viernes, 1 de septiembre de 2017

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¿Qué pensaban los padres de la Iglesia de Sola Scriptura?

Los padres de la iglesia también creían en la autoridad, inerrancia, suficiencia, necesidad y claridad de la Biblia. La doctrina de ‘Sola scriptura’ no fue un invento del siglo XVI. En la época patrística, los grandes predicadores de la fe cristiana estaban convencidos de que la Escritura era la suprema norma de fe y conducta. Creían en la autoridad, inerrancia, suficiencia, necesidad y claridad de la Palabra de Dios. Hoy mostraré algunas citas de catorce de los padres de la iglesia para demostrar que el protestantismo no procuró crear nada nuevo sino recuperar una pasión por la supremacía de las Escrituras que se había perdido en la Iglesia Católica Romana a lo largo de la edad media. Empecemos.

1.- Clemente de Roma (¿?100) “Habéis escudriñado las Escrituras, que son verdaderas, las cuales os fueron dadas por el Espíritu Santo y sabéis que no hay nada falso o fraudulento escrito en ellas”. (1 Clemente 45)

2. Justino Mártir (100-165) “Puesto que estoy plenamente convencido de que ningún texto de la Escritura contradice a otro […] procuraré persuadir a aquéllos que creen que las Escrituras son contradictorias para que piensen como yo” (Diálogo con Trifón, 65). “Hay que creer la Escritura por su nobleza y por la confianza en Aquél que la envía. La palabra de verdad es enviada por Dios […] Ya que ha sido enviada con autoridad, no hace falta preguntarse por pruebas acerca de lo que afirma puesto que no hay otra prueba más allá de sí misma, la cual es Dios” (Fragmentos de la obra de Justino Mártir sobre la resurrección, 1). “El día llamado del sol [el domingo], se reúnen todos en un lugar, lo mismo los que habitan en la ciudad que los que viven en el campo, y según conviene, se leen los tratados de los apóstoles y los escritos de los profetas, según el tiempo permita. Luego, cuando el lector termina, el que preside se encarga de amonestar, con palabras de exhortación, a la imitación de cosas tan admirables” (Primera apología, 67).

3.- Ireneo (130-202) “Esta es su teoría [la de los herejes gnósticos], que ni los profetas anunciaron, ni el Señor enseñó, ni los apóstoles transmitieron. Y, sin embargo, ellos se glorían de haber recibido de estas cosas un conocimiento más elevado que todas las demás personas. Todo el tiempo citan textos que no se hallan en las Escrituras y, como se dice, fabrican lazos con arena. Y no les preocupa acomodar sus doctrinas de una manera confiable, sea las parábolas del Señor, sea los dichos de los profetas, sea la predicación de los apóstoles. Lo único que tratan de hacer es que sus creaciones no parezcan carecer de pruebas. Por eso enredan el orden y el texto de las Escrituras, y en cuanto pueden separan los miembros (del cuerpo) de la verdad. Transponen y transforman todo, y mezclando una cosa con otra, seducen a muchos mediante la fantasiosa composición que fabrican a partir de las palabras del Señor” (Contra Herejías, 1.8.1). “Las Escrituras son perfectas porque fueron habladas por la Palabra de Dios y su Espíritu” (Contra Herejías, 2.28.2). Ireneo. “De este modo toda la Escritura que Dios nos ha dado nos parecerá congruente, concordarán las interpretaciones de las parábolas con expresiones claras, y escucharemos las diversas voces como una sola melodía que eleva himnos al Dios que hizo todas las cosas” (Contra Herejías, 2.28.3). “Nosotros no hemos conocido la economía de nuestra salvación sino por aquellos a través de los cuales el Evangelio ha llegado hasta nosotros [los apóstoles]: ellos primero lo proclamaron, después por voluntad de Dios nos lo transmitieron por escrito para que fuese columna y fundamento (1 Timoteo 3:15) de nuestra fe” (Contra Herejías, 3.1.1).

4.- Tertuliano (155-240) “Las afirmaciones de la Sagrada Escritura nunca estarán en desacuerdo con la verdad” (Tratado del alma, 21).

5.- Orígenes (185-254) “Nadie debe establecer una doctrina a partir de un libro que no forme parte de la Escritura canónica” (Comentario sobre Mateo, 26). “No hay que consultar otra fuente [más allá del Antiguo y el Nuevo Testamento] para conceder autoridad a cualquier conocimiento o doctrina” (Homilía sobre Levítico, 5).

6.- Dionisio de Alejandría (¿?264) “Aceptamos todo aquello que se puede probar mediante las enseñanzas de la Sagrada Escritura” (Citado en Historia eclesiástica de Eusebio, Libro 7).

7. Atanasio (296-373) Atanasio, el campeón de la ortodoxia trinitaria. “Algunos piensan que las Escrituras no son congruentes o que Dios, quien dio el mandamiento, es falso. Pero no hay ninguna discrepancia. Tampoco podría el Padre, el cual es la verdad, mentir porque es imposible que Dios mienta” (Carta pascual, 19.3). “Estos libros son la fuente de la salvación de modo que los sedientos se puedan saciar con las palabras vivas que contienen. Se proclama la doctrina de la piedad en estos libros. Qué nadie añada ni quite nada de lo que está escrito en esos libros” (Carta pascual, 39.6). “Las sagradas e inspiradas Escrituras son suficientes para declarar la verdad” (Contra los paganos, 1.3).

8.- Cirilo de Jerusalén (313-386) “Acerca de los divinos y santos misterios de la fe, no debe transmitirse nada sin las Sagradas Escrituras, ni deben aducirse de modo temerario cosas simplemente probables y apoyadas en argumentos construidos con palabras artificiosas. Y no creas, pues, que voy a proceder de este modo, sino probando por las Escrituras lo que te anuncio. Pues esta fe, a la cual debemos nuestra salvación, no recibe su fuerza de los comentarios y las disputas, sino de demostración por medio de la Sagrada Escritura” (Catequesis, 4.17).

9.- Basilio de Cesárea (330-379) “Aquellos que son instruidos en las Escrituras deberían examinar lo que dicen los profesores, recibiendo todo lo que está en conformidad con la Escritura y rechazando lo que se opone a ella; y deberían evadir a los profesores que persisten en enseñar semejantes doctrinas [falsas]” (Las moralia y regulae, 72).

10.- Gregorio de Nisa (335-395) “Las Escrituras son el canon de todos los dogmas. Fijemos nuestros ojos en ellas y solamente aceptemos las enseñanzas que pueden armonizar con ellas” (Sobre el alma y la resurrección, 5).

11.- Ambrosio (340-397) “No sigáis las tradiciones de la filosofía ni a aquéllos que dan la apariencia de buscar la verdad con el fin de engañar por medio del arte de la persuasión. Por el contrario, aceptad, de acuerdo a la regla de la verdad, lo que se afirma en las palabras inspiradas de Dios” (Seis días de la creación, 2.1.3).

12.- Juan Crisóstomo (349-407) “Tu palabra es verdad, es decir, no hay falsedad en ella y todo lo que se dice en ella se tiene que cumplir” (Homilía sobre Juan 17:17). “Es necesario establecer todos los argumentos a partir de la Escritura y así demostrar con precisión que no son un invento del razonamiento humano, sino el mismísimo veredicto de la Escritura. Así todo lo que decimos tendrá más credibilidad y se profundizará más en vuestra mente” (Homilía sobre los estatutos, 1.14).

13.- Agustín (354-430) “Opino que es deletéreo creer que en los libros santos se contiene mentira alguna, es decir, que aquellos autores por cuyo medio nos fue otorgada la Escritura hayan dicho alguna mentira en sus libros. Una cosa es preguntarse si un hombre bueno puede en algunas circunstancias mentir, y otra cosa muy distinta es preguntarse si pudo mentir un escritor de la Sagrada Escritura. Mejor dicho, no es otra cuestión, sino que no hay cuestión. Porque, una vez admitida una mentira por exigencias del oficio apostólico en tan alta cumbre de autoridad, no quedará defendida partícula alguna de los libros. Por la misma regla deletérea podrá siempre recurrirse a la intención y obligación del autor mentiroso, según a cada cual se le antoje, cuando un pasaje resulte arduo para las costumbres o increíbles para la fe” (Cartas 28.3). “Porque quien recurre a tal engaño [diciendo que las Escrituras contienen errores y contradicciones], prefiere que le crean a él, y obra así para que no creamos en la autoridad de las divinas Escrituras” (Cartas 28.4). “Confieso que a tu caridad que sólo a aquellos libros de las Escrituras que se llaman canónicos he aprendido a ofrendar esa reverencia y acatamiento, hasta el punto de creer que ninguno de sus autores se equivocó al escribir. Si algo me ofende en tales escritos, porque me parece contrario a la verdad, no dudo en afirmar o que el códice tiene una errata, o que el traductor no ha comprendido lo que estaban escrito, o que yo no lo entiendo (Cartas 82.3). “La verdad de las divinas Escrituras es por todas partes segura e indiscutible, puesto que los mismos apóstoles, y no cualesquiera otros, la encomendaron a nuestra memoria para edificar nuestra fe; por esa razón fue asimismo recibida en la cumbre canónica de la autoridad (Cartas 82.7). “Te digo, sin embargo, algo que necesariamente ha de ser verdadero o falso […] sólo te queda el creerlo o el no creerlo. Si va garantizado por una autoridad neta de las Sagradas Escrituras, de aquellas digo que se llaman canónicas en la Iglesia, sin duda alguna hay que creerlo” (Cartas 148.4). “No puede suceder que esta autoridad de las Escrituras diga mentira por parte alguna” (Cartas 148.14). Agustín de Hipona, el teólogo más importante en la historia de la Iglesia. “A mí no me has de creer como a Ambrosio, de cuyos libros puse testimonios tan grandes. Y si crees que a ambos nos has de creer con iguales motivos, ¿acaso podrás compararnos con el Evangelio o igualarás nuestros escritos con las Escrituras canónicas? Si eres recto en tus juicios, verás que estamos muy distantes por debajo de aquella autoridad. Yo estoy todavía muy lejos, pero, sea lo que quiere lo que opines de nosotros dos, no podrás compararnos en modo alguno con aquella excelencia” (Carta 148.39). “¿Quién ignora que la santa Escritura canónica, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, está contenida en sus propios límites, y que debe ser antepuesta a todas las cartas posteriores de los obispos, de modo que a nadie le es permitido dudar o discutir sobre la verdad o rectitud de lo que consta que está escrito en ella?” (Tratado sobre el bautismo, 2.3.4). “La Escritura es santa, es veraz, es irreprensible. […] Nada hay de qué acusar a la Escritura si tal vez nosotros, no habiéndola entendido, nos desviamos en algo. Cuando la comprendemos, somos rectos cuando no entendiéndola, estamos torcidos, la dejamos a ella recta; pues, aunque nos torzamos nosotros, no la torcemos a ella; al contrario, ella se mantiene recta, para que volviendo a ella, nos hagamos rectos” (Sermones 23.3). “Dios, hablando por los profetas primero, luego por sí mismo, y después por los apóstoles, es el autor de la Escritura llamada canónica, que posee la autoridad más eminente. En ella tenemos nosotros la fe sobre las cosas que no debemos ignorar, y que nosotros mismos no seríamos capaces de conocer” (Cuidad de Dios, 11.3). “Se ha establecido la distinción entre los libros de los autores posteriores y la excelencia de la autoridad canónica del Antiguo y Nuevo Testamento, que afianzada desde los tiempos apostólicos […] se ha establecido como en cierta sede, a la que ha de servir toda inteligencia fiel y piadosa. […] En las obras de autores posteriores, contenidas en innumerables libros, pero que en ningún modo pueden equipararse a la excelencia sacratísima de las Escrituras canónicas, aunque se encuentre en cualquiera de ellas la misma verdad, su autoridad es muy distinta” (Réplica a Fausto, 11.5). “Por la doctrina conocemos lo que debemos hacer. ¿Y yo qué te podrá enseñar sino lo que leemos en el apóstol? Porque la Sagrada Escritura ha fijado las normas de nuestra doctrina para que no osemos saber más de lo que conviene saber […] No voy, pues, a enseñarte otra cosa sino a exponerte las palabras del doctor apostólico” (Sobre la bondad de la viudez, 2).

14.- Teodoreto de Ciro (393-460) “Algunos han dicho que no todos los salmos son de David, pero que son productos de otros autores. No tengo ninguna opinión al respecto. ¿Qué importa si son los salmos de David o si son obra de otros autores cuando está claro que todos son fruto de la inspiración del Espíritu Santo?” (Prefacio a los salmos). Conclusión Si sumamos el testimonio de los padres citados, podemos resumir la teología de las Escrituras de la siguiente manera. La iglesia patrística creía: Que las Escrituras no se contradicen. Que las Escrituras son fiables. Que las Escrituras son autoritativas en cuanto a cualquier asunto doctrinal. Que los herejes no hablan conforme a las Escrituras. Que las Escrituras son perfectas. Que las Escritura son inspiradas por Dios y por lo tanto, son congruentes. Que hay una clara unidad en las Escrituras (a pesar de que sean muchos libros diferentes). Que las Escrituras son el verdadero fundamento de la fe. Que las Escrituras no contienen nada falso (por ejemplo, errores). Que las Escritures no mienten. Que las Escrituras son suficientes para declarar la verdad. Que no hay que hacer caso a los que no respetan la autoridad de la Escritura. Que las Escrituras son santas, veraces e irreprensibles.

En conclusión, ‘Sola Scriptura’ no fue un invento de los reformadores protestantes.
Soli Deo Gloria