneo del más grande teólogo del primer milenio de la historia de la iglesia si es que no de todo el tiempo, Aurelio Agustín, obispo de Hipona en el Norte de África. Nosotros hemos escuchado de San Agustín, de sus grandes obras de teología, de su Ciudad de Dios, de sus Confesiones, las cuales permanecen como clásicos del Cristianismo. Agustín, además de ser un teólogo titánico y tener un intelecto prodigioso, fue también un hombre de profunda espiritualidad y oración. En una de sus oraciones famosas, Agustín hizo a Dios un aparente daño, en una declaración inocente en la cual dice: “Oh Dios, ordena lo que quieras, y concédeme hacer lo que ordenas”. Ahora, ¿Quería Agustín que te diera una apoplejía al escuchar una oración como esta? Como ciertamente le dio a Pelagio, el monje inglés que se atravesó en su trayectoria. Cuando escuchó esto, protestó vociferadamente, aun apelando a Roma para conseguir que esta oración de la pluma de Agustín fuera censurada. Porque he aquí, él dijo: “¿Estás diciendo Agustín, que Dios tiene el derecho inherente de ordenar cualquier cosa que desee de sus criaturas? Nadie va a disputar eso. Dios inherentemente, como creador del cielo y la tierra, tiene el derecho a imponer obligaciones sobre sus criaturas y decir, debes hacer esto y no debes hacer eso.” La expresión ‘ordena cualquier cosa que quieras’ es una oración perfectamente legitima.”

Es la segunda parte de la oración la que Pelagio aborrecía, cuando Agustín dijo, “y concédeme hacer lo que ordenas.” Él dijo, “ ¿De qué estás hablando? Si Dios es justo, si Dios recto y Dios es santo, y Dios ordena de la criatura hacer algo, ciertamente que la criatura debe tener el poder en sí misma, la habilidad moral en sí misma, para llevarla a cabo o Dios nunca demandaría esto en primer lugar.” Ahora esto tiene sentido, ¿no es así? Lo que Pelagio estaba diciendo es que la responsabilidad moral siempre y en todo lugar implica capacidad moral o sencillamente habilidad moral. Entonces, ¿Por qué deberíamos orar, “Dios concédeme, dame el don de ser capaz de hacer lo que me ordenas que haga?” Pelagio vio en esta declaración una sombra que estaba siendo puesta sobre la integridad de Dios mismo, quién requería responsabilidad de la gente para hacer algo que no podían hacer.

Por ello, en el debate consecuente, Agustín dejó claro que en la creación, Dios no mandó a Adán y Eva nada que fueran incapaces de hacer. Pero una vez que la trasgresión entró y la humanidad llegó a estar caída, la ley de Dios no fue cancelada ni Dios la ajustó rebajando sus requerimientos santos para acomodarlos a la débil, condición caída de su creación. Dios castigó a su creación al descargar sobre ellos el juicio del pecado original, por lo que cada uno que nace en este mundo después de Adán y Eva, nace ya muerto en pecado. El pecado original no es el primer pecado. Este es el resultado del primer pecado; se refiere a nuestra corrupción inherente, por la cual nacemos en pecado, y en pecado nos concibió nuestra madre. No nacemos en un estado neutral de inocencia, sino que nacemos en una condición pecaminosa y caída. Prácticamente cada iglesia dentro del histórico Concilio Mundial de Iglesias en algún punto de su historia y en el desarrollo de su credo articula algún tipo de doctrina del pecado original. Así que, es claro para la revelación bíblica, que se tendría que repudiar el punto de vista bíblico de la humanidad para negar el pecado original como un todo.

Este es precisamente el punto que estuvo en la batalla entre Agustín y Pelagio en el siglo quinto. Pelagio dijo que no hay tal cosa como pecado original. El pecado de Adán afectó a Adán y solamente a Adán. No hay trasmisión o trasferencia de culpa o caída o corrupción a la progenie de Adán y Eva. Cada uno es nacido en el mismo estado de inocencia en el cual Adán y Eva fueron creados. Además él dijo, es posible para una persona vivir una vida de obediencia a Dios, una vida de perfección moral, sin ninguna ayuda de Jesús ni de la gracia de Dios. Pelagio dijo que la gracia-y he aquí la distinción clave- facilita la justicia. ¿Qué significado tiene “facilita?” Esta ayuda, ésta hace más fácil, hace más sencilla, pero usted no tiene que tenerla. Usted puede estar perfectamente sin ella. Pelagio declaró aún más, que no es solamente posible de manera teórica para algunos individuos vivir una vida perfecta sin la asistencia de la gracia divina, sino que de hecho hay personas que lo hacen. Agustín dijo, “No, no, no, no… nosotros estamos por naturaleza infectados por el pecado, hasta las profundidades y raíz de nuestro ser- a tal punto que no hay ser humano que tenga el poder moral para inclinarse a sí mismo y cooperar con la gracia de Dios. La voluntad humana, como resultado del pecado original, permanece sin tener el poder de escoger, sino que es esclava de sus malos deseos e inclinaciones. La condición de la humanidad caída es tal que Agustín podía describirla como incapacidad para no pecar. En términos sencillos, lo que Agustín estaba diciendo es que en la Caída, el hombre perdió la capacidad para hacer las cosas de Dios y quedó cautivo a sus propias inclinaciones malvadas.

En el siglo quinto la iglesia condenó a Pelagio como herético. El Pelagianismo fue condenado en el Concilio de Orange, y fue condenado de nuevo en el Concilio de Florencia, el Concilio de Cartago, y también irónicamente, en el Concilio de Trento en el siglo dieciséis en los primeros tres anatemas de los Cánones de la Sexta Sesión. Por lo tanto, consistentemente a través de la historia de la Iglesia se ha condenado firme y completamente el Pelagianismo- porque el Pelagianismo niega la caída de nuestra naturaleza; éste niega la doctrina del pecado original.

Ahora, que es el llamado semi-Pelagianismo, como el prefijo “semi” sugiere, era algo posicionado en medio del pleno Agustinianismo y el pleno Pelagianismo. El semi-Pelagianismo dice esto: sí, hubo una caída; sí hay tal cosa como pecado original; sí, la constitución de la naturaleza humana ha sido cambiada por este estado de corrupción y todas las partes de nuestra humanidad han sido significativamente debilitadas por la caída, a tal punto que sin la asistencia de la gracia divina ninguno puede tener la posibilidad de ser redimido, por consiguiente la gracia no es únicamente útil sino necesaria para la salvación. Pero, aún cuando estamos tan caídos que no podemos ser salvos sin la gracia, no estamos tan caídos que no podamos tener la capacidad para aceptar o rechazar la gracia cuando nos es ofrecida. La voluntad está debilitada pero no es esclava. Hay remanentes en el centro de nuestro ser, una isla de justicia que permanece intocable por la caída. Es la respuesta de esta pequeña isla de justicia, ésta pequeña pieza de bondad que está intacta en el alma o en la voluntad lo que hace la diferencia determinante entre el cielo o el infierno. Es esta pequeña isla que debe ser ejercida cuando Dios lleva a cabo sus miles de pasos para alcanzarnos, pero en el análisis final es un paso que debemos tomar el que determina ya sea el cielo o bien el infierno, el ejercitar ésta pequeña isla de justicia que está en el centro de nuestro ser o no hacerlo. Agustín no reconoció esta pequeña isla ni aún como un arrecife de coral en el Pacífico sur. Él dijo que ésta era una isla mitológica, que la voluntad estaba esclava, y que el hombre estaba muerto en sus delitos y pecados.

Irónicamente, la Iglesia condenó el semi-Pelagianismo tan vehementemente como lo hizo cuando condenó el Pelagianismo original. Pasado el tiempo usted llega al siglo dieciséis y lee el entendimiento Católico de lo que sucede en la salvación, y la iglesia ha repudiado básicamente lo que Agustín enseñó y también lo que Aquino enseñó. La Iglesia concluyó que hay remanentes de esta libertad que están intactos en la voluntad humana y que el hombre debe cooperar con-y asentir con-la gracia precedente que es ofrecida a ellos por Dios. Si ejercemos esta voluntad, si ejercemos una cooperación con cualquiera de los poderes que en nosotros han sido dejados, seremos salvos. Y por lo tanto en el siglo dieciséis la Iglesia volvió a abrazar el semi-Pelagianismo.

En el tiempo de la Reforma, todos los reformadores estaban de acuerdo en un punto: la incapacidad moral de los seres humanos caídos para inclinarse a sí mismos a las cosas de Dios; que toda la gente, en el orden para ser salvas, estaban totalmente dependientes, no noventa y nueve por ciento, sino un cien por ciento dependientes de la obra de regeneración monergista como primer paso para venir a la fe, y que la fe es en sí misma un don de Dios. La fe no es lo que estamos ofreciendo para la salvación y que naceremos de nuevo si escogemos creer. Sino que no podemos ni aún creer hasta que Dios en su gracia y en su misericordia primero cambia la disposición de nuestras almas a través de su obra soberana de regeneración. En otras palabras, en lo que todos los reformadores estuvieron de acuerdo fue con, que a menos que un hombre nazca de nuevo, no puede ni ver el reino de Dios, ni puede entrar en él. Tal como Jesús dijo en Juan capítulo seis, “Ninguno puede venir a mí, a menos que le sea dado por mi Padre”-la condición necesaria para la fe y la salvación de cualquiera persona es la regeneración.

Los Evangélicos y la Fe

El Evangelicalismo moderno casi uniformemente y universalmente enseña que en el orden para que una persona sea nacida de nuevo, debe primero ejercer fe. Tienes que escoger nacer de nuevo. ¿No es ésto lo que escuchas? En una encuesta de George Barna, más del setenta y cinco por ciento de “cristianos evangélicos profesantes” en América expresaron la creencia que el hombre es básicamente bueno. Y más del ochenta por ciento articularon el punto de vista que Dios ayuda a aquellos que se ayudan a sí mismos. Estas posiciones-déjeme decirlo de manera negativa- ninguna de estas posiciones son semi-Pelagianas. Ambas son Pelagianas. El decir que somos básicamente buenos es un punto de vista Pelagiano. Yo estaría dispuesto a asumir que en casi un treinta por ciento de la gente quien está leyendo este tema, y probablemente más, si realmente examinamos su pensamiento con detenimiento, encontraremos que en sus corazones está latiendo el Pelagianismo. Estamos plagados con él. Estamos rodeados por él. Estamos inmersos en él. Lo escuchamos cada día. Lo escuchamos cada día en la cultura secular, lo escuchamos cada día en la televisión y la radio Cristiana.

En el siglo diecinueve, hubo un predicador quien llegó a ser muy popular en América, escribió un libro de teología, que surgió de su propia formación en leyes, en el cual no abrevió su Pelagianismo. Él rechazó no sólo el Agustinianismo, sino también rechazó el semi-Pelagianismo y sostuvo claramente la posición Pelagiana sin encubrirla, diciendo en términos no inciertos, sin ambigüedad, que no había Caída y que no había tal cosa como pecado original. Este hombre vino a atacar cruelmente la doctrina de la expiación sustitutiva de Cristo, y además de eso, repudió tan clara y tan fuertemente como pudo la doctrina de la justificación por la sola fe por medio de la imputación de la justicia de Cristo. La tesis básica de este hombre fue, no necesitamos la imputación de la justicia de Cristo porque tenemos la capacidad en y de nosotros mismos para llegar a ser justos. Su nombre: Carlos Finney, uno de los más respetados evangelistas de América. Ahora, si Lutero estaba correcto en decir que la sola fide es el artículo sobre el cual la iglesia se sostiene o cae, si lo que los reformadores dijeron es que la justificación por la fe sola es una verdad esencial del Cristianismo, quienes además argüían que la expiación sustitutiva es una verdad esencial del Cristianismo; si ellos estaban en lo correcto en su evaluación de que estas doctrinas son verdades esenciales del Cristianismo, la única conclusión a la que podemos llegar es que Carlos Finney no era Cristiano. Yo leo sus escritos y digo, “no veo cómo alguna persona cristiana pudiera escribir esto.” Y aun, él está en el Salón de la Fama del Cristianismo Evangélico de América. Él es el santo patrón del Evangelicalismo del siglo veinte. Y él no es semi-Pelagiano; él es descarado en su Pelagianismo.

La Isla de Justicia

Una cosa es clara: puedes ser Pelagiano puro y ser bienvenido por completo en el movimiento evangélico de hoy. Esto no es simplemente que el camello metió su nariz en la tienda; no solamente es que está dentro de la tienda- sino que ha sacado al propietario de la tienda. El Evangelicalismo moderno mira hoy con suspicacia a la teología Reformada, la cual llegado a ser colocada como ciudadana de tercera clase del Evangelicalismo. Ahora, usted dice,… “Espera un minuto R. C. No encierres a todos en el argumento del Pelagianismo extremo, después de todo, Billy Graham y el resto de las personas están diciendo que hubo una Caída; que debes tener la gracia; que hay tal cosa como pecado original; y los semi-Pelagianos no están de acuerdo con el simplista y optimista punto de vista acerca de la no caída naturaleza humana de Pelagio.”Y esto es verdad. No cuestionaré acerca de ello. Pero es esta pequeña isla de justicia donde el hombre todavía tiene la habilidad, en y de sí mismo, para retornar, cambiar, inclinar, disponer, y abrazar la oferta de la gracia, que revela porque históricamente el semi-Pelagianismo no es llamado semi-Agustinianismo, sino semi-Pelagianismo, éste realmente nunca escapa a la idea central de la esclavitud del alma, la cautividad del corazón humano en pecado- que no está simplemente infectado por una enfermedad que puede ser mortífera si es dejada sin tratamiento, sino que es mortal.

Escuché a un evangelista usar dos analogías para describir lo que sucede en nuestra redención. Él dijo, el pecado tiene tal fortaleza sobre nosotros, un estrangulamiento, que es semejante a una persona quien no puede nadar, quien cae por la borda en un mar furioso, y es la tercera vez que se sumerge y únicamente las puntas de sus dedos permanecen fuera del agua; y a menos que alguien intervenga a rescatarle, no tiene esperanza de sobrevivir, su muerte es cierta. Y a menos que Dios le tire un salvavidas, no puede ser rescatado. Y Dios no solamente le debe tirar un salvavidas en cualquiera área donde él se encuentra, sino que el salvavidas tiene que caerle en el lugar correcto donde sus dedos permanecen extendidos fuera del agua, y acertarle de tal manera que pueda sostenerlo. El salvavidas tiene que haber sido tirado perfectamente. Pero todavía este hombre se ahogará a menos que lo tome con sus dedos y los sostenga alrededor del salvavidas, entonces Dios le rescatará. Si esta pequeña acción no es hecha, él ciertamente perecerá.

La otra analogía es esta:Un hombre esta terriblemente débil, enfermo de muerte, yaciendo en su cama de hospital con un padecimiento que es terminal. No hay manera que pueda curarse a menos que alguien externo venga con una cura, una medicina que curará su enfermedad fatal. Y Dios tiene la cura y camina hacia el cuarto con la medicina. Pero el hombre está tan débil que no puede tomarse la medicina por sí mismo; Dios tiene que ponerla en la cuchara. El hombre está tan enfermo que se halla casi en un estado comatoso. El no puede ni siquiera abrir su boca, y Dios tiene que inclinarse y abrirle la boca. Dios coloca la cuchara en los labios del hombre, sin embargo el hombre todavía tiene que tomarla.

Ahora, si vamos a usar analogías, usemos las adecuadas. El hombre no se está sumergiendo por tercera vez; él está tan frío como una piedra en el fondo del mar. Éste es el lugar donde usted estuvo cuando una vez estaba muerto en sus delitos y pecados y andaba conforme a la corriente de este mundo, de acuerdo con el príncipe de la potestad del aire. Y cuando estaba muerto Dios le dio vida juntamente con Cristo. Dios se sumergió al fondo del mar y tomando este cadáver sopló el aliento de su vida en él y resucitó de la muerte. Y no es que usted estaba en la cama del hospital con cierta enfermedad, más bien, cuando usted nació, llegó muerto. Esto es lo que la Biblia dice: que estamos muertos moralmente.

¿Tenemos nosotros una voluntad? Sí, oh claro que la tenemos. <em>Calvino dijo, si quieres decir por libre albedrío una facultad de escoger aquello que tienes el poder en ti mismo, de escoger lo que deseas, entonces tenemos libre albedrío. Si quieres decir por libre albedrío la capacidad de los seres humanos caídos para inclinarse a sí mismos y ejercer la voluntad para escoger las cosas de Dios sin la previa obra monergista de regeneración, entonces, Calvino dijo, libre albedrío es un término exorbitantemente grandioso para aplicarlo al ser humano.

La doctrina semi-Pelagiana del libre albedrío que prevalece en el mundo evangélico de hoy es un punto de vista pagano que niega la cautividad del corazón humano en el pecado. Esta visión desestima el dominio que el pecado tiene sobre nosotros.

Ninguno de nosotros quiere ver las cosas tan mal como son realmente. La doctrina bíblica de la corrupción humana es dura. No escuchamos al Apóstol Pablo decir, “Usted sabe, es triste que tengamos tal cosa como pecado en el mundo; ninguno es perfecto. Pero estemos de buen ánimo, somos básicamente buenos.” ¿Puede ver que aún una lectura superficial de la Escritura niega esto?

Ahora, regresemos a Lutero. ¿Cuál es el origen y la posición de la fe? ¿Es la fe el don de Dios significando con ello que la justificación es recibida por la dádiva de Dios? O ¿Es una condición de la justificación, la cual tenemos que cumplir? ¿Es su fe una obra? ¿Es ésta la única obra que Dios le deja hacer? Recientemente tuve una discusión con algunas personas en Gran Rapids, Michigan. Estaba hablando sobre sola gratia, y una de las personas estaba en desacuerdo. Él dijo, “¿Estás tratando de decirme que en conclusión es Dios quien soberanamente regenera o no el corazón?”Y le dije, “Sí”; y él estuvo aún más en desacuerdo por esto. Le dije, “Déjame preguntarte esto:
¿Eres cristiano?

Él dijo, “Sí.”
Le dije, “¿Tienes amigos que no son cristianos?”
Él dijo, “¡Oh!, claro que sí.”

Le dije, “¿Por qué eres cristiano y tus amigos no lo son? ¿Es por qué eres más justo que ellos? Él no era estúpido. El no iba a decir, “¡Oh! claro es porque soy más justo. Yo hice la cosa correcta y mis amigos no”. Él sabía a donde quería llegar con esta pregunta.

Y él dijo, “Oh, no, no, no.”
Le dije, “Dime por qué. ¿Es por qué eres más inteligente que tus amigos?

Y él dijo, “No.”
Sin embargo el no estaba de acuerdo que al final, el punto decisivo era la gracia de Dios. El no quería venir a esto. Y después de discutir por quince minutos, él dijo, “ESTA BIEN, te lo diré. Soy un cristiano porque hice la cosa correcta, tuve la respuesta correcta y mis amigos no lo hicieron.”

¿En qué estaba confiando esta persona para su salvación? No en sus obras en general, <strong>sino en una obra que había hecho. Y él era un Protestante, un evangélico. Pero su punto de vista de la salvación no era diferente del punto de vista Católico Romano.

La Soberanía de Dios en la Salvación

Este es el punto: ¿Es la fe una parte del don de Dios en la salvación? O ¿Es ésta tu propia contribución a la salvación? ¿Es nuestra salvación totalmente de Dios o depende finalmente de algo que hagamos por nosotros mismos? Aquellos quienes dicen esto último, que finalmente depende de algo que hagamos por nosotros mismos, por consiguiente niegan la absoluta incapacidad de la humanidad en el pecado y afirman con ello una forma de semi-Pelagianismo que es cierta después de todo. No es de maravillarse que más tarde la teología Reformada condenara el Arminianismo en su esencia, porque en principio, ambos regresan a Roma, en efecto, éste torna la fe en una obra meritoria, y es un rechazo de la Reforma porque niega la soberanía de Dios en la salvación de los pecadores, la cual fue el principio teológico y religioso más arraigado del pensamiento de los reformadores. El Arminianismo era sin lugar a dudas, a los ojos de los Reformados, una renunciación del Cristianismo del Nuevo Testamento a favor del Judaísmo del Nuevo Testamento. En esencia confiar en la fe de uno mismo no es diferente que confiar en las obras de uno mismo, y el uno es tan sub-cristiano y anti-cristiano como el otro. A la luz de lo que Lutero le dice a Erasmo no hay duda que tenemos que ratificar este juicio.

Y aunque este punto de vista es el que predomina en las encuestas de hoy en la mayoría de los círculos evangélicos profesantes. Y así como el semi-Pelagianismo es en esencia simplemente una versión ligeramente velada del Pelagianismo verdadero, de igual manera éste es el mismo que prevalece en la iglesia, y no sé que pasará. Sin embargo, si sé que no sucederá: no tendremos una nueva Reforma. Hasta que nos humillemos y entendamos que ningún hombre es una isla y que ningún hombre tiene una isla de justicia, que somos completamente dependientes de la pura gracia de Dios para nuestra salvación, no empezaremos a descansar sobre la gracia y a regocijarnos en la grandeza de la soberanía de Dios, hasta que no desechemos la influencia pagana del humanismo que exalta y coloca al hombre en el centro de la religión. Hasta que esto suceda no tendremos una nueva Reforma, porque en el corazón de la enseñanza Reformada está el lugar central de la adoración y gratitud dadas a Dios y sólo a Dios. Soli Deo gloria, solamente a Dios, la gloria.

Fuente: Bautistareformado.org
Soli Deo Gloria