sábado, 24 de junio de 2017

No menospreciéis las Profecías

El capítulo 14 de 1ª. Corintios es notable por ser la única Escritura en la cual se declara el orden de la iglesia cuando "toda la iglesia se reúne en un solo lugar" (1ª. Corintios 14:23). Esto debería darle, ciertamente, alguna importancia a los ojos de aquellos que creen que Aquel que "amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella" (Efesios 5:25), no ha cesado de amar y de cuidar; y además, que la Cabeza de ella no ha renunciado a su jefatura.

Para los que piensan que el mero asunto de la conducta de las reuniones de los santos es una cosa de ninguna o de poca importancia, es bueno comentar cuán solemnemente finaliza el capítulo con la seguridad de que las cosas que el apóstol escribió eran "mandamientos del Señor." (1ª. Corintios 14:37).

Estos mandamientos, ¿han dejado de ser aplicables, o han sido revocados? O, ¿se tomó todo este cuidado por la Iglesia al principio, y ahora este cuidado ya no existe?

«No ha cesado el cuidado, ciertamente», la gente responde; «pero los dones regulados en el capítulo han cesado y, por lo tanto, la regulación de ellos también.»

Pero, entonces, no es verdad que el capítulo completo se ocupa meramente de la regulación del don. Este presenta, más bien, la regulación de la asamblea como estando «reunida». "Vuestras mujeres guarden silencio en las iglesias" (1ª. Corintios 14:34 - VM), no despertaba el  interrogante de si acaso ellas tenían don o no. Algunas, de hecho, profetizaban, que es la cosa principal que se regula en este capítulo; pero la cosa está aquí: ellas no lo podían hacer en "las iglesias" (VM) o "en las congregaciones" (RVR60); fuera de eso, lo que ellas o los demás podrían hacer, no se considera en absoluto.

Entonces, de nuevo, "cada uno de vosotros tiene salmo, tiene doctrina (una enseñanza)" (1ª. Corintios 14:26). Lo último no ha cesado, ciertamente; no, ni tampoco lo anterior, porque no hay terreno para suponer que fuera alguna alocución inspirada o incluso recién incitada. Lo que debía dirigir la manifestación de todo esto en la asamblea era el principio, "Hágase todo para edificación." (1ª. Corintios 14:26).

De este modo, el capítulo completo trata de la asamblea, y se supone el caso de un incrédulo que entra, mientras tales o cuales cosas sucedían en la asamblea, y cuál sería el efecto sobre aquel que entraba. Ahora bien, suponiendo que ciertos dones han cesado - como claramente lo han hecho las "lenguas" y las «interpretaciones» - esto no destruiría los principios generales que debían gobernar esta «reunión». Puntos de detalle podrían dejar de ser aplicables, mientras que aun así, los principios permanecían intactos. Aun en aquellos días, el don de lenguas podría estar escaseando en algunas asambleas; pero eso no afectaría la aplicación general del capítulo a estos principios. Si ellos no tenían más que un "salmo" o una "doctrina" (enseñanza), ello tendría aplicación. Estas eran verdaderamente, y son, una especie de tipo o muestra de lo que ocupaba a la asamblea cuando se reunía, dirigiéndose el salmo a Dios en alabanza, u oración, con una melodía de corazones conscientes de Su favor "mejor que la vida" (Salmo 63:3), mientras la doctrina (la enseñanza) se dirigía de Dios a los hombres. Lo uno era adoración; lo otro, ministerio. Ciertamente, si estos dos permanecen, no estamos totalmente desprovistos de lo que puede equipar a nuestra asamblea; y si no tuviésemos nada más, los principios del capítulo serían aplicables a nosotros.

Es verdaderamente claro, que el apóstol tiene especialmente dos cosas en su mente como estando relacionadas con la asamblea, pero que afectaban su mente en forma muy diferente. Estas eran: la profecía y el don de lenguas. Él los vio a ellos enorgulleciéndose acerca de lo último, y cayendo en completa locura en su orgullo, de tal manera que ellos se estaban exponiendo a la vergüenza incluso delante de los incrédulos por medio de ello; hablando en lenguas que nadie entendía, y donde nadie podía entrar o ser edificado mediante ellas. Hablando comparativamente, a la profecía se le atribuía poca importancia en presencia de este don más llamativo. Lo que era "una señal, no para los que creen, sino para los incrédulos" (1ª. Corintios 14:22 - LBLA), estaba usurpando el lugar de aquello que hablaba a los incrédulos "para edificación, exhortación y consolación." (1ª. Corintios 14:3). Si en la asamblea, entonces, la norma era que todas las cosas debían ser hechas para edificación, la profecía que estaba expresamente pensada para eso, era realmente la cosa mayor y mejor.

De este modo, él los alienta diciendo, "desead ardientemente el poder profetizar" (1ª. Corintios 14:39 - VM), pero por otra parte, "no impidáis el hablar lenguas." (1ª. Corintios 14:39 - VM). Estas dos cosas tienen, en la estimación del apóstol, un lugar ampliamente diferente. Yo estoy, en una medida, preparado para oír acerca de la desaparición de aquello de lo cual los hombres abusaban tanto. Por otra parte, mientras más yo pienso acerca del lugar que él atribuye a la profecía, como eso que era "para edificación, exhortación y consolación", de tal manera que él los exhorta a desearlo ardientemente como siendo lo que edificaba la asamblea, yo menos puedo suponer que sea posible que ella desaparezca hasta que la Iglesia sea perfeccionada y llevada al cielo.

Por otra parte, yo puedo entenderlo siendo aún una cosa menospreciada y pasada por alto por los hombres hasta cualquier medida imaginable. Yo encuentro, tanto aquí en 1ª. Corintios 14 como nuevamente en 1ª. Tesalonicenses 5:20 (pasaje este último que junta las dos advertencias, " No apaguéis al Espíritu. No menospreciéis las profecías."), la seguridad de que ellos ya estaban haciendo esto. Había en la naturaleza de este don precioso, aquello que lo exponía peculiarmente al menosprecio y a la desestimación del hombre. Lo que comenzó en ese entonces bien puede haber avanzado en nuestro día hasta la negación completa del don.

Si nosotros preguntamos en cuanto a la naturaleza de este «profetizar» - un "profeta" era, según el estricto significado de la palabra, «uno que hablaba en nombre de otro»; y el nombre fue dado entre los paganos a aquellos que hablaban en nombre de un dios y daba a conocer su voluntad a los hombres. Ello no estaba, de ninguna manera, necesariamente en la enunciación de la predicción, apropiadamente llamada así; para esto, se usó otra palabra que la Escritura no emplea. Aun un "poeta" era un profeta, como uno que hablaba en nombre de las Musas, hablando así, como se suponía, bajo una especie de inspiración, no meramente de su propia mente. Aun Pablo habla así acerca de un "profeta" de los Cretenses. (Tito 1:12).

El Nuevo Testamento no conoce nada acerca de un simple vidente de futuro. El profeta era uno que hablaba en nombre de Dios. Así, "un hombre de Dios" es tan a menudo la hermosa y significativa designación de un profeta. En días de tinieblas y apostasía, ellos estuvieron firmes de Su parte, a quien los hombres habían olvidado, y les trajeron Su palabra y Su voluntad. Sus predicciones no eran sino una parte de estas palabras, las cuales trataban la condición moral de aquellos a quienes iban dirigidas, llamándoles al arrepentimiento; animando, advirtiendo, consolando, exhortando, instruyendo en justicia. De entre semejantes rasgos, el rasgo más distintivo era que ellos eran «hombres de Dios.» El apóstol Pablo habla muy significativamente como si "toda Escritura" fuese escrita para los tales. "Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, equipado para toda buena obra." (2 Timoteo 3: 16, 17 - LBLA). Aquí estaba la condición necesaria de las profecías, esa verdad y consagración al Dios viviente que los capacitaba (o, equipaba) como viviendo cerca de Él para conocer Su mente. Esto realza la declaración de Amós, "Porque no hará nada Jehová el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas." (Amós 3:7). Semejante a eso, nuevamente en Apocalipsis, "para manifestar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto." (Apocalipsis 1:1).

De este modo, ello se podría dar a conocer de diferentes maneras - mediante nueva revelación positiva, la cual para nosotros ha cesado de existir, desde que se completó la Palabra de Dios; o por medio del Espíritu en viviente frescura, usando esa Palabra según lo que Pablo dice a Timoteo. El hombre de Dios es aquel que, en ambos casos, tiene la mente de Dios en cuanto a la escena a través de la cual él pasa. Para un tal, "el conocimiento del Santo es inteligencia." (Proverbios 9:10 - LBLA).

Ahora bien, si esta es la base del profetizar, no es de extrañar que el apóstol lo valore tan elevadamente. Si el profetizar es solamente hablar en nombre de Dios, la Palabra de Dios en medio de Su pueblo, es fácil ver de qué manera el pueblo debería ser exhortado a «desearlo  ardientemente», y a hacerlo fervientemente. El "amor", no buscando lo suyo propio, procuraría aquello que será tan provechoso "para edificación, exhortación y consolación." (1ª. Corintios 14:3). Siendo suficientemente distinto de la "doctrina" (o, enseñanza), no se deducía necesariamente algún don para lo último, ni tampoco, de hecho, para hablar en público, en absoluto. "Cinco palabras" (1ª. Corintios 14:19), y no siendo estas palabras las propias del que habla, podían ser suficiente: la Palabra de Dios leída sencillamente podría llevar su sencillo e inteligible significado a los corazones de todos los presentes. No eran necesarios ni la elocuencia de ninguna forma, ni el poder de presentar la verdad arreglada ordenadamente. La Palabra Divina podría entrar en palabras y frases entrecortadas, y ser, aun así, el cumplimiento del mandato, "Si alguno habla, hable conforme a los oráculos de Dios" (1ª. Pedro 4:11 - RVR1865), de modo que aun el más simple que se encuentra allí, o el incrédulo que entra allí, cae bajo el poder de esa Palabra, es convencido por todos, es juzgado por todos, y habiéndose manifestado los secretos de su corazón, cae sobre su rostro, y adora a Dios, y declara que verdaderamente Dios está allí (1ª. Corintios 14: 24, 25). El apóstol deseaba ardientemente esto para ellos, y quería que ellos lo desearan ardientemente también para ellos mismos; este trato directo de Dios con el corazón y con la conciencia que el hombre podía, de hecho, evitar, pero que, no obstante, estaba lleno de bendición para él.

Apenas necesito decir que la reunión de la iglesia en este capítulo 14 de 1ª. Corintios era, aun en este relato, una reunión «abierta», en este sentido y para este propósito, para que Dios pudiera hablar en Su propia manera soberana por aquel que Él quisiera. Fue así, abierta en la manera más completa, a tal punto que el hombre podía, y de hecho abusaba de ello allí en Corinto. "Cada uno de vosotros tiene salmo, tiene doctrina, tiene lengua, tiene revelación, tiene interpretación." (1ª. Corintios 14:26). Él afirma el hecho, no se pronuncia en cuanto si está bien o mal, sino que añade sólo, "Hágase todo para edificación." Para que ello pudiera ser así, los que tenían don de lenguas podrían hablar, dos o tres, no más, y sólo cuando hubiese un intérprete. Similarmente en cuanto a los profetas: pueden hablar dos o tres. Sólo las mujeres debían guardar silencio absoluto en la asamblea. No hubo otra línea de prohibición, en absoluto, en cuanto a quienes habían de ser los que hablasen.

Esta puerta abierta, tan ampliamente abierta, era una necesidad especial. Se podía abusar de ella. Se abusó de ella. Eso no alteraba, en absoluto, la necesidad real. Habría sido mejor excluir a Dios, aun mediante un pre-arreglo, que los que eran los más dotados hubiesen sido los que hablasen. ¿Quién tenía derecho a arreglar esto? Ninguno entre los hombres, ni siquiera uno. La Escritura no reconoce un poder de esta especie en la Iglesia, excepto el de la Cabeza de la Iglesia. En cuanto al uso, ello podría excluir, sin duda, alguna especie de desorden, pero sólo a expensas del desorden muchísimo peor.

El don no significa espiritualidad. La iglesia en Corinto no se quedaba atrás en cuanto a dones, aun así el apóstol no les pudo hablar como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. (1ª. Corintios 3:1). No es menospreciar el don decir que sin el acompañamiento de la espiritualidad, aquel que posee el don más precioso podría ser bastante incompetente para edificar. Y, ¡es lamentable!, los hombres cambian y los hombres decaen. Aquellos altamente dotados, algunas veces, incluso mediante los dones, hacen que aquellos que los siguen se extravíen. Por eso, cuando la iglesia se reúne, Dios no hará que se levante ninguna voz que excluya la Suya. En perfecta sabiduría, Él puede, a Su voluntad, poner a un lado al más dotado, para traer Su Palabra mediante algún pobre, simple hombre, que ha estado sobre su rostro delante de Él, y ha aprendido Su mente donde el hombre aprende mejor, en la más humilde de las escuelas. Aquel, a quien, quizás, ellos habrían excluido totalmente de que les enseñase, el cual es verdaderamente, en cuanto a la medida del don, por debajo de cualquiera que está allí, puede ser aquel que es presentado para enseñar a todos.

Y el apóstol pone así este poder de profetizar ante ellos, y los exhorta a desearlo ardientemente, "Por lo cual, hermanos, desead ardientemente el poder profetizar." (1ª. Corintios 14:39 - VM). Un don tal como sólo el amor, que tuviese a Cristo como motivo, y la bendición de los hombres como el deseo del corazón, podía desear ardientemente. Ello no conduciría por una senda fácil. La Palabra misma "No menospreciéis las profecías" (1ª. Tesalonicenses 5:20), puede mostrar a qué situación ello llevaría. Y, ¿cuál ha sido siempre la historia de los profetas? Los «hombres de Dios» deben, de entre todos los hombres, ser hombres de fe, estar satisfechos con esperar en Dios, y andar con Dios, y quizás, además, andar solitarios. "¿A cuál de los profetas no persiguieron vuestros padres?" (Hechos 7:52). ¿Creen ustedes que esto no podría suceder en una asamblea de Cristianos? Bien por nosotros, si ello fuese así. Pero yo estoy seguro de esto, que ningún hombre, en sus sentidos, asumiría la vocación de la cual hablo, para ganar alabanzas aun de parte de los santos.

Pero, ¿dónde están los «hombres de Dios»? Yo puedo encontrar muchos hombres amables, afables. Y no pocos hombres justos, honestos y rectos. Pero hombres salvados que lo sepan, y gracias a Dios por ello, son muchos menos, pero aun así, son muchos. Pero, ¿dónde están los hombres para quienes "el vivir es Cristo" (Filipenses 1:21)? ¿Dónde están Sus siervos, los que son absolutamente Suyos? ¿Acaso no es eso lo que todos nosotros somos, como habiendo sido comprados por Su sangre preciosa? ¿Es eso lo que nosotros somos en la realidad práctica?

Hay pocas cosas adicionales que han de ser deseadas ardientemente para la asamblea de los santos aparte de este "profetizar." Los hombres pueden enseñar la verdad, y pueden enseñarla bien; pero ello es absolutamente otra cosa. El lugar prominente dado a la profecía en este capítulo que regula la reunión de la asamblea, debería asegurarnos de su importancia especial en este lugar [*]. Esa importancia es que la voz del Dios vivo debería ser oída por Su pueblo, dirigida claramente a la necesidad de ellos, a la condición completa de ellos en el momento. ¡Qué cosa más diferente de personas hablando para llenar el tiempo; o del más inteligente orador, para suplir la ausencia de un maestro; o, una vez más, del maestro mismo debido a que él es un maestro, o porque tiene algo en su mente que le ha interesado o le ha impresionado! "La palabra de Jehová que había hablado por sus siervos los profetas" (2 Reyes 24:2) no era ninguna de estas cosas: era un mensaje directo desde el corazón de Dios a los corazones y conciencias de Su pueblo. Y aun así, "si alguno habla", él ha de hablar "conforme a los oráculos de Dios" (1ª. Pedro 4:11 - RVR1865), como siendo, meramente, la boca de Dios.

[*] Una reunión a cargo de un maestro es una cosa bastante distinta de la asamblea reuniéndose. Él es responsable de enseñar, ciertamente; y los santos no son menos responsables de oír; pero se trata de otro asunto.

Pero una cosa es afirmar que eso debería ser, y otra cosa es decir, ello es. Una cosa es decir, «yo debería hacer esto», y otra cosa es decir, «lo he hecho». La humildad será aquí, ciertamente, la sabiduría más verdadera. No necesitamos reclamar nada: "El que juzga es el Señor." (1ª. Corintios 4:4).
Soli Deo Gloria