lunes, 8 de agosto de 2016

Un Sermón sin CRISTO - Charles Spurgeon

 "…Y al decir Cristo no me refiero solo a su ejemplo y sus preceptos éticos, sino a su sangre redentora, a la gloriosa satisfacción que hizo para expiar el pecado humano y a la grandiosa invitación que proclama 'cree y vivirás'" (Ch. Spurgeon).

He aquí una pequeña colección de las explicitas y repetidas amonestaciones de Spurgeon por un evangelio centrado en  la persona y la obra de Cristo. El mensaje que necesita oír hoy la iglesia y el mundo.

Sermón # 2899, Julio, 9, 1876

El lema de todo verdadero siervo de Dios debe ser: "Nosotros predicamos a Cristo y a este crucificado."  Un sermón sin Cristo es como un pan sin harina. ¿No hay Cristo en tu sermón, caballero? Entonces vete a casa y nunca prediques de nuevo hasta que tengas algo que valga la pena oír.

Sermón # 768, sin fecha

¿Dejar a Cristo  afuera? ¡Oh hermanos, mejor abandonen el púlpito por completo! Si un hombre puede predicar un sermón sin mencionar el nombre de Cristo debería ser su último sermón, o al menos, el último que cualquier verdadero cristiano debería querer escuchar de él.

Sermón #1625, Octubre, 23, 1881

Deja a Cristo fuera de tu sermón y no estarás haciendo nada. Señor panadero, dile a todo Londres que estás haciendo pan sin harina; anuncia en todos los periódicos 'Pan sin Harina' y pronto tendrás que clausurar tu panadería porque tus clientes saldrán corriendo hacia otro lugar.  Un sermón en el cual Cristo no sea el principio, el medio y el fin es un error en concepto y un crimen en ejecución. No importa cuán altilocuente sea tu lenguaje, sin Cristo cualquier sermón será mucho alboroto para nada.  Y al decir 'Cristo' no me refiero solo a su ejemplo y sus preceptos éticos, sino a su sangre redentora, a la gloriosa satisfacción que hizo para expiar el pecado humano y a la grandiosa invitación que proclama "cree y vivirás."

Sermón # 558, Marzo, 6, 1864

Conozca a alguien que dice que yo siempre toco la misma vieja cuerda y que ya no vendrá más a escucharme a menos que predique sermones sin Cristo. ¡Ah! este hombre nunca regresará mientras mi lengua pueda moverse, porque un sermón sin Cristo es como un arroyo sin agua, una nube sin lluvia, un pozo que se burla de los sedientos, un árbol dos veces muerto y desarraigado, un cielo sin sol o una noche sin estrellas.  Un sermón sin Cristo es como la región de los muertos - un lugar de lamento para los ángeles y de risa para los demonios.  ¡Oh cristiano, debemos tener a Cristo! Asegúrate que cada día al despertar obtengas a través de la contemplación de su persona, un fresco sabor a Cristo. Vive todo el día, en cuanto te sea posible, sazonando tu corazón con Él, y luego, por la noche, acuéstate con Él mientras invocas su nombre con tus labios.

Sermón, 3288, Febrero, 11, 1866

Yo iría con mucha más rapidez  a una mesa rustica para comer en un plato de madera algo que sacie mi apetito  que a una mesa elegante en la cual no hubiese nada que comer. Sí, es Cristo, Cristo, Cristo a quien tenemos que predicar; y si no lo hacemos estaremos abandonando el alma misma del evangelio. Los sermones sin Cristo llenan de alegría el infierno. Los predicadores sin Cristo, los maestros de escuela dominical sin Cristo, los líderes de grupos sin Cristo, los tratados sin Cristo, ¿Qué están haciendo? Simplemente están preparando el molino para la molienda sin haber puesto grano en el triturador. Toda su labor es en vano. Si dejas a Cristo fuera simplemente estás  golpeando al aire o yendo a la guerra sin arma alguna para combatir al enemigo.

Sermón # 1540, Mayo, 30, 1880

El Espíritu de Dios no da testimonio de los sermones sin Cristo. Si Él no está en tu predicación, el Espíritu Santo nunca vendrá sobre ti. ¿Por qué habría de hacerlo? ¿No ha venido Él con el propósito de testificar de Cristo? ¿No dijo el Señor, "Él me glorificará porque tomará de lo mío y os lo hará saber" (Jn. 16.14)? Sí, su objeto era Cristo y nadie sino Él, y esa es la enseñanza que el Espíritu Santo confirmará. Que Dios nos guarde de alejarnos de este punto central -  que nuestra determinación sea no conocer nada más importante que Cristo y este crucificado.

Sermón # 2449, Mayo, 17, 1887

Donde Cristo no es central, no hay nada de unción ni nada de sabor, y los hombres hacen lo correcto en no someterse a un ministerio así. El ministro que deja a Cristo fuera de su predicación le está quitando la leche a los niños y la carne a los adultos; pero si tu objetivo como maestro y predicador es glorificar a Cristo y guiar a los hombres a que crean en Él y lo amen, esa es la obra donde el corazón de Dios se halla. Si haces esto, el Señor y tú apuntan hacia la misma dirección.

Soli Deo Gloria

¿Qué es un Cristiano Bíblico?

Hay muchos asuntos respecto a los cuales la ignorancia total y la indiferencia completa no son trágicas ni fatales. Estoy seguro de que hay pocos de nosotros que pueden explicar todos los procesos por los que una vaca color café come hierba verde y produce leche blanca—¡pero aún así podemos disfrutar de la leche! Muchos de nosotros ignoramos completamente la teoría de relatividad de Einstein, y si se nos pide que la expliquemos estaríamos realmente en dificultades. Pero no sólo ignoramos la teoría de Einstein, sino que también la mayoría de nosotros somos bastante indiferentes a ella, y sin embargo nuestra ignorancia e indiferencia no son trágicas ni fatales.

No obstante, hay otros asuntos respecto a los cuales la ignorancia y la indiferencia son tanto trágicas como fatales. Uno de ellos es la respuesta a la pregunta: “¿Qué es un cristiano bíblico?” En otras palabras, ¿cuándo tiene un hombre o una mujer el derecho, según las Escrituras, de llamarse “cristiano”?
Uno no puede asumir ligeramente que él o ella es un verdadero cristiano. Una conclusión falsa sobre esto es trágica y fatal. Es por esto que quiero presentarles cuatro aspectos de la respuesta que la Biblia ofrece a la pregunta: “¿Qué es un cristiano bíblico?”

1) De acuerdo a la Biblia, un cristiano  bíblico  es una persona que ha enfrentado auténticamente el problema de su propio pecado.

Una de las muchas cosas que distingue la fe cristiana de las otras religiones del mundo es que el cristianismo es esencial y fundamentalmente una religión de pecadores. Cuando el ángel le anunció a José el nacimiento venidero de Jesucristo, lo hizo con las siguientes palabras: “Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1:21). El apóstol Pablo escribió en 1Timoteo 1:15: “Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero.” El Señor Jesucristo mismo dijo en Lucas 5:31-32: “Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a pecadores al arrepentimiento.” Un cristiano es uno que ha enfrentado auténticamente el problema de su propio pecado.

Cuando nos dirigimos a las Escrituras, hallamos que cada uno de nosotros tiene un problema personal doble con respecto al pecado. Por un lado, tenemos el problema de un expediente o archivo malo; y por el otro, el problema de un corazón malo. Si comenzamos en Génesis 3 con el trágico relato de la rebelión del hombre contra Dios y su caída, y luego rastreamos la doctrina bíblica del pecado hasta el libro de Apocalipsis, veremos que no es una simplificación excesiva decir que todo lo que la Biblia enseña acerca de la doctrina del pecado se puede reducir a estas dos categorías fundamentales—el problema de un expediente malo y el problema de un corazón malo.

¿A qué me refiero con “el problema de un expediente o archivo malo”? Estoy utilizando esta terminología para describir los que las Escrituras nos presentan como la doctrina de la culpa humana debida al pecado. Las Escrituras nos dicen con claridad que obtuvimos un expediente malo mucho antes que nosotros existiéramos en la tierra: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5:12).

¿Cuándo pecaron “todos”? Todos nosotros pecamos en Adán. El fue señalado por Dios para representar a toda la raza humana. Cuando él pecó, nosotros pecamos en él y caímos con él en su primera transgresión. Es por esto que el apóstol Pablo escribe en 1Corintios 15:22: “Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados.” El hombre fue creado sin pecado en el huerto de Edén; pero desde el momento en que Adán pecó, nosotros también fuimos acusados con culpa. Caímos en él en su primera transgresión y somos parte de una raza que se encuentra bajo condenación.

Más aún, las Escrituras enseñan que después que nacemos nuestras transgresiones personales acarrean culpa adicional. La Palabra de Dios enseña que “ciertamente no hay hombre justo en la tierra, que haga el bien y nunca peque” (Eclesiastés 7:20); cada pecado cometido incurre en culpa adicional. Nuestro expediente en los cielos está echado a perder. El Dios Todopoderoso juzga la totalidad de nuestra experiencia humana por un criterio que es absolutamente inflexible. Este criterio toca no sólo nuestras obras externas, sino también nuestros pensamientos y las inclinaciones de nuestro corazón, de tal manera que el Señor Jesús dijo que el albergar ira injusta es la esencia misma del asesinato, y la mirada con intención lujuriosa es adulterio (Mateo 5: 22,28).

Dios está guardando un expediente detallado. Ese expediente se encuentra entre “los libros” que serán abiertos en el día del juicio (Apocalipsis 20:12). En esos libros están registrados todos los pensamientos, inclinaciones, intenciones, obras y aspectos de la experiencia humana que sean contrarios al criterio de la ley santa de Dios, ya sea por quedarnos cortos al mismo o por transgredirlo. Tenemos el problema de un expediente malo—según tal expediente nosotros somos culpables. Somos en verdad culpables de pecados reales cometidos en contra del Dios vivo y verdadero. Es por está razón que las Escrituras nos dicen que toda la raza humana es culpable delante del Dios Todopoderoso (Romanos 3:19).

¿Alguna vez se ha convertido el problema de tu propio expediente malo en una preocupación apremiante y urgente? ¿ Has enfrentado la verdad de que el Dios Todopoderoso te juzgó culpable cuando tu padre Adán pecó, y que te considera culpable de cada palabra que has hablado contraria a la santidad, justicia y pureza perfecta? El conoce todo objeto que has tocado y tomado contrario a la santidad de la propiedad. El conoce cada palabra pronunciada en contra de la verdad perfecta y absoluta. ¿ Alguna vez te ha quebrantado esto, de tal manera que has reconocido el hecho de que el Dios Todopoderoso tiene todo el derecho de llamarte a su presencia y requerir que le des cuenta de cada acción contraria a su ley que ha traído culpa a tu alma?

Pero el problema de un expediente malo no es nuestro único problema. Tenemos un problema adicional—el problema de un corazón malo. La Biblia enseña que el problema de nuestro pecado surge no solamente de lo que hemos hecho, sino también de lo que somos. Cuando Adán pecó, él no sólo se hizo culpable delante de Dios, sino que también se contaminó y corrompió en su naturaleza.

Esta contaminación se describe en Jeremías 17:9: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” Jesús la describe en Marcos 7:21: “Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos”; y luego El menciona los diversos pecados que pueden verse en cualquier periódico a diario—asesinato, adulterio, blasfemia, orgullo. Jesús dijo que estas cosas proceden de una fuente viva de corrupción, el corazón humano. Nota cuidadosamente que El no dijo: “Porque de fuera, por la presión de la sociedad y sus influencias negativas, viene el asesinato, el adulterio, el orgullo y el hurto.” Esto es lo que los llamados sociólogos expertos nos dicen. Ellos afirman que es “la condición de la sociedad” lo que produce el crimen y la rebelión; Jesús dice que es la condición del corazón humano.

Cada uno de nosotros tiene por naturaleza un corazón que las Escrituras describen como “perverso”, una fuente de todas las formas de iniquidad. Romanos 8:7 afirma: “Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden.” Pablo no dice que los designios de la carne, es decir, los designios de una mente que nunca ha sido regenerada por Dios, tienen algo de enemistad; él los llama enemistad. “Los designios de la carne son enemistad contra Dios.” La disposición natural de cada corazón humano puede ilustrarse como un puño alzado contra el Dios vivo. Este es el problema interno de un corazón malo—un corazón que ama el pecado, un corazón que es la fuente del pecado, un corazón que es enemistad contra Dios.

¿Alguna vez se ha convertido el problema de tu corazón malo en una apremiante preocupación personal para ti? No estoy preguntando si crees o no en la pecaminosidad humana en teoría. Tú puedes estar de acuerdo en que hay tales cosas como una naturaleza y un corazón pecaminosos. Mi pregunta es: ¿alguna vez han venido a ser tu expediente y tu corazón malos asuntos de profunda, interna y apremiante preocupación para ti? ¿Has conocido lo que es una conciencia real, personal e interna del horror de tu culpa en la presencia de un Dios santo? ¿Has visto el carácter espantoso de un corazón que es “engañoso...más que todas las cosas, y perverso”?

Un cristiano bíblico es una persona que ha tomado en serio su problema personal del pecado. El grado en que podemos sentir el terrible peso del pecado difiere de una persona a otra. El tiempo que toma que una persona sea llevada a concientizarse de su expediente y corazón malos, varía. Hay muchas variables, pero Jesucristo, como el gran Médico, nunca ha traído su virtud sanadora sobre alguien que no reconozca a sí mismo pecador. El dijo: “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento (Mateo 9: 13). ¿Eres tú un cristiano bíblico—uno que ha tomado en serio su propio problema del pecado?

2) Un cristiano bíblico es aquel que ha considerado seriamente el único remedio divino para el pecado.

En la Biblia se nos dice una y otra vez que el Dios Todopoderoso ha tomado la iniciativa de hacer algo por el hombre, el pecador. Los versículos que algunos de nosotros aprendimos en nuestra juventud enfatizan la iniciativa de Dios en proveer un remedio para la pecaminosidad del hombre: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito”; “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados”; “Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó” (Juan 3:16; 1 Juan 4: 10; Efesios 2:4).

Un aspecto único de la fe cristiana es que ésta no es un esquema religioso de auto-ayuda en el que te arreglas a ti mismo con la ayuda de Dios. De la misma manera como uno de los principios exclusivos de la fe cristiana es que Cristo es el único Salvador de pecadores, así también es un principio exclusivo de la fe cristiana que toda nuestra ayuda viene de arriba y nos encuentra donde estamos. No podemos levantarnos a nosotros mismos por las orejas; en misericordia, Dios interviene en la situación humana y hace algo que nunca hubiéramos podido hacer por nosotros mismos.

Cuando vamos a las Escrituras, hallamos que el remedio divino tiene por los menos tres simples pero profundamente maravillosos puntos focales:

a) En primer lugar, el remedio de Dios para el pecado está unido a una persona. Cualquiera que comience a tomar en serio el remedio divino para la pecaminosidad humana notará en las Escrituras que el remedio no se encuentra en un conjunto de ideas, como si fuera simplemente otra filosofía, ni se encuentra en una institución, sino que está unido a una persona: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su hijo unigénito”; “Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Juan 3:16; Mateo 1:21). Jesús mismo dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14: 6).

El remedio divino para el pecado está unido a una persona, y esa persona no es otra que nuestro Señor Jesucristo—el Verbo eterno que se hizo hombre, uniendo una naturaleza humana real, a su naturaleza divina. Aquí está la provisión de Dios para el hombre con su expediente y corazón malos: un Salvador que es tanto Dios como hombre, con las dos naturalezas unidas en una persona para siempre. Si tu problema personal del pecado ha de ser remediado de una manera bíblica, será remediado únicamente teniendo tratos personales con la persona de Jesucristo. Tal es un aspecto único de la fe cristiana: el pecador en toda su necesidad, unido al Salvador en toda la plenitud de su gracia; el pecador en su miserable necesidad, y el Salvador en su poder omnipotente, unidos directamente en el evangelio. ¡Tal realidad es la gloria de las buenas nuevas de Dios para los pecadores¡

b) En segundo lugar, el remedio de Dios para el pecado está centrado en la cruz sobre la cual Jesucristo murió. Cuando vamos a las Escrituras hallamos que el remedio divino está centrado de manera exclusiva en la cruz de Jesucristo. Cuando Juan el Bautista señala a Jesús haciendo uso de la imagen del Antiguo Testamento del cordero sacrificial, él dice: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). Jesús mismo dijo: “El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mateo 20: 28).

La verdadera predicación del evangelio está tan centrada en la cruz que Pablo le llama la palabra o mensaje de la cruz. La predicación de la cruz es “locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios” (1Corintios 1:18). Cuando Pablo fue a Corinto—un centro de intelectualismo y filosofía griega pagana—él no siguió sus patrones prescritos de retórica, sino que dijo que se había propuesto “no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (1 Corintios 2:2).

No se debe pensar de la cruz como una idea abstracta o un símbolo religioso; el significado de la cruz es lo que Dios declara que significa. La cruz fue el lugar en el que Dios, por imputación, apiló los pecados de su pueblo sobre su Hijo. En la cruz la maldición fue cargada sustitutivamente. Usando el lenguaje del apóstol Pablo: “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición” (Gálatas 3: 13), y “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5: 21).

La cruz no es un símbolo nebuloso e indefinible de amor desprendido; por el contrario, la cruz es el despliegue monumental de cómo Dios puede ser justo y aún perdonar pecadores culpables. Dios, habiendo imputado los pecados de su pueblo a Cristo en la cruz, pronuncia juicio sobre su Hijo como el representante de su pueblo. Allí en la cruz, Dios derrama las copas de su ira sin misericordia hasta que su Hijo clama: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Salmo 22:1; Mateo 27: 46).

En el Calvario, Dios está mostrando en el mundo visible lo que está ocurriendo en el mundo invisible y espiritual. El cubre los cielos con oscuridad total para dar a conocer a toda la humanidad que está sumergiendo a su Hijo en las tinieblas de afuera, en el infierno que tus pecados y los míos merecen. Jesús queda suspendido en la cruz con la postura de un criminal culpable; la sociedad sólo tiene un veredicto para él: “Fuera con éste”—“Crucifícale”—“Entréguenle a la muerte”—y Dios no interviene. Dios está demostrando en el teatro de lo que los hombres pueden ver, lo que El está haciendo en el reino de lo que no pueden ver. El está tratando a su Hijo como un criminal. Está haciendo a su Hijo sentir en las profundidades de su alma toda la furia de la ira que estaba dirigida a nosotros.

c) En tercer lugar, el remedio de Dios para el pecado es adecuado para todos los hombres, y se ofrece a todos los hombres sin discriminación. Antes de nosotros tener conciencia alguna de nuestro pecado, es muy fácil pensar que Dios puede perdonar pecadores. Pero cuando tú y yo comenzamos a tener idea de todo lo que el pecado es, nuestros pensamientos cambian. Nos vemos a nosotros mismos como pequeños gusanos del polvo, criaturas cuya vida y aliento mismo, están sostenidos en las manos de Dios, en quien “vivimos, y nos movemos, y somos” (Hechos 17:28).

Empezamos a tomar en serio el que nos atrevimos a desafiar al Dios que encerró a ángeles en tinieblas eternas cuando se rebelaron contra El. Confesamos que este Dios santo ve las efusiones de nuestros corazones humanos horribles y corruptos. Entonces decimos: “Oh Dios, ¿cómo puedes Tú ser algo más que justo? Si me das lo que mis pecados merecen, ¡no hay para mí otra cosa que ira y juicio! ¿Cómo puedes perdonarme y seguir siendo justo?¿Cómo puedes ser un Dios de justicia y hacer otra cosa que no sea confinarme a castigo eterno con esos ángeles que se rebelaron?”

Cuando empezamos a sentir la realidad de nuestro pecado, el perdón se convierte en el problema más difícil con el cual nuestra mente ha tenido que luchar. Es entonces que necesitamos conocer que en una persona, y tal persona crucificada, Dios ha provisto el remedio adecuado para todos los hombres, el cual es ofrecido a todos los hombres sin discriminación.

Si fueran dadas condiciones para la disponibilidad de Cristo entonces diríamos: “Seguramente yo no satisfago tales condiciones; de seguro que no califico.” La maravilla de la provisión de Dios es que viene con estos términos y sin trabas: “A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche (Isaías 55:1); “Al que a mí viene, no le echo fuera” (Juan 6:37).

¡Contempla la belleza de la libre oferta de misericordia en Jesucristo! No necesitamos que Dios venga de los cielos y nos diga que nosotros, por nombre, tenemos libertad de venir; tenemos una oferta de misericordia libre de trabas en las palabras de su propio Hijo: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28).

3) Un cristiano bíblico es aquel que se ha conformado de todo corazón a las condiciones para obtener la provisión de Dios para el pecado.

Las  condiciones divinas son dos: arrepiéntete y cree. Acerca de los inicios del ministerio de Jesús encontramos lo siguiente: “Después que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios, diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio (Marcos 1:14-15). Después de su resurrección, Jesús le dijo a sus discípulos “que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén” (Lucas 24: 47). El apóstol Pablo testificó “a judíos y a gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo” (Hechos 20:21).

¿Cuáles son las condiciones divinas para obtener la provisión divina? Debemos arrepentirnos y debemos creer. Aunque sea necesario discutir éstos como conceptos separados, no debemos pensar que el arrepentimiento está siempre divorciado de la fe o que la fe está siempre divorciada del arrepentimiento. La verdadera fe está permeada de arrepentimiento, y el verdadero arrepentimiento está permeado de fe. Los dos están interconectados entre sí de tal manera que, donde quiera que haya una verdadera apropiación de la provisión divina, hallarás un penitente con fe y un creyente arrepentido.

¿Qué es el arrepentimiento? La definición del Catecismo Menor de Westminster es excelente: “El arrepentimiento para vida es una gracia salvadora, por la cual un pecador, con un verdadero sentimiento de su pecado, y comprendiendo la misericordia de Dios en Cristo, con dolor y aborrecimiento de su pecado, se aparta del mismo para ir a Dios, con pleno propósito y esfuerzo para una nueva obediencia.”

El arrepentimiento es el hijo pródigo volviendo en sí en un país lejano. En lugar de permanecer en casa bajo el gobierno de su padre, le pidió tempranamente su herencia a su padre y se fue a un país lejano, donde ésta fue desperdiciada. Reducido a la miseria por sus pecados, volvió en sí y dijo: “¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros” (Lucas 15:17-19).

Cuando el hijo pródigo reconoció su pecado, él no se sentó y pensó sobre el asunto, ni escribió una poesía sobre ello o envió telegramas a su padre. La Escritura dice que “levantándose, vino a su padre” (v.20). Dejó a aquellos compañeros que fueron sus amigos en el pecado; aborreció todo lo que perteneció a ese estilo de vida y le volvió la espalda. ¿Y qué le atrajo de nuevo a casa? Fue la confianza en que había un padre misericordioso con un gran corazón y con un gobierno justo para su hogar feliz y amoroso. El no escribió diciendo: “Padre, las cosas se me están poniendo difíciles aquí; mi conciencia me está atacando por las noches. ¿Por qué no me envías dinero para ayudarme o vienes a visitarme para hacerme sentir bien?” ¡De ninguna manera! El no necesitaba simplemente sentirse bien; necesitaba él mismo venir a ser bueno. Por ello dejó aquel país lejano.

Fue una bella pincelada en el cuadro de nuestro Señor cuando El dijo: “Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó” (v.20). El hijo pródigo no vino orgulloso hacia su padre, hablando acerca del tomar la decisión de regresar a casa.

Hoy nos encontramos con la idea de que las personas pueden “pasar al frente”, hacer una pequeña oración y hacerle un favor a Dios tomando una decisión. Esto no tiene nada que ver con la verdadera conversión. El verdadero arrepentimiento involucra el reconocimiento de que he pecado contra el Dios del cielo, Aquel que es grande y misericordioso, santo y amoroso, y que no soy digno se ser llamado su hijo. No obstante, en el momento en que estoy preparado para dejar mi pecado y darle la espalda, dispuesto a regresar humildemente, preguntándome si habrá alguna misericordia para mí, entonces, ¡maravilla de maravillas!—el Padre me encuentra, me echa sus brazos de amor reconciliador y misericordia. Y aclaro, esto lo hace no de una manera sentimental, sino que El cubre a los pecadores penitentes con amor perdonador y redentor.

Pero el padre no echó sus brazos alrededor del cuello del hijo pródigo cuando éste todavía estaba atendiendo cerdos  y en los brazos de rameras. ¿ Estoy hablando a algunos cuyos corazones están casados con el mundo y que aman los caminos del mundo? Quizás tú muestras quién eres en realidad con tu vida personal, o en tu relación con tus padres, o en tu vida social, en la cual tomas tan ligeramente la santidad del cuerpo.

Quizás algunos de ustedes están involucrados en fornicación, o en tocarse los unos a los otros, o en mirar aquello en la televisión y en el cine que alimenta sus pasiones, y sin embargo invocan el nombre de Cristo. Vives con un hato de cerdos y luego el domingo vas a la casa de Dios. ¡Qué vergüenza! Deja la hacienda de los cerdos y tus guaridas de pecado. Abandona tus prácticas y hábitos de indulgencia carnal. El arrepentimiento es estar lo suficientemente dolido como para dejar tu pecado. Nunca conocerás la misericordia perdonadora de Dios mientras estés casado a tus pecados.

El arrepentimiento es el divorcio del alma del pecado, pero siempre estará unido a la fe. ¿Qué es la fe? La fe es echar el alma sobre Cristo tal y como El es ofrecido en el evangelio. “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12). La fe es comparada con el beber de Cristo, porque en mi sed del alma yo bebo de El. La fe es comparada con el mirar a Cristo, el seguir a Cristo y el huir a Cristo. La Biblia usa muchas analogías, y el resumen de todas ellas es éste: en la miseria de mi necesidad me lanzo sobre el Salvador, confiando en El para que sea todo lo que ha prometido ser a pecadores necesitados.

La fe no lleva nada a Cristo, sino sólo una mano vacía que toma a Cristo y todo lo que hay en El. ¿Qué hay en Cristo? ¡Pleno perdón de todos mis pecados! Su obediencia perfecta es puesta a mi cuenta. Su muerte es tomada como la mía. En El se encuentra el don del Espíritu. La adopción, la santificación y finalmente la glorificación están todas en El; y la fe, al tomar a Cristo, recibe todo lo que está en El. “Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención” (1 Corintios 1:30).

¿Qué es un cristiano bíblico? Un cristiano bíblico es aquel que ha obedecido de todo corazón las condiciones para obtener la provisión divina para el pecado. Esas condiciones son el arrepentimiento y la fe. Me gusta pensar en ellas como la bisagra sobre la que se mueve la puerta de la salvación. La bisagra tiene dos placas, una está atornillada a la puerta, y la otra lo está al marco de la puerta. Estas están unidas entre sí por un perno, y sobre esta bisagra la puerta gira. Cristo es la puerta, pero ninguno entra a través de El si no se arrepiente y cree.

No hay bisagra hecha exclusivamente de arrepentimiento. El arrepentimiento que no está unido a la fe es un arrepentimiento legalista. Termina en ti mismo y tu pecado. De la misma manera, no hay verdadera bisagra hecha exclusivamente de fe. Una fe confesada que no esté unida al arrepentimiento es una fe espuria, porque la verdadera fe es una fe en Cristo para salvarme no en le pecado, sino del pecado. El arrepentimiento y la fe son inseparables, y “si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente” (Lucas 13:3). Se nombra a los incrédulos entre aquellos que “tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda” (Apocalipsis 21:8).

4) Un cristiano bíblico es una persona que manifiesta en su vida que sus declaraciones de arrepentimiento y fe son reales

Pablo predicó que los hombre debían arrepentirse y volverse a Dios haciendo obras dignas de arrepentimiento (Hechos 26:20). Dios se propuso que haya tales obras: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas (Efesios 2: 8-10).

Pablo dice en Gálatas que la fe obra a través del amor. Donde haya verdadera fe en Cristo, el amor genuino a Cristo será implantado. Y donde haya amor a Cristo, allí habrá obediencia a Cristo. “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama... El que no me ama, no guarda mis palabras” (Juan 14:21-24). Somos salvos confiando en Cristo, no por amarle y obedecerle; pero una confianza que no produzca amor y obediencia no es verdadera fe salvadora.

La verdadera fe obra por el amor, y lo que el amor produce no es la habilidad de sentarse en una noche estrellada y escribir poesía acerca de lo excitante de ser un cristiano. La fe verdadera trabaja moviéndote a regresar a tu hogar y a obedecer a tus padres, guiándote a amar a tu cónyuge y a los hijos como la Biblia te dice que lo hagas, a regresar a tu escuela o trabajo adoptando una actitud firme por la verdad y la justicia en contra de toda la presión de tus compañeros.

La fe verdadera te hace estar dispuesto a ser tomado como un tonto o loco—dispuesto a ser considerado anticuado o fuera de moda—porque crees que hay criterios morales y éticos que son eternos e inmutables. Estás dispuesto a creer en la castidad y la santidad de la vida humana, y a permanecer firme contra el sexo prematrimonial y el asesinato de los bebés en el vientre de sus madres. Porque Jesús dijo: “el que se avergonzare de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, el Hijo del Hombre se avergonzará también de él, cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles” (Marcos 8:38).

¿Qué es un cristiano bíblico? No es uno que simplemente dice: “Oh, sí, yo sé que soy pecador, con un expediente y un corazón malos. Sé que la provisión de Dios para los pecadores se halla en Cristo y en su cruz, y que es adecuado y ofrecido libremente a todos. Yo sé que viene a todos los que se arrepienten y creen.” Eso no es suficiente.

¿Te has TU arrepentido y creído? Y si profesas arrepentimiento y fe, ¿puedes hacer que esa profesión sea comprobada—por una vida de propósito y esfuerzo para la obediencia a Jesucristo?

“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 7: 21). En Hebreos 5:9 leemos: “Vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen.” 1 Juan 2:4 declara: “El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él.”

¿Puedes hacer que tu pretensión de ser cristiano se compruebe con la Biblia? ¿Manifiesta tu vida los frutos del arrepentimiento y la fe? ¿Posees una vida de unión a Cristo, obediencia a Cristo y confesión de Cristo? ¿Está tu conducta marcada por adherencia a los caminos de Cristo? No de manera perfecta—¡no! Cada día debes orar: “Perdóname mis transgresiones, como perdono a aquellos que pecan contra mí.” Pero al mismo tiempo puedes también orar: “Porque para mí el vivir el Cristo” o, en las palabras del himno:

Jesús, mi cruz he tomado

Para dejarlo todo y seguirte a ti

Un verdadero cristiano sigue a Jesús. ¿Cuántos de nosotros somos cristianos bíblicos y verdaderos? Te dejo a ti que respondas en las recámaras profundas de tu propia mente y corazón.

Pero recuerda, responde con aquella respuesta con la que estarás dispuesto a vivir por toda la eternidad. No te conformes con ninguna otra respuesta que no sea aquella que te hallará confortable en la muerte, y seguro en el día del juicio.
Soli Deo Gloria



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Fe Reformada (Calvinismo)

El calvinismo (a veces llamado tradición reformada, la fe reformada o teología reformada) es un sistema teológico protestante y un enfoque de la vida cristiana que pone el énfasis en la autoridad de Dios sobre todas las cosas.

El “calvinismo” son las verdades sobre la salvación derivadas de la doctrina de la soberanía de Dios en administrar su gracia, por eso se le llama “las doctrinas de la gracia.”

Este sistema doctrinal no fue ocurrencia de Calvino. De hecho, Agustín de Hipona lo enseñó casi mil años antes que Calvino, y Pablo lo enseñó más de 300 años antes de Agustín. La presentación sistemática del calvinismo se halla en los Cánones de Dort (1618-1619) escritos para rebatir las afirmaciones de los Antagonistas que afirmaban la habilidad natural de los hombres para creer y para aceptar o rechazar la gracia salvadora de Dios por su libre voluntad. 

Las doctrinas de la gracia son cinco: 1) la depravación total del hombre, 2) la elección incondicional, 3) la redención particular (o expiación limitada), 4) la gracia o llamamiento irresistible y 5) la perseverancia eterna de los santos. 

El Calvinismo es el énfasis en la autoridad de la Escritura, la dependencia en la fe, la exaltación de la gracia soberana de Dios, la declaración de la suficiencia de Cristo y la búsqueda de la gloria de Dios.

La GRACIA de DIOS en la vida de Juan Calvino en sus ultimas palabras:

"Dios. «Tuvo piedad de mí dijo, su pobre criatura. Me sacó de las profundidades de la idolatría en la cual estaba sumido, para llevarme a la luz del Evangelio y hacerme participar en la doctrina de salvación, de la cual yo era algo completamente indigno... Me sostuvo a través de muchos defectos que merecían mil veces su repulsa. Extendió hacia mí Su misericordia utilizándome para llevar y anunciar la verdad de Su Evangelio... Mas, ¡ay!, el deseo y el celo que en ello puse, si así puede llamársele, fue tan frío y débil que me sentí deudor en todos los aspectos. De no haber sido por Su infinita bondad, toda bendición que he tenido habría sido humo; toda Su gracia ha sido inmerecida. Mi refugio está en un Padre de misericordia que es y se muestra padre incluso hacia un tan miserable pecador.»

"El propósito de un verdadero hombre es ser un buen servidor para todos (Cora., Mat. 20:26).

Murió humildemente como había aprendido a vivir humildemente, y espera la gloriosa resurrección en una tumba anónima. «Es conveniente —dijo— que aprendamos a vivir y a morir con humildad...» (Com., Gen. 11:4)

Una defensa al calvinismo C.H. Spurgeon :
Soli Deo Gloria



domingo, 7 de agosto de 2016

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Origen del Calvinismo

El calvinismo se basa en la renovación religiosa del siglo XVI en Europa, que nos referimos como la Reforma Protestante. Pero este gran movimiento no fue un fenómeno aislado. No se limitó a comenzar con Martín Lutero (1483-1546) en el acto de publicar sus noventa y cinco tesis en la puerta de la iglesia de Wittenberg el 31 de octubre de 1517, a pesar de que esas tesis fueron pronto traducidas a numerosos idiomas y se distribuyen a las masas. En cierto sentido, la Reforma se originó en la llamada “experiencia de la torre,” de Lutero, que probablemente precedió a sus tesis por unos pocos años. A través de esta experiencia, Lutero llegó a comprender la doctrina definitiva de la Reforma: la justificación por la fe solamente en gracia. Pero en otro sentido, la Reforma fluía de los primeros intentos de renovación, el más notable de los cuales fueron dirigidos por Peter Waldo (ca. 1140-ca 1217.) Y sus seguidores en las regiones alpinas, John Wycliffe (ca. 1324 – 1384) y los Lolardos en Inglaterra, y Juan Hus (ca. 1372-1415) y sus seguidores en Bohemia. Los teólogos menos conocidos, como Thomas Bradwardine (ca. 1300-1349) y Gregorio de Rimini (ca. 1300-1358), llegaron aún más cerca de lo que se conocería como la teología protestante. Todos estos hombres son llamados correctamente precursores de la Reforma, en lugar de reformadores, ya que, a pesar de que anticparon mucho del énfasis de la Reforma, carecían de una comprensión completa de la doctrina fundamental de la justificación por la fe solamente y por la gracia.

Estos precursores de la Reforma estaban moralmente, doctrinalmente y prácticamente unidos en su oposición a los abusos católicos medievales. Esta oposición es fundamental de tener en cuenta, dado que la Reforma comenzó principalmente como una reacción a los abusos del catolicismo romano. Lutero no se dedicó a destruir la Iglesia Católica Romana y establecer una nueva iglesia. Su intención inicial era purgar a la Iglesia Católica de los abusos.

Teología reformada por tanto no puede ser plenamente comprendida, aparte de su reacción a los problemas en la iglesia, tales como:
  • Abusos papales. El papado medieval estaba plagado de abusos en la teología y la práctica. La conducta inmoral vivida y tolerada, incluso por los papas, y la gracia se convirtió en una religión comercializada barata en toda la iglesia a través de un complejo sistema de votos, ayunos, peregrinaciones, misas, reliquias, recitaciones, rosarios, y otras obras. El imperativo papal fue “haz penitencia” (Según la traducción de la Vulgata) en lugar de “se penitente” ó “arrepiéntete” como lo ordenó Jesús.
  • Pretensión Papal. Estudio bíblico e histórico por los precursores protestantes les llevó a cuestionar las pretensiones papales de la autoridad apostólica como cabeza de la iglesia. Por ejemplo, los reformadores llegaron a la conclusión de que la roca sobre la que se edificó la iglesia (Mateo 16:18) era el contenido de la fe de Pedro más que el mismo Pedro, lo que significaba que el obispo de Roma no poseía más de una posición de honor. Aunque los protestantes inicialmente estaban dispuestos a aceptar un papado reformado que honorablemente servía a la iglesia, la cruel oposición de los papas a la reforma, finalmente convenció a muchos a considerar al papa de Roma como el Anticristo (Confesión de Fe de Westminster, 25.6).
  • Cautividad de la Palabra. Protestantes enseñaron que la Iglesia Católica Romana tenían en cautiverio la Escritura, reteniéndola de los laicos y manteniéndola en la esclavitud a los consejos eclesiásticos, obispos, escolásticos y canonistas alegoristas para interpretación. Los Protestantes trabajaron duro para liberar la Biblia de esta cautividad jerárquica. Como Malcolm Watts escribe:
La Iglesia de Roma degrada las Sagradas Escrituras mediante la mezcla de la pureza del Canon con sus adiciones apócrifas, al complementar los registros inspirados con una enorme masa de tradiciones espurias, admitiendo sólo esta interpretación que de acuerdo con “el consentimiento unánime de los Padres” y “la Santa Madre Iglesia,” y, en particular, por la disminución de la función de la predicación como sus “sacerdotes” se ocuparon de historias milagrosas acerca de María, los santos y las imágenes, y magnificaron la importancia de la Misa, con sus elaboradas y multiplicadas ceremonias y rituales. Fue así que la predicación se deterioró y, de hecho, casi desapareció. Los Reformadores protestaron enérgicamente contra esta y contendieron con todas sus fuerzas la recuperación de la Santa Palabra de Dios.
  • Elevación de la vida monástica. Los protestantes se opusieron al concepto católico romano de la superioridad de la llamada vida religiosa. No creían que la vida monástica era la única forma de espiritualidad o incluso la mejor manera. Al hacer hincapié en el sacerdocio de todos los creyentes, ellos trabajaron duro para eliminar la distinción católica entre la vida “inferior” de los cristianos que participan en el llamado secular y el mundo “elevado” religioso de los monjes y monjas.
  • Mediación usurpada. Los protestantes también rechazaron las ideas católicas de la mediación de María y la intercesión de los santos, así como la transfusión automática de la gracia en los sacramentos. Ellos se opusieron a todas las formas de mediación con Dios por medio de Cristo. Redujeron los sacramentos a dos, el bautismo y la Cena del Señor, por tanto separando a los sacerdotes y la iglesia de la mediación del poder y la dispensación sacramental de la salvación. 
  • El papel de las buenas obras. Los protestantes rechazaron las ideas del semi-pelagianismo, que dice que tanto la gracia y las obras son necesarias para la salvación. Esta diferencia teológica estaba en el corazón de la oposición protestante al catolicismo romano, a pesar de que fue en gran parte a través de la corrupción moral y práctico que el tema salió a la luz.
La respuesta protestante a los abusos de la iglesia católica romana se estableció gradualmente en cinco lemas o gritos de guerra de la Reforma, centrados en la palabra latina Solus, que significa “solo.” Estos gritos de batalla, expuestas en el capítulo 10, sirvieron para contrastar la enseñanza protestante con principios católicos romanos de la siguiente manera:

Protestante

Solo la Escritura sola (sola Scriptura)

Solo por fe (sola fide)

Solo por Gracia Grace (sola gratia)

Sólo Cristo (Solus Christus)

Solo a Dios la Gloria (Soli Deo Gloria)
Católico Romano

Escritura y tradición

La fe y las obras

La gracia y el mérito

Cristo, María y la intercesión de los santos

Dios, los santos, y la jerarquía de la iglesia
El primero de estos gritos de batalla se refiere a la cuestión fundamental de la autoridad, los tres del medio se ocupan de los aspectos básicos de la salvación, y el último habla de la adoración.

En el protestantismo inicial, tanto creyentes luteranos y reformados adoptaron estos cinco consignas.Lamentablemente, Lutero y Ulrico Zwinglio (1484-1531), el primer líder de la Reforma suizo, se separaron en octubre 1529 durante el infame Coloquio de Marburgo, cuando no pudieron llegar a acuerdo sobre la naturaleza de la presencia de Cristo en la Cena del Señor.[10] A partir de entonces, el protestantismo se dividió en dos tradiciones, el luteranismo y el calvinismo, siendo esta última la tradición reformada como se entiende y se expresa en los escritos de Juan Calvino y sus compañeros reformadores.

La propagación del calvinismo fue inusual. En contraste con el catolicismo, que se había mantenido por la fuerza militar y civil, y el luteranismo, que sobrevivió para convertirse en una religión de política, el calvinismo tuvo, en su mayor parte, sólo su lógica consistente y su fidelidad a las Escrituras. Dentro de una generación que se extendió por toda Europa.
Por Joel Beeke
Soli Deo Gloria



Diez Mandamientos para Miembros de la Iglesia con respecto a su Pastor

1.   No convierta a su pastor en un ídolo. No hay que esperar que él sea capaz de hacer lo que sólo Dios puede hacer. No haga de él un salvador.

2.  No critique a su pastor, a menos que se aparte de la verdad, y entonces hágalo con lágrimas. Y por favor no espere la perfección. Él es un simple hombre, un hombre débil y pecador, al igual que usted. Su oficio es divino, pero su persona es humana. Él pone delante de usted el tesoro en una vasija de barro. Si no te acuerdas de eso, vas a grita hosanna hoy, pero lo crucificará mañana.

3.  No evite a su pastor. Vaya a él, cuéntele sus necesidades, abra su alma, pero no pierda su valioso tiempo. Es su deber y privilegio ir a él con sus preguntas y problemas espirituales, y eso lo alegrará y dará ánimo.

4.  Ore por su pastor. Ore por su alma, para que pueda mantenerse humilde y santo. Ore por su cuerpo, que puede mantenerse fuerte y por muchos años. Ore para que él pueda ser una luz ardiente y brillante. Ore por su ministerio que pueda ser bendecido abundantemente. Ore por su esposa, su familia, su preparación y predicación del sermón, su consejería. Ore para que él tenga un ministerio completo y él predicará plenamente.

5. Sea un buen oyente y practicante de los sermones que su pastor predica. Escuche y obedezca a su pastor. Mientras él predique las Escrituras, recíbalo como la misma palabra de Dios. Recuerde, él es un don de Cristo para usted.

6.  Tenga interés por su pastor. No deje que toda su conversación con él se centre sólo en usted. Sea amable con él. Muestre interés por él, por su vida, y la vida de su familia; ¡Él también es humano!

7. Recuerde apreciar las fortalezas de su pastor y minimizar sus debilidades, siempre recordando que su próximo pastor puede no tener los puntos fuertes de su actual pastor. No compare a los pastores, sino que aprenda a apreciar a cada pastor a quien Dios le envió por los dones peculiares que Dios ha dado a ese pastor.

8.   Mire más allá de su pastor. Mire a Aquel a quien su pastor le presenta.

9.  Sea un cooperador con su pastor y el consistorio. Sea generoso, exalte a Cristo y compañero de trabajo. Desee la humildad, la sabiduría, la paz, la unidad y añada caridad.

10. Mantenga una perspectiva eterna bajo el ministerio de su pastor. Pídale a Dios que su pastor pueda dar buena cuenta de su alma en el Día del Juicio. Recuerde que usted no tiene que dar cuenta de los defectos y fortalezas de su pastor en el Día de los días, pero usted tiene que dar cuentas de lo que ha hecho con la palabra que le predica. Si usted aún no es salvo, mire su ministerio como una gran oportunidad que Dios le da para recibir con mansedumbre Su palabra. A través del ministerio del pastor, el Señor está diciendo que Él tiene más personas de su iglesia para ser recogidas en Su eterna cosecha, y ¿por qué no sería usted una de ellas? ¡Oh, que usted conozca el día de tu visita bajo el ministerio de su pastor!

Por Joel Beeke

Soli Deo Gloria