Tanto es lo que se dice en las
Escrituras de ángeles buenos y maIos, y se les adscriben unas funciones de
tanta importancia a ambas clases en la providencia de Dios sobre el mundo, y
especialmente en la experiencia de su pueblo y de su Iglesia, que la doctrina
de la Biblia acerca de ellos no debiera ser pasada por alto. Ha sido general la
creencia de que hay criaturas inteligentes más elevadas que el hombre. Ello es
tan consonante con la analogía de la naturaleza como para ser sumamente
probable incluso en ausencia de cualquier revelación directa acerca del tema.
En todos los departamentos de la naturaleza hay una gradación regular desde las
formas inferiores a las superiores de vida; desde los hongos vegetales casi
invisibles, en las planas, hasta el cedro del Líbano; desde el microbio más
diminuto hasta el gigantesco mamut. En el hombre nos encontramos con la
primera, y con toda apariencia con la más inferior, de las criaturas
racionales. Que él sea la única criatura de su orden es, a priori, tan
improbable como que los Insectos sean la única clase de animales irracionales.
Hay multitud de razones para la presunción de que la escala de ser entre las
criaturas racionales es tan extensa como la del mundo animal. La moderna filosofía
que deifica al hombre no deja lugar para ningún orden de seres por encima de
él. Pero si la distancia entre Dios y el hombre es infinita, toda la analogía
demostraría que los órdenes de criaturas racionales entre nosotros y Dios deben
ser inconcebiblemente numerosos. Así como esto es probable por sí mismo,
también está claramente revelado en la Biblia como cierto.
1. Su naturaleza
En cuanto a la naturaleza de los
ángeles, son descritos: (1) Como espíritus puros, esto es, seres inmateriales e
incorpóreos. Las Escrituras no les atribuyen ninguna clase de cuerpo.
Suponiendo que el espíritu no conectado con materia no puede actuar por sí
mismo, que tampoco puede comunicarse con otros espíritus ni operar en el mundo
externo, fue mantenido por muchos, y así decidido en el concilio celebrado en
Niza el 784 d.C., que los ángeles tenían que estar formados por éter o luz,
opinión ésta que se consideraba apoyada por pasajes como Mt 28:3; Lc 2:9 y
otros pasajes en los que se habla de su apariencia luminosa y de La gloria que
les acompaña. El Concilio Laterano del 1215 d.C. decidió que eran incorpóreos,
y ésta ha sido la opinión común en la Iglesia. ... Por ello, como tales, son
invisibles, incorruptibles e inmortales. Su relación con el espacio es descrita
como una illocalitas; no ubicuidad u omnipresencia, por cuanto están siempre en
algún lugar, y no en todas partes en ningún momento determinado, pero no están
confirmados al espacio de una manera limitativa como lo están los cuerpos, y
pueden pasar de una porción de espacio a otra. Como espíritus, poseen
inteligencia, voluntad y poder. Con respecto a su conocimiento, sea con
respecto a sus modos u objetos, no se revela nada en especial. Todo lo que está
claro es que en sus facultades intelectivas y en la extensión de su
conocimiento son muy superiores a los hombres. También su poder es muy grande,
y se extiende sobre la mente y la materia. Tienen poder para comunicarse entre
sí y con otras mentes, y para producir efectos en el mundo natural. La grandeza
de su poder se manifiesta, (a) Por los hombres y títulos que se les da, como
principados, potestades, dominios y gobernadores del mundo. (b) Por la aserción
directa de la Escritura, por cuando se dice que son «poderosos en fortaleza»; y
(c) Por los efectos atribuidos a su acción. Por grande que pueda ser su poder,
está sin embargo sujeto a todas las limitaciones que pertenecen a las
criaturas. Los ángeles, por tanto, no pueden crear, no pueden cambiar
sustancias, no pueden alterar las leyes de la naturaleza, no pueden ejecutar
milagros, no pueden actuar sin medios, y no pueden escudriñar el corazón, por
cuanto estas prerrogativas, según la Escritura, son peculiares de Dios. Por
ello, el poder de los ángeles es (1) Dependiente y derivado. (2) Tiene que ser
ejercitado en conformidad a las leyes del mundo material y espiritual. (3) Su
intervención no es optativa, sino permitida u ordenada por Dios, y según su
voluntad, y, por lo que al mundo externo concierne, parece que es sólo
ocasional y excepcional. Estas limitaciones son de la mayor importancia
práctica. No debemos considerar a los ángeles como interpuestos entre nosotros
y Dios, ni atribuirles a ellos los efectos que la Biblia en todo lugar atribuye
a la acción providencial de Dios.
Errores acerca de esta cuestión
Esta doctrina Escritural,
universalmente recibida en la Iglesia, se opone (1) A la teoría de que eran
emanaciones efímeras de la Deidad. (2) A la teoría gnóstica de que eran
emanaciones permanentes o eones; y (3) A la postura racionalista, que les niega
ninguna existencia real, y que atribuye las declaraciones Escriturales bien a
supersticiones populares adoptadas por los escritores sagrados en su
acomodación a las opiniones de la época, o a personificaciones poéticas de los
poderes de la naturaleza. Las bases sobre las que la moderna filosofía niega la
existencia de los ángeles no tiene fuerza alguna en oposición a las explícitas
declaraciones de la Biblia, que no se pueden rechazar sin rechazar del todo la
autoridad de las Escrituras, o sin adoptar unos principios de interpretación
destructores de su valor como norma de fe.
2. Su Estado
En cuanto al estado de los ángeles, se
enseña claramente que todos eran originalmente santos. También se debe inferir
llanamente en base de las declaraciones de la Biblia que fueron sometidos a un
período de probación, y que algunos guardaron su primer estado, y que otros no.
Los que mantuvieron su integridad son descritos como confirmados en un estado
de santidad y gloria. Esta condición, aunque de una seguridad completa, es de
perfecta libertad; porque la más absoluta libertad de acción es, según la
biblia, coherente con una absoluta certidumbre en cuanto al carácter de tal
acción. Estos santos ángeles, evidentemente, no son todos del mismo rango. Esto
se evidencia por los términos con que son designados; términos que implican
diversidad de orden y autoridad. Unos son príncipes, otros son potentados,
otros gobernadores del mundo. Más allá de esto, las Escrituras nada revelan, y
las especulaciones de los escolásticos y teólogos acerca de la jerarquía de las
huestes angélicas no tienen ni autoridad ni valor.
3. Sus misiones
Las Escrituras enseñan que los santos ángeles
son empleados, (1) En el culto de Dios. (2) En la ejecución de la voluntad de
Dios. (3) Y especialmente en la ministración a los herederos de salvación.
Están descritos como rodeando a Cristo, y como siempre dispuestos a desempeñar
cualquier servicio que se les pueda asignar en el avance de su reino. Bajo el
Antiguo Testamento aparecieron en repetidas ocasiones a los siervos de Dios,
para revelarles Su voluntad. Ellos hirieron a los egipcios; fueron empleados en
la promulgación de la ley en el Monte Sinaí; ayudaron a los israelitas durante
su peregrinación; destruyeron a sus enemigos; y acamparon alrededor del pueblo
de Dios como defensa en horas de peligro. Predijeron y celebraron el nacimiento
de Cristo (Mt 1:20; Lc 1:11); le sirvieron a Él en su tentación y padecimientos
(Mt 4:11; Lc 22:43); ellos anunciaron Su resurrección y ascensión (Mt 28:2; Jn
20:12). Siguen siendo espíritus ministradores para los creyentes (He 1:14);
ellos sacaron a Pedro de la cárcel; ellos velan sobre los niños (Mt 18:10);
ellos conducen las almas de los que mueren al seno de Abraham (Lc 16:22); ellos
acompañarán a Cristo en su segunda venida, y recogerán a su pueblo en su reino
(Mt 13:39; 16:27; 24:31). Tales son las declaraciones generales de las
Escrituras acerca de esta cuestión, y con ellas deberíamos contentamos. Sabemos
que son los mensajeros de Dios; que ellos son ahora, como siempre lo han sido,
empleados en la ejecución de Sus mandatos, pero más que esto no se revela
positivamente. Que cada creyente individual tenga un ángel guardián no es algo
que se declare con ninguna claridad en la Biblia. La expresión empleada en Mt
18:10, con referencia a los niños pequeños, «cuyos ángeles» se dice que ven el
rostro de Dios en el cielo, es entendida por muchos como favorecedora de esta
suposición. Lo mismo sucede con el pasaje en Hch 12:7, donde se menciona el
ángel de Pedro (v. 15). Pero este último pasaje no demuestra que Pedro tuviera
un ángel guardián como tampoco si la criada hubiera dicho que era el fantasma
de Pedro demostraría la superstición popular acerca de esta cuestión. El
lenguaje registrado no es el de una persona inspirada, sino el de una sierva no
instruida, y no puede ser tomado como de autoridad didáctica. Sólo demuestra
que los judíos de aquellos tiempos creian en apariciones espirituales. El
pasaje en Mateo tiene más relevancia, enseñando que los niños tienen ángeles guardianes;
esto es, que hay ángeles encomendados a cuidar de su bienestar. Pero no
demuestra que cada niño, ni que cada creyente, tenga su propio ángel de la
guarda. En Daniel 10 se hace mención del Príncipe de Persia, del Príncipe de
Grecia, y, hablando a los hebreos, de Miguel vuestro Príncipe, en tal sentido
que ha llevado a la gran mayoría de los comentaristas y teólogos de todas las
eras de la Iglesia a adoptar la opinión de que se ha encomendado a ciertos
ángeles la especial supervisión de unos reinos en particular. Por cuanto
Miguel, que es llamado Príncipe de los Hebreos, no era el increado Angel del
Pacto, ni un príncipe humano, sino un arcángel, parece natural la inferencia de
que el Príncipe de Persia y el Príncipe de Grecia eran también ángeles. Pero
esta opinión ha sido controvertida por varias razones. (1) Por el silencio de
la Escritura acerca de esta cuestión en otros pasajes. Ni en el Antiguo ni en
el Nuevo Testamento encontramos indicación alguna de que las naciones paganas
tengan o tuvieran un ángel guardián o un mal espíritu puesto sobre ellas. (2)
En el v. 13 del décimo capítulo de Daniel los poderes enfrentados contra el
ángel Miguel que se apareció al profeta son llamados «los reyes de Persia», al
menos según una interpretación de aquel pasaje. (3) En el capítulo siguiente se
introducen soberanos terrenales de tal manera que se hace patente que son
ellos, y no los ángeles, buenos o malos, los poderes contendientes indicados
por el profeta. Es desde luego desaconsejable adoptar en base de la autoridad
de un pasaje dudoso en un solo libro de la Escritura una doctrina no sustentada
por otras partes de la Palabra de Dios. En tanto que todo esto debe ser
admitido, es sin embargo cierto que la interpretación ordinaria del lenguaje
del profeta es la más natural, y que nada hay en la doctrina asi enseñada que
quede fuera de analogía con las claras enseñanzas de las Escrituras. Está
claro, por lo que se enseña en otros lugares, que existen unos seres
espirituales más excelsos que el hombre, buenos como malos; que son sumamente
numerosos; que son muy poderosos; que tienen acceso a nuestro mundo y que están
ocupados en sus asuntos; que tienen diferentes rangos y órdenes; y que sus
nombres y títulos indican que ejercen dominio y que actúan como gobernantes.
Esto es cierto de los ángeles malos asi como de los buenos; y, siendo cierto,
nada hay en la opinión de que un ángel en particular tenga el control especial
sobre una nación, y otro sobre otra nación, que entre en conflicto con la
analogía de la escritura.
Pero por lo que respecta a los ángeles
buenos, está claro:
1. Que
pueden producir y producen efectos en el mundo natural o externo. Las
Escrituras presuponen en todo lugar que la materia y la mente son dos
sustancias distintas, y que la una puede actuar sobre la otra. Sabemos que
nuestras mentes actúan sobre nuestros cuerpos, y que nuestras mentes reciben la
acción de causas materiales. Por ello, nada hay en contra, incluso más allá de
la enseñanza de la experiencia, en la doctrina de que los espíritus puedan
actuar sobre el mundo material. La extensión de su acción queda limitada por
los principios anteriormente enunciados; y sin embargo, en base de su
naturaleza exaltada los efectos que pueden producir pueden exceder con mucho
nuestra comprensión. Un ángel dio muerte a todos los primogénitos de los
egipcios en una sola noche; los truenos y rayos que acompañaron a la
promulgación de la ley en el Monte Sinaí fueron producidos por acción angélica.
Los antiguos teólogos, en numerosas ocasiones, llegaron, por el hecho admitido
de que los ángeles actúan de esta forma en el mundo externo, a la conclusión de
que todos los efectos naturales son producidos por acción de ellos, y que las
estrellas eran llevadas en sus órbitas por el poder de los ángeles. Pero esto
viola dos evidentes e importantes principios: Primero, que no se debería asumir
una causa por un efecto sin una evidencia; y segundo, que no se deberían
suponer más causas que las necesarias para dar explicación a los efectos. Por
ello, no estamos autorizados para atribuir ningún acontecimiento a la
interferencia angélica excepto sobre la autoridad de las Escrituras, ni cuando
otras causas sean adecuadas para explicarlo.
2. Los
ángeles no sólo ejecutan la voluntad de Dios en el mundo natural, sino que
también actúan sobre las mentes de los hombres. Tienen acceso a nuestras
mentes, y pueden influenciarlas para bien en conformidad a las leyes de nuestra
naturaleza y en el empleo de medios apropiados. No actúan mediante aquella
operación directa que es la peculiar prerrogativa de Dios y su Espíritu, sino
por la sugestión de la verdad y la conducción del pensamiento y del
sentimiento, de una manera muy similar a como un hombre puede actuar sobre
otro. Si los ángeles se pueden comunicar entre sí, no hay razón alguna por la
que no puedan, de manera similar, comunicarse con nuestros espíritus. Así, en
las Escrituras se presentan los ángeles no sólo como proveyendo una conducción
y protección generales, sino también como dando fuerza y consolación
interiores. Si un ángel fortaleció a nuestro mismo Señor tras Su agonía en el
huerto, su pueblo puede también experimentar el apoyo de ángeles; y si ángeles
malos tientan al pecado, buenos ángeles pueden atraer hacia la santidad. Es
cosa cierta que se les atribuye en las Escrituras una amplia influencia y
operación en promover el bienestar de los hijos de Dios, y en la protección de
los mismos del mal y en la defensa de ellos de sus enemigos. El uso que nuestro
Señor hace de la promesa: «A sus ángeles dará orden acerca de ti, de que te
guarden en todos tus caminos. En las manos te llevarán, para que tu pie no
tropiece en piedra» (Sal 91: 11,12), muestra que no se debe tomar como una mera
forma poética de promisión de protección divina. Ellos velan sobre los pequeños
(Mt 18:10); ayudan a los de edad madura (Sal 34:7), y están presentes junto a
los moribundos (Lc. 16:22).
3. También
se les atribuye una acción especial como siervos de Cristo en el avance de su
Iglesia. Como la ley fue dada por medio del ministerio de ellos, como
estuvieron encargados del pueblo bajo la antigua economía, también son tratados
como presentes en la asamblea de los santos (1 Co 11:10), Y como constantemente
guerreando contra el dragón y sus ángeles.
Esta doctrina Escritural del ministerio
de los ángeles está llena de consolación para el pueblo de Dios. Los miembros
de este pueblo pueden regocijarse en la certidumbre de que estos santos seres
acampan junto a ellos; defendiéndoles día y noche de enemigos invisibles y de
peligros inopinados. Al mismo tiempo no deben interponerse entre nosotros y
Dios. No debemos esperar en ellos ni invocar la ayuda de ellos. Ellos están en
manos de Dios y cumplen Su voluntad. Ellos usa como usa los vientos y los rayos
(He 1:7), y no debemos mirar a los instrumentos en el primer caso más que en el
otro.
4. Los ángeles malos
La Escritura nos informa de que ciertos
de los ángeles no guardaron su primer estado. Son designados como los ángeles
que pecaron. Son llamados espíritus malos, o inmundos; principados, potestades;
gobernadores de este mundo; y maldades espirituales (esto es, espíritus
malvados) en lugares celestiales. La designación más común que se les da es
daimones, o más comunmente daimonia. ... En el mundo espiritual hay sólo un
diabolos (diablo), pero hay muchos daimonia (demonios). Estos malos espíritus
son descritos como pertenecientes al mismo orden de ser que los ángeles buenos.
Todos los nombres y títulos descriptivos de su naturaleza y poder que se dan
los unos se dan también a los otros. La condición original de los mismos era de
santidad. Cuando cayeron o cuál fuera la naturaleza de su pecado no se revela.
La opinión general es que fue por soberbia, en base de 1 Ti 3:6. Un obispo,
dice el Apóstol, no debe ser «un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la
condenación del diablo», lo que es generalmente entendido como significando la
condenación en que incurrió el diablo por el mismo pecado. Algunos han
conjeturado que Satanás fue llevado a rebelarse contra Dios y a seducir a
nuestra raza a negarle el acatamiento debido, por el deseo de regir sobre
nuestro globo y sobre la raza de los hombres. Pero de esto no hay indicaciones
en la Escritura. Su primera aparición en la historia sagrada es en el carácter de
un ángel apóstata. El hecho de que haya un ángel caído exaltado en rango y
poder sobre todos sus asociados es algo que se enseña claramente en la Biblia.
Es llamado Satanás (el adversario), diabolos, el acusador, ho poneros, el
maligno; el príncipe de la potestad del aire; el príncipe de las tinieblas; el
dios de este mundo; Beelzebub; Belial; el tentador; la serpiente antigua, y el
Dragón. Estos y otros títulos similares lo designan como el gran enemigo de
Dios y del hombre, el opositor de todo lo bueno, y el propulsor de todo lo
malo. Es tan constantemente presentado como un ser personal que el concepto
racionalista de que se trata sólo de una personificación del mal es
irreconciliable con la autoridad de las Escrituras e inconsistente con la fe de
la Iglesia. La opinión de que la doctrina de Satanás fuente introducida entre
los hebreos después del Exilio, y procedente de una fuente pagana, no es menos
contraria a las claras enseñanzas de la Biblia. Es designado como el tentador
de nuestros primeros padres, y es claramente mencionado en el libro de Job,
escrito mucho antes del cautiverio babilónico. Además de esta descripción en
términos generales de Satanás como enemigo de Dios, es especialmente descrito
en las Escrituras como la cabeza del reino de las tinieblas, que abarca a todos
los seres malvados. El hombre, por su apostasía, cayó bajo el dominio de
Satanás, y su salvación consiste en ser trasladado del reino de Satanás al
reino del amado Hijo de Dios. Está claro el hecho de que los daimonia, presentados
como sujetos a Satanás, no son los espíritus de los que han dejado esta vida, a
pesar de lo que algunos han sostenido: (1) Porque son distinguidos de los
ángeles elegidos. (2) Porque se dice que no guardaron su primer estado (Jud 6).
(3) Por el lenguaje de 2 P 2:4, donde se dice que Dios no perdonó a los ángeles
que pecaron. (4) Por la aplicación a ellos de los títulos «principados» y
«potestades», que son apropiados sólo a seres que pertenecen al orden de los
ángeles.
El poder y la actividad de los malos
espíritus
En cuanto al poder y a la actividad de
estos malos espíritus, son descritos como muy numerosos, como en todas partes
eficientes, como teniendo acceso a nuestro mundo, y como operando en la
naturaleza y en las mentes de los hombres. Naturalmente, les pertenecen las
mismas limitaciones en cuanto a su actividad que a la de los santos ángeles.
(1) Dependen de Dios, y sólo pueden actuar bajo su control y permiso. (2) Sus
operaciones tienen que tener lugar en base de las leyes de la naturaleza, y (3)
No pueden interferir con la libertad y responsabilidad de los hombres. ... No
obstante, el poder de los mismos es muy grande. Se dice de los hombres que son
llevados cautivos por él, y de los malos espíritus se dice que obran en los
corazones de los desobedientes. Los cristianos son advertidos en contra de sus,
maquinaciones, y son llamados a resistirlos, no con la propia fuerza de ellos,
sino en el poder del Señor, y armados con toda la armadura de Dios. ...
Debemos estar agradecidos a Dios por el
invisible y desconocido ministerio de los ángeles de luz, y estar en guardia y
buscar la protección divina frente a las maquinaciones de los espíritus del
mal. Pero de ninguna de ambas clases estamos conscientes de manera directa, y
no podemos atribuir a Ia acción de ninguno de ambos con certidumbre, si su
acaecimiento admite cualquier otra explicación.
Posesiones demoníacas
La exhibición más marcada del poder de
los malos espíritus sobre los cuerpos y mentes de los hombres la dan los
endemoniados tan frecuentemente mencionados en la narración evangélica. Estas
posesiones demoníacas eran de dos clases. primero, aquellas en las que sólo el
alma era objeto de la influencia diabólica, como en el caso de la «muchacha
poseída de un espíritu de adivinación», que se menciona en Hch 16:16. Quizá en
algunos casos los falsos profetas y magos fueron ejemplo del mismo tipo de
posesión. En segundo lugar, aquellas en las que sólo el cuerpo, o, más
frecuentemente tanto el cuerpo como la mente, estaban sometidos a esta influencia
espiritual. Por posesión se significa la residencia de un espíritu malo en tal
relación con el cuerpo y el alma como para ejercer una influencia controladora,
produciendo violentas agitaciones e intensos sufrimientos, tanto mentales como
físicos. Está claro que los endemoniados mencionados en el Nuevo Testamento no
eran meros lunáticos o epilépticos u otras dolencias análogas, sino casos de
verdadera posesión: Primero, porque ésta era la creencia prevalente de los
judíos en aquel tiempo; y segundo, porque Cristo y sus Apóstoles evidentemente
adoptaron y sancionamn esta creencia. No sólo llamaron endemoniados a los así
afectados, sino que se dirigían a los espíritus como personas, dándoles
órdenes, echándolos, y hablaron y actuaron en todo momento como hubieran hecho
si la creencia popular hubiera estado bien fundamentada. Es cosa cierta que
todos los que oyeron hablar a Cristo de esta manera llegarían a la conclusión
de que Él consideraba a los endemoniados como realmente poseídos por malos
espíritus. Esta conclusión no la contradice Él en ningún lugar, sino que al
contrario, en sus conversaciones más privadas con los discípulos la confirmó
abundantemente. Él prometió darles poder para echar fuera demonios; y se
refirió a la posesión que Él tenía de este poder, y a su capacidad para delegar
su ejercicio a sus discípulos, como una de las más convincentes pruebas de su
mesianismo y divinidad. Él vino para destruir las obras del diablo; y el hecho
de que Él triunfó así sobre él y sus ángeles demostraba que Él era quien
afirmaba ser, el prometido omnipotente rey y vencedor, que debía fundar aqueI
reino de Dios que no tendrá fin. Explicar todo esto en base del principio de la
acomodación destruiría la autoridad de las Escrituras. En base de este mismo
principio se han desvirtuado las doctrinas de la expiación, de la inspiración,
de la influencia divina, y todas las otras doctrinas distintivas de la
Escritura. Tenemos que tomar las Escrituras en su sentido histórico llano - en
aquel sentido en que estaba dispuesto que fueran entendidas por aquellos a los
que se dirigían -, o en caso contrario las rechazamos como forma de fe.
No hay ninguna improbabilidad especial
en la doctrina de las posesiones demoníacas. Los espíritus malos existen.
Tienen acceso a las mentes y a los cuerpos de los hombres. ¿Por qué deberiamos
rehusar creer, en base de la autoridad de Cristo, que se les permitía tener un
poder especial sobre algunos hombres? El mundo, desde la apostasía, pertenece
al reino de Satanás; y el objeto especial de la misión deI Hijo de Dios fue
redimirlo de su dominio. Por ello, no es sorprendente que el tiempo de su
venida fue la hora de Satanás, el tiempo en que, en un mayor grado que nunca
antes o después, manifestó su poder, haciendo con ello más patente y glorioso
el hecho de su derrota.
Las objeciones a la doctrina común
acerca de este tema son:
1. Que
llamar a ciertas personas endemoniadas no demuestra que estuvieran poseídas por
espíritus malos más que el hecho de llamarlas lunáticas demuestra que
estuvieran bajo la influencia de la luna. Esto es verdad; y si el argumento
reposara solamente sobre el uso de la palabra endemoniado, sería totalmente
insuficiente para establecer la doctrina. Pero este es sólo un argumento
colateral y subordinado, sin fuerza por sí mismo, pero derivando su fuerza de
otras fuentes. Si los escritores sagrados, además de designar a los locos como
lunáticos, hubieran hablado de la luna como la fuente de su locura, y se
hubieran referido a sus diferentes fases como aumentando o disminuyendo la
fuerza de su desorden mental, habría alguna analogía entre ambos casos. Se
admite abiertamente que el uso de una palabra es a menudo muy diferente de su
sentido primario, y por ello que su significado no siempre puede ser
determinado por su etimología. Pero cuando su significado es el mismo que el
uso que se le da; cuando se dice de los llamados endemoniados que están
poseidos por malos espíritus; cuando estos espíritus son interpelados como
personas, y se les manda que salgan; y cuando este poder sobre ellos es
presentado como prueba del poder de Cristo sobre Satanás, el príncipe de estos
ángeles caídos, entonces es irrazonable negar que la palabra se tiene que
entender en su sentido literal y propio.
2. Una
segunda objeción es que los fenómenos exhibidos por estos llamados endemoniados
son los de dolencias corporales o mentales conocidas, y por eIlo que no se
puede asumir racionalmente ninguna otra causa para dar cuenta de ellas. Sin
embargo, no es verdad que todos los fenómenos en cuestión puedan ser explicados
así. Algunos de los síntomas son los de insania lunática y de epilepsia, pero
otros son de carácter diferente. Estos endemoniados exhibían a menudo un poder
o conocimiento sobrenaturales. Además de esto, la Escritura enseña que los
malos espíritus tienen poder para producir enfermedades corporales. Y por ello
la presencia de tales dolencias no es prueba de que no estuviera en acción la
actividad de malos espíritus en su producción y en sus consecuencias.
3. Se
objeta también que tales casos no tienen lugar hoy en día. Esto no es en
absoluto cierto. Los espíritus malignos obran hoy en día en los hijos de
desobediencia, y por lo que sabemos pueden ahora obrar en algunas personas con
tanta eficacia como en los antiguos endemoniados. Pero admitiendo que el hecho
sea como se supone, no demuestran nada con respecto a este punto. Puede que
hayan existido unas razones especiales para permitir aquella exhibición de
poder satánico cuando Cristo estaba en la tierra que ya no exista. El hecho de
que no se den milagros en la Iglesia en la actualidad no es prueba de que no
tuvieran lugar durante la era apostólica.
No debemos negar lo que se registra
llanamente en las Escrituras como hechos en esta cuestión; no tenemos derecho a
afirmar que Satanás y sus ángeles no producen ahora en ningún caso unos efectos
similares; pero deberíamos abstenemos de afirmar el hecho de influencia o
posesión satánica en cualquier caso en que los fenómenos puedan recibir otra
explicación. La diferencia entre creer todo lo posible y creer sólo lo que es
cierto queda notablemente ilustrada en el caso de Lutero y Calvino. El primero
estaba dispuesto a atribuir todo mal a los espíritus de las tinieblas; el
segundo no atribuía nada a la acción de los mismos que no pudiera demostrarse
que fuera realmente obra de ellos. Lutero dice:2 «Los paganos no saben de dónde
viene el mal tan repentinamente. Pero nosotros lo sabemos. Es la pura obra del
diablo; que tiene dardos encendidos, balas, antorchas, lanzas y espadas, con
las que dispara, arroja o traspasa, cuando Dios lo permite. Por ello, que nadie
dude, cuando se desencadena un fuego que consume un pueblo o una casa, que hay
un diablejo allí sentado soplando el fuego para hacerlo más grande». Y también:
«Que el cristiano sepa que se sienta entre demonios; que el diablo está más
cerca de él que su capa o camisa, o incluso que su piel; que él está totalmente
a nuestro alrededor, y que nosotros siempre tenemos que enfrentarnos y
contender contra él». La postura de Calvino acerca de esta cuestión es:3 «Todo
cuanto la Escritura nos enseña de los diablos [esto es, demonios] viene a parar
a esto: que tengamos cuidado para guardamos de sus astucias y maquinaciones, y
para que nos armemos con armas tales que basten para hacer huir enemigos tan
poderosísimos». Y pregunta:4 «Y ¿de qué nos serviría saber más sobre los
diablos [esto es, demonios]?»
Soli Deo Gloria